16 de septiembre de 2017
Por Alberto Garzón (Público.es)
En los primeros días de septiembre de 1867,
hace ahora 150 años, se publicó el primer volumen de El Capital, la que es para
muchos la obra cumbre de Karl Marx (1818-1883). Fue en una modesta tirada de
mil ejemplares, pero a pesar de ello contribuyó decisivamente a transformar la
forma en la que personas de todo el mundo venían nuestras sociedades.
La idea original de Marx consistía en escribir
un conjunto de seis libros, dedicados cada uno de ellos a los siguientes temas:
el capital, la propiedad de la tierra, el trabajo asalariado, el Estado, el
comercio exterior y el mercado mundial. Sin embargo, la pobreza y las
enfermedades (su vida estuvo marcada por los exilios políticos y las carencias
materiales y de salud) le retrasaron de tal modo que acabó optando por un
proyecto editorial de tres volúmenes. Aun así, sólo publicó en vida el primero.
Los volúmenes segundo y tercero, ambos inacabados, fueron editados y publicados
por su amigo y camarada Friedrich Engels (1820-1895) a partir de los
manuscritos que Marx había estado escribiendo durante los años previos a su
muerte.
El Capital es una obra densa y
difícil. Leerla y entenderla requiere la dedicación de una ingente cantidad de
horas de estudio. Y aunque corre el rumor de que todo comunista dice haberla
leído y entendido, es improbable que sea cierto. A su naturaleza de material
incompleto hemos de añadir el estilo del autor, que en algunos pasajes es
ciertamente oscuro. De hecho, es habitual que los lectores inadvertidos se
encuentren decepcionados tras consultar las primeras páginas. En ellas
encontramos un alto nivel de abstracción teórica que dificulta mucho la lectura. Por decirlo
de una forma breve, El Capital no es el típico libro que se puede
leer mientras se va en el autobús. No es el Manifiesto
Comunista. En efecto, el Manifiesto,
escrito con Engels en 1848, había sido un material propagandístico elaborado
para animar a los trabajadores en el contexto de las revoluciones europeas que
estaban teniendo lugar entonces. Por el contrario, El Capital obedece a objetivos mucho más
complejos y ambiciosos. Se aspira, nada más y nada menos, que a la comprensión
exacta del funcionamiento del sistema económico capitalista. Y ello, a juicio
de Marx, requería una exposición mucho más justificada y rigurosa. Una
exposición que se parecía mucho más a los trabajos de los primeros economistas
clásicos, como Adam Smith y David Ricardo, que a los textos publicados hasta
entonces por los representantes del socialismo utópico, como Robert Owen o
Saint-Simon. Para Marx, El
Capital era un misil contra
la burguesía precisamente por su capacidad para desvelar y desnudar las formas
por las que una parte de la población explotaba a la otra parte.
Se observará entonces que existía, y aún
existe, una aparente contradicción. El
Capital, como arma, parece de difícil acceso para los trabajadores, quienes
por lo general, y por diversas razones, están menos preparados para abordar un
libro de esta naturaleza. Precisamente por eso, han sido muchos los autores que
han intentado resumir El
Capital e incluso codificar
esta obra en forma de catecismos. Así lo hizo Karl Kautsky, el primero en
sintetizar en un buen libro las ideas principales de El Capital. O, por ser más
precisos, lo que él consideraba que eran las principales ideas del libro de
Marx.
La interpretación kautskiana se convirtió en
hegemónica durante el período de vigencia de la II Internacional
(1889-1914), considerándose desde entonces, no en vano, como la visión ortodoxa
del marxismo. Pero el trabajo de Kautsky no consistió sólo en resumir El Capital sino que trató de sintetizar toda
la obra marxista disponible hasta entonces, convertida así en doctrina. De este
modo, el producto vivo e inspirador del largo trabajo de Marx fue enclaustrado
bajo la fórmula cerrada de una doctrina al servicio de los principales partidos
socialdemócratas de la época –como después ocurriría lo mismo con la III Internacional
(1919-1943) y la
Unión Soviética-. Esta interpretación ortodoxa, si bien se
inspiraba en algunas de las lecturas de Marx, convirtió en mera caricatura la riqueza
del trabajo original marxista. De hecho, Marx nunca habló de materialismo históricoy tampoco
de materialismo dialéctico,
sino que éstas fueron construcciones posteriores, hechas por Engels y otros
autores, que trataron de ofrecer a la clase trabajadora un producto más
compacto y accesible del trabajo de Marx.
Sin embargo, reducir la obra de Marx, entre
ellas El Capital, a un
producto cerrado implica ahogar gran parte de su capacidad para la investigación. La
obra de Marx, como la de cualquier otro autor, está llena de elementos no del
todo coherentes entre sí y que dependen, en gran medida, del contexto histórico
en el que se escriben. En un ámbito bien distinto, como es el de la física,
estas cuestiones también pasan. Aunque se califican de otra forma. El propio
Einstein presentó su teoría de la relatividad especial en 1905, mientras que su
teoría de la relatividad general tuvo que esperar a 1915, exactamente diez años
después. En el período que media entre la primera y la segunda, Einstein
publicó diferentes textos que pretendían resolver los problemas que enfrentaban
sus planteamientos, aunque sin éxito. Nadie pretendería hoy, por ejemplo,
recuperar y reivindicar aquellos intentos fallidos de Einstein. Eso es así
porque en la física, a diferencia de lo que ocurre en las ciencias sociales, es
posible llegar a consensos amplios sobre los resultados de una investigación.
En el caso de las ciencias sociales eso es imposible; ello no quiere decir que
toda opinión valga lo mismo, sino que los criterios de rigor para consignar que
una explicación es cierta son distintos, más cuestionables, más abiertos. En
realidad, toda la obra de Marx es un proyecto en construcción para dotar de una
explicación a fenómenos sociales, cuya naturaleza es por defecto incierta,
impredecible y en muchos casos incuantificable. Y el hecho de que sea un
proceso en construcción, junto con la naturaleza específica de la ciencia
social, hace fallido cualquier intento de crear una doctrina y, mucho menos, de
elevarla al rango de ciencia.
Es verdad, por ejemplo, que en algún momento
Marx sí creyó haber descubierto las leyes de la historia. En el Discurso ante la tumba de Marx,
el propio Engels explicó que «de la misma forma que Darwin ha descubierto las
leyes del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx ha descubierto las leyes
del desarrollo de la historia humana»[1]. Y en una carta
a Ferdinand Lasalle (1825-1864), el propio Marx le explicó que «la obra de
Darwin es de una gran importancia y sirve a mi propósito en cuanto que
proporciona una base para la lucha histórica de clases en las ciencias
naturales»[2]. La influencia de los descubrimientos de
Darwin, unida a la teoría de la historia heredada de Hegel, proporcionaron a
Marx un esquema histórico sobre el que, en teoría, toda sociedad debería
desplegarse en el tiempo. En breve, al feudalismo le seguiría el capitalismo, y
a éste el socialismo. Sin embargo, el último Marx, el de la década de 1870, se
había estado reuniendo con amigos y revolucionarios rusos que contribuyeron a
modificar su visión sobre la situación de Rusia, en particular, y la de los
países atrasados, en general. Hasta el punto de que en una carta de 1877
escribió que «sucesos notablemente análogos pero que tienen lugar en medios históricos diferentes conducen a resultados
totalmente distintos. Estudiando por separado cada una de estas formas de
evolución y comparándolas luego, se puede encontrar fácilmente la clave de este
fenómeno, pero nunca se llegará a ello mediante el pasaporte universal de una
teoría histórico-filosófica general cuya suprema virtud consiste en ser
suprahistórica»[3]. Como se puede comprobar, casi una
enmienda a la totalidad a su antigua concepción de la historia o, cuando menos,
a la versión vulgar que Engels había sistematizado como materialismo histórico.
De ahí que, cuando la revolución rusa de 1917
tuvo lugar en un país severamente atrasado y prácticamente feudal, Antonio
Gramsci (1891-1937) dijera que se trataba de una «revolución contra El Capital»
y que «El Capital de Marx era, en Rusia, el libro de los burgueses más que el
de los proletarios»[4]porque instaba a crear una
burguesía e iniciar una era capitalista y no a que el proletariado tomara el
poder en esas condiciones. Gramsci afirmó en aquel artículo que con la
revolución «los bolcheviques reniegan de Carlos Marx al afirmar, con el
testimonio de la acción desarrollada, de las conquistas obtenidas, que los
cánones del materialismo histórico no son tan férreos como se pudiera pensar y
se ha pensado»[5]. En realidad, lo que se ponía de manifiesto
es que la interpretación ortodoxa del marxismo, y mucho más la interpretación
del mismo que lo consideraba como ciencia pura, fallaba al enfrentarse con las
cambiantes e impredecibles formas de la realidad. De ahí que no podamos considerar al
marxismo más que como una, la más fértil, tradición política y de
investigación.
Otro elemento ciertamente crítico, y que
conforma una laguna en la obra de El
Capital, es el de la clase social. Como he tratado de demostrar en un libro
de próxima publicación, Por qué
soy comunista (Península, 2017), la lectura que hacemos sobre la clase
social y el Estado condiciona absolutamente la práctica política de los
partidos socialistas. Sin embargo, Marx no llegó a escribir nada compacto sobre
ninguno de esos conceptos. Y, en el caso de clase, esta es una ausencia crucial
porque conforma la espina dorsal de su pensamiento político. Es más, a
cualquier seguidor de la obra de Marx le sorprenderá que su táctica política
fuera tan diversa en el tiempo. Por qué, por ejemplo, él y Engels consideraban
necesario mantener la autonomía de los partidos socialdemócratas frente a los
partidos liberales en Europa y, en cambio, ambos sugerían a esos mismos
partidos socialdemócratas en Inglaterra o Estados Unidos que se incorporaran en
el seno de los partidos liberales. Algo similar a la polémica de Lenin en 1905,
cuando se opuso a la decisión del partido socialdemócrata ruso de no
incorporarse al Soviet de San Petersburgo por ser considerado un espacio
espontáneo y desideologizado. Tanto Marx y Engels, primero, como Lenin,
después, no eran unos fetichistas de las organizaciones políticas sino que su
práctica política dependía de cómo entendían la construcción y evolución de las
clases sociales en contextos históricos. Por eso se ha dicho que lo importante
es la clase social y no el partido. Y aun así, Marx nunca elaboró una
explicación detallada del concepto de clase.
En el análisis del capitalismo que hace Marx
en El Capital o en el Manifiesto Comunista, él
detecta la existencia de dos clases fundamentales que le permiten explicar el
desarrollo de la propia historia: los capitalistas y los trabajadores. Desde
este punto de vista, el capitalismo genera una estructura de huecos en las relaciones de clase que luego
son ocupados por personas reales. Es como si primero existiera la estructura,
creada por el sistema económico, y luego las personas reales que «hacen su
propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias
elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se
encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado»[6]. Estamos ante un esquema de clases típicamente
polarizado donde sólo parecen existir capitalistas y trabajadores. Así, en este
enfoque la clase es una realidad objetiva que varía según el desarrollo de las
fuerzas productivas.
Sin embargo, en otros escritos Marx analiza la
realidad social de una manera mucho más compleja, atendiendo a las
particularidades de cada contexto. En este caso los escritos son de carácter más
político y coyuntural, y en ellos Marx ya no trata con sólo dos clases sino que
llega a diagnosticar clases, fracciones, facciones y una red mucho más compleja
de grupos sociales. Un ejemplo paradigmático es el 18 Brumario, en el que Marx
analiza el golpe de Estado dado por Luis Bonaparte (1808-1873) en 1851. Esta
segunda opción está conectada con la visión de Lenin y, especialmente, de
Edward Thompson, según la cual las clases sociales son también construcciones
sociales que dependen de las prácticas políticas y no sólo huecos en las
relaciones de producción.
Sea como sea, estas dos diferentes formas de
analizar la clase social carecen de algún tipo de vínculo en la teoría de Marx.
Es más, hay abundante material para creer que Marx «pensaba que la tendencia
histórica del capitalismo apuntaba hacia una creciente polarización en lo
concreto»[7], es decir, que la dinámica capitalista
apuntaría a la destrucción de todas las clases sociales que no fueran la de los
capitalistas y los trabajadores. En su visión, la complejidad de la vida real
se estaba simplificando por el propio desarrollo del capitalismo puesto que
éste creaba cada vez más proletarios y al mismo tiempo reducía el número de
capitalistas –aunque los restantes vieran su poder incrementado. Esta idea,
recogida después por Kautsky, se tuvo que enfrentar a las transformaciones del
capitalismo a finales del siglo XIX y a la aparición de las llamadas clases medias. Este debate,
como hemos insistido en otros lugares, es crucial para entender los fenómenos
sociales y el desarrollo de la política hoy en día.
Por otra parte, Marx no supo o no pudo,
también por diversas razones, incorporar cuestiones ecologistas y feministas en
sus escritos. Marx fue un hombre de su época, y aunque hay autores como Elmar
Altvater o Bellamy Foster que reivindican su temprana inclinación ecologista,
no podemos dejar de advertir que tanto Marx como Engels asumieron no sólo las
tesis más productivistas de la Economía Política y sus categorías sino también
los prejuicios –en este caso bastante más Marx que Engels- propios de vivir en
un sistema patriarcal. Para la actualización de los parámetros ecologistas y
feministas desde una perspectiva marxista es necesario dejarse acompañar por
autores más modernos que, aun inspirándose en Marx, despliegan su trabajo de un
modo diferente.
En suma, leer a Marx es una fuente de
inspiración que nos brinda la oportunidad de dar con las preguntas y respuestas
adecuadas. Y 150 años después de la publicación de El Capital, a mi juicio
conviene leer y estudiar con mucha atención la obra marxista. Así, además,
corregiremos una deriva que ha afectado mucho a la calidad, y también utilidad,
de los análisis marxistas. Me refiero, especialmente, a la tendencia a ignorar
las cuestiones materiales y económicas en los análisis políticos.
Para entender esto debemos recordar que los
fundadores del llamado socialismo científico y los llamados clásicos, entre los
que se encuentran Marx, Engels, Lenin, Luxemburg, Kautsky, etc. pusieron su
atención fundamental en cuestiones de Economía Política y de lo que se llamaría
base económica. Pero a partir de los años veinte el marxismo occidental
adquiere otro tono y asume otras preocupaciones. Como dice el historiador Perry
Anderson (1938-), «el marxismo occidental en su conjunto, cuando fue más allá
de cuestiones de método para considerar problemas de sustancia, se concentró
casi totalmente en el estudio de las superestructuras»[8],
especialmente las cuestiones culturales. Dicho de otra forma, el análisis
cultural suplantó a la Economía Política.
Pero, además, el tono fue cambiando desde un optimismo antropológico, basado en
gran medida en la asunción de que la concepción de la historia era correcta,
hasta convertirse en un pesimismo antropológico más que notable. Esto fue coincidente,
además, con tres hechos adicionales. Por un lado, el desplazamiento del estudio
y análisis marxista desde el continente europeo hacia el mundo anglosajón. Por
otro lado, con el cambio de perfil de los intelectuales marxistas, que hasta
los años veinte habían sido tanto dirigentes políticos como estudiosos del
marxismo y a partir de entonces se produciría una profunda desconexión entre el
movimiento obrero organizado y los intelectuales. Y, finalmente, el desarrollo
de un Estado del Bienestar que, a partir de un compromiso entre capital y
trabajo, parecía cuestionar la necesidad del socialismo para gran parte de la
clase trabajadora[9].
Esto condujo a una paradoja. El geógrafo marxista David Harvey
cuenta, por ejemplo, que durante los años de posguerra y especialmente tras la
caída del muro de Berlín, pocos querían estudiar un libro como El Capital. La razón estaba en
que «el hecho real era que El
Capital no tenía demasiada
aplicación directa a la vida diaria» porque «describía el capitalismo en su versión
cruda, inalterada y bárbara típica del siglo XIX»[10].
Esta situación, sin embargo, ha cambiado en la actualidad. El
marxismo ha vuelto a estar de moda. Pero aún más, la razón es que hoy El Capita lparece hablarnos no
del capitalismo del siglo XIX sino del actual. Las reestructuraciones
empresariales, que implican despidos de miles de trabajadores, la crisis
económica y sus efectos macroeconómicos, los comportamientos del capital
financiero y de los diferentes tipos de capital… es como si estuviéramos
volviendo poco a poco al siglo XIX. O puede ser, más probablemente, que El Capital tenga la capacidad de explicar el
funcionamiento de un sistema que ha cambiado poco y cuyos principales
fundamentos se mantienen invariables, con lo que su lectura y estudio, como
todo el marxismo que de ahí se deriva, pueden sernos de extraordinaria utilidad
para comprender el mundo que vivimos. Y para transformarlo.
El marxismo no es, por lo tanto, la llave que abre todas las
puertas. El marxismo es, más bien, una herramienta para el análisis social y
también para la práctica política. Y al mismo tiempo también es una concepción
del mundo, inspirada por esa tradición política y de investigación, que nos
anima a mirar determinadas trazas de la totalidad social. Como dice Manuel
Sacristán (1925-1985), la concepción marxista de mundo «supone la concepción de
lo filosófico no como un sistema superior a la ciencia, sino como un nivel del
pensamiento científico: el de la inspiración del propio investigar y de la
reflexión sobre su marcha y resultados»[11]. En efecto,
lo que hace que un investigador de orientación marxista se centre en cuestiones
como las clases y la desigualdad y no en otros campos posibles, es la creencia
de que haciéndolo así se encontrarán más y mejores respuestas. En consecuencia, el
marxismo tiene que ir cambiando en la medida que vamos incrementando nuestro
conocimiento sobre el mundo que nos rodea y en la medida que va cambiando la
sociedad a la que pertenecemos.
Notas:
[1] Engels, F. (1883): “Discurso ante la tumba de Marx”, disponible en https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/83-tumba.htm
[2] Citado en Arnal, S. (2009): “Darwin, Marx y las dedicatorias de El
Capital”, disponible en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=95700
[3] Marx, K. (1877): “Carta al director de Otieschéstvennie Zapiski”,
disponible en https://www.marxists.org/espanol/m-e/cartas/m1877.htm
[4] Gramsci, A. (1917): “La Revolución contra El Capital”, disponible
en https:// www . marxists . org / espanol / gramsci /
nov1917 . htm
[5] Gramsci, A. (1917): “La Revolución contra El Capital”, disponible
en https:// www . marxists . org / espanol / gramsci /
nov1917 . htm
[6] Marx, K. (1851): El
18 Brumario de Luis Bonaparte, disponible en https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum1.htm
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=231523
No hay comentarios:
Publicar un comentario