Frontera imperial
AMLO, Trump y
1 de julio de 2019
Por Carlos Fazio
Brecha
México
desplegó esta semana unos 15 mil miembros de la Guardia Nacional
en su frontera norte, que se suman a los cerca de 6 mil ya apostados en el sur.
El objetivo: contentar a Donald Trump y su electorado antinmigrante. Al ritmo
de las amenazas y las extorsiones de Washington, la legalidad humanista cede
terreno a la noción de seguridad nacional. Nuevo estilo de negociación para la
vieja empresa de control colonial.
El pasado 30 de mayo, cuando
el presidente Donald Trump amenazó en un tuit a México con imponerles aranceles
punitivos a todas sus exportaciones en un plazo de 11 días si no frenaba el
éxodo de refugiados hacia Estados Unidos, las relaciones bilaterales entraron
en la más grave crisis político‑diplomática desde los años ochenta.En la coyuntura, el autócrata de
En rigor, la guerra de migrantes por aranceles fue política: el mitómano de la oficina oval necesitaba consolidar su imagen de supremacista blanco y xenófobo para exacerbar las actitudes chovinistas de su base electoral. Como en su campaña de 2015‑2016, México y los centroamericanos que huyen del horror y quieren ingresar a Estados Unidos vuelven a ser parte de la estrategia de la presidencia imperial y la extrema derecha en el poder; son consustanciales a la narrativa nativista fundacional de campaña del populista Trump, de cara a los comicios del 3 de noviembre de 2020.
MÉXICO, UN EXTRAÑO ENEMIGO.
Las razones esgrimidas para lanzar esa ofensiva coercitiva no fueron comerciales. Trump insistió en que el éxodo méxico‑centroamericano a Estados Unidos constituye un problema de seguridad nacional. Justificó su guerra de aranceles contra México con base en la ley de poderes económicos de emergencia internacional (Ieepa, por sus siglas en inglés), que desde 1977 permite a los inquilinos de
Así, México pasó de aliado y socio comercial subordinado de Estados Unidos a país enemigo, que pone en riesgo la seguridad nacional de
¿Resultado? México aceptó enviar 6 mil efectivos de
En el corto plazo, Trump –a la cabeza de un Estado canalla (rogue state), que no se considera obligado a actuar de acuerdo con las normas internacionales– coaccionó a México para que hiciera el trabajo sucio al interior de sus fronteras. Y ahora, el eslabón más débil de la relación tiene una presión migratoria en forma de pinza: en la frontera norte con Estados Unidos, por la devolución de unos 60 mil centroamericanos, que deberán esperar en México mientras se tramita su asilo en tribunales estadounidenses, y, en la frontera sur, por el ingreso de unos 100 mil refugiados guatemaltecos.
Trump pretende un Acuerdo de Tercer País Seguro (Atps) con México, para que resuelva su ineficiente y lento sistema de asilo –que, como ha sido documentado, incluye virtuales campos de concentración para niños, niñas y mujeres–, ante la falta de republicanos y demócratas para reformarlo. Se estima que 80 por ciento de los casos de asilo son negados después de un año o más de espera. Estados Unidos está negociando un Atps con Guatemala, para crear de jure un cerco jurídico internacional que lo aísle del éxodo de refugiados centroamericanos. México es la otra pieza clave.
Pero no deja de ser contradictorio que Estados Unidos nombre a México como tercer “país seguro” (véase Brecha, 14‑VI‑19), cuando el propio Trump considera la frontera sur del imperio como una de las más peligrosas del mundo. Al respecto, cabe consignar que la migración no es la única carta que tiene Trump. En abril pasado difundió una serie de tuits en los que decía que estaba buscando una sanción económica para “los 500.000 millones de dólares en drogas ilegales que son enviadas y contrabandeadas a través de México” por la frontera sur de Estados Unidos. Dio un año para revertir esa situación. A mediados de junio volvió a insistir en que 90 por ciento de la droga que ingresa a Estados Unidos lo hace desde México y que en 2018 hubo 60 mil muertos por sobredosis de opiáceos, de los cuales 15 mil fallecieron por sobredosis de heroína o sus derivados ingresados desde México.
No queda duda de que la política de estilo macartista de Trump pegó en la línea de flotación del discurso humanista de Andrés Manuel López Obrador. Y aunque, como reveló The New York Times, el acuerdo migratorio del 7 de junio contiene acciones que México ya había aceptado previamente, resulta evidente que el gobierno mexicano expandió y aceleró su ejecución con un despliegue de personal y equipo sin precedentes en la zona sur del país, en particular en la porosa, desordenada y violenta frontera con Guatemala, donde para los lugareños, a ambos lados de una línea divisoria surcada de aldeas, ejidos y caseríos, el Estado es un concepto difuso.
MIGRACIÓN, REFUGIO, DERECHOS HUMANOS Y TERRITORIOS.
La migración es un derecho humano reconocido en el derecho internacional. A su vez, el derecho internacional de refugiados se rige por la Convención de 1953 de la Organización de las Naciones Unidas, que aplica dicho estatus a toda persona que tenga “un temor fundado por su vida”, debido, principalmente, a la persecución de orden político, étnico, racial o religioso. Otras motivaciones para tipificar la condición de refugiado, recogidas en la Declaración de Cartagena de 1984, son la violencia generalizada, la hambruna, el cambio climático y la violencia intrafamiliar, preceptos que fueron incorporados por México en la nueva ley de refugiados de
No obstante, las acciones ordenadas por López Obrador indican una visión de migración basada en una noción de seguridad nacional. Es decir, una política migratoria de corte militar, punitiva y violatoria de derechos humanos. Según Porfirio Muñoz Ledo, presidente de la Cámara de Diputados y correligionario de Amlo, con su “nativismo histérico” Trump logró “desplazar el muro de la frontera norte (de México) hasta Chiapas y utilizar a
En ese contexto, López Obrador considera que el fenómeno migratorio responde a carencias materiales y a la inseguridad en regiones marginadas de México y Centroamérica. Cierto. Pero nunca dice que la pobreza, la marginación y la violencia extrema –delincuencial y estatal– son generadas por el sistema capitalista, clasista y expoliador. Un capitalismo criminal y militarizado, que en el marco de políticas de “libre comercio” (¡vaya eufemismo de ocasión!) convirtió a México, Guatemala, El Salvador y Honduras en países extractivistas y maquiladores, que de manera masiva expulsan seres humanos de sus territorios.
Los
territorios son el centro estratégico de la competencia mundial (doctrina
Monroe 2.0) y las relaciones de poder. La historia de la colonización es a la
vez la del reparto de territorios. No obstante, el colonialismo actual ocurre
también mediante un adoctrinamiento integral neosocialdarwinista y el sometimiento violento de quienes
oponen resistencia; abarca tanto los territorios como los sentidos o las
percepciones y las construcciones semióticas y culturales. México y
Centroamérica son parte de los territorios de las guerras interimperialistas,
de las guerras por territorios, bienes naturales, mercados y mano de obra
barata. Y para la guerra se necesita soldados, marinos y guardias nacionales
militarizadas, y, más importante aun, ganar “las
mentes y los corazones” mediante
la guerra psicológica.
Según el Financial Times, críticos estadounidenses de Donald Trump lo comparan a menudo con un gángster. El propio ex jefe del Fbi James Comey, despedido por Trump, dijo que su trato con él le recordó su empleo anterior “como fiscal antimafia”. Y en verdad los gestos y el estilo gansteril de Trump recuerdan a los personajes de El padrino y Los Soprano. En particular, su tendencia a tratar las alianzas como una forma de estafa de protección: pagás o dejo de proteger el vecindario. Pero también su forma de conducir la política exterior, con énfasis en las relaciones personales y una disposición a cambiar de manera repentina de las palabras cálidas a las amenazas, y viceversa.
¿Un ejemplo? Ante las amenazas del don de
Dicho eso, y apenas a dos semanas de haber alcanzado un acuerdo
migratorio preliminar con México, filtraciones anónimas del Departamento de
Seguridad Nacional reproducidas en medios estadounidenses dieron cuenta de la
próxima puesta en marcha de un operativo (“megarredadas” lo llamaron) para deportar a familias
completas de migrantes que residen en las principales ciudades del país. Para
complacer a sus bases retrógradas, Trump amenazó con una nueva cacería
antinmigrante. Mientras tanto, a López Obrador le está corriendo su tiempo de
gracia. Y si algo exhibe la coyuntura, son los nexos del padrino Donald Trump con los magnates (robber
barons), los banqueros de Wall Street y el Estado profundo, dominado por
los servicios de inteligencia y el Pentágono. Por lo que, por donde se le mire,
en el largo camino hacia las elecciones de noviembre de 2020 en Estados Unidos,
las relaciones entre Trump y López Obrador estarán llenas de sobresaltos y no
terminarán bien.
Brecha de Montevideo, Edición 1753.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=257817
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