Entrevista al
escritor y periodista Manuel Rivas
“Ecologismo y feminismo son
las fuerzas que nos abren a otra vida”
las fuerzas que nos abren a otra vida”
3 de abril de 2018
Por
Javier Morales
El asombrario
Hablamos con el escritor y periodista Manuel
Rivas, una de las firmas más lúcidas y comprometidas desde hace décadas con la
defensa de una civilización auténtica, de la libertad, del planeta y todos sus
seres –humanos y no humanos-, del mundo rural, del feminismo y el ecologismo
activo; en vísperas de sacar su nuevo libro, ‘Contra Todo esto’, un manifiesto
rebelde que condensa sus luchas permanentes.
La primera vez que vi en persona a Manuel
Rivas fue en la plaza del Conde de Barajas, en Madrid, hace muchos años. Yo era
estudiante de periodismo y Rivas me había ganado ya como lector con algunos de
sus libros, como Un millón de vacas o Los comedores de patatas, libros que
bebían directamente de la obra del escritor al que presentaba ese día, el
británico John Berger, uno de los más grandes narradores de la segunda mitad
del siglo XX. Seguí leyendo la obra de Rivas, también su trabajo periodístico,
del que nunca ha renunciado. Reunió algunos de sus reportajes escritos para El
País (cuando aún eran posibles reportajes de largo aliento) en El periodismo es
un cuento, un libro de cabecera para mí, que me demostró que el periodismo y la
literatura estaban al mismo nivel, o podían estarlo al menos. La última vez que
vi en persona al autor de La mano del emigrante o Los libros arden mal fue en
el reciente homenaje que se le rindió a John Berger en el Círculo de Bellas
Artes de Madrid.
Cuento todo esto porque creo que Manuel Rivas
es el mejor heredero en España de Berger, de su palabra y de su estrella. Como
Berger, Rivas es un autor anfibio que ha buceado en todos los géneros, un piel
roja dispuesto a dar la voz de alarma cuando las cosas van mal. Referente
literario y también moral de las letras españolas, Manuel Rivas está a punto de
publicar un nuevo libro, Contra todo esto(Alfaguara), en el que de nuevo alza
el vuelo de la palabra para señalar las injusticias de este mundo y de sus
responsables. “Es un libro activista, de un activismo de la libertad. Es un libro
insurgente, en el sentido que las palabras se levantan del suelo porque quieren
decir, poner la libertad en el cuerpo del lenguaje”, dice en el manifiesto que
firma el autor y que reproducimos al final. En esta entrevista, realizada por
correo electrónico mientras apuraba las correcciones de Contra todo esto,
hablamos de ecología, de sostenibilidad, de la desaparición del mundo rural o
lo que debería ser la buena vida, de la resistencia al poder, temas que han
recorrido su obra de ficción y de no ficción. De la esperanza que hay que
arrebatar al conformismo.
Desde los inicios, en tu obra ha habido una
preocupación por la desaparición del mundo rural. Pienso por ejemplo en ‘Un
millón de vacas’ o ‘Los comedores de patatas’, que inevitablemente recuerdan al
clásico de John Berger ‘Puerca tierra’. ¿Crees que hemos avanzado algo en todos
estos años, que somos ahora más conscientes de lo que significa la desaparición
de esa cultura milenaria?
Además de Un millón de vacas y Los comedores
de patatas, creo que es en la
novela En salvaje compañía y en la poesía, como A boca da
terra / La boca de la tierra, donde mejor reflejado queda ese proceso de
desaparición. El término “desaparición” podríamos completarlo con
“destrucción”, igual que el de “despoblación” debería ir acompañado de
“extinción”. Porque no son procesos neutrales, existe una causalidad y esa
desaparición del mundo rural o campesino de forma tan acelerada y traumática
responde a un modelo económico invasivo y totalizador, la apisonadora del
“capitalismo impaciente”, depredador, que no admite otras formas de vida, ni
siquiera lo que podría ser un sistema de “mercado honesto”. Es increíble cómo
en pocos años dos gigantes agroquímicos se han hecho, en la práctica, dueños de
la agricultura mundial. Empujando esa apisonadora está la ideología del
“progreso imparable”, esa superstición con la que expertos serviles justifican
monocultivos, transgénicos o grandes fumigaciones, y demás desastres, usando la
idea de “avance científico” como una tapadera. Y está también una política
activa más allá del laissez-faire y el abandono: la presión para imponer un
único modelo “industrial” en el campo, de grandes explotaciones intensivas y
grandes inversiones en maquinaria pesada. Ya nació obsoleto. El campo está
lleno de chatarra y de un rencor de grandes tractores con mirada oxidada.
Cuando casi se han secado todos los depósitos de esperanza, vuelven los políticos
y los burócratas y le dicen a los supervivientes: la alternativa es la
agricultura ecológica y la ganadería “natural”. Es decir… hagan, más o menos,
lo que hacían antes. Y conviertan su casa en una B&B. Por una parte,
abandono o invasión del monocultivo en alquiler o en manos de los gigantes. Por
otra, como mal menor, hacer del mundo rural un parque temático.
Sabemos que nada hay inmutable, sabemos que
hay nostalgias que nos llevan a una falsa idealización, sabemos que la visión
bucólica del mundo campesino es una deformación óptica urbana, pero también es
importante, en este proceso de desaparición, hacer un balance de pérdidas para
fundamentar una “melancolía activa”. A la manera de Benjamin, trabajar en la
“organización del pesimismo” para que el proceso de desaparición no arrastre
todo el humus de la memoria.
En este sentido, ¿qué opinas de movimientos
como el neorruralismo, gente que está harta de la esclavitud que imponen las
grandes ciudades y deciden regresar al campo?
En la cultura del mundo rural, y sobre todo en
la España y la Europa del pequeño campesinado, ¿cuál fue la pérdida
fundamental? La cultura del trabajo en común, de la cooperación, el compartir
recursos y útiles. Y todo el patrimonio común, como los montes vecinales, que
en muchos casos fueron brutalmente expropiados por el Estado o torpemente
privatizados. Hay que divulgar esta memoria de lo comunitario, porque también
fue lo más directamente atacado y destruido, multiplicando los cercados
mentales y materiales.
Lo que llamas “neorruralismo” tiene que tener
muy clara esta memoria de lo comunitario. Renovarla, reforzarla. Me parece bien
que haya robinsones y robinsonas que escapen de la ciudad e intenten vivir como Thoreau en Walden. Pero esa libertad
individual es compatible con una libertad solidaria, que no solo facilite la
supervivencia sino que la haga más placentera y creativa. Mientras tanto, ¿qué
puede hacer la política, el Estado, aparte de declaraciones que parecen pésames
escritos en 1898? Que recursos como las energías renovables tengan como destino
gratuito y prioritario el medio rural. Que se creen “bancos de tierra”, con
destino a gente que quiera cultivarlos, lo que no es una utopía sino que es
factible y deseable de inmediato. Que se restablezcan servicios estúpidamente
destruidos como “preescolar en casa”. Que se facilite y promueva la
distribución de la producción ecológica y cooperativa. Docenas de iniciativas
que están en la mente de la gente que resiste. Lo que tienen que hacer los
gobiernos central y autonómicos en España es, en primer lugar, inclinar
ligeramente la cabeza para… escuchar. Si esto es una emergencia, ¿por qué se
apuntan al funeral?
La ecología recorre también tu trabajo. En tus
artículos periodísticos es raro el día en el que no alertas sobre lo que
estamos haciendo con la naturaleza. ¿Qué tiene que ocurrir para que los
políticos se tomen en serio de una vez la crisis ecológica, amenazas reales y
presentes como el cambio climático?
Por mi experiencia, y por lo que uno
interpreta en la historia, los políticos solo te toman en serio cuando tienen
miedo a la que la gente los tire por la borda. Hay que pasar de la toma de conciencia a
la movilización, y en eso incluyo las movilizaciones electorales. En España, en
Europa, en el mundo, tenemos que potenciar los movimientos sociales. Lo que
está pasando con el feminismo es un buen ejemplo. Con millones de personas en
la calle, han tenido que dejar de despreciar o burlarse de las reivindicaciones
y estudiar un poco la realidad para hablar de ellas.
En este papel de denuncia, ¿crees que los
ciudadanos se sienten aludidos por los desastres ambientales? Lo pregunto
porque cuando ocurrió el accidente del ‘Prestige’ sí que hubo una gran
movilización social en Galicia. No sé si ha sucedido algo parecido este verano con
los incendios forestales, o si la gente se ha acostumbrado a este tipo de
tragedias.
Sí hay una toma de conciencia. El problema es
que la toma de conciencia es laboriosa, mientras el efecto de la violencia
contra la naturaleza es muy rápido, voraz y a gran escala. Pero la toma de
conciencia se multiplica cuando hay luchas y movilizaciones y, además, se
obtienen resultados. He vivido varias experiencias. La lucha contra la central
nuclear de Xove (Viveiro), en 1976, que ya estaba autorizada, con publicación
en el BOE, y tuvieron que desistir por la extraordinaria protesta popular. En
1981, el viaje del pequeño pesquero Xurelo a la Fosa Atlántica para
denunciar los vertidos radiactivos en el mar, oponiéndose in situ a los
mercantes que efectuaban las descargas, generó una movilización que se extendió
a Francia, Alemania, Bélgica y Reino Unido. La Organización
Marítima Internacional acordó la suspensión de estos vertidos
en todo el mundo. En 2002 y años posteriores, las movilizaciones del Nunca Máis
por el desastre del Prestige, con el movimiento de solidaridad internacional,
fueron las de mayor dimensión por una catástrofe ambiental en el mar. Una vez
que despierta, la conciencia está ahí. Y digan lo que digan, tuvo efecto en la
legislación europea y obligó a tomar medidas sobre seguridad en el tráfico
marítimo. Y los gobiernos están avisados. En sus “memorias”, Fraga reconoció
que perdió el poder en Galicia (lo que parecía imposible) por el Nunca Máis.
Para que haya un verdadero cambio que tenga
efectos planetarios, debemos ir hacia una sociedad en la que la basura deje de
existir, en la que se abandone el consumismo y se recicle hasta el último
residuo. Pero desgraciadamente no parece que caminemos en esa dirección, ¿no?
Vivimos una época de descivilización, de
retroceso, un sistema mundial de distopía. Una época de “modernismo
reaccionario”, con la expansión en el mundo de un modelo que denominan
neoliberalismo, y que es un sistema en el fondo antiliberal, con grandes
corporaciones que juegan como ventajistas, y utilizan sus peones políticos para
desregular. La
propia Unión Europea se ha convertido en un objetivo a
destruir desde Reagan y Thatcher, porque la idea europeísta era un “mal
ejemplo” para el mundo con un sistema de libertades y de Estado de Bienestar.
Todo esto, todos los efectos de despilfarro y destrucción de la guerra contra
la naturaleza por parte de los “amos de la humanidad”, lo pone en cuestión el
ecologismo, porque no solo denuncia la gran crisis medioambiental sino que
también supone otra forma de vida, otra relación con el medio natural. El
ecologismo activo incomoda cada vez más a los grandes poderes, porque es una
conciencia universal que les está poniendo freno junto con el feminismo. El
organismo de Derechos Humanos de la ONU ha denunciado la oleada de crímenes
contra activistas del ecologismo.
El ecologismo irrita a grandes latifundistas,
terratenientes y empresas, que se han hecho, con la complicidad política, con
las tierras de los pueblos originarios. Desquicia a los emporios que se enriquecen
con la energía, con medios de
producción nocivos y lastimosos para la vida del planeta. Enoja a quienes
tienen el monopolio de los productos químicos agrícolas que están intoxicando la tierra. Desequilibra
a la industria cárnica y a quienes mantienen sistemas crueles de explotación
animal. Encoleriza a quienes defienden como sublime espectáculo cultural las
corridas de toros. Molesta a los gobiernos porque les obliga ante la ciudadanía
a actuar, o simular que actúan, para proteger el medioambiente. No es un
movimiento sectorial, como tampoco lo es el feminismo. Es el principal freno a
la distopía y abre paso a otra civilización. A una libertad solidaria; a otra
forma de relacionarse con las personas humanas y no humanas, con los seres
sintientes y la naturaleza, a una economía honesta, a otra manera de
alimentarse y viajar. A otra vida, a otro pensamiento.
Dentro de tus preocupaciones sobre el
deterioro ambiental, tu mirada siempre ha tenido una atención especial con los
animales. ¿Qué opinas de que cada vez haya más gente que se esté planteando
dejar de comer carne? Hay quien argumenta que solo es una moda pasajera.
No, no va a ser pasajero. Al contrario. Hace
un tiempo, en arte, un cuadro con animales cazados, lo que llamamos “naturaleza
muerta”, era una imagen que se exhibía como signo de abundancia y bienestar.
Hoy es algo que espanta, que causa horror. Puede ser visto como una pintura de
denuncia. Esa evolución en la mirada lo dice todo. Ser vegetariano o vegano no
es una extravagancia. La industria cárnica se basa en un sistema de crueldad
para seres que sienten, sufren, tienen emociones. Comer animales, hoy, es comer
crueldad. Y somos lo que comemos. Llegará un momento en que la extravagancia de
ser vegetarianos o veganos será un sentido común civilizatorio.
No eres de los autores que se atrincheran en
su torre de marfil. ¿En qué medida la literatura debe recoger las
preocupaciones de su tiempo?
Flaubert decía que a él le gustaría vivir en
la famosa “torre de marfil”, pero que de vez en cuando venía una avalancha de
mierda y la tiraba. Si
tienes una relación de mano sincera con las palabras, son las palabras, como
luciérnagas, las que te van a llevar al compromiso. La literatura, entre otras
cosas, es un instrumento óptico de la conciencia: está para ver lo que no está
“bien visto”, en el doble sentido de “no estar bien visto”.
***
Un manifiesto rebelde: Contra todo esto
Por Manuel Rivas
Contra todo esto es un libro activista, de un activismo de la libertad. Es un libro
insurgente, en el sentido que las palabras se levantan del suelo porque quieren
decir, poner la libertad en el cuerpo del lenguaje. Es un libro sentipensante,
porque quiere compartir porqués y escuchar, ese acto germinal de la escucha, de
inclinar ligeramente la cabeza hacia los demás. Es un libro que quiere ver lo
que no está “bien visto”, en el doble sentido. Que está escrito caminando sobre
la línea del horizonte: busca el equilibrio mediante el desequilibrio.
Tiene once apartados: Un manifiesto rebelde;
La España del capitalismo mágico(sobre la corrupción); ¡Viva el periodismo,
cabrones! (una reivindicación del periodismo como bien común); ¿Qué futuro
dejaremos a nuestros antepasados?(sobre la memoria histórica y la amnesia
retrógrada); Disculpen las molestias, nos están matando (sobre el feminismo);
Sangre debajo de las multiplicaciones (sobre las vidas precarias); Yo no quiero
tener un enemigo (sobre Catalunya); El lugar de los porqués (sobre el
“modernismo reaccionario” y el “solucionismo tecnológico”); Cuando los animales
hablan (sobre animalismo, ecología y cambio climático); La literatura escrita
en la orilla (sobre la literatura “orillera”, en primera línea de riesgo); y,
finalmente, Hierbas de ciego (es un nombre gallego de las ortigas, así que
serían “ortigas” literarias, un herbario de pensamientos silvestres).
En Un manifiesto rebelde se va definiendo lo que es Todo Esto:
Todo Esto es descivilización.
Todo Esto es retroceso y rearme.
Todo Esto es la producción de miedo para poner
en cuarentena derechos y libertades.
Todo Esto es la sustracción de la democracia.
Todo Esto es la producción de grietas de
desigualdad.
Todo Esto es el desmantelamiento de los
espacios comunes.
Todo Esto es la producción del odio hacia el
otro, al diferente.
Todo Esto es el machismo como sistema.
Todo Esto es la guerra contra la naturaleza y
la caza de los ecologistas.
Todo Esto es la domesticación intelectual.
Todo Esto es la indiferencia y el cinismo.
Todo Esto es paraísos fiscales, corrupción
sistémica, una mezcla de la economía gris y la criminal.
Todo Esto es la creciente mercantilización y
burocratización de la enseñanza.
Todo Esto es desmemoria, o peor aún,
contramemoria.
En la Oficina de Todo Esto, un concierto de
manos visibles, hábiles en lo suyo como croupiers en el casino de Todo Esto, componen
la gran mano invisible que mueve los hilos, toca teclas para mantener Todo
Esto.
Siento vergüenza. La vergüenza te ayuda a ver.
No es un desenlace, es el principio. La vergüenza abre paso a la esperanza. La
esperanza no se espera. Hay que arrancársela de los brazos al conformismo.
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