Los Mártires de Chicago:
historia de un
crimen de clase
en la tierra de la “democracia y la libertad"
1 de mayo de 2017
Por José Antonio Gutiérrez
D. (Rebelión)
Este documento fue escrito en el 2010 como introducción al libro
"Los Orígenes Libertarios del Primero de Mayo: de Chicago a América
Latina" (Ed. Quimantú, Hombre y Sociedad, Libre Iniciativa), volumen que
recogía contribuciones históricas sobre los orígenes del Primero de Mayo como
día de protesta obrera y sus vínculos con el movimiento anarquista de comienzos
del siglo XX*. Esta introducción ponía los sucesos de Chicago de 1886 en el
contexto de un movimiento de matriz libertaria y obrera, que se convirtió en
una amenaza para la clase capitalista en los EEUU. Explora cómo este evento logró
capturar el espíritu de toda una época de luchas y cómo estos sucesos fueron
parte de un movimiento internacional muchísimo más amplio. Al difundir este
documento, espero no sólo hacer un homenaje a estos luchadores de hace más de
un siglo, sino también ofrecer algunas reflexiones sobre su experiencia
histórica concreta, con la esperanza de que puedan ser de utilidad para las
nuevas generaciones de luchadores. -José Antonio
Gutiérrez D., 1o. de
mayo de 2017
Este libro no se habría podido editar sin la ayuda económica del Centro de Documentación "Franco Salomone".
Este libro no se habría podido editar sin la ayuda económica del Centro de Documentación "Franco Salomone".
El Primero de Mayo conmemora uno de los eventos más dramáticos de los albores del movimiento obrero, cuyas repercusiones se hicieron sentir en todos los rincones del planeta. En 1886 los EEUU se vieron sacudidos por una oleada de huelgas exigiendo las ocho horas de trabajo diarias, la cual fue violentamente reprimida, terminando con la ejecución de cuatro importantes dirigentes obreros: August Spies, Albert Parsons, George Ángel y Adolf Fischer; un quinto, Louis Lingg, se había suicidado un día antes de la ejecución a fin de evitar
Pero estos no son años solamente de crecimiento económico, sino
que son también años de gran violencia de clase: los trabajadores eran frecuentemente
reprimidos por la más mínima demanda, el espíritu colectivo era constantemente
aplastado y destrozado mediante la criminalización de toda forma de
organización y de toda acción mancomunada para que los trabajadores mejoraran
su condición social. Casi todas las huelgas, las cuales eran por lo general
espontáneas y motivadas por el hambre y la desesperación, eran intervenidas por
la milicia, con varios trabajadores muertos. Agentes privados, los odiados
“Pinkerton” infiltraban las organizaciones obreras en labor de espías o para
causar divisiones, o bien prestaban abiertamente sus servicios como
mercenarios, protegiendo a los rompe huelgas o reprimiendo manifestaciones. Si una
huelga no se podía controlar, aún pese a la intervención de la milicia, de los
Pinkerton y de los policías, las clases dominantes por lo general recurrían a
formar organismos de tipo paramilitar para asistir la represión (que en América
Latina también se estrenaron bajo el nombre de “guardias blancas”), los cuales a sangre y
fuego imponían el orden, asesinando en total impunidad. Y en caso de que aún
todas estas fuerzas combinadas no pudieran controlar a los insubordinados,
siempre estaba la posibilidad de enviar a las tropas federales. Como se ve, la
cuestión social aparecía al desnudo, sin mecanismos de arbitraje legal, sino
como una descarnada guerra de clases sociales. En estos años, un importante
capitalista llamado Jay Gould, podía bravuconear diciendo “yo puedo
contratar a la mitad de la clase trabajadora para que asesine a la otra mitad,
si quiero”.
Los años del surgimiento de estas organizaciones de autodefensa,
fueron años de aguda crisis económica a la sombra de la depresión de 1873: el
crecimiento industrial acelerado por el que atravesaba el país, requería la
intensiva construcción de infraestructuras, obras, que a su vez requerían de
grandes préstamos e inversiones, sin respaldo y sin retorno inmediato. Bastó la
quiebra de un banco para que la economía estallara inmediatamente en pedazos,
golpeando a los proletarios con una fuerza cruel y arrojando a millones al
hambre y al frío. El espectro del hambre hizo que más y más trabajadores
expresaran organizada o desorganizadamente su descontento y exigieran
condiciones mínimas de existencia: la respuesta de los capitalistas y de las
autoridades, como se puede suponer, fue brutal. Un momento crítico, que marcó
profundamente a los militantes obreros de la década posterior, fue la huelga de
los ferroviarios en 1877. Cuando en Junio de ese año, la Baltimore & Ohio
Railroad anunció que reduciría los magros salarios de sus obreros, los cuales
apenas alcanzaban para cubrir las necesidades más básicas, los obreros de esa
línea se declararon en huelga, sumándose a ella inmediatamente otras líneas,
generalizándose la huelga entre los ferroviarios de la costa Este de los EEUU.
Importantes capitalistas del sector, como Thomas Alexander Scott, pidieron
inmediatamente que se diera “una dieta de rifles a los obreros, a ver si
gustaban de ese alimento” [5] . Las 20.000 tropas de la milicia movilizadas
para efecto de la represión y la policía inmediatamente comenzaron a ejercer
violencia en contra de los huelguistas, los cuales respondieron con cualquier
objeto que tuvieran a mano. Este combate desigual terminó en una carnicería en
contra de los obreros: 10 asesinados en Maryland, 40 en Pittsburgh, 12 en
Baltimore, 16 en Reading, 10 en Cumberland, entre 25 y 50 en Chicago... en
total, se estima, según las cifras más conservadoras, que al menos 100 obreros
fueron asesinados de la manera más cobarde, por instigación directa del
empresariado. Esta represión atroz reforzó las posiciones de aquellos que
sostenían la necesidad de responder al plomo con plomo y de formar
organizaciones de auto-defensa obrera. Convenció, además, a muchos de los que hasta
entonces creían ciegamente en la bondad intrínseca de las instituciones, que la
lucha de los trabajadores por sus derechos encontraría una resistencia homicida
por parte de la patronal, que no sería sabio enfrentar con las manos vacías
–entre ellos encontramos a Albert Parsons, quien como dirigente de los obreros
tipógrafos, fue despedido, pasado a lista negra y casi fue asesinado por
esbirros de la patronal durante esa movilización [6] .
Esta amarga experiencia llevó a que hacia fines de 1880 se perfilara una corriente que buscaba el quiebre con el electoralismo, abogando por la acción directa, y que hablaba, sin falsas vergüenzas, sobre la inevitabilidad de la violencia revolucionaria. Estos sectores se autodenominarían a sí mismos “Social Revolucionarios” y aún no se definían explícitamente como anarquistas, aún cuando la influencia anarquista ya comenzaba a hacerse sentir en las tierras del dólar: en enero de 1881 había aparecido en Boston el primer periódico anarquista de los Estados Unidos, “The An-Archist”, editado por el Dr. Edward Nathan-Ganz, en el cual colaboraron algunas eminencias del movimiento revolucionario internacional, incluidos Johann Most, entonces aún un social revolucionario y de quien hablaremos un poco más adelante y Adhémar Schwitzguébel, amigo personal de Bakunin y figura clave del ala anarquista de
Social Revolucionarios y Anarquistas
El término «Social Revolucionario», es relativamente elástico, agrupando una amplia gama de tendencias políticas aún en definición, que compartían entre sí la defensa de la violencia revolucionario y el rechazo al reformismo electoralista. En varios casos, el término era utilizado como sinónimo de anarquismo, como por el Dr. Nathan-Ganz. En el caso de los militantes de Chicago, así como del grupo Freiheit (Libertad) de Londres liderado por Johann Most, indicaba una especie de transición entre la socialdemocracia y el anarquismo revolucionario. Most, veterano del partido socialdemócrata alemán, que sirvió en el parlamento, el Reichstag, por algunos períodos y que en él se desencantó del electoralismo, y que luego fue expulsado de este partido por sostener ideas radicales, define de manera muy clara el programa de ese momento de los Social Revolucionarios en el siguiente artículo de 1880:
“Concluimos que es un error el creer que el Estado democrático es el medio mediante el cual los trabajadores, mágicamente, podrán construir el socialismo... Quien sea que busque un orden completamente nuevo de cosas, no se meterá en la cabeza cosas ya manoseadas por la burguesía en su infancia. Una nueva sociedad no puede moldearse según fórmulas políticas anticuadas.
Quien sea que piense en una transformación general de la sociedad, debe consecuentemente ser un revolucionario. Y debe serlo en el doble sentido del término. Primero, porque el derrocamiento del orden existente es a las claras el objetivo del término revolución; y en segundo lugar, porque resulta claro también que este derrocamiento será hecho por
Llamarse a uno mismo revolucionario, sin más especificaciones, sin embargo, también resulta cuestionable. Puesto que los revolucionarios son también aquellos que piensan solamente en una transformación política y no quieren más que reemplazar a la autocracia por un régimen constitucional... Por consiguiente, debemos denominarnos social revolucionarios.
Con este término manifestamos nuestra intención de transformar a la sociedad, y como la sociedad actual no puede ser destruida en pedazos sin, al mismo tiempo, destruir su soporte político, el Estado moderno, la revolución social abarca, no es necesario aclararlo, la revolución política.
La revolución social debe consistir... en nada menos que la más absoluta destrucción de todos los instrumentos existentes del “orden”, para así tener un amplio margen para construir una sociedad en armonía...
Uno no debe temer en absoluto a esta desintegración general de las cosas puesto que ella precede inevitablemente a
Estas ideas definen muy bien al programa de los Social Revolucionarios liderados por Most, y a los grupos de obreros revolucionarios en Chicago. En este espíritu, y con el ejemplo del Congreso de Londres, en octubre de 1881 se convocó a un Congreso Social Revolucionario en Chicago, entre los días 21 y 23, bajo el nombre “Congreso de Socialistas de los EEUU”. En él, pese a que solamente participaron 21 delegados, se destacó la participación de tres compañeros que en los años posteriores tendrían una importancia capital en el desarrollo del movimiento obrero y revolucionario de Chicago: Michael Schwab, August Spies (quien actuó como secretario del Congreso) y Albert Parsons. Este Congreso aprobó las resoluciones del Congreso de Londres (que versaban sobre la “propaganda por el hecho”, es decir, los golpes violentos a los representantes más odiados del régimen como mecanismo para despertar a la clase trabajadora), llamó a los obreros a organizar cuerpos armados de auto-defensa, condenó la propiedad privada y el régimen del trabajo asalariado, y se solidarizó de las luchas de los populistas rusos y de los anti-imperialistas irlandeses. De esta convención nació el Revolutionary Socialistic Party (Partido Socialista Revolucionario -RSP), pero desde su nacimiento esta organización se vio entrampada en diferencias tácticas (se siguió participando de las elecciones, por ejemplo, para demostrar su “futilidad”) y su estructura orgánica era demasiado laxa como para tener eficacia alguna. Fue solamente en Diciembre de 1882, con la llegada de Johann Most a los Estados Unidos desde Londres, quien ya se había convertido al anarquismo, que este núcleo militante adquirió una dinámica que le convertiría en una poderosa corriente revolucionaria y libertaria, que dejaría una impronta indeleble en la historia de la clase trabajadora [9] .
El Congreso de Pittsburgh (octubre de 1883)
La llegada de Johann Most fue como un vendaval que infundió vida nueva en el movimiento obrero y revolucionario en los EEUU. Su recepción fue propia de un héroe, miles de obreros iban a escuchar sus arengas y sus discursos repletaban los salones de varias ciudades donde anduvo de gira. Por un período de un año, junto a varios compañeros, incluidos algunos que terminarían en la horca, se entregó absolutamente, con pasión febril, a la agitación y propaganda revolucionaria, con miras a organizar las fuerzas anarquistas para prepararse a la revolución inminente. Los anarquistas veían en la crisis económica aguda, en las condiciones de miseria materiales absolutas del pueblo, en su desesperación, en la violencia de clase generalizada, los signos que anunciaban la inminente llegada de
Esta mentalidad redentora de la humanidad es la que dominó al Congreso de Pittsburgh, celebrado los días 14, 15 y 16 de octubre de 1883, el cual marcó un punto de quiebre en el desarrollo del movimiento libertario de Chicago y de los Estados Unidos. Este Congreso, decía Most a August Spies en una carta de Julio de 1883, debía sentar las bases para una “partido internacionalista, federalista y revolucionario, sin un ejecutivo, sin una agencia central, sin funcionarios pagados” [13] . A él llegaron representantes de 26 ciudades de todo el país; sin embargo, el grueso de la militancia libertaria se concentraba en la región nororiental, aquella que presentaba el centro más dinámico del desarrollo capitalista: Chicago, Nueva York, Filadelfia, Pittsburgh, St. Louis. También participaron representantes venidos de Canadá y México.
El consenso del Congreso en torno al rechazo del electoralismo, el
fomento de la acción directa, la necesidad de la lucha armada para el
derrocamiento del capitalismo fue abrumador. Un importante punto de discusión
fue el rol de los sindicatos en la lucha revolucionaria: mientras los delegados
de Nueva York, con Most a la cabeza, guardaban ciertas desconfianzas en el
sindicalismo por considerarlo de naturaleza reformista, que en sus
negociaciones retrasaba el advenimiento de la revolución y por sus derivas
burocráticas [14] , los delegados de Chicago, con
Parsons y Spies a la cabeza, defendían el rol primordial del sindicalismo y de
la lucha por ciertas reformas a favor de la clase obrera, como escuelas de
lucha revolucionaria, a la vez que se oponían frontalmente al sindicalismo
gremialista y reformista. El sindicato era a la vez instrumento de lucha contra
el capitalismo, y embrión económico y social de la sociedad
post-revolucionaria. A esta posición que propugnaba por un sindicalismo
militante, de base, revolucionario, se le conoció como la “línea de Chicago” y
fue la posición dominante de la mayoría de los delegados [15] .
El Congreso marcó el nacimiento de
Esta Asociación era internacional no tanto por su alcance a trabajadores extranjeros (su fundación se hizo sentir en Europa y América Latina, y surgieron bases del movimiento en Canadá y México [22] ), el cual pese a todo fue limitado, sino por su política internacionalista y por su composición multiétnica. En su seno se organizaron obreros de todo el orbe, formando una auténtica torre de Babel en que debían entenderse en por lo menos 12 idiomas diferentes. Aunque el movimiento era en su inmensa mayoría alemán (de acuerdo a las listas de miembros disponibles, aproximadamente un 45%), también se encontraban numerosos bohemios –checos- (15%), escandinavos (10%), estadounidenses (15%), irlandeses (5%), británicos, siendo el resto suizos, franceses, polacos, holandeses, belgas, rusos, canadienses, luxemburgueses e italianos [23] . Haber logrado organizar a esta masa de manera relativamente compacta, constituye el mayor logro de esta generación militante, que generó unidad donde todo confabulaba a la desunión y la competencia entre las comunidades inmigrantes.
El movimiento anarquista en Chicago organizó tanto a obreros
calificados como a jornaleros y obreros sin ninguna clase de calificación. Se
calcula, según un listado de 572 militantes anarquistas cuyos oficios se
conocen, que el 40% de la IWPA eran obreros de manufacturas (mueblistas,
textiles, tabacaleros, gráficos, etc.), un 20% eran obreros de la construcción
(carpinteros, pintores, albañiles, canteros, estucadores, ladrilleros, etc.) y
un 14% eran jornaleros sin ninguna clase de especialización. El resto,
pertenecía a los más diversos oficios, desde telefonistas, tenderos,
comerciantes, herreros, oficinistas, choferes, panaderos, cerveceros, amas de
casa, matronas, profesores, hasta uno que otro periodista y doctor. ¡Incluso
aparece hasta un adivino y un par de Pinkertons! En total, se estima que
aproximadamente el 82% de los miembros de la IWPA eran trabajadores de cuello
azul; el 18% eran trabajadores de cuello blanco, y de ese sector, tan sólo un
1% estaba en ocupaciones de alta profesionalización [24] .
Era un movimiento eminentemente nacido de las entrañas de un pueblo explotado y
pobre. Pero aún cuando la inmensa mayoría de los jornaleros y obreros sin
calificación en Chicago estaban desorganizados (política y laboralmente), el
anarquismo tenía fuerte llegada a esos sectores y mantenía capacidad de
convocatoria y de movilización entre ellos mucho mayor que lo que se deduce de
las estadísticas de militancia activa.
Todos los grupos adherían al programa desarrollado en el Congreso de Pittsburgh y elegían un secretariado que era rotativo cada seis meses, para enfatizar la participación del conjunto de la organización y la democracia interna -adelantándose al sindicalismo revolucionario impulsado por los libertarios desde finales del siglo XIX, entendían a la organización revolucionaria como un laboratorio en el cual se ponían en práctica los principios que habrían de regir la vida futura: “¿Cómo podría esperarse que una organización autoritaria engendre una sociedad igualitaria y libre? (...) La Internacional, embrión de la sociedad humana futura, debe ser desde el primer momento la imagen fiel de nuestros principios de libertad y federalismo, y rechazar de su seno cualquier principio conducente al autoritarismo y la dictadura” [25] . La organización llegó a tener en Mayo de 1886 más de un centenar de grupos, con un promedio de 50 militantes cada uno [26], pero con algunos grupos llegando a sobrepasar los 200 militantes [27] . Estos grupos, se concentraban en la zona nororiental que hemos mencionado, pero también existieron grupos en Denver, San Francisco, Nuevo Orleans, los centros mineros de Pensilvania, Michigan, etc [28]. Aunque es difícil saber exactamente cuántos militantes activos tenía la organización, Paul Avrich calcula que en 1883 habría nacido con unos 2.000 militantes y que a fines de 1885 habría alcanzado unos 5.000 militantes, llegando a tener unos 15.000 colaboradores [29]. En Chicago, que era la plaza fuerte de la IWPA, se estima que en 1886 la organización habría contado con unos 2.500 militantes activos y con un número mucho mayor de simpatizantes, muy probablemente 10.000 [30] , que se expresa en su capacidad de convocar movilizaciones multitudinarias [31] –el anarquismo se convertía así en el polo de atracción de los elementos revolucionarios e inconformes en Chicago, constituyéndose en el principal referente de izquierda. Hacia 1884, las filas del SLP se reducían hasta poco más de un centenar de militantes, mientras el anarquismo crecía imparablemente, fuerte y combativo [32].
Un elemento fundamental, que vertebró al movimiento anarquista, fue la prensa: ella no solamente sirvió de canal de expresión y de agitación, escrita en un lenguaje provocativo, directo y sencillo; además, fue un importante sustento para la vida organizativa, siendo el punto en que se congregaban las diferentes visiones y experiencias que constituían el movimiento. Esta prensa, obrera y libertaria, fue políglota, al igual que el movimiento: la IWPA tuvo 14 órganos oficiales, 9 en alemán, 2 en inglés, 2 en checo y 1 en danés [33] . De ellos, solamente uno fue diario, el periódico alemán Chicagoer Arbeiter Zeitung (Periódico Obrero de Chicago), cuyo editor era Albert Spies. Michael Schwab también cumplía labores editoriales en ese periódico y Adolf Fischer trabajaba como tipógrafo. Este diario tenía, además, una edición dominical enfocada a la cultura, Die Fackel (La Antorcha) y una del día sábado Der Vorbote (El Heraldo). Estas tres publicaciones nacieron de la mano de la social democracia y luego se pasaron al campo anarquista. Otros periódicos de lengua alemana eran el Freiheit (Libertad) editado por Johann Most en Nueva York, Die Parole(La Consigna) de St. Louis, Die Zukunft (El Futuro) de Filadelfia, New England Anzeiger (El Informador de New England) de New Haven, el New Jersey Arbeiter Zeitung (Periódico Obrero de New Jersey) de Jersey City Heights y el mensual Die Anarchist (El Anarquista), editado en Chicago por Engel y Fischer, del cual tan sólo aparecieron cuatro números entre Enero y Abril de 1886. Este último periódico fue fundado por una base en Chicago que consideraba que el Arbeiter Zeitung no era lo suficientemente radical [34] . En danés apareció el Den Nye Tid (
La prensa tuvo una importancia formidable: en Chicago, el Arbeiter Zeitung producía 5.780 copias todos los días, Die Fackel y Der Vorboteproducían 12.200 y 8.000 copias semanales en 1886. The Alarm producía tres mil copias quincenalmente en 1886 y del periódico checo Budoucnostse editaban 1.500 copias semanales. Periódicos como Lampcka y Der Anarchist tenían publicaciones muchísimo más modestas, de algunos cuantos centenares de copias. El número de copias, debemos recordar, es una subestimación del número total de lectores de estas publicaciones, puesto que la mayoría de ellas circulaban ampliamente de mano en mano [36] . Junto a estos periódicos, se repartía abundante material de propaganda en forma de libros y folletos: durante 1885, como habíamos dicho, se distribuyeron en diversas lenguas 200.000 copias del Manifiesto de Pittsburgh, 25.000 copias del Manifiesto Comunista de Carlos Marx y Friedrich Engels, 10.000 copias de un folleto muy popular de Lucy Parsons titulado “A los Vagos” [reproducido en el anexo], 5.000 copias de folletos de Johann Most y más de 6.000 libros que incluían títulos de Bebel, Lasalle, Marx, Bakunin y Reclus entre otros. En total, se habían vendido 387.527 obras [37] . Esto da una buena idea de la amplia circulación y el interés existente en las ideas revolucionarias en aquel contexto.
Miembros de la IWPA, cansados de ver al movimiento sindical
avanzar con pies de plomo y esclavo de las premisas ideológicas de la clase
dominante en su desarrollo, se dedicaron a estimular sindicatos “progresistas”
que tenían una orientación más radical, favorecían la acción directa y no
temían a la convocatoria a huelgas. Es así como en Febrero de 1884 se llama a
fundar la Central Labor
Union (Central Sindical
Obrera, CLU) en Chicago (ya existía una de igual nombre y similares principios
en Nueva York); esta se constituye en Junio de aquel mismo año con ocho sindicatos
“progresistas” [38], los cuales
llamaron a “la rebelión, en todo el país, de la clase expoliada, en contra
de las instituciones económicas y políticas”[39]. Esta organización adoptó
la organización de base y horizontal de la IWPA, con cargos rotativos y
asambleas de base resolutivas, también adoptó como declaración propia el
Manifiesto de Pittsburgh y sus métodos y fines eran abiertamente
revolucionarios. El secretariado de la CLU se reunía en los mismos locales que
la IWPA y convocaban conjuntamente a manifestaciones y actividades sociales. La
mayoría de los dirigentes de la CLU eran también militantes de la IWPA, aunque
había algunos que pertenecían al sector de izquierda del SLP. El historiador
Paul Avrich revela que de los 400 miembros del sindicato progresista de
carpinteros, casi todos eran anarquistas o simpatizaban con el anarquismo [40]. Esto es prueba de lo hondo que
el movimiento libertario supo calar en la clase trabajadora de esos años. En
1886, la CLU contaba con 24 sindicatos, incluidos los 11 más importantes y
numerosos de Chicago, agrupando a una masa activa de 28.000 obreros en la
ciudad [41].
Junto a su partido revolucionario, a su prensa y a su organización sindical, los elementos revolucionarios tenían una rica y vibrante vida cultural y social, que abarcaba al conjunto de la familia, mediante la existencia de sociedades de beneficencia y apoyo mutuo, grupos de teatro, coros, bandas musicales, escuelas dominicales para los niños, asociaciones de gimnasia y diversas festividades, desde bailes y picnics, hasta celebraciones en grande de eventos como la Comuna de Paris, o las marchas, que eran ocasiones en que también acudía el conjunto de la familia y en las cuales el elemento revolucionario ostentaba todo su poderío mediante el despliegue de sus emblemas, la procesión organizada de los militantes y de las compañías armadas de auto-defensa obrera. Esta vida social, más que nada, demostraba el afán anarquista de mejorar no solamente las condiciones materiales, sino también morales, de existencia de la clase obrera. Este movimiento, dice Bruce Nelson: “De las divisiones etno-culturales, linguísticas, de oficio, de género y de especialización producida por la industrialización acelerada, los anarquistas forjaron un sentido de solidaridad de clase (...) Con un programa de eventos que eran públicos y visibles, los socialistas y anarquistas alimentaron una cultura que era confrontacional y agresiva. Tanto el movimiento como su cultura eran auto-concientes y con conciencia de clase. Más aún, este movimiento amenazaba con infectar al conjunto de la clase trabajadora” [46] .
Ese temor a la “infección” revolucionaria de la clase trabajadora, ese miedo a la fuerza organizada del elemento libertario, explican la violencia y la histeria con la cual la plutocracia yanqui procedió a reprimir al conjunto del movimiento durante su clímax en
Desde la década de 1870 diversos intelectuales y algunos reformistas con simpatías por los trabajadores venían planteando la necesidad de instaurar una jornada de ocho horas mediante el parlamento y no mediante la acción misma de los trabajadores. Algunos socialistas y dirigentes sindicales asistieron a algunas conferencias en torno a esta cuestión (entre ellos, Albert Parsons), pero no se sacó nada en limpio de esto. Hasta que en Octubre de 1884
Sindicatos conservadores, temerosos de los disturbios, y los KoL miraron con recelo este llamado; estos últimos, por principio se oponían a las huelgas, aún cuando las bases locales de los KoL hayan participado y animado muchas de ellas. En un primer momento, los anarquistas y la IWPA también se opusieron a este movimiento, algunos en base a una argumentación principista. Decían que con esta reforma se buscaba frenar al movimiento revolucionario, que la revolución inminente no debía retrasarse, que esta reforma parcial era una manera de domesticar a la clase obrera. Otros, como Parsons y Spies, consideraban que era una batalla perdida. En palabras de Spies en un artículo suyo publicado en The Alarm el 5 de septiembre de 1885: “No somos antagónicos al movimiento por las ocho horas –ya que constituye una lucha social; sencillamente predecimos que es una lucha perdida” [47] .
Pero a fines de 1885 los ánimos comenzaron a cambiar, primero en
los compañeros más permeados y experimentados en la lucha sindical, como
Parsons, Schwab, Fielden y Spies, después en el resto. La influencia de la CLU
fue decisiva: la clase obrera en su conjunto asumió esta lucha y arrastró con
ella a los principales dirigentes anarquistas. El movimiento anarquista
demostró en esta ocasión la clave de su éxito: que no solamente predicaba su
credo, sino que también aprendía de la clase trabajadora, era un movimiento
abierto, que escuchaba, libre de dogmatismos y que no reemplazaba la lucha de
clases viva con argumentos recalentados de teoría muerta. En fin, era un
movimiento que se constituía a sí mismo en el proceso de lucha.
Los anarquistas esperaban que la reforma, de ser conquistada mediante la lucha, abriera las puertas a una serie de victorias obreras que llevarían al socialismo. Otros creían que la oposición burguesa provocaría el esperado levantamiento armado de la clase obrera. Y otros veían en esta reforma una especie de escuela práctica para demostrar la futilidad de las reformas a la vez que los trabajadores ganaban experiencia en
Mientras los KoL –que se habían sumado de mala gana al movimiento y por presión de las bases más que de los dirigentes- y los sindicatos conservadores pedían, tímidamente, ocho horas de trabajo y sueldo equivalente a esas 8 horas, los anarquistas y la CLU exigían 8 horas sin reducción salarial por menor número de horas. El estilo confrontacional de los anarquistas no era ineficaz: el 1º de Mayo de 1886, sin necesidad de iniciar la huelga, diversas empresas en Chicago ya habían otorgado la jornada de ocho horas a 47.500 obreros, algunos habiendo logrado hasta un aumento salarial. Otros 62.500 obreros se fueron a huelga en Chicago, la inmensa mayoría haciéndose eco de las demandas de la CLU y de la IWPA, de ocho horas de trabajo con igual salario que según la jornada previa [49] . Pocos días después la huelga era total y abarcaba a 80.000 asalariados en la ciudad [50] .
Esta huelga fue una impresionante demostración de la fuerza del movimiento obrero organizado en los EEUU, donde más de 300.000 obreros abandonaron su puesto de trabajo, pero particularmente en Chicago. Es imposible que la huelga haya tenido la fuerza que tuvo sin la decisión y el apoyo que otorgaron al movimiento los anarquistas, quienes se convirtieron en los principales promotores de
“Los trabajadores alemanes y bohemios se hayan absolutamente organizados y armados y lucharán para obtener sus objetivos. [Varios gremios]ya han obtenido la jornada de ocho horas, Los KoL son fundamentalmente estadounidenses e irlandeses (...) ellos se contienen y toman lo que les den, mientras que los alemanes y bohemios van a tomarse lo que ellos mismos quieren” [52] .
Sin embargo, y pese a los preparativos oficiales (la policía recibió nuevos hombres y nuevos “juguetes”), la huelga fue del todo pacífica. Era la calma que antecedió a la tormenta: como hemos señalado, todo movimiento obrero, toda actividad huelguística, era acallada mediante la más brutal represión. Diversas huelgas en el Estado de Illinois y en Chicago mismo, en el período 1884-1886, habían enfrentado una brutal represión. Por ejemplo, en Mayo de 1885, en Lemont, un grupo de huelguistas de una cantera local, fueron acribillados por la milicia: al menos dos obreros murieron y varios más fueron heridos gravemente, mientras el resto eran pasados por el garrote y la bayoneta [53] . Esta misma escena se repitió en numerosas otras ocasiones y todos estaban concientes de que la violencia podría desatarse con la menor provocación.
Tal provocación ocurrió el 3 de mayo, con la represión a los obreros de
La manifestación de Haymarket no tuvo el carácter masivo que los convocantes esperaban: en parte, porque el 4 de mayo fue un día agitado en el cual hubo múltiples enfrentamientos entre la policía y los huelguistas; en parte, porque ese mismo día había otras manifestaciones públicas convocadas, y en parte, porque el negro cielo amenazaba con lluvia. Creo que también influyó que la manifestación fuera convocada sobre la hora, sin especificar quién convocaba ni quién hablaría en ella: se decía que habría buenos oradores y que era convocada por el “comité ejecutivo”, sin especificar de qué. Con todo, se reunió una muchedumbre de unas 3.000 personas, quienes fueron arengados por Spies, Parsons y Fielden. Cuando éste último estaba a punto de terminar su arenga a las 10:30 de la noche, debido a que parecía que llovería en cualquier momento, y cuando no quedaban más de 300 asistentes, apareció, súbitamente, una patrulla de 175 policías bajo el mando del inspector Bonfield, dando orden de que la manifestación fuera suspendida. Fielden protestó diciendo que la manifestación era pacífica, el Capitán Ward insistió prepotente y agresivamente en que la manifestación fuera suspendida, a lo cual un asistente no identificado respondió arrojando una bomba que mató instantáneamente a un policía, dejando heridas a varias decenas de ellos. La policía, confundida, respondió disparando atolondradamente, a lo cual algunos obreros respondieron con tiros, pero la mayoría sencillamente arrancó y trató de salvar su pellejo ante la lluvia de balas policiales. Al final de esta escena, que duró tan sólo un par de minutos, yacían en el suelo más de sesenta oficiales heridos (la mayoría de ellos por las balas de sus propios camaradas que disparaban atolondradamente) y uno muerto. Posteriormente, la cifra de muertos en la policía sería de siete oficiales muertos. Del lado de los trabajadores, se estima que murieron entre cuatro y ocho, aún cuando jamás se sabrá a ciencia cierta [57] .
¿Quién arrojó la bomba? Hay quienes afirmaron que la bomba había sido arrojada por un agente provocador o por un detective, idea defendida por Albert Parsons en su famoso discurso ante la Corte del Estado de Illinois opinión [58], y opinión que sostuvo su esposa Lucy Parsons hasta el fin de sus días [59]. Más parece ser que la bomba fue arrojada efectivamente por un anarquista, sobre el cual se ha especulado bastante, pero cuya identidad jamás se ha establecido [60]. Sea como fuera, los anarquistas defendieron, aún ante la tragedia que se desencadenaría con este fatídico suceso, la moralidad de aquella bomba arrojada a una fuerza policial que por años había atormentado a la clase obrera. En su juicio, Spies declaró: “Si yo hubiera arrojado la bomba, o hubiera instigado a que fuera arrojada, o hubiera sabido que esto ocurriría, no vacilaría un solo momento en reconocerlo. Es cierto que se perdieron unas cuantas vidas –y que muchos fueron heridos. ¡Pero también se salvaron cientos de vidas! De no haber sido por esa bomba, habría habido cien viudas y cientos de huérfanos, en vez de unos pocos como ahora” [61] . Haciéndose eco de esta opinión, George Engel declaró que “creo firmemente, que si aquel desconocido no hubiera arrojado la bomba, al menos 300 obreros hubieran sido asesinados o mal heridos por la policía (…) ellos pretendieron masacrar a los obreros, pero las cosas se dieron de otra manera” [62] . Otros anarquistas se expresaron de idéntica manera, entre ellos, Johann Most quien dijo que ese bombazo se justificaba legalmente como autodefensa y que en un sentido militar, había sido excelente [63] . Para ellos, este fue un chispazo de justicia en medio de varios golpes mortales recibidos durante años.
La persecución (…)
El Movimiento Popular después de los Mártires
Uno de los efectos que tuvo la prolongada ola de persecución y represión para el movimiento en Chicago es que, aún cuando el martirio de los anarquistas propagó las doctrinas revolucionarias y libertarias como nunca antes, muchas de las energías y de las capacidades organizativas del movimiento anarquista en esa ciudad, que hasta entonces se habían utilizado exclusivamente en tareas de agitación y organización revolucionarias, se volcaron a las tareas de supervivencia del movimiento, tales como los comités de defensa y asistencia legal [110] . Esta dificultad ya la había advertido el mismo Fischer durante una visita de Lizzie Holmes a la cárcel: “Ustedes no están haciendo nada, al parecer han abandonado completamente su labor solamente porque nosotros estamos en la cárcel”. Cuando Lizzie Holmes respondió que no querían hacer nada que pudiera complicar la situación legal de los condenados, Fischer respondió vehementemente “¡Bah! ¿Entonces van a abandonar toda actividad porque los capitalistas tienen a unos cuantos de los nuestros tras las rejas? Entonces jamás volverán a hacer nada, pues desde ahora en adelante está claro que se encargarán de tener siempre a unos cuantos tras las rejas. ¡Les digo que es ahora cuando hay que dar la batalla!” [111]
Esto, sumado a la desaparición física de los más dinámicos organizadores y dirigentes del movimiento anarquista en Chicago, significó que esta ciudad dejara de ser el centro más importante para el movimiento y que este rol lo asumiera Nueva York. Sin embargo, el movimiento libertario siguió siendo significativo e importante por mucho tiempo en esta ciudad, aún cuando la IWPA perdería mucho de su impulso tras la sistemática y prolongada represión desatada en 1886 [112] , reduciéndose a los círculos de alemanes, los cuales perderían ascendiente en el movimiento revolucionario local, con el ascenso, hacia 1890, de otras comunidades inmigrantes como los italianos, polacos y judíos [113] . Entre estas nuevas comunidades inmigrantes, Most, representante de esa generación militante de 1886, logró gran popularidad y sirvió así de puente entre ambos movimientos libertarios. Pero aún cuando Chicago haya perdido su lugar central relativo en el movimiento, se puede afirmar que el legado de los mártires hizo avanzar enormemente, tanto a nivel local, como nacional (y aún internacionalmente, como se demuestra en este libro) la causa revolucionaria.
El movimiento por la jornada de las ocho horas fue una víctima momentánea de la ola represiva que desde Chicago se expandió a toda Norteamérica: como habíamos mencionado, miles de trabajadores en Chicago obtuvieron la jornada de ocho horas mediante la huelga de Mayo y otros miles la habían obtenido aún antes de la huelga, incluso, con aumento salarial. En todo el país, se estima que 185.000 obreros del total que había ido a huelga, conquistaron la jornada de 8 horas, mientras otros 200.000 vieron sus jornadas laborales reducidas a 9 ó 10 horas, o vieron la introducción de descansos los fines de semana, etc. [114] . Sin embargo, durante los meses de represión generalizada que siguieron a los sucesos de Haymarket, la patronal se apresuró a tratar de revertir las conquistas de los trabajadores, y en muchos casos, lograron terminar con la jornada de ocho horas, aunque los trabajadores en general no volvieron a trabajar nuevamente las agotadoras jornadas de antes del 1º de Mayo de 1886. Más aún, es una verdadera proeza que en medio de la mayor reacción patronal, a fines de 1886, aún 15.000 obreros en Chicago conservaban la jornada de 8 horas [115]. El movimiento por las 8 horas en los EEUU dejaba de ser un movimiento organizado a nivel nacional:
Aunque durante algunos años posteriormente al asesinato de los mártires el 11 de Noviembre se convirtió en un día de protestas de los anarquistas en Chicago y en otras ciudades de los Estados Unidos, desde 1890 el primero de Mayo se convirtió en el día en que todas las vertientes del movimiento obrero se unieron en una sola voz de protesta.
La herencia militante de Chicago
Si bien es cierto que con la represión al anarquismo y sus consecuencias -declive de la IWPA y pérdida de organizadores y líderes destacados-, hubo un reflujo en el sindicalismo combativo [118] , pasando la hegemonía en el sindicalismo al elemento conservador (la AFL, cuyo líder Gompers reflejaba su ideología pro-empresarial en su famosa frase “el peor crimen en contra de los trabajadores es que su compañía no obtenga ganancias”), esa herencia militante seguirá viva [119] y renacerá en 1905 en los Trabajadores Industriales del Mundo (IWW), que al igual que la IWPA y la CLU dos décadas antes, supieron atraer a sus filas al proletariado no calificado, a los jornaleros y peones, y supieron hablar en un lenguaje claro y franco a una clase obrera multicultural e internacional. Al igual que la IWPA no ocultaron la necesidad de los trabajadores de defenderse de la represión, no ocultaron sus fines revolucionarios, su práctica estaba en abierta confrontación al sistema y agitaron entre los obreros las banderas de la acción directa. Al igual que la IWPA sostenían que la organización obrera tenía que servir de modelo para la construcción de la sociedad futura. Para hacer este vínculo tan explícito como fuera posible, la IWW fue fundada en 1905 en la ciudad de Chicago, en uno de los locales que dos décadas antes habían sido lugares frecuentes de reunión de la IWPA (el Brand’s Hall) y una de las oradoras de la convención fue ni más ni menos que Lucy Parsons, viuda de Albert Parsons y destacada militante sindical y anarquista. El padre de otro de los fundadores de la IWW, Joe Ettor, había sido herido durante la protesta de Haymarket. Luego de la convención hubo una procesión al mausoleo de los Mártires de Chicago.
La importancia de esta organización no puede ser subestimada: la IWW reunió a los elementos revolucionarios en el movimiento sindical (marxistas, anarquistas, sindicalistas revolucionarios) y lograron convocar a amplias masas obreras, atraídas por su entusiasmo, su militancia, su entrega a la causa obrera y sobretodo, por un programa de acción directa que entregaba beneficios tangibles a una clase trabajadora brutalizada y súper explotada. Llegaron en
“Una de las primeras y más encarnizadas huelgas de los IWW ocurrió en McKee Rocks, Pensilvania, en Julio de 1909. Violenta y sangrienta de principio a fin, esta insurrección de dos meses sentó el precedente de la militancia de los IWW por muchos años más (...)
Tras el asesinato de Harvath, el comité de huelga se reunió para idear mecanismos de protección para que los obreros no volvieran a sufrir ataques semejantes de manos de estos pistoleros. Entonces, lanzaron un ultimátum diciendo que aplicarían el ‘ojo por ojo’ (...) El comité de huelga dio aviso al jefe de policía que por cada obrero metalúrgico asesinado se quitaría la vida a un ‘Cosaco’. Luego, añadieron que no serían selectivos a la hora de elegir al pistolero al cual escarmentar. Por un par de semanas hubo una reducción notoria de la violencia en contra de los huelguistas. Hasta que el 29 de agosto, un grupo de obreros fueron atacados, muriendo uno de ellos en la refriega.
La venganza fue inmediata –y terrible. Se asesinó a cinco guardias y pistoleros de
Pero al igual que los Mártires de Chicago dos décadas, los IWW
antes sufrieron de una represión feroz y de una violencia de clase difícil de
imaginar: los horrendos linchamientos de Frank Little (1917) y Wesley Everett
(1919), el fusilamiento de Joe Hill (1915), el encarcelamiento de sus
dirigentes y la constante persecución de la organización, etc., son testigos del
odio de clase que se generó en la plutocracia de EEUU. A veces, esta dinámica
de violencia patronal motivó, como en McKee Rocks, respuesta por parte de los
trabajadores, convirtiéndose la dinamita y el sabotaje en armas bastante
utilizadas por los sindicatos norteamericanos durante las primeras décadas del
siglo XX, muchas veces con resultados favorables a los obreros [121] . Más tarde, la persecución a los
anarquistas llevó a la silla eléctrica a los anarquistas italianos Niccola
Sacco y Bartolomeo Vanzetti en 1927, otro caso que también despertó la
solidaridad internacional y movilizaciones masivas, despertando sentimientos
semejantes a los que se habían despertado casi medio siglo antes por el caso de
los Mártires de Chicago.
Es de destacar que estos son los actos más
emblemáticos de la brutalidad yanqui, pero que detrás de cada uno de estos
mártires célebres hay cientos y miles de mártires anónimos, asesinados por
pistoleros o por la
milicia. La historia de la violencia de clase en los EEUU
siguió por las décadas siguientes: el macartismo en los ‘50, la persecución a
los comunistas, a los activistas por los derechos de los afroamericanos, la
cacería de los “Panteras Negras” en los ‘60, todo demuestra que los límites
para los movimientos de cambio social en EEUU son extremadamente limitados,
pese a toda la palabrería hueca sobre las “libertades” y la “democracia”
yanqui. Cada movimiento significativo de cambio social, que amenazara en lo más
mínimo al status quo,
enfrentó en los EEUU una violencia completamente demencial por parte del
“establecimiento”. La violencia acompañaría inevitablemente la lucha de clases
en los EEUU por muchas décadas, hasta la supresión, por media de la fuerza
bruta del movimiento popular en la
“Tierra de la Democracia y de la Libertad”.
José Antonio
Gutiérrez D.
3 de marzo, 2010
Notas(..)
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=226063a
persecución
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