Hacia una racionalidad reproductiva-ambiental: Los
movimientos sociales contra las represas frente al discurso hegemónico del
desarrollo
NAZARET CASTRO BUZÓN
Universidad
Nacional General Sarmiento, Buenos Aires, Argentina
RESUMEN
Para
los movimientos que resisten contra las represas en América Latina, así como
para otras resistencias contra los emprendimientos extractivos, el territorio
es mucho más que la garantía de su subsistencia: encarna la posibilidad
misma de conservar modos de vida, de ser y hacer, que implican relaciones sociales,
costumbres y, en muchos casos, una cosmovisión que se enfrenta a la
mercantilización de la naturaleza que propone el sistema hegemónico. Este
trabajo parte del análisis de tres movimientos que resisten a proyectos de
infraestructura hidroenergética en Chile (Parlamento de Koz Koz), Colombia
(Asoquimbo) y Argentina (Mesa Provincial No a las Represas). ¿En qué medida
estos movimientos sociales proponen una alternativa a la racionalidad
instrumental que nos hace maximizadores de utilidad o beneficio? La
hipótesis propuesta es que estos movimientos están contribuyendo a la
construcción de una racionalidad reproductiva-ambiental, que sitúa en el
centro la reproducción ampliada de la vida, y no del capital.
Esta investigación se apoya en un extensivo trabajo de campo con
entrevistas, observación participativa y con análisis de fuentes primarias
y secundarias.
Donde nosotros vemos el río, ellos sólo
ven bajar los dólares
AFECTADOS POR LA REPRESA DE LA
SALVAJINA, COLOMBIA
Del discurso hegemónico del desarrollo a la construcción de una
racionalidad reproductiva-ambiental
Las
páginas que siguen pretenden demostrar este argumento: los movimientos
socioambientales que enfrentan proyectos hidroeléctricos no se limitan a decir
no a las megarrepresas, sino que proponen, en sus acciones y
narrativas, alternativas al desarrollo, frente a un discurso hegemónico
del desarrollo que ha relegado a la región al papel de proveedora de
recursos naturales al servicio de la reproducción del capital. Entre esos
aportes, es vital la concepción del territorio como portador de culturas,
lo que implica un llamado a la des-mercantilización de la naturaleza y los
recursos que alberga.1 Para demostrar este argumento, esta investigación
analiza las narrativas y las acciones de tres movimientos sociales:
a)
Asoquimbo, asociación de campesinos del departamento del
Huila (Colombia) que rechaza la central hidroeléctrica de El Quimbo, de la multinacional Enel-Endesa .
b)
Parlamento de Koz Koz, organización mapuche contraria a la
construcción de la represa de Neltume, también de Enel-Endesa, en Panguipulli
(Chile).2
c)
Mesa Provincial No a las Represas, que aglutina múltiples
organizaciones, de componente fundamentalmente urbano, con el objetivo común de
que no se construyan nuevas centrales hidroeléctricas en Misiones
(Argentina).
Los
casos de estudio fueron escogidos por varios factores: son casos
representativos de luchas contra las centrales hidroeléctricas en la región,
por los impactos que podrían suponer esas represas en los modos de vida de
estas comunidades; además, cada uno de los movimientos cuenta con un actor
colectivo diferente, y se trata de tres actores fundamen<tales en los
conflictos ambientales en América Latina, a saber: campesinos, indígenas y
movimientos asambleístas urbanos. Existen además una serie de elementos en
común entre estos tres movimientos: manejan discursos y narrativas en
torno al desarrollo; han implementado estrategias de lucha, como la
ocupación de tierras en el caso de Asoquimbo, o la reivindicación de la
cultura y la lengua mapuche en el Parlamento de Koz Koz; han creado medios
de comunicación alternativos; y han intentado articularse con las
resistencias a nivel nacional, regional e internacional.3
Mi
intención, desde un enfoque transdisciplinario, radicó en entender los aportes
conceptuales de estos movimientos, que pueden leerse como claves
de sentido para ser incorporadas por la academia, a fin de pensar nuevas
categorías en un contexto de crisis civilizatoria. Para ello, indagué en las
narrativas de estos movimientos, y en sus acciones y prácticas en tanto
comunican valores. Escogí una metodología cualitativa, desde una perspectiva
etnográfica,4 en
tanto pretendí «capturar el sentido que las personas dan a sus actos, a
sus ideas y al mundo que les rodea» (Murillo y Martínez, 2010), a través
de la observación de sus prácticas y de entrevistas en profundidad y no
estructuradas. Complementé el análisis con fuentes secundarias producidas
por los propios movimientos y divulgadas a través de sus webs, blogs y
páginas en Facebook.5
Una
última consideración antes de seguir. Mi llamado es a una apuesta por la
transdisciplinariedad, entendida como el cruce de saberes tanto
entre disciplinas como también con actores por fuera de la academia (Jahn
y otros, 2012). Parto además de la base de que, como científica social,
puedo ser rigurosa, pero no neutral; y escojo, por decirlo en palabras de Raúl
Zibechi, el lado de los oprimidos. Este posicionamiento me ha llevado a
incidir, en mi recorte, en los aportes de las resistencias a las represas
en la construcción de alternativas; esto no equivale a ocultar ni negar
las contradicciones internas que a menudo se dan en el interior de estos
movimientos, sino que supone escoger el recorte que, a mi juicio, más
puede aportar a la revisión crítica y a la superación de un modelo de
desarrollo que reproduce la injusticia social y lleva a la destrucción de
las fuentes de vida. En ese contexto debe entenderse también mi crítica a
la modernidad capitalista y eurocéntrica hegemónica, que de ningún modo
trata de negar los aspectos positivos de la modernidad, sino señalar cómo
«los puntos de vista que nos resultan más familiares son suscep-tibles, por esa
misma razón, de escapársenos», como advertía Hume (citado por Dumont,
1999: 31).
La disputa en torno a la noción de desarrollo
Esta
investigación parte de la identificación de un problema: el auge de la energía
hidroeléctrica en América Latina en los últimos años, que, por los profundos
impactos que sobre el territorio tienen las megarrepresas, ha provocado
conflictos socioambientales —o ecológico-distributivos— de alta
intensidad. Nos inscribimos dentro de la crítica al extractivismo que en
los últimos años han actualizado autores como Svampa (2012, 2013), Gudynas
(2009, 2012), Acosta (2009) y otros, y que apuntan a un cuestionamiento
profundo de un modelo de desarrollo —de maldesarrollo, como argumentan
Svampa y Viale (2014)— que deja la exportación de commodities como único
lugar de inserción posible para América Latina en el capitalismo de la globalización. Lo que
define al modelo es la escala y la intensidad de los proyectos, que
efectivamente han llevado a la reprimarización de las economías
latinoamericanas (Giarracca y Teubal, 2014), tanto en los países con gobiernos
de corte neoliberal, como con gobiernos progresistas. Parece una vía inevitable
en el camino hacia el desarrollo: a eso se refiere Svampa con la expresión
«Consenso de los commodities».
Ese
modelo extractivista supone una vuelta al modelo colonial que devuelve a
América Latina su función de proveedora neta de materias primas para
los países centrales, y que, desde el célebre discurso de Harry Truman de
1949, encuentra legitimación en el discurso del desarrollo. Ese año,
Truman formuló por vez primera la idea de que era posible ampliar el sueño
americano del consumo opulento a zonas del mundo ahora definidas como
«subdesarrolladas»: así, la idea del desarrollo inventa el concepto de Tercer
Mundo (Escobar, 2007) y el desarrollo se consolida como proyecto económico
y cultural que expresa el resultado de un patrón específico de poder,
fruto de la eurocéntrica modernidad (Coraggio, 2011; 2009). Si cedían a
las veleidades del mercado, todos los países podrían ir subiéndose al
carro del progreso y el American Way of Life; Truman advirtió de que
habría «ajustes dolorosos», pero prometió un paraíso de abundancia
material.6
Pese
a su fragilidad conceptual y las evidencias empíricas que contrarían la
pretensión de Truman, la realidad sigue «colonizada por el discurso
del desarrollo» (Escobar, 2012: 30) hasta el punto de que ese discurso
sigue imponiendo los límites de lo que somos capaces de pensar. El desarrollo
«es uno de los conceptos más paradójicos de la retórica académica y
política: es incuestionable, aunque carezca de una definición unívoca y
consensuada» (Roig, 2008). Esa idea porosa y difusa sigue siendo, junto a
«empleo y progreso», el término más utilizado por empresas y gobiernos
para justificar los proyectos hidroeléctricos, con la ayuda de unos medios
de comunicación hegemónicos que no cuestionan esa noción ambigua, que
promete el bienestar material sin explicar muy bien cómo.7
Sostengo
que, frente a ese consenso de los commodities que acatan los gobiernos, frente
a ese paradigma del desarrollo del que buena parte de los intelectuales no consiguen
salir, las resistencias al extractivismo se han convertido en una vanguardia
que no se conforma con plantear alternativas de desarrollo,
sino alternativas al desarrollo. Son capaces, como señala Escobar, de
pensar la vida social desde un nuevo principio organizador de la vida que
no sea la idea del progreso y del crecimiento económico ad infinitum (Escobar,
2012) que ha regido el pensamiento hegemónico durante al menos dos siglos.
Y uno de sus principales aportes es su contribución a construir un nuevo
tipo de racionalidad, diferente de esa racionalidad instrumental
economicista que nos reduce a consumidores maximizadores de utilidad o
emprendedores maximizadores de ganancia.
Un nuevo tipo de racionalidad
A esa
racionalidad alternativa la llamaremos «reproductiva-ambiental», combinando los
aportes del enfoque de la economía social con el pensamiento ambiental. Desde
la elaboración de José Luis Coraggio (2009, 2004), y entendida como proyecto
político encaminado a la construcción de otra economía posible, superadora
del sistema capitalista, la economía social y solidaria (ESS) pretende
sustituir la racionalidad instrumental, que parte del supuesto de considerar la
sociedad como una suma de individuos egoístas, cuya única motivación es la
maximización de la ganancia o la utilidad, por una
racionalidad reproductiva. Ésta sitúa en el centro la reproducción
ampliada de la vida de todas y todos, esto es, la satisfacción de las
necesidades legítimas de los miembros de una sociedad, asumiendo que la
decisión en torno a qué necesidades se pueden considerar legítimas sólo
puede ser tomada a través de procesos de construcción democrática. Por su
parte, Enrique Leff llama a la construcción de una racionalidad ambiental
que parta de la consideración de las posibilidades productivas de la naturaleza
y de la comprensión de sus ciclos, y que necesariamente implica «un
proceso de reapropiación de la naturaleza y rete-rritorialización de las
culturas (citado por Bertinat, 2014: 187).
Combinando
ambos conceptos, a fin de visibilizar la profunda interrelación entre la
dimensión social y la ambiental, propongo la expresión
racionalidad reproductiva-ambiental para referirnos a un tipo de
racionalidad opuesta a la instrumental, que coloca en el centro tanto la
satisfacción de las necesidades de los miembros de una sociedad como el
cuidado del entorno natural, asumiendo que ambas son las dos caras de la misma
moneda, pues no existe discontinuidad entre los seres humanos y la naturaleza.8 Pasamos ahora al análisis de los
datos empíricos para dimensionar los aportes de los tres
movimientos analizados a la construcción de esa racionalidad alternativa.
Desmercantilizar el territorio
El
modelo extractivista implica necesariamente una pugna por el control
territorial y tiende a reconfigurar el territorio en su totalidad (Svampa y
Viale, 2014). Las megarrepresas son un claro ejemplo de ello: conllevan la
inundación de amplios territorios, provocan desplazamientos forzosos, acaban
o merman la actividad agrícola y pesquera y, en fin, transforman
radicalmente la vida de las comunidades locales afectadas, sus formas de
sustento, el modo en el que se relacionan los miembros de la comunidad,
entre sí y con el espacio que habitan. La brutalidad con la que intervienen en
los territorios estos emprendimientos extractivos está en la base del
«giro ecoterritorial» de los movimientos sociales y abre «un nuevo ciclo
de luchas, centrado en la defensa del territorio y del ambiente, así como
en la discusión sobre los modelos de desarrollo y las fronteras mismas de
la democracia» (Svampa, 2013). Escobar (1999) lo caracteriza como la
«irrupción de lo biológico como problema global», que se suma a la emergencia
de lo étnico y cultural como reivindicación política.
Para
los tres movimientos contra las represas que estamos analizando, la defensa del
lugar implica la defensa de la cultura y, en el caso de los mapuche, de su
propia supervivencia étnica. Estas resistencias se niegan a convertirse
en zonas y cuerpos sacrificados en el altar del progreso, y no sólo se
conforman con reclamar una más justa distribución de los costos y
beneficios de los proyectos extractivos, sino que defienden su propia identidad
cultural, necesariamente vinculada al territorio (Leff, citado por Composto y
Navarro, 2014), frente a la lógica del capital, que requiere un control
territorial basado en un poder total y productivo que va configurando
formas de ver, sentir y experimentar el mundo (Machado Aráoz, 2009).
En el
capitalismo de la globalización, los territorios son fragmentados y
desarticulados de sus procesos locales para ser subordinados a las
cadenas globalizadas de valor que lideran las empresas multinacionales; se
convierten en espacios abstractos (Lefevre, citado por Oslender, 2010) que
generan procesos de desterritorialización en los que la comunidad pierde el
lugar como metáfora para la comprensión de su cultura (Escobar, 2012). Las
resistencias a las represas, como muchos otros movimientos
socioambientales, combaten esos procesos: politizan el territorio, lo
vinculan a la identidad y la cultura; reivindican los seres humanos somos
seres de lugares, que éstos no son, como quiso hacernos creer el discurso
oficial, intercambiables ni homólogos: sugieren, en fin, «maneras de reconectar
el espacio y el lugar que no se rinden a las narrativas estandarizadas del
capital y la modernidad» (Escobar, 2012: 138). Es lo que las comunidades
negras del Pacífico colombiano han resumido en su definición de
biodiversidad como territorio más cultura, para subrayar que el territorio
encarna el proyecto de vida de la comunidad y, por tanto, defender el
territorio es defender la cultura.
Aunque
anclados en el territorio, estos movimientos plantean cuestiones sistémicas y
crean así glocalidades, entendidas como «configuraciones culturales y
espaciales que conectan unos lugares con otros para crear espacios
y mundos regionales» (Escobar, 2012: 139). Aquí radica el potencial
transformador de estos movimientos: aunque las demandas concretas son locales y
las acciones están profundamente vinculadas al territorio, los argumentos
apuntan al funcionamiento del sistema-mundo: cuestionan una división del
trabajo global que relega los territorios que defienden a zonas
sacrificables y los suyos, a cuerpos sacrificados. Están reivindicando un
proceso de territorizalización que invierta el «desempoderamiento del
lugar» al que llevó la globalización hegemónica, al hacernos creer que lo
global domina sobre lo local y que los lugares son irrelevantes. Lo que está en
juego es la construcción de un nuevo tipo de racionalidad, que ya no
relega los lugares a meros espacios intercambiables, pues las formas de
vida de las comunidades están ancladas a las peculiaridades de sus
territorios.
En
Misiones, donde la tierra es de un rojo rubí, muchas familias ribereñas
vivieron durante generaciones de hacer ladrillos —los oleros—; en el Huila,
la generosidad del río permitió, hasta la construcción de la represa de
Betania, vivir de la pesca; en Panguipulli, la tranquila belleza del lago
Neltume posibilita que varias familias mapuche vivan
de un turismo de baja intensidad. Esas formas de vida, entendidas como un
conjunto de prácticas e insistuciones a través de las que los seres humanos
se relacionan con su entorno natural y con el resto de seres humanos,
suponen hábitos y formas de relacionarse que van mucho más allá de lo
material y que difieren enormemente de las subjetividades y los hábitos que se
derivan del trabajo proletarizado.
El Gran Río de la Magdalena
Comencemos
con el caso de Asoquimbo. El Magdalena es, con sus más de 1.500 kilómetros ,
la principal arteria fluvial de Colombia; está rodeado de un enorme
significado simbólico. El Gran Río de la Magdalena, ese que inspiró a
Gabriel García Márquez para escribir novelas como El amor en los
tiempos del cólera, recorre el país de sur a norte, desde el Macizo
Colombiano hasta su desembocadura en el mar Caribe, y acoge en sus orillas
a una multitud de poblaciones para las que el río no es sólo la fuente de
sus ingresos, sino un elemento organizador de sus formas de vida, de sus
modos de hacer y sentir. El Magdalena conforma a su paso culturas y
pueblos; es, también, un símbolo nacional: el «Río de la Patria». Cerca
del nacimiento del río, en La Jagua, un pequeño pueblo de calles
empedradas y solitarias, el Magdalena pasa con un caudal todavía pequeño,
pero con gran fuerza y vitalidad. El río ordena la vida de la gente: es
fuente de sustento de los pescadores, baña las tierras más fértiles y es
el lugar de recreo por excelencia. Todo eso es lo que está amenazado
por el proyecto de El Quimbo.
Los
habitantes del Huila entienden que las represas están poniendo en jaque sus
formas de vida tradicionales, asociadas a la pesca, la agricultura y la minería
tradicional. Y esto abarca sus fuentes de sustento y alimento, pero
también sus modos de vivir y organizarse en sociedad. Los integrantes de
Asoquimbo son conscientes de que defienden mucho más que una tierra que
arar: defienden los modos de vida que se organizan en torno al Gran Río de la
Magdalena: la biodiversidad cultural y biológica están indisolublemente
unidas.
Esta
concepción se deja ver en afirmaciones como éstas: «La lucha es por la tierra»;
«El eje de la resistencia es la defensa del territorio»; «El poder está en
el control del territorio»; «La estamos peleando por las tierras del
Huila: debemos mostrarles nuestro sentido de pertenencia». La materialidad
del sustento se entreteje con la calidad de los lazos sociales, las redes de
solidaridad y, también, las subjetividades. A la cultura del salario —que,
para el ecomar-xista Miller Dussán, uno de los líderes de Asoquimbo, es
sinónimo de trabajo alienado— se opone la lógica de la minga: la
colectividad del trabajo y del alimento. De ahí el potencial transformador
de la recuperación de terrenos baldíos en La Jagua que pude observar en
julio de 2013: para los campesinos de Asoquimbo, poner a producir tierras
que la empresa Emgesa
(filial local de Enel Endesa) había dejado baldías tenía que ver con la
supervivencia de su territorio y, también, con su propia toma de
conciencia política:
Necesitamos
recuperar nuestra cultura, la dignidad de trabajar la tierra. Nos falta
sentido de pertenencia y nos falta conciencia: nunca hemos sido libres. Falta
reconectar con la dignidad y el orgullo de trabajar la tierra. Falta
también educación: saber qué vamos a hacer con las ZRC, cómo las vamos a
trabajar, cómo haremos las redes de distribución (Harold, Finca La Guaca).
Ahora
que todavía está vivo, hay que proteger el río. Si no, ¿qué les vamos a decir a
nuestros hijos, que no peleamos por defenderlo? [... ] La estamos
guerreando por las tierras del Huila, nuestro río Magdalena es la vena
aorta del país. Debemos mostrarles con berraquera9 nuestro sentido de pertenencia:
no nos vamos de aquí, nacimos y crecimos aquí (Zoila Ninco, La Jagua).
El
río articula la vida en comunidad: por eso hay que defenderlo. Esta idea
pareció evidente cuando, en marzo de 2015, los activistas de Asoquimbo
convocaron un evento que giraba en torno a la preparación de un sancocho,
uno de los platos populares más típicos en Colombia, y que las comunidades
ribereñas acostumbran a preparar a la orilla del río los días festivos.10 Además de una forma de reunirse y
de valorizar sus modos de vida tradicionales, preparar un sancocho de
bocachico —un pescado común en la zona— acompañado con yuca y plátano, les
sirve para reivindicar la gastronomía local y cuestionar los posibles
impactos de la represa sobre la biodiversidad en el río y sobre la agricultura
local. Si se acometen los proyectos hidroeléctricos, ¿seguirá nadando
el bocachico en el Magdalena? ¿Se seguirá cultivan do
yuca y plátano en el Huila? El encuentro, festivo y reivindicativo a la
vez, se convierte, al mismo tiempo en un acto en defensa de la soberanía
alimentaria —ellos hablan de «[rescatar] el sabor especial de nuestra
auténtica soberanía alimentaria»— y de los usos y costumbres que crean
lazos sociales. Se está valorizando, en suma, el territorio como
conformador de identidades, a través de la gastronomía y de las costumbres.
Dice una joven de La Jagua: «La ciudad es muy aburrida, sólo
carros, semáforos y trabajo. Aquí uno va al río, se divierte con amigos y
la familia, se lleva la olla para el sancocho. Aquí podemos tener el agua
libremente». El río es un espacio público, de recreo y socialización, que
la represa privatiza y los lugareños pierden. Pero todo eso no aparece en
los balances de las empresas ni en los cálculos de costos y beneficios que
presentan los políticos que hablan de «empleo y progreso». En La Jagua no
quieren ese desarrollo que les deja sin sancochos de bocachico a la orilla
del río.
Los
integrantes de Asoquimbo han comprendido, en fin, que «los ríos sustentan
culturas», como expresa el Movimiento Ríos Vivos, y que la imposición de
represas «directa o indirectamente, ha violentado las maneras de
habitar» esos territorios y amenazado las identidades y culturas locales
«en nombre de lo que algunos sectores llaman desarrollo» (Movimiento Ríos
Vivos, MRV, 2014). Así, el eje central de la lucha de Asoquimbo es la
«defensa de la cultura, de la identidad, del territorio que [dejaremos en
herencia] a nuestros hijos» (MRV, 2014).
Para
Asoquimbo, otra gran preocupación es qué ocurre con el patrimonio arqueológico
de la región.
Aseguran que a la orilla del río, en territorio
ahora ocupado por Emgesa, se encuentran vasijas indígenas cuyo futuro es
ahora incierto. Esto evidencia la complejidad del territorio, que es,
también, el lugar donde descansan los ancestros, en una región donde la mayor parte
de la población no se identifica como indígena, pero sí asume tener
antepasados indígenas.
De
forma similar, en Misiones la experiencia de Yacyretá mostró cómo la represa
dejaba una huella en los modos de relacionarse con el río para
los posadeños. Al tratarse de un actor social más urbanizado, con
subjetividades más impregnadas por la ideología capitalista, la concepción
del territorio-región no está tan políticamente definida, pero se manifiesta
con claridad en los afectados por la represa de Yacyretá. No por casualidad,
la palabra que más repiten es desarraigo: «¿Quién me paga el desarraigo,
el dolor del alma? Eso no tiene precio», interpela una desplazada. A esa
sensación de desarraigo se suma un efecto más tangible, pero igualmente
difícil de contabilizar o incluir en los balances de las empresas: la
pérdida de los lazos vecinales. Los afectados por Yacyretá, obligados a vivir
en las periferias de Posadas, ya no tienen a sus vecinos de toda la vida
para ayudarse a cuidar a los chicos o en momento de enfermedad; se
quiebran redes de solidaridad, costumbres, lazos sociales y vecinales, y
la falta de esas redes hace más difícil soportar la vida en
barrios carenciados y carcomidos por el desempleo.
Estas
luchas se enfrentan a la inercia sistémica del capital global que, en su
expansión, «desterritorializa» los lugares para anexarlos y así arrebata
a las comunidades locales el lugar como metáfora desde la cual comprender
la cultura, defendiendo su control de territorios que posibilitan, y
encarnan en sí mismo, el proyecto de vida de las comunidades (Escobar,
2012); un proyecto autónomo y no determinado por las necesidades de la
reproducción del capital. Así, estos movimientos no se limitan a rechazar que
las megarrepresas conviertan su territorios en una nueva zona de
sacrificio, sino que —no sin dificultades y contradicciones— reivindican
su derecho a escoger sus modos de habitar y ser en el territorio.
Lenguajes que (re)valorizan la naturaleza
De
manera mucho más contundente, y mucho más creativa, de lo que podemos proponer
en este ensayo, los movimientos contra las represas visibili-zan la necesidad
de valorar la naturaleza de una manera diferente de la que propone la lógica
del capital. Los movimientos crean espacios de discusión y crean también
nuevos lenguajes (Martínez Alier, 2009) que expresan una valorización del
territorio más allá de la lógica del capital, que sólo puede valorar en
términos de ganancia. También a partir de sus acciones, cuya finalidad es
principalmente comunicativa (Melucci, 1999), estas resistencias están
contribuyendo a la consolidación de una racionalidad alternativa de
tipo reproductivo-ambiental. Acciones diversas como la Marcha por los Ríos
Libres en Misiones, la ocupación de terrenos antes baldíos en el Huila o la
recuperación del mapudungun (la lengua mapuche) en Panguipulli, se orientan
a ese objetivo común: romper con la lógica capitalista neoliberal que sólo
sabe valorizar en términos de rentabilidad medida en dólares. Donde el
discurso oficial sólo ve territorios improductivos repletos de recursos
naturales que los emprendimientos extractivistas pueden transformar en
riqueza económica, los miembros de estas resistencias ven el territorio
que hace posible sus formas de vida campesina, su cultura, su experiencia
vital. En el caso de los mapuche, la tierra es mucho más: es sagrada, es
el lugar donde descansan los ancestros y es, también, la única esperanza
de su supervivencia étnica y cultural.
Los
miembros de Asoquimbo rechazan frontalmente esa racionalidad instrumental que
sólo sabe valorar en dólares, se trate de un río, de una casa o de un modo de
vida, porque sólo sabe guiarse por el valor de cambio, y que en última
instancia lleva a la destrucción de los ecosistemas y de la vida misma:
Acumular
destruyendo el mundo es la lógica del capital. Han existido comunidades
milenarias sin destruir los ríos y el agua pero ahora el afán de lucro de quienes siempre se han
creído los dueños de todo nos conducen a la destrucción del planeta (Héctor
Alfonso Torres Rojas).11
Quieren
privatizar el río, ¡a quién se le ocurre! [...] Debemos luchar por la
recuperación de las tierras aquí y en toda Colombia. Con la política
minero-energética estamos perdiendo territorio; si no lo recuperamos ahora
que tenemos por qué luchar, después no vamos a tener qué comer (Harold, La
Jagua).
Esa racionalidad reproductiva-ambiental que valoriza los territorios
más allá de su valor de cambio, que vincula el territorio a los lazos de
solidaridad comunitaria, al arraigo y la identidad, impregna las
concepciones de la naturaleza de los integrantes de estos movimientos, que
intentan transmitir y contagiar esta lógica al resto de la sociedad a través de
diferentes acciones, como hemos visto —las ocupaciones de fincas, la Jangada Libertad —,
pero también a través de una disputa por el lenguaje que trata de
desnaturalizar las concepciones hegemónicas en torno a la tierra, la naturaleza
y los «recursos». Estos son algunos de los mensajes difundidos por
Asoquimbo y el Movimiento Ríos Vivos, muchos de ellos compartidos por
otros movimientos:
•
«El río de la vida llega a Neiva»
•
«Somos el Río» (#hagstag).
•
«Las mujeres son como el río: dan la vida»
•
«La vida no se represa»
•
«Ríos para la vida, no para la muerte»
•
«Agua y energía NO son mercancía»
•
«Ríos libres, pueblos vivos»
•
«Nuestros ríos, montañas y páramos no están en venta»
•
«No a las represas. Sí a la vida»
•
«Por la defensa del Río Magdalena, los territorios y la vida»
•
«Agua, sí. Represas, NO»
•
«Robaron el oro, violaron las mujeres, y ahora por el agua,
los extranjeros vienen»
•
«Destrucción no es progreso»
•
«El Río no se vende. El Río se defiende»
•
«En ríos represados no sube el pescado».
En
estas resistencias contra las represas, la figura del río encarna esa lucha por
el agua; los ríos aparecen casi personificados, como apoyando la idea
de que son mucho más que un elemento orográfico, son vida y conforman
culturas: «Ríos libres, pueblos vivos». Con ello, los miembros de estas
resistencias están colocando en el centro la consideración del río como
portador de vida y la imposibilidad de que esa vida se pueda comprar y
vender. Los nuevos lenguajes destacan el componente emocional de esos
significados: «ríos vivos», «agua para la vida», «en defensa de la vida»;
son expresiones que erosionan el barniz utilitarista e instrumental que
tiñe el discurso hegemónico para recuperar los valores de la vida, de lo natural
frente a lo artificial: cuando decimos que «el agua vale más que el oro»,
estamos redefiniendo también palabras como riqueza o bienestar: es más
rico y vive mejor quien puede beber agua cristalina que quien posee
lingotes de oro. Esto se evidencia en los poemas de Harold Segura, también
conocido como «el Poeta Jagueño»:
«Nuestra
Madre Tierra sueña la libertad»
Nuestra madre tierra siente lo que está sucediendo.
El dolor que tiene es más intenso y clama al hombre
Que la ame, que la defienda y quela cuide. Porque en un tiempo cercano
Nos daremos cuenta que la naturaleza también tiene vida
Que sin ella no podemos vivir, recuerda siempre que el dinero no lo es
Todo; ama lo que nos rodea y enamórese del atardecer
Y el amanecer. Del canto de las aves, aroma de las flores y murmullo del viento que enamora.
Arriba por una reserva campesina agroalimentaria y QUE SE VAYA EL QUIMBO.12
Nuestra madre tierra siente lo que está sucediendo.
El dolor que tiene es más intenso y clama al hombre
Que la ame, que la defienda y que
Nos daremos cuenta que la naturaleza también tiene vida
Que sin ella no podemos vivir, recuerda siempre que el dinero no lo es
Todo; ama lo que nos rodea y enamórese del atardecer
Y el amanecer. Del canto de las aves, aroma de las flores y murmullo del viento que enamora.
Arriba por una reserva campesina agroalimentaria y QUE SE VAYA EL QUIMBO.12
Esos
nuevos lenguajes, además, visibilizan las visiones comunes de las diferentes
luchas contra el extractivismo, en especial el modo en que el agua es el eje
articulador de estas luchas. Las luchas contra las megarrepresas, la
minería a cielo abierto o el fracking comparten consignas como «El agua es
lo primero» o «Todos por el agua, el agua es para todos» (Seoane, Taddei y
Algranati, 2013: 130). Además, estos movimientos no sólo expresan ese
intento por des-mercantilizar la naturaleza a través de la palabra, sino con
fotografías, videos, imágenes. Es notable la capacidad y el interés de
estos movimientos por ilustraciones que reivindican la sacralidad de la
naturaleza, como las que difunde Mapuexpress en las redes sociales, que
remiten, por ejemplo, a la metáfora de la Mujer-Montaña-Río; o los
coloridos murales que se dejan ver en La Jagua. La música juega también un
papel esencial. Todos esos medios de expresión, a través de la palabra o
del arte, se ponen al servicio del mensaje: quebrar la idea naturalizada
de la mercantilización —y desvalorización— de la vida.
La
(des)mercantilización de la naturaleza tiene que ver con cómo la valorizamos.
Mercantilizar la naturaleza requirió como paso previo su
desvalorización; para poder comprarla y vender la tierra, y así privatizarla,
tuvo que calar en el sentido común la idea de que lo artificial, lo que es
producto del trabajo humano, es esencialmente mejor que lo que produce la
naturaleza y nos brinda «gratis». Desmercantilizar requiere la operación
contraria: que penetre en las subjetividades la idea de que la vida y el
entorno que la sustenta —los servicios ambientales, como dice la economía
ecológica— son de un valor inconmensurable, que no se puede medir en dinero. Si
el capitalismo desprecia —y deprecia— precisamente aquello a lo que no puede
atribuir un valor de cambio, el proceso de desmercantilización al que
están contribuyendo los movimientos contra las represas coloca el énfasis
en el valor de los ríos y de los ecosistemas y culturas que éstos
sustentan. Aplicado a las represas, esto supone, entre otras cosas,
colocar el agua y el alimento por encima de las necesidades energéticas.
Debemos
decidir qué queremos: ¿alimentos o energía? (Nora Dideu, Mesa Provincial No a
las Represas)
Sin
energía se puede vivir, pero no sin agua (José, Finca La Guaca)
A
orillas del río Magdalena, dice el escritor y novelista William Ospina, natural
de Tolima (departamento vecino al Huila):
Lo
más alarmante es que el sol
sabe cómo sacar el vapor de los mares, el páramo sabe cómo condensar la humedad
en gotas de agua, los bos-ques saben cómo producir niebla, las selvas saben
cómo producir vapor de agua, las gotas saben cómo hacer arroyos, los
arroyos saben cómo juntarse en ríos, el agua sabe cómo circular, cómo subir al
cielo en vapor y bajar del cielo en lluvia, y deslizarse en forma de río y
amontonarse en forma de océano, pero la que según es fama es la única
criatura inteligente del mundo, es el ser humano, no sabe cómo proteger el
agua que le da la vida, ni cómo agradecer por ese tesoro invaluable. Somos
capaces de ser consumidores de agua, estudiosos del agua, administradores del
agua, vendedores de agua, pero no sabemos ser protectores de agua, y sobre
todo no sabemos pensarnos como parte del agua. La vemos como algo ajeno
a nosotros, aunque resulta que el 95 por ciento de nuestro cuerpo, según
los sabios, está compuesto de agua [...] Somos parte inconsciente del
ciclo del agua. Pero tenemos que convertirnos en parte consciente de este
ciclo.13
Con
un lenguaje poético, Ospina está diciendo lo mismo que la economía ecológica
defiende con argumentos científicos: esos servicios ambientales que presta
la naturaleza gratuitamente, de los que se sirven las empresas para apropiarse
del lucro que posibilita la acumulación, son el sostén de la vida
posible sobre este planeta. En su soberbia, el hombre occidental moderno
se olvidó de que de poco le valdrán el oro y todos los artefactos que ha
inventado en los últimos siglos, si no sabe proteger el agua, la tierra,
las semillas. El problema, como recuerda el poeta tolimense, es que no
sabemos pensarnos como parte del agua. Ospina concluye que al discurso del
desarrollo es necesario oponer un «discurso del equilibrio», y que
«quienes luchan por la naturaleza, están luchando por la lucha más
moderna». En efecto, defender la naturaleza del avance de la
mercantilización constituye cuestionar la esencia misma del sistema capitalista
y, en última esencia, la separación del Occidente moderno entre el ser
humano y la naturaleza.
Esa
misma discusión se está dando en Misiones, donde acciones como la Marcha por
los Ríos Libres y la
Jangada Libertad pretenden reivindicar un valor del
entorno natural que no se puede cifrar en dólares. La preservación de esos
ecosistemas está indisolublemente unida a formas de vida y de relacionarse con
los otros; la tierra tiene una dimensión subjetiva que es invaluable
que pasa por el deseo de los padres de dejar a sus hijos como legado esas
historias que baña el río; esos lazos comunitarios que están inscritos en
la tierra.
El lenguaje en disputa
El
sentido de muchas palabras está en cuestión: progreso, modernización, riqueza,
eficiencia, libertad sostenibilidad, valor; y, por supuesto, desarrollo. Los
movimientos contra las represas tensionan el significado que ha otorgado a
estos términos el discurso hegemónico; las palabras se resignifican
constantemente. Las narrativas y nuevos lenguajes de valoración de estos
movimientos están afirmando que nada es más valioso que la vida, y que la
vida requiere ríos libres; y la libertad de los pueblos —entendida no como
emancipación de los seres humanos, no como ausencia de trabas al lucro
empresarial— depende de la libertad de los ríos. «La energía no es mercancía»,
«El agua no es mercancía», afirman estos movimientos, y cuestionan así la
racionalidad instrumental inherente al sistema capitalista, la
mercantilización de la naturaleza y, con ello, la ideología del consumo y
el discurso del desarrollo que legitima una injusta distribución global de
los costos y beneficios de ese orden hegemónico; y sólo en la medida en
que se instale en la base del modelo esta racionalidad alternativa, es posible
pensar en cambios profundos.
En
algunos casos, no hay consenso con respecto a los nuevos términos o al nuevo
sentido de éstos. La disputa en ciernes se refleja en la disputa por las
palabras: como nos dice Eduardo Luján, de la Mesa Provincial No
a las Represas de Misiones, el propio uso de la expresión bienes comunes,
en lugar de la más economicista recursos naturales, es ya dar una batalla,
puesto que «recursos» es un término asignado por el capitalismo que tiende
a mercantilizar la
naturaleza. Sin embargo, para Jorge Weke, referente del
Parlamento de Koz Koz, es la expresión bienes comunes la que tiene una
carga más economicista:
El
agua y la tierra no son bienes, no son mercancía: son recursos, y no nos
pertenecen. No podemos considerar el agua como capital económico. Es un
recurso, no un bien [...] El agua no es un derecho humano: es un derecho
de toda la vida. Es
la parte elemental del eslabón de la vida; las venas de la Madre Tierra. Si
se entuban, se rompe la
cadena. El ciclo del agua se ha cortado [...] El agua no
es del Estado ni del hombre: es de todos los seres que habitan la Tierra. Hay que buscar
nuevas maneras de legislar; buscar un consentimiento íntegro (Jorge Weke,
Panguipulli).
Los
términos están en disputa y eso puede crear confusiones y ambigüedades, pero es
que, en esta etapa de transición, los propios términos están en proceso de
construcción y resignificación permanente. En cierta medida, «los nuevos
actores se expresan con el viejo lenguaje porque todavía no tienen
uno propio», como señala Melucci (i999). Sin embargo, desde la fecha de
publicación de esa obra, mucho han avanzado los movimientos en esa
reapropiación del lenguaje; estos nuevos lenguajes valorativos son una
prueba fehaciente. La praxis será la que determine qué palabras y
expresiones perduran; mientras tanto, el mero hecho de que muchos integrantes
de estas resistencias estén cada vez más atentos a las palabras que
utilizan, que entiendan que con ellas están reproduciendo el sentido común
hegemónico o bien contribuyendo a erosionarlo, es un indicador de su potencial
transformador.14
Cosmovisiones mapuches: El territorio es sagrado
En
Panguipulli, las inundaciones de tierras que requiere la construcción de la
central de Neltume anegaría el lugar del Palenque, junto al que las comunidades
mapuches realizan sus ritos. La compañía Enel Endesa asegura a los afectados que
trasladará el palenque que ellos consideran sagrado, y lo
reubicará, intacto, en un lugar de similares características. El diálogo
no es fácil: resulta difícil para los dirigentes de la multinacional
italo-española Enel Endesa entender que para los mapuche no es lo mismo que el
Palenque esté en uno u otro lugar. Para la empresa, regida por la
racionalidad instrumental, la tierra es homogénea e intercambiable; su
mejor uso es, simplemente, el más redituable. Para la cosmovisión mapuche,
todo el territorio de la Wallmapu es sagrado, y más aún aquel escogido
para los rituales religiosos.
Los
mapuche hacen así ostentación de una racionalidad reproductiva-ambiental que
abarca también la concepción de lo sagrado, indisolublemente unida a su visión
del entorno natural. Si en Misiones y el Huila la defensa del territorio
tiene que ver con el arraigo y el mantenimiento de modos de hacer
y habitar, de planes de vida y de reivindicación de una identidad, en el
caso de las comunidades mapuche está en juego su propia supervivencia
étnica. De ahí la necesidad imperiosa de resistir; y de ahí, también, que
varios entrevistados en Panguipulli y Alto BioBío acusen a quienes
apoyaron las represas en los años noventa y en los dos mil —o incluso se
acusen a sí mismos— de haber cometido un «acto de traición» contra su
propio pueblo por el que ahora están pagando. Con amargura lo expresa la
ñaña (hermana) Anita:
Los
mapuches de la cordillera respirábamos los árboles. Teníamos poca ropa,
vivíamos con poco, y sin embargo estábamos saludables: disponíamos de la
energía de los árboles y de nuestras medicinas. Hoy, todo eso nos lo han
arrebatado porque no lo supimos defender. Entregaron para siempre sus
derechos a cambio de nada, o muy poco. Muchos se arrepienten ahora. Esta tierra
es mapuche y la tenemos que recuperar (ñaña Anita, Alto Biobío).15
La
identidad del pueblo mapuche aparece ligadas a la reivindicación de su
idiosincrasia como cultura y la defensa de su territorio. Perder el territorio
es perder la cultura: indio sin tierra no es indio, como reivindican los
Nasa en Colombia. Si una familia se ve obligada a emigrar a la ciudad, si
se proletariza, o incluso si comienza a autopercibirse como campesino y no
como mapuche, esa identidad originaria está en riesgo. Por eso, el principal
objetivo del Parlamento de Koz Koz es la recuperación de la cultura y las
tradiciones mapuches, comenzando por la lengua, y siguiendo con la forma
de construir las rukas (casas), los ritos y las costumbres. La defensa de la
cultura está indisolublemente unida a la defensa del territorio.
Los
tres movimientos estudiados están tensionando el discurso de la modernidad que
privilegia el conocimiento tecno-científico, funcional a la acumulación
capitalista, hasta invisibilizar o desvirtuar otras formas de conocimiento; cuestionan,
en definitiva, la racionalidad científico-técnica del Occidente moderno y
capitalista.16Esto
se manifiesta de forma mucho más acusada en el caso de los mapuche. Sus
saberes ancestrales han sido desvalorizados, tachados de primitivos o
atrasados, de supersticiones fruto de la ignorancia. Recuperar
esos saberes es una forma de revelar el racismo y eurocentrismo inherentes al
discurso del desarrollo; y supone, también, desacreditar la
racionalidad instrumental capitalista y revalorizar la naturaleza, puesto
que la cosmovisión mapuche aporta una visión de la naturaleza radicalmente
diferente de la de la modernidad occidental, y permite pensar modos de
organización social radicalmente diferentes.
Esa
cosmovisión mapuche que quiere rescatar el Parlamento de Koz Koz cuestiona,
para empezar, la división del conocimiento occidental en disciplinas y aspectos
diferenciados: si el pensamiento científico distingue lo social de lo
religioso y de lo ambiental, para los mapuche todo está unido: desde
la alimentación a la música y el arte, todo es sagrado, y por tanto, los
motivos para oponerse a las represas son al mismo tiempo sociales, ambientales,
culturales, religiosos. Todo es una misma cosa. Los mapuche consideran que,
al diseccionar la realidad en parcelas diferenciadas que con mucha
dificultad se comunican entre ellas, el ser humano occidental ha perdido
la visión holística, comprensiva de la totalidad. Eso es,
en última instancia, lo que permite una visión del territorio como un
recurso externo a la propia humanidad, y posibilita prácticas saqueadoras como
son las megarrepresas. Existe una conexión directa entre la resistencia a
las represas y la espiritualidad que el río envuelve para el pueblo
mapuche:
Nuestra
visión es mucho más integral. Lo espiritual lo impregna todo: la comida, la
música, el arte, la naturaleza, la lengua. Todo es espiritual
[...]
Generar proyectos hidroeléctricos, va a simultáneamente dañar nuestro espíritu,
tiene que ver con nuestra concepción de la vida [...] Nosotros teníamos nuestra
cosmovisión, nuestra forma de vestir, nuestras creencias; con toda esta
invasión [de las multinacionales y del modelo extractivista] nuestro territorio
es mirado como fuente energética para América; si esta situación nos
afecta a todos, a los mapuche nos afecta doblemente: con la conexión que
tenemos con la naturaleza, al invadir el río, que representa la pureza y
la espiritualidad, eso incide con lo espiritual. Con las represas se están
inundando los bosques donde están las plantas que pueden sanarnos [...] El
río es el que le da la espiritualidad a la tierra; le da la generosidad de
madre, de que puede engendrar y reproducir; para la concepción de vida del
mapuche, la estrecha conexión de hombre y Naturaleza, se pierde, y al
perderse eso, nosotros perdemos nuestro cariño y respeto a la
madre tierra. Y con eso muere nuestro pueblo. Las represas son un
genocidio directo para nosotros, como mapuche. [...] Nada en la naturaleza está
por estar; todo tiene un sentido. (José María Pereira, Kuntxemañ/Sonidos
del Cóndor, médico y activista mapuche, Santa Bárbara, Alto BioBío).
Recuperando saberes ancestrales
Una
de las actividades fundamentales del Parlamento de Koz Koz es la recuperación
de la lengua mapuche, el o mapuzungun o mapudungun. Entienden los activistas
mapuche que recuperar y mantener su idioma es una condición necesaria de
su supervivencia como pueblo. A los efectos que aquí analizamos, en lo que
tiene que ver con la visión de la naturaleza, la lengua es un eje central: el
mapudungun es descrito como «el lenguaje que se habla con la
madre tierra»; cada sonido de la naturaleza tiene su equivalente en
mapudungun. Pensar en lengua mapuche supone partir de estructuras muy
diferentes a pensar en español, inglés o portugués. En mapudungun, Tierra se
dice Waj Mapu, pero en esencia «no es sólo el suelo, no sólo lo tangible,
sino el universo, el todo, que incluye lo intangible, pero la cualidad más
sobresaliente es que es un ente vivo, y está poblado por diferentes seres
vivos (newen) que coexisten y hacen posible la vida».17 Todo lo que habita en el Universo
forma parte de un todo, y está vivo. Si el lenguaje brinda un abanico de
posibilidades desde el que pensar, entonces pensar en mapudungun deja un
margen mucho más estrecho para reducir la naturaleza a la categoría de
mercancía. «La lengua es distinta porque emocionalmente somos distintos»,
dice Kuntxemañ.
La
educación ha sido un genocidio, porque nos quitó el derecho a criar a nuestros
hijos en nuestra lengua y nuestras costumbres. [Así fuimos perdiendo] la
conexión que tenemos conólo la naturaleza, y la lengua que es distinta,
porque emocionalmente somos distintos (Kuntxemañ, Alto BioBío).
El
Parlamento de Koz Koz realiza talleres y eventos que buscan promover el uso y
el aprendizaje del mapudungun, que se combinan con otro tipo de actividades,
desde el Trafkintu, la ceremonia ancestral mapuche de intercambio de
semillas18 a talleres de ginecología natural,
plantas medicinales y agroego-logía.19 El Parlamento de Koz Koz constituyó su
sede en una ruka, una casa tradicional mapuche construida según las
directrices ancestrales —la entrada principal mira al Este— y según la
tradición: antes de construir su ruka, el sujeto debía pedir permiso al
espíritu Ngem-mapu para establecerse en el lugar, para verificar que era
un buen lugar para su residencia y no inoportunaría al resto de los seres
que lo habitaban; después, lo comunicaba a la autoridad local y debía
recolectar los elementos de construcción. El resto de las personas de la
comunidad trabajaban solidariamente en la construcción; ese
trabajo comunitario, similar a la minga, se denomina rakatun.
La
recuperación de estas tradiciones cuestiona esa racionalidad instrumental que
habilita a los seres humanos para explotar a los otros y a la naturaleza en la
búsqueda de su bienestar egoísta. Antes de construir una casa o de interferir
de cualquier otra forma en el territorio que habita, el mapuche debe asegurarse
de que no quebrará el equilibrio sobre el que se sustenta ese
ecosistema, un equilibrio que sostiene su propia existencia. Del mismo
modo, el mapuche vive en comunidad; se sabe un «ser necesitado» en la
expresión de Hinkelam-mert y Mora (2009) y eso le lleva a tejer modos de
relacionarse basados en la reciprocidad: hoy tú me ayudas a construir mi
casa, mañana yo ayudaré en la de otro miembro de la comunidad. Considero
que ambas instancias, el trabajo comunitario y el respeto a la naturaleza,
son dos caras de una misma moneda y refieren a un tipo de racionalidad
reproductiva-ambiental que es frontalmente opuesta a la ideología
hegemónica basada en el individualismo, la concepción de la naturaleza
como algo separado e inferior a lo humano y la creencia de que el egoísmo
individual lleva al bienestar colectivo.
Hacia una hibridación de saberes
Los
saberes y creencias de los pueblos originarios se difunden más allá de sus
comunidades; sus ideas contagian e inspiran las reflexiones de los
movimientos socioambientales urbanos y campesinos. En pocos años hemos
asistido a un cambio en la visión que el mundo no indígena (winka, dirían
los mapuche) tiene de los pueblos nativos (Klein, 2015). Sea por causa de
la ascensión de los indigenismos como sujeto político de primer orden en
América Latina, o tal vez por las reflexiones que se derivan de la crisis ecológica y climática, lo
cierto es que se ha pasado de una concepción generalizada de lo indígena
como atrasado o salvaje, a la consideración de que en las formas de pensar,
vivir y hacer de estos pueblos pueden las izquierdas encontrar importantes
elementos para la lucha contra el capitalismo o, simplemente, contra el
ecocidio. Los pueblos indígenas emergen así como una referencia para las
luchas socioambientales.
Si
los campesinos de La Jagua, en el Huila colombiano, tienen claro que su
conexión con el río va mucho más allá de la materialidad, los indígenas
de la región van más allá: el río es sagrado porque es el lugar de los
espíritus del agua; es la fuente que comunica a los vivos con sus
ancestros; es el útero donde germina la vida:
Nosotros
partimos de nuestro nombre: Yanakuna que quiere decir «gente que se sirve
mutuamente en tiempos de oscuridad». Venimos del fondo de la madre tierra,
somos seres hechos de agua, gotas que generamos vida, nuestros primeros padres
son el agua y el arco iris en su relación con el sol , por eso pagamos y
ofrendamos a las lagunas, al río, a la montaña por la vida que nos han dado,
por eso también seguimos resistiendo ante las diferentes etapas de
dominación, colonialismo y exterminio [...] Hoy nos convoca la defensa del
Río Magdalena al que nosotros llamamos el Wakakayu, que quiere decir «el
sagrado lugar de los espíritus del agua», al que ofrendamos porque ahí
están los espíritus de los abuelos. El Wakakayu es parte de nuestro
origen, es vida y fuente que lleva la voz y resistencia de nuestros
antiguos, en su lugar de nacimiento está el útero en donde germina la
vida, desde ahí corre el agua por toda la tierra que hoy llamamos Colombia
y en las mamas cocha que son las lagunas permanecen nuestros primeros seres que
cada día viajan llevando mensajes a lo largo y ancho del país. No es ajeno
para nosotros estar en el proceso de resistencia permanente frente a los
intereses que se tejen para encerrar y dar
muerte al Wakakayu.... Unimos nuestra voz para rechazar todo tipo de acciones
que busquen la privatización de las aguas, el encerramiento y muerte del Río y
su entorno, caminamos entonces con ustedes llevando energía y fuerza...20
Estas ideas se contagian y contribuyen a erosionar un sentido
común que sólo sabe pensar en términos crematísticos y desde un pensamiento
científico-analítico que todo lo divide en disciplinas para analizarlo hasta
sus partes más minúsculas. Ese saber científico es valioso y pertinente,
pero parcial: desaparece la noción de totalidad y, con ello, el ser humano
pierde su capacidad para entenderse en el mundo. Como señala el médico
Juan Yadhian, miembro de la Mesa
Provincial No a las Represas, los pueblos indígenas siempre
tuvieron claras evidencias que sólo ahora, a remolque de un planeta que revela
sus límites, el hombre blanco occidental comienza a vislumbrar, o a
recordar.
Perdimos
cuando se quebró nuestra conexión con la Naturaleza, cuando nos olvidamos de
que somos parte de ella, como siempre supieron nuestros hermanos aborígenes.
[...] Agua estancada es agua enferma. Mientras circula el agua se depura, se
nutre, comunica, cobra vida, se carga de oxígeno, se metaboliza. [...] Si
represamos, ponemos presa a la vida de hoy y del mañana [...] Los hermanos
originarios nos enseñan que la circulación del agua en el Planeta se
asemeja al de la sangre en nuestros cuerpos. El Planeta es un enorme
«cuerpo vivo» que necesita del agua y del aire, como nosotros. Los ríos
son como nuestras arterias y venas por donde pasa la sangre [...] Cuando se
tapona una vena, una arteria, se detiene la circulación y se detiene la Vida. Se enferma lo que
está por debajo y por encima de la obstrucción [...] El agua es como
nuestra sangre, si tenemos «mala circulación» sufre todo nuestro organismo
(tomado de la revista
Sapucay , núm, 4, octubre de 2014).
En
los nuevos lenguajes que están construyendo estas luchas se entrecruzan la
matriz indígeno-comunitaria, la defensa del territorio y el discurso
ambientalista (Svampa y Viale, 2014). Creo que el verdadero potencial
transformador de estos movimientos radica, precisamente, en su capacidad
para poner saberes diversos en diálogo: tradición y modernidad, innovación
tecnológica y conocimientos ancestrales indígenas y campesinos. Es en estos
saberes hibridados y contrahegemónicos donde los movimientos despliegan su
potencial para pensar otra economía y otra sociedad posibles. Y es entonces que
podemos pensar en avanzar hacia una «ecología de saberes» que reconozca la
diversidad epistemológica de las formas de conocer y pensar el mundo (Santos,
2010), frente a una modernidad eurocéntrica, colonial, patriarcal y
racista que deslegitimó cualquier otra cosmología y avanzó sobre los
territorios al mismo tiempo que sometía las mentes. Por eso entendemos
necesario descolonizar las mentes para así descolonizar los territorios,
no para volver al pasado, sino para descubrir las oportundidades que nos
abre el mestizaje y de ir hacia un mundo en el que quepan muchos mundos,
como reclaman los zapatistas.
¿Y si
la naturaleza no fuese algo externo al ser humano y de lo que debemos
apropiarnos para progresar? ¿Es rentable quebrar la montaña para extraer
un oro que irá a parar a los depósitos de algún banco al otro lado del
mundo? ¿Es eficiente privatizar el agua? ¿Debemos seguir extrayendo el petróleo
de las entrañas de la tierra ahora que el cambio climático es ya una
evidencia? Son estas preguntas que las sociedades resuelven en función de sus
convicciones culturales: es muy diferente concebir la naturaleza como una
fuente de recursos que el ser humano está legitimado para extraer pensando
en su bienestar, que considerar la humanidad como parte de un entorno
natural que se percibe, en su totalidad, como sagrado. Por eso las
cosmovisiones indígenas aportan inspiradoras reflexiones que nos invitan a
replantear los conceptos hegemónicos de desarrollo, eficiencia o
rentabilidad. De ahí que los saberes originarios se difundan y estudien
desde movimientos socioambientales protagonizados por actores no indígenas
y que, del mismo modo, sus ideas puedan ser apropiadas y discutidas dentro
de la academia, en un intento constante por deconstruir la modernidad
capitalista que permea nuestras subjetividades.
Agradecimientos
Mi
más profundo agradecimiento a todas las personas que, en los territorios que
visité con motivo de esta investigación, me abrieron sus puertas y sus
corazones, como fueron en Huila, Zoila y el profesor Dussán; en Panguipulli,
Jorge y don Humberto; en Misiones, Eduardo y Rulo. Gracias a todos ellos
por su compromiso y su confianza.
Notas
1Los resultados aquí expuestos forman
parte de una investigación más amplia acerca de los aportes de los movimientos
contra las represas en la construcción de un modelo energético alternativo al
hegemónico, que resultó en la tesis «Hacia un modelo energético popular: Los
movimientos contra las represas de Asoquimbo, Parlamento de Koz Koz y Mesa
Provincial No a las Represas, frente al discurso del desarrollo», dirigida
por Marcelo Saguier el 25 de julio de 2016 ante la Maestría en Economía
Social de la
Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS), Buenos
Aires, Argentina. En esa investigación, se señalan tres aportes de los
movimientos contra las represas analizados: demandan una distribución
justa de los costes y beneficios de los proyectos; construyen una
racionalidad reproductiva-ambiental; y reivindican el control
popular sobre los recursos naturales a través de la demanda de soberanía
alimentaria, hídrica y energética. Este artículo se centrará en la segunda
de esas dimensiones de análisis.
2Con posterioridad a nuestra visita a
Panguipulli en octubre de 2013, Endesa decidió suspender las obras, debido
a la oposición de las comunidades locales, y se comprometió a rediseñar el
proyecto de Neltume.
3Se tejen redes, como la Red Latinoamericana
contra las Represas y por los Ríos,
el OLCA o Stop Enel, pero también se articulan formas de lucha y se repican
experiencias de otras luchas contra el extractivismo, como en el caso del
plebiscito popular celebrado en Misiones en octubre de 2014.
4El trabajo de campo se limitó a cinco
días por cada caso: en julio de 2013 para Asoquimbo, octubre de 2013 para
Koz Koz y octubre de 2014 para la Mesa de Misiones. El recorte temporal de
las fuentes secundarias abarca de 2013 a 2015, incluyendo informes y
documentos producidos con anterioridad a esa fecha.
5Por ejemplo: Mapuexpress, los blogs de
Miller Dussán y de Asoquimbo, la página web y de Facebook de la Mesa Provincial de
Misiones, la revista misionera Superficie, etcétera.
6El debate en torno al desarrollo en
América Latina es muy complejo y no podemos en estas páginas dar cuenta de
él. Desde los aportes de los teóricos de la dependencia a la perspectiva del posdesarrollo, se han
dado diferentes posicionamientos: algunos pasan por cuestionar el reparto
actual de la división del trabajo; otros, por la superación del paradigma
del desarrollo, identificado con crecimeinto del PIB, y la búsqueda de otras formas
de entender la riqueza y el bienestar.
7Con la consolidación del neoliberalismo
a nivel global, pierde fuerza la idea de industrialización, que durante
décadas fue la aspiración de muchos Estados latinoamericanos. Pero, como
evidenció Raúl Prebisch en su análisis del deterioro de los términos de
intercambio, siempre hubo una trampa que condenaba a los países del Tercer
Mundo a ocupar un lugar subalterno en el reparto de la división del
trabajo internacional.
8La separación entre el ser humano y la
naturaleza es uno de los pilares filosóficos del pensamiento occidental
desde Platón (Maya, 2012). Hay, empero, una rica tradición teórica que
cuestiona esa visión fragmentadora. Para una revisión de esa discusión,
véase Escobar (2011) y Ulloa (2011).
9Berraquera: fuerza, brío.
10Ese sancocho a orillas del Magdalena
forma parte de la amplia movilización en defensa del río que, convocado
por el Movimiento Ríos Vivos del Huila —del que forma parte Asoquimbo—,
con actividades convocadas desde el 14 de marzo, Día Internacional de la
Lucha contra las Represas. Los actos comenzaron en el lugar del nacimiento
del río, en el Huila, con la intención de prolongarse hasta el 12
de octubre, aniversario del arribo de los españoles a América, fecha en
que se prevé la llegada a Bocas de Ceniza, la desembocadura del Magdalena
en el mar Caribe. Véase «Crónica desde las orillas del Río Grande de la
Magdalena», de Héctor Alfonso Torres Rojas, publicado el 16 de marzo de 2015 en
el blog del profesor Miller Dussán: http://millerdussan.blogia.com/2015/032501-cronica-desde-las-orillas-del-rio-grande-de-la-magdalena.php.
11Publicado el 16 de marzo de 2015 en el
blog del profesor Miller Dussánhttp://millerdussan.blogia.com/2015/032501-cronica-desde-las-orillas-del-rio-grande-de-la-magdalena.php.
13Véase «Crónica desde las orillas del
Río Grande de la Magdalena», de Héctor Alfonso Torres Rojas, publicado el
16 de marzo de 2015 en el blog del profesor
Miller Dussán: http://millerdussan.blogia.com/2015/032501-cronica-desde-las-orillas-del-rio-grande-de-la-magdalena.php. La intervención completa de
Ospina puede leerse en: http://elsalmonurbano.blogspot.com.ar/2015/03/intervencion-del-escritor-william.html.
14En este sentido bien podrían compararse
estos movimientos socioambientales con los movimientos feministas, que
insisten en la necesidad de erradicar el patriarcado de nuestra forma de
hablar.
15La ñaña Anita es una de las mujeres que pelearon hasta el final en
contra de las represas de Pangue y Ralco. Mientras un pequeño grupo de mujeres
resistía, la comunidad afectada en su conjunto, con el lonko (autoridad
local) a la cabeza, cedió ante las presiones de la empresa y Gobierno y
aceptó la instalación de las hidroeléctricas en su territorio. Para más
información, véase Castro (2014).
16La definición y problematización de los
conceptos de modernidad y capitalismo es una tarea que excede los
propósitos de este artículo, pero podría entenderse, muy esquemáticamente,
que el capitalismo, en tanto sistema de dominación sociopolitico y
económico, ha sido una de las principales concreciones históricas de la
modernidad, entendida como clima cultural que se caracteriza por el
énfasis en la idea del individuo y por una forma de conocer basada en la
división entre sujeto y objeto de estudio, y que estuvo marcada en el
origen por la Conquista de América y la imposición de la noción de raza
para doblegar a las poblaciones nativas. Creemos, con Escobar, que la
expansión continua es una de las principales características de la modernidad,
y se concreta en el modelo económico capitalista en la continua necesidad
de expandirse a nuevos mercados y territorios.
17Citado en «Newen Gen». Publicado en http://www.serindigena.org/libros_digitales/cvhynt/v_iii/t_ii/v3_t2_c3-NEWEN.html.
18Estos eventos, que muestran cómo las
diversas luchas contra el extractivismo se insertan en el mismo paradigma
de desmercantilización de la naturaleza, han adquirido gran relevancia política
a partir de los intentos por privatizar las semillas en Chile. Véase http://www.eldiario.es/desalambre/campesinos-latinoamericanos-privatizacion-impulsada-Monsanto_0_249875546.html.
19Véase, por ejemplo, http://www.mapuexpress.org/2015/05/12/curarrehue-trafkintu-de-plantas-semillas-productos-y-talleres-sobre-agroecologia-y#sthash.Xrt-W
5FUT.ysicXtmc.dpbs.
20Mensaje leído por una niña indígena
Yanakuna durante un evento del MRV. Véase «Crónica desde las orillas del
Río Grande de la Magdalena», de Héctor Alfonso Torres Rojas, publicado el
16 de marzo de 2015 en el blog del profesor Miller Dussán: http://millerdussan.blogia.com/2015/032501-cronica-desde-las-orillas-del-rio-grande-de-la-magdalena.php.
También se pueden ver partes del rito ceremonial aquí: https://www.youtube.com/watch?v=dMOxvShfxN8.
Referencias
https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0719-27892016000200003
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