El pulmón puede tener cáncer
26 de enero de 2019
Hoy, la ultraderecha está en el
poder en Brasil, país que tiene en sus fronteras la mayor parte de la Amazonía,
el pulmón verde del planeta. Y este hecho puede ser el cáncer definitivo que
mate esa cuenca de enorme biodiversidad.
Por
Jesús González Pazos.
Hace más o menos cuarenta años que
empezaron a sonar las alarmas por las consecuencias para la vida en este planeta
del modelo de desarrollo que, sobre todo el mundo occidental, había implementado
desde la revolución industrial. Un modelo que, entre otros graves problemas,
generaba una destrucción más o menos sistemática de la naturaleza.
La contaminación de tierras y
aguas, la desaparición de los bosques y el consiguiente aumento de la
desertificación, el uso sin límite de los recursos no renovables que empezaba a
provocar el vértigo ante el abismo al darse cuenta de que el planeta es finito,
eran también resultado de estas actuaciones.
Al
igual que el empobrecimiento creciente de millones de personas, atrapadas en
unos países esquilmados y explotados por la voracidad del desarrollo impuesto
que, irónicamente, se les denominaba como “en vías de desarrollo”, mientras su
futuro se les hipotecaba y clausuraba.
En suma, se extendía
la preocupación por el hecho de que podíamos estar acabando con las opciones de
una vida digna para las generaciones presentes y futuras.
Desde esos años se
multiplicaron los estudios, investigaciones y cumbres en las que los líderes
del mundo no resolvían prácticamente nada a pesar del agravamiento continuado
de la situación de riesgos diversos y cada día más evidentes. Y alcanzamos así
los tiempos actuales en los que los peligros son más que puras alarmas. El cambio climático
es incuestionable y todas y todos somos conscientes del mismo, por mucho que
algunos pseudoliderazgos (Donald Trump) se afanen en negarlo y otros decidan
mirar para otro lado para no incomodar en exceso al líder.
El calentamiento
global ya no está en la puerta, sino que ha entrado en la casa y sus
consecuencias todavía no alcanzamos a medirlas con exactitud, como todo futuro,
pero si sabemos que serán graves para muchos territorios y para millones y millones
de personas. Ahora sabemos que hay recursos y situaciones vitales para el
sistema y para la vida que están llegando al límite y que se agotarán en breve,
no habiéndose generado aún alternativas suficientes.
Pues bien,
precisamente cuando empezaron esas preocupaciones hace cuatro décadas uno de
esos recursos vitales, pero finitos, que se identificó con rapidez es la selva
amazónica. De una parte, en ella viven varias decenas de pueblos con formas de
vida diversas y que, como tales pueblos, tienen derecho a seguir disponiendo de
ese territorio y de su futuro. De otra parte, a este espacio natural se le
nombró rápidamente como el pulmón verde del planeta, por su generación de
elementos imprescindibles para la vida. Múltiples estudios señalaban las graves
consecuencias de su desaparición, generando cambios profundos en el mismo clima
de todo el planeta y aumentando el calentamiento global, entre otros efectos.
La Amazonía era uno de los territorios vitales para el mundo.
Pero ya en esos
momentos el pulmón tenía, cuando menos, asma. Una enfermedad que limitaba su
capacidad pulmonar y la de seguir generando, entre otros, el oxígeno necesario
para el planeta. Se entendía ya entonces que día a día era atacado por los
intereses mercantilistas, propios del sistema neoliberal, que destruían
diariamente miles de hectáreas de selva, constriñendo su capacidad de respiro.
Deforestación
continua, minería destructiva, agronegocios de monocultivos en una tierra
altamente vulnerable, iban de la mano de las periódicas grandes declaraciones
que la llamada comunidad internacional hacía para mantener a salvo la selva
amazónica y los derechos humanos de los pueblos que la han conservado durante
miles de años.
Y de esta forma, en
este caminar esquizofrénico entre la preocupación por la conservación y la
dominante de seguir aumentando los intereses económicos inmediatos se nos iba
el tiempo. Hoy, la ultraderecha está en el poder en Brasil, país que tiene en
sus fronteras la mayor parte de esta cuenca de enorme biodiversidad. Y este
puede ser el cáncer definitivo que la mate; que el asma evolucione a úlceras
cancerosas y la metástasis puede hacer el resto, mientras el mundo mira para
otro lado y elude su responsabilidad en la salud del enfermo.
Las primeras
decisiones en firme del gobierno del neofascista Jair Bolsonaro, en consonancia
con sus declaraciones en campaña electoral, son un ataque frontal a la Amazonía
y a los pueblos que la
habitan. Hasta ahora la Fundación Nacional
del Indio (FUNAI) ha sido el organismo del estado, dependiente del Ministerio
de Justicia, que se encargaba de la salvaguarda, con mayor o peor fortuna, de
los derechos de los pueblos amazónicos y, entre otros, de la delimitación de
las áreas indígenas protegidas. Pues esas primeras decisiones pasan la demarcación
de tierras indígenas al Ministerio de Agricultura, el cual hoy está en manos de
Tereza Cristina Correa, quien ha sido desde hace años la líder del bloque de
los hacendados rurales, que defienden a ultranza el agronegocio y, un ejemplo
más, el uso irrestricto de agroquímicos.
El Servicio Forestal
Brasileño también pasa del Ministerio de Medio Ambiente al de Agricultura. Por
último, la FUNAI, totalmente vaciada de atribuciones y competencias ahora
dependerá del nuevo Ministerio de Mujer, Familia y Derechos Humanos, el cual
está bajo la autoridad de la pastora ultraevangélica Damares Alves. Esta ministra es una ferviente
antiabortista que, entre otras declaraciones, dijo que ha llegado el momento de
implantar el gobierno de las iglesias o que la escuela pública ya no es un
lugar seguro y el único espacio con estas características son las iglesias
evangélicas.
Con esta situación la
previsión, o mejor dicho parece que la promesa, es que los avances de la
deforestación y desaparición del pulmón del planeta se multipliquen
exponencialmente. Nunca han sido frenados, pero lo que en los próximos pocos
años puede ocurrir es que sea totalmente irreversible la destrucción de la Amazonía. Las
características de la selva y de sus suelos no los hacen recuperables; además,
estos espacios se agotan en muy poco tiempo, por lo que no son ni útiles para la agricultura. Es
mucho más fácil que la Amazonía se convierte en breve en un erial o en inmensas
áreas de pasto para el ganado de los hacendados que veamos volver a crecer los
árboles.
El ascenso de la
ultraderecha, no solo en Brasil sino también en EE.UU. y en la vieja Europa , así
como los ataques de ésta contra la igualdad y el ejercicio de derechos de las
mujeres, ha hecho recuperar una sentencia de la filósofa feminista Simone de
Beauvoir. Señaló que no podemos olvidar nunca que “bastará una crisis política,
económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser
cuestionados, (porque) esos derechos nunca se dan por adquiridos”.
Por ello, concluye la
cita subrayando la importancia y necesidad de que las mujeres permanezcan
vigilantes sobre dichos derechos durante toda la vida. Desgraciadamente
la premonición de Simone de Beauvoir resulta ser cierta en su absoluta
totalidad y profundidad, pero también desgraciadamente, no solo si hablamos de
los derechos de las mujeres, sino también si lo hiciéramos de la naturaleza
(Amazonia), de los pueblos indígenas o de la grandes mayorías (sectores
empobrecidos, clases medias…) que este sistema, hoy ultraneoliberal, sigue
considerando como bienes explotables para el aumento desenfrenado de sus
cuentas de beneficios económicos.
Las élites son así y
por lo tanto hoy hay que estar más que vigilantes que nunca para conseguir
verdaderamente que los derechos de las personas (mujeres y hombres), de los
pueblos y de la naturaleza sean realmente derechos adquiridos y no cuestionados
permanentemente por el sistema dominante. Hay instrumentos internacionales de
derechos que los protegen y que hoy están en riesgo de ser ignorados, violados,
olvidados, de forma definitiva. Estamos a tiempo de eliminar el cáncer, pero la
metástasis empieza a crecer y no hay tiempo que perder.
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