Transgénicos y ecología: la
actitud ante la vida
4 de septiembre de 2017
"Si
nuestra ciencia fuera sensata, mucho antes de intentar mejorar los genomas,
volcaría todos sus esfuerzos en conservar el maravilloso legado de la biodiversidad. Entonces
se daría cuenta de que lo más importante que tiene que descubrir en el siglo
XXI no es hacer bacterias sintéticas, sino diseñar una sociedad humana
compatible con la vida del planeta, porque la actual está destrozándola a
marchas forzadas."
Marga Mediavilla
Hay últimamente una
campaña de desprestigio a toda la oposición a los transgénicos tachándola de
"anticientífica" que ha llegado al extremo de calificar de
"terrorismo antitransgénicos pagado por el Estado" a Ecologistas en
Acción.
Es difícil explicar
por qué el ecologismo se opone a los transgénicos y a la ingeniería genética
(sobre todo a algunos transgénicos y a alguna ingeniería genética) y no es ésta
una cuestión que se pueda entender en debates superficiales. Sin embargo, hay
últimamente una campaña de desprestigio a toda la oposición a los transgénicos
tachándola de “ anticientífica”
que ha llegado al extremo de calificar de “ terrorismo antitransgénicos
pagado por el Estado” a Ecologistas en Acción y que no se
corresponde en absoluto con la postura del movimiento ecologista, basada en importantes argumentos
científicos .
En algunos debates,
por ejemplo, se argumenta que el ser humano ha seleccionado genéticamente
animales y plantas desde el Neolítico, por lo tanto, –dicen- no tiene sentido
oponerse a esta nueva manipulación si no es desde la superstición y la paranoia. Sin
embargo, los transgénicos no son lo mismo que la selección tradicional y hay
una frontera entre la manipulación admisible y la inadmisible. De
todas formas, como el debate es muy complejo, en lugar de entrar en complicados
razonamientos científicos, podemos establecer un símil para abordarlo.
Imaginemos un cuarteto
de jazz compuesto por músicos que (como sucede habitualmente en el jazz)
estudian largos años de conservatorio, después acumulan una larga experiencia
en todo tipo de música clásica, pop o rock y más tarde tienen la paciencia de
volver a estudiar la teoría del jazz para llegar a convertirse en los
auténticos virtuosos que requiere esta compleja música. Imaginemos que el
cuarteto cada año ofrece a su público nuevas composiciones y algunas de ellas
conectan con los gustos del público y se ponen de moda. De esta forma el
cuarteto sigue innovando cada año, pero tiende a interpretar más a menudo los
temas que gustan a su público. En cierta forma, el público manipula a los músicos,
pero son los músicos los que crean, y lo hacen mediante su experiencia, su arte
y todos sus conocimientos. Eso podría ser una buena metáfora de lo que el ser
humano ha venido haciendo desde el Neolítico: la naturaleza ha ido creando la
variedad genética y el ser humano ha escogido las plantas y animales más
beneficiosos para sí.
Imaginemos ahora que
el hijo de un productor musical quiere ser estrella. Es un niño de apenas 10
años que acaba de empezar a estudiar en el conservatorio, pero su padre tiene
mucho dinero. Gracias a ello, el niño consigue subirse al escenario y forzar al
cuarteto de jazz a interpretar la melodía que él toca con la flauta del cole.
La melodía del niño no se inserta con naturalidad en la música del cuarteto: el
niño pierde el ritmo, se equivoca… su padre debe estar constantemente forzando
a los músicos para que acompañen esa melodía insertada con calzador. En algunas
ocasiones, los músicos de jazz tienen tanta habilidad que consiguen algo
aceptable del forzado quinteto, pero es obvio que las cosas suenan mejor cuando
dejan a los músicos profesionales crear a su aire.
La ingeniería genética
es la introducción forzada de una melodía en la complejísima sinfonía del
genoma. Para conseguir insertar artificialmente estos genes y evitar los mecanismos
de silenciamiento del organismo, se recurre a potentes promotores que fuerzan a
las células a replicar constante ese ADN sin poder regular la expresión del
gen. A pesar de los avances de las últimas décadas de investigación, nuestra
ciencia apenas está empezando a asomarse a la complejidad de la vida y se
parece mucho más a un niño de conservatorio que a un experimentado músico de
jazz. No es extraño que los éxitos de la ingeniería genética aplicada a la
mejora agrícola hayan sido mediocres, que sean muy pocos los cultivos en los
que se esté aplicando comercialmente y éstos no
hayan conseguido ser significativamente más productivos ni rentables que las
variedades convencionales.
La frontera entre lo
que se considera admisible en ingeniería genética y lo que no, está en algo tan
sutil como la actitud. No
es lo mismo acercarse a la vida con la admiración del público ante la experiencia
y el arte de los maestros que acercarse como un arrogante niño que quiere, a
toda costa, imponer sus inventos y obtener beneficios rápidos .
Este debate estaba ya
presente en las reflexiones de Bertrand Russell, quien hablaba del
impulso-poder y el impulso-amor en la ciencia. En La Perspectiva Científica , Russell
argumenta que la ciencia ha sustituido el impulso-amor inicial de los primeros
científicos (cuyo motor era un apasionado amor al mundo), por el impulso-poder
que busca manipular para la propia ventaja, o incluso, manipular únicamente con
el propósito de demostrar que se puede hacer , independientemente de las
consecuencias.
No es cierto, como nos
quieren hacer creer, que haya una única postura de la ciencia ante los
transgénicos mientras el resto son posturas acientíficas y supersticiones. Hay
varias formas de acercarse a la vida desde la ciencia. Cuando la
ciencia se acerca a la vida con el impulso-amor contempla la belleza de los
ecosistemas y sus complejísimos sistemas de regulación, intenta imitarlos y
surge de ello la biomímesis, la permacultura y la agroecología. Cuando
la ciencia se acerca a la vida con la actitud de respeto y admiración del
público ante el virtuoso, ve la inmensa variedad de la biodiversidad e intenta
protegerla antes de que se extinga: entonces surge el conservacionismo. Cuando
la ciencia se acerca a la vida con la arrogancia de un niño rico , manipula los
genes para vender productos químicos y hacer negocio sin darse cuenta de que
esos productos están destruyendo los sofisticados y maravillosos ecosistemas
del planeta: entonces surge la actual ingeniería genética (sobre todo la
aplicada a la agricultura).
Quizá algún día la
ciencia humana sea capaz de convertirse en un “músico de jazz”, y, por méritos
propios, pueda subirse al escenario a interaccionar armónicamente con la vida. Pero no es desde
la actitud arrogante de la ciencia-poder desde donde aprendemos a convertirnos
en esos virtuosos artistas. Si nuestra ciencia fuera sensata, mucho antes de
intentar mejorar los genomas, volcaría todos sus esfuerzos en conservar el
maravilloso legado de la biodiversidad. Entonces se daría cuenta de que lo
más importante que tiene que descubrir en el siglo XXI no es hacer bacterias
sintéticas, sino diseñar una sociedad humana compatible con la vida del
planeta, porque la actual está destrozándola a marchas forzadas. Si no somos
capaces de desarrollar una sociedad que no destruya los ecosistemas, nos
quedaremos solos en el planeta tocando nuestras torpes melodías con la flauta
del cole y seremos los protagonistas absolutos del escenario, pero viviremos en
un mundo donde el arte, la belleza y la fabulosa ingeniería que ahora nos
regala nuestra Maestra se habrán extinguido.
Agosto de 2017
Fuente: http://www.biodiversidadla.org/Principal/Secciones/Documentos/Transgenicos_y_ecologia_la_actitud_ante_la_vida
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