México, un país lleno de mundos -
Por
qué importan los pueblos indígenas
19 de septiembre de
2017
Ningún
país del hemisferio occidental tiene mayor población indígena que México. Lo
cual estadísticamente es un milagro pues todos los gobiernos independientes de
México, desde el primero hasta el último pretendieron reducirlos, disminuirlos,
ocultarlos, asimilarlos, y en el fondo exterminarlos.
Ni el presidente
zapoteca Benito Juárez se salva, aunque tal vez sí, por la vía
paternalista-corporativista, el Tata Lázaro. Y párenle de contar. Muchos no
tuvieron la intención explícita, pero el genocidio posee muchas caras y la
estadística es una de ellas. Otras: la educativa, la extractivista, la
perversamente desarrollista. Aunque ya no se dan exterminios de aldeas enteras
como aún ocurre en Brasil, Colombia y Perú, hace apenas 20 años el presidente
Ernesto Zedillo fue responsable directo de las matanzas de indígenas en Acteal,
la región chol de Chiapas, Aguas Blancas y El Charco en Guerrero. Punta del
iceberg de lo que desde 1994 el Ejército Zapatista de Liberación Nacional
(EZLN) viene llamando “guerra de exterminio” con argumentos bastante sólidos.
Los 43 desaparecidos de Ayotzinapa y los muertos de Iguala en 2014 no los
podemos despejar de la
ecuación Fue El Estado.
La cuarta parte, al
menos el 25 por ciento de los polémicamente llamados indígenas, indios,
naturales, nativos americanos, aborígenes o pueblos originarios en América son
mexicanos, y nunca en tiempos modernos han pretendido dejar de serlo, el hecho
de ser todos mexicanos les permite buscarse, identificarse y reunirse. La
lógica autoritaria y asistencialista del Estado los uniforma en dependencias
agrarias, indigenistas, partidarias, educativas y otras formas de control
legal. Como en el resto del subcontinente, es el castellano su lengua franca,
lo cual siempre revistió importancia política, pero hoy la tiene más cuando se
autonomizan del Estado. Y ya que hablamos de milagros, en estos tiempos
presenciamos el nacimiento de una nueva literatura en lenguas hasta ahora no
leídas, y escuchadas sólo por sus hablantes. Por su carácter único y de verdad
novedoso en menos de tres décadas se ha convertido en el fenómeno cultural más
importante del país. Esto casi nadie lo dice. Y todavía son pocos los que lo
saben o están preparados para admitirlo.
Unas sesenta lenguas,
las mayores con gran variedad dialectal (otomí, nahua, zapoteca, mixteca,
mayense, yoreme, mixe) representan algo más que un naufragio diferido y mil
veces anunciado. Más de diez millones de personas las hablan. Unos cuantos
miles leen alguna. Otros diez millones (mínimo) las entienden o pertenecen a un
pueblo originario aunque todo se los niegue. Si los criterios censales y
demográficos fueran menos ideologizados y colonialistas, el número de indígenas
en México estaría muy por encima de los 12 o 15 millones que se les reconoce.
Por cierto, tan sólo en el Área Metropolitana residen hablantes de unas 40
lenguas que con toda justicia podemos llamar mexicanas. Pero esto, y la
maravillosa poesía que escriben centenares de autores indígenas, no es lo más
importante, por mucho que lo sea.
Por primera vez desde
la Colonia tardía los pueblos originarios son dueños de su propio destino. Mas
si en los siglos XVII y XVIII los pueblos eran libres por abandono (salvo la
iglesia católica y dueña), merced al relativo respeto de la corona española a
su mera existencia, en el siglo XXI lo son por determinación propia. Resulta
difícil separar las palabras indígena y resistencia.
Los olvidados de
siempre
El parteaguas que los
pueblos reconocen es el levantamiento zapatista en 1994, si bien ese arroz ya
se había cocido desde 1992 al fracasar la celebración del V Centenario de los
reyes europeos y los presidentes americanos ante la agitación indígena de
Canadá a la Araucanía, con epicentros en México, Ecuador y Bolivia. Estábamos
ante un despertar histórico de grandes proporciones, que en los dos últimos
países produjo cambios profundos en el Estado mismo y son efectivamente
plurinacionales. En México no es tan fácil. En una nación con cien millones de
habitantes, y diez o quince millones más en Estados Unidos, los indígenas son
minoría. La minoría más grande, algo que ahora buscan hacer valer con su
propuesta del Concejo Indígena de Gobierno, impulsada por el Congreso Nacional
Indígena (CNI) y el EZLN, con la que harán presencia en el proceso electoral de
2018 mediante su vocera María de Jesús Patricio.
Dentro de sus
limitaciones y dificultades, el CNI es la única organización nacional de los
pueblos, naciones y tribus, a veces con participación simbólica o testimonial.
El CNI está vinculado con luchas y organizaciones activas de las regiones
indígenas y migrantes en las ciudades. En diversos grados y modalidades,
mientras usted lee estas líneas se desarrollan experiencias de autogobierno y
libre determinación en La Montaña de Guerrero, las montañas y selvas mayas y
zoques de Chiapas, porciones de la meseta purépecha, las sierras mixe, zapoteca
y huichola, la costa seri, el valle de los yaqui, la sierra norte de Puebla y
la comunidad ancestral de Milpa Alta dentro de los límites de la hoy mal
llamada Ciudad de México. Esto además de luchas locales y puntuales en las Huastecas,
la sierra rarámuri, el Estado de México, la península de Yucatán y si nos
seguimos, el valle de San Quintín y la propia capital del país.
A la cooptación
histórica del Estado y la iglesia romana se suma una guerra abierta, violenta y
con incontables frentes, que no se atreve a decir su nombre. Iniciada en 1995,
en 2007 inauguró su fase más brutal bajo el gobierno de Felipe Calderón. Bajo
el engañoso concepto de “guerra al crimen organizado” se militarizaron todas
las regiones indígenas (varias ya lo estaban). Calderón obedecía los designios
hemisféricos de Washington, y de paso obtuvo aval para su guerra doméstica
contra los pueblos en crecientes resistencia y organización. Decidió abortar
cualquier movilización nacional del CNI y sus aliados, llenó de muerte sus
caminos y veredas, soltó los demonios de cada región e impidió que las
representaciones indígenas se reunieran. La violencia y los asesinatos
campearon, y sólo aquellos pueblos armados (los zapatistas, las policías
comunitarias de La Montaña) siguieron reuniéndose y evolucionando en sus
regiones.
El gobierno actual
mantiene el cerco militar, a la vez que extrema los actos de despojo de sus
tierras y recursos para malbaratarlos. Lo que busca la propuesta política, más
que electoral, del Concejo Indígena de Gobierno es romper este cerco brutal.
- Poeta, editor, escritor de cuentos,
ensayos y guiones cinematográficos. Es cronista, reportero, y articulista de La
Jornada desde su fundación. Dirige Ojarasca desde 1989. Desinformémonos publicó
su poemario “Trópico de la libertad” en 2014.
Desinformémonos,
16 de septiembre, 2017
Fuente: http://www.biodiversidadla.org/Principal/Secciones/Documentos/Mexico_un_pais_lleno_de_mundos_-_Por_que_importan_los_pueblos_indigenas
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