Constelación del
Común
Cuarenta y cinco
iniciativas
que ponen la vida
en común en el centro
3 de febrero de 2020
Por Patricia Manrique
El Salto
”En común” se ha
convertido en la referencia que mejor define las alternativas actuales al
neoliberalismo. La Constelación de los Comunes, un proyecto audiovisual y un
libro, ambos libres, muestran la realidad de casi 50 proyectos que ponen la
vida en común en el centro.
No parece descabellado proponer que
“común” sea uno de los términos —si no ‘el’ término— que mejor toma el pulso a
la transformación social en marcha en este milenio —recogiendo una demanda
pendiente de siglos anteriores—, en la medida en que rubrica la oposición a la
ideología neoliberal cuyo individualismo, y la competición sin tregua que lo
acompaña, es cada vez más contestado. No hay feminismos, ni lucha contra la emergencia
climática, ni antifascismo, ni reclamos de democracia política y económica que
puedan ser conjugados hoy sin la referencia a la centralidad de lo común. Solo
desde ahí es posible poner la vida en el centro dado que la propia vida es,
como no se cansa de repetir buena parte del pensamiento contemporáneo, en
común. Para María Ribero, “hace tiempo que pasó la hora de la resistencia y llegó la hora del crecimiento”, y lo dice en calidad de integrante, en su caso como madre, del proyecto educativo del CEIP Vital Alsar, un colegio público que desde 2012 ensaya otro modo de hacer de la escuela “un espacio diferente de aprendizaje común”, en palabras del director de la misma, Fernando Diego, implicando a padres y madres, profesorado y alumnado. Ribero es una de tantas personas inmersas en proyectos comunitarios que buscan cubrir necesidades esenciales poniendo por delante el buen con-vivir y, por ello, es una de las muchas “estrellas” del archivo que la investigadora y profesora Palmar Álvarez-Blanco ha dado llamar Constelaciones del Común. Se trata de un proyecto de investigación de cinco años volcado en forma de herramienta digital de acceso libre y en un libro —abierto— editado en un proceso común con La Vorágine.
Las constelaciones del común
Bajo el título En ruta
con el común. Archivo y memoria de una posible constelación (2017-19),
Álvarez-Blanco presenta un archivo audiovisual de “experiencias comuneras y
comunidades de prácticas de orientación y aspiración anticapitalista y
autogestionadas”, con entrevistas —en vídeo y transcritas al castellano y el
inglés—a 45 proyectos de partida: una casa común a la que se vayan sumando
muchos más.
El equipo de trabajo que encabeza esta
burgalesa de nacimiento, catedrática en el departamento de español de Carleton
College (Minnesota, EE UU), ha dotado la herramienta, además de la zona de
entrevistas de los proyectos y la propuesta de “constelación” de los mismos —un
mapa relacional atendiendo a las temáticas que tratan—, de una zona de
protocolos que permita el crecimiento de la constelación con trabajos que
primen “el uso mancomunado y cooperativo, solidario y comprometido socialmente”
y con “valores de compromiso social contrarios al capitalismo”, por lo que pone
a su disposición contactos y pautas para poder “constelarse”.Asimismo, dispone de un “co-diccionario”, elaborado con contribuciones diversas y abierto a más con el objetivo de definir cooperativamente desde el amor a la sororidad, del Antropoceno al videoactivismo. Se ofrece también un “Aula Abierta”, en la que las personas dedicadas a la educación, formal y no formal, puedan aportar y tener acceso a actividades de clase,
así como sugerencias de libros, artículos, mapas, plataformas, vídeos… que abran lo común desde lo educativo, que lo inserten en la formación habitual permitiendo cambiar el sentido común individualista por un sentido común de lo común.
“Constelaciones del común” se presenta asimismo como un canal de difusión de conocimiento distinto al del circuito privado y a la lógica productivista, al tiempo que extiende una invitación al ámbito investigador universitario para pensar su actividad desde otro lugar. Una herramienta viva, pues para Álvarez-Blanco, “el archivo no tiene por qué ser solo un espacio de almacenaje de memoria—en muchos casos selectiva—, también puede ser un lugar para vincularse y debatir, un aula abierta, un territorio para soñar, colaborar, jugar, remezclar…”.
LO COMÚN EN EL CENTRO
Cada vez son más las
teorías y prácticas comuneras o sobre la comunalidad. Proliferan
en los últimos 50 años no sólo las investigaciones referidas a esta cuestión ya
sea desde la economía —desde Elinor Ostrom y su cuestionamiento de la tragedia
de los comunes, esa tesis falaz de que lo común se defenestra
irremediablemente—, el pensamiento —de Giorgio Agamben y Jean Luc Nancy o
Roberto Esposito a Virilio, Negri, Pal Pelbart, Dardot y Laval…—, los
feminismos —con el auge de los comunitarios, sobre todo suramericanos—... sino,
sobre todo, multitud de iniciativas prácticas de construcción de otros modos de
vida, que cuestionan la antroponomía neoliberal y sus procesos de
subjetivación, que frente a la lógica capitalista, optan por lo cocreado,
compartido y cocuidado, y por el valor de la convivencialidad. “El hombre
reencontrará la alegría de la sobriedad y de la austeridad, reaprendiendo a
depender del otro”, escribió Ivan Illich, “en vez de convertirse en esclavo de
la energía y de la burocracia todopoderosa”.
A poner lo común en el centro del sentido
común es a lo aspira con su proyecto Rosa Jiménez, promotora de La
Escalera (Madrid), uno de los proyectos constelados y grupo de investigación
en el ámbito de los cuidados que facilitó procesos de rehabilitación afectiva
de varias comunidades en Madrid por iniciativa de alguna o varias de sus
vecinas. Jiménez habla de la facilidad que para la tarea aporta cierta
“nostalgia de lo común” aún presente en muchas personas: “Es fácil apegarse a
lo que propone La escalera, al menos aquí en España, porque los que tenemos en
torno treinta años, muchos de nosotros, nos hemos criado en una escalera en
cierta medida. Que la vecina se hiciera cargo de ti en los 80-90 era muy
habitual”.Para Jiménez se trata, aunque lo dice con cierta timidez, de micropolítica, ya que “es un espacio doméstico, privado” pero es “donde hemos hecho recaer tantas cosas importantes y fundamentales a nivel político, todas las que tienen que ver con los cuidados”. Y es desde el conocimiento de las virtudes vitales de un modelo comunitario, de su utilidad para el Buen Vivir, desde donde trabajan, al igual que buena parte de los proyectos constelados.
VIVIR DE OTRA MANERA
Trabensol, por su parte,
es un proyecto de covivienda de adultos mayores en Torremocha del
Jarama (Madrid), también estrella de la Constelación. Allí
moría hace poco Antonia, una de sus habitantes, pero lo hacía apoyada hasta el
último día por sus compañeros y compañeras, que la sacaron a pasear cada día
pese al deterioro de su salud: algo a lo que no se puede aspirar en buena parte
de las “residencias de ancianos”, algunas masificadas y con personal cuidador
en condiciones precarias. Trabensol es una forma de afrontar en común esa etapa
de la vida que, autogestionada, decidida por sus protagonistas, podría ser la
mejor, libres ya del yugo del trabajo asalariado. ¿El objetivo final? “La
felicidad, la alegría de las personas socias, su bienestar es lo principal”,
explica Pilar Ruisánchez. La experiencia es pionera por lo que “vamos
improvisando y a la vez, inventando”, explica Jaime Moreno, miembro del
proyecto desde el principio. No sólo comparten conocimientos ente ellos, sino
que han abierto sus instalaciones a los vecinos y vecinas del pueblo,
respondiendo con cordialidad y apertura al aislamiento que se impone como
inercia social a los adultos mayores.
Como Trabensol, todos ellos son una
respuesta a la pregunta política por excelencia: “¿En qué tipo de mundo
queremos vivir?”. Desde ahí, proponen y promueven un buen sentido aspirante a
sentido común: “Todas estas comunidades contestan desde la práctica con una
pluralidad de propuestas y de ensayos de fórmulas creativamente revolucionarias
en el sentido de que validan otras maneras de entender la propiedad, el
gobierno de la cosa pública, el trabajo, las relaciones, los cuidados, las
transacciones comerciales, la educación, etc”, subraya Álvarez-Blanco. Igual
que Moreno, de Trabensol, María
González, del Arenero, apunta que lo suyo fue “una respuesta de cuidado
para esto tan importante que es cuidar a los niños y a las niñas pequeñas”, y
que surgió debido a “una búsqueda para dar respuesta a algo que no
encontrábamos en el sistema”. En la mayor parte de los casos, no se trata de una propuesta teórica sino práctica, una experiencia DIY —Do it yourself , hazlo tú misma— atenta a las potencialidades además de las carencias de sus situaciones vitales, que las impulsa a pensar en común y a investigar en experiencias similares para, finalmente, elaborar propuestas, cada una adecuada a su situación. La existencia de otros proyectos y el apoyo de la comunidad es un refuerzo determinante, pues en muchos casos son experiencias inéditas: “No estamos solas, están las familias que estaban antes, está el Instituto, está el Centro de Mayores, están las personas del huerto, está la gente que va al parque todos los días y nos ve... y eso va creciendo, nos hace fuertes y nos hace capaces de creernos estas alternativas”, explican desde El arenero.
Improvisación virtuosa
Todas estas experiencias
comuneras se caracterizan, así, por ser eminentemente prácticas y
existenciales. Porque muchas de ellas no fueron diseñadas “con papel y lápiz”,
como el CEIP San José Obrero, según explica su director, Miguel
Rosa. En este colegio abierto a la comunidad, gracias a su tratamiento
individualizado de los chavales y chavalas que han ido llegando hasta él, la
diversidad se ha convertido en un patrimonio y motivo de orgullo. Su auténtica
constelación del común, o la de proximidad al menos, es el barrio sevillano en
que está ubicado, al que se ha ido abriendo desde 1997. Fue entonces cuando,
debido a la entrada en el colegio de un contingente de alumnado de etnia gitana
decayó la matrícula, pero el director y el equipo no se dejaron amedrentar por
el racismo y la falta de estructuras abiertas y se pusieron manos a la obra. Hoy son una
referencia estatal por su inclusividad y la fuerte implicación de padres y
profesores, pese a que la LOMCE, con su competitividad neoliberal, y los
recortes se lo han puesto difícil, pero no piensan rendirse y cuentan con
apoyos de sobra.
Por tanto, se trata de iniciativas que no
surgen de lo abstracto, de un común definido teóricamente al que la realidad se
haya tenido que adaptar, sino que surgen de comunes sensibles, concretos,
perceptibles, vitales, existenciales. Gente que une su vida a su militancia y/o
compromiso, personal lo político y político lo personal, y arranca alternativas
que le permiten una vida mejor. Y no son complementarias, son el centro de sus
vidas: no hay más que ver o leer las entrevistas.
Micropolíticas de la felicidad
Para su promotora, los
testimonios recogidos conforman, en resumen “sin romanticismos, pero un
horizonte propositivo de buenas noticias que, a la vez, celebra los éxitos y
alimenta con historias comunitarias el motor de la ilusión”. Así lo refiere,
entre otras, Mireia Mora, integrante de
La Tremenda, una cooperativa feminista de gestión cultural y social sin
ánimo de lucro para quien “el objetivo de todo esto era no depender de personas
que no nos garantizaban la felicidad y que nos iban a exigir más y más y más
para ganar más dinero ellos, no nosotras”. Hay un claro empeño en ser felices,
lo que no es políticamente menor.
En la mayoría de los casos se trata, como
señala Álvarez-Blanco, de proyectos “poliéticos”, porque “una posición
política, cultural, ecosocial, existencial a la contra de la complicidad
predominante con el sistema capitalista tiene que ser ética”: se trata de
ethos, de modos de habitar siempre en marcha, ensayos cotidianos. Y, tal vez
debamos dejar de ver los proyectos de este tipo como algo reactivo o defectivo
y entenderlo como una forma de riqueza y felicidad. Sus integrantes comunican
justamente eso. Con tal fin, Isidro Jiménez, de Consume Hasta Morir, espacio autónomo de experimentación y un laboratorio ligado a la comisión de consumo y al área de consumo de Ecologistas en acción, señala que, con sus campañas de denuncia del consumo desmedido, pretenden “intentar defender un modelo de consumo que dé la vuelta a los valores actuales (…) porque ese estilo de vida nos da ansiedades y al final terminamos teniendo un estilo de vida que es una rueda de infelicidad”. Jiménez insiste en denunciar la “locura neoliberal” en la que habitamos, es que nos convierte en empresarios de nosotras mismas y convierte en invivibles nuestras vidas: “El sistema está haciendo aguas por todos lados, no genera más que infelicidad y parte de esa infelicidad bestial viene del saqueo y el expolio de otros sitios, y no saben cómo gestionarlo”.
Álvarez-Blanco defiende la
necesidad de “contrarrestar el clima cultural cínico, pesimista, escéptico,
apocalíptico… tan beneficioso al capitalismo por su capacidad para desarrollar
estados de ‘indefensión aprendida’”. Abrir una vía de salida de lo que Marina
Garcés ha denominado “condición póstuma”, al tiempo del «todo se acaba», al no
hay alternativas… y vivirlas dejando de obsesionarse por las soluciones
totales, asumiendo que la solución viene de lo local y concreto y de la
entreveración, de la “constelación de los comunes”. Mancomunar esfuerzos
“contra y más allá del capitalismo”—expresión de los comuneros Silvia Federici
y George Caffentzis— sin dejarse engañar por quienes llaman “covivienda” a la
precariedad habitacional o “economía colaborativa” a formas de esclavitud del
siglo XXI: no todo lo “co” es constelable y las estrellas de esta constelación
pertenecen a una galaxia ajena al “co” de Uber, Airbnb, Deliveroo o Glovo.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=265125
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