Democracia de baja intensidad
27 de febrero de 2020
Por Homar
Garcés (Rebelión)
En uno de sus libros, “Renovar la teoría crítica y
reinventar la emancipación social» Boaventura de Sousa Santos nos advierte
sobre la existencia de un tipo de democracia de baja intensidad en sintonía con
el afán de dominación característico del capitalismo neoliberal globalizado;
muy distante, por cierto, de la que se aspira de una manera ideal: «estamos
entrando en un proceso donde solamente tiene valor lo que tiene precio y, por
lo tanto, el mercado económico y el mercado político se confunden. Con eso se
naturaliza la corrupción, que es fundamental para mantener esta democracia de
baja intensidad, porque naturaliza la distancia de los ciudadanos a la
política: ‘todos son corruptos’, ‘los políticos son todos iguales’, etc., lo
cual es funcional al sistema para mantener a los ciudadanos apartados. Por ello
la naturalización de la corrupción es un aspecto fundamental de este proceso».
Uno y otro son aspectos que, aun cuando se quisiera, no podrían obviarse,
estando ambos tan estrechamente entrelazados. Esto nos obliga a concluir que
una democracia simplemente formal no es suficiente para que ella -la
democracia- exista realmente.
En correspondencia con dicho planteamiento, se
podría citar también lo afirmado por el historiador, ideólogo y activista
ecologista estadounidense Murray Bookchin, en cuanto a que «un pueblo cuya
única función política es elegir delegados no es para nada un pueblo, sino una
masa, una aglomeración de mónadas. La política, a diferencia de lo social y
estatal, implica la recorporalización de las masas en asambleas generosamente
articuladas, para formar un cuerpo político reunido en un foro, de racionalidad
compartida, de libre expresión y de formas de toma de decisiones radicalmente
democráticas». Sin un pueblo capaz de trascender el marco electoral
acostumbrado, la democracia decae y termina por ser (igual que la soberanía
popular) una mera referencia retórica que favorecerá, en un primer plano, a los
políticos profesionales mientras el común de la gente sigue a la espera del
cumplimiento de sus promesas electorales. Aparte de esto, se debe considerar
también que, henchido con unas herencias ideológicas que adquieren formas y
contenidos a través del comportamiento y los procedimientos administrativos habituales
de quienes controlan el poder, el Estado, en un amplio sentido, escasamente ha
servido para hacer realidad la democracia. Para lograr que ella sea algo menos
nebuloso y más concreto, los sectores populares han tenido que enfrentar
-muchísimas veces en las calles, con saldos trágicos, como antes en los campos
de batalla- a las clases y estamentos que ejercen (en su propio beneficio) el
poder constituido; cuestión que se mantiene latente en diversidad de países, en
una confrontación de clases que se busca disminuir mediáticamente,
presentándola como una elemental lucha reivindicativa y no como una rebelión
cuestionadora del orden imperante.
En la actualidad, esta democracia de baja
intensidad se manifiesta en la nulidad y/o la escasa influencia y poder de
decisión de un verdadero Estado de derecho en favor de la ciudadanía. Quien
carezca de suficientes recursos económicos y de relevantes contactos políticos
con los cuales sortear algún trámite engorroso, queda a merced de los caprichos
y del despotismo de la burocracia que integra dicho Estado, la que sólo se
activará si hay una “ayuda” de por medio. Asimismo, cuando el predominio
partidista se hace excesivo y abarca todo nivel organizativo de la población,
impidiendo en su seno el pluralismo y la autonomía que debieran caracterizarlo;
lo que origina el clientelismo político y, en consecuencia, la falta de una
práctica extendida de la
democracia. Ahora es cosa común que se busque infundir entre
los sectores populares la noción respecto a que únicamente bajo los cánones del
neoliberalismo económico sería posible vivir en democracia, por lo que las
decisiones fundamentales de la sociedad debieran yacer en manos de sus
representantes, a pesar de la explotación, la desigualdad y la injusticia que
todo ello significa; además de un creciente menoscabo de la libertad y de los
derechos ciudadanos. No obstante, también se aprecia en muchas naciones cómo
una gran proporción de movimientos populares se opone activamente en las calles
a esta especie de fundamentalismo político-económico que, desde hace décadas,
pretende arropar y dominar nuestro mundo; despojándolo al mismo tiempo de su
vasta diversidad étnico-cultural e imponiéndole un mismo estilo de vida.
Gracias a las luchas y a los reclamos que estos protagonizan, todavía es viable
lograr que exista una democracia de mayor profundidad, ejercicio y contenido,
con paradigmas distintos a los vigentes, en vez de resignarse a una democracia
de baja intensidad que nos escarnece en nuestra doble condición de ciudadanos y
seres humanos; lo que nos exigirá crear una ética y una moral que estén en
plena combinación con esta perspectiva.
Fuente: https://rebelion.org/democracia-de-baja-intensidad-2/
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