A 150 años de la
publicación del Primer Tomo de El
Capital de Carlos Marx
La indispensable
reconstrucción
de la internacional
de los trabajadores y
de los pueblos
20 de septiembre de 2017
Por Samir Amin (Alainet)
1.- El sistema instaurado desde hace una treintena de años se
caracteriza por la extrema centralización del poder en todas sus dimensiones,
locales e internacionales, económicas, políticas y militares, sociales y
culturales.
Unas cuantas miles de empresas gigantescas y
algunos centenares de entidades financieras, asociados en alianzas
cartelizadas, han reducido los sistemas productivos nacionales y globalizados a
la condición de subcontratados.
De esta manera, las oligarquías financieras
acaparan una parte creciente del producto del trabajo y de la empresa,
convertido en renta para su exclusivo beneficio.
Una vez domesticados los principales partidos políticos
tradicionales de “derecha” y de “izquierda”, los sindicatos y las
organizaciones de la llamada sociedad civil, estas oligarquías ejercen ahora un
poder político absoluto y el clero mediático a su servicio fabrica la
desinformación necesaria para despolitizar las opiniones públicas.
Las oligarquías han suprimido el alcance
antiguo del pluripartidismo y lo han sustituido prácticamente por un régimen de
partido único del capital monopolista. Privada de sentido, la democracia
representativa pierde su legitimidad.
Este sistema del capitalismo tardío
contemporáneo, perfectamente cerrado, cumple los criterios del “totalitarismo”
que, sin embargo, bien se cuidan muchos de aplicárselo.
Un totalitarismo que de momento todavía es
“blando”, pero que siempre está dispuesto a recurrir a la violencia extrema
cuando las víctimas – la mayoría de trabajadores y pueblos –, con su posible
revuelta, llegan a cuestionarlo.
Las transformaciones múltiples asociadas a
este llamado proceso de “modernización” deben valorarse a la luz de la
evolución principal caracterizada en las líneas precedentes.
Así sucede con los grandes desafíos ecológicos
(en particular la cuestión del cambio climático), a los que el capitalismo no
es capaz de responder (y el acuerdo de París en torno a este problema no es más
que arena lanzada a los ojos de las opiniones ingenuas), del mismo modo que los
avances científicos y las innovaciones tecnológicas (la informática, entre
otras) están estrictamente sometidos a las exigencias de rentabilidad financiera
que deben reportar a los monopolios.
El elogio de la competitividad y de la
libertad de los mercados, que los medios
de comunicación sumisos califican de garantes de la expansión de las libertades
y de la eficacia de las intervenciones de la sociedad civil, constituye un
discurso que se halla en las antípodas de la realidad, animada por los
conflictos violentos entre fracciones de las oligarquías dominantes y reducida
a los efectos destructivos de su gobernanza.
2.- En su dimensión planetaria, el capitalismo contemporáneo
sigue actuando con la misma lógica imperialista que ha caracterizado todas las
etapas de su despliegue globalizado (la colonización del siglo XIX constituyó
una forma evidente de globalización).
La “globalización” contemporánea no es ninguna
excepción a esta regla: se trata de una forma nueva de globalización
imperialista y no de otra cosa. Este término comodín, sin calificativo, oculta
la gran realidad: el despliegue de estrategias sistemáticas desarrolladas por
las potencias imperialistas históricas (Estados Unidos, países de Europa
occidental y central, Japón), encaminadas al objetivo de saquear los recursos
naturales del Gran Sur y explotar sus fuerzas de trabajo de acuerdo con las
exigencias de la deslocalización y la subcontratación. Dichas
potencias pretenden conservar su “privilegio histórico” e impedir que todas las
demás naciones abandonen su condición de periferias dominadas.
La historia del siglo pasado fue precisamente
la de la revuelta de los pueblos de las periferias del sistema mundial,
comprometidos con la desconexión socialista o con las formas atenuadas de la
liberación nacional, que actualmente se hallan en compás de espera.
De ahí que la recolonización en curso, privada
de legitimidad, no deje de ser frágil. Por esta razón, las potencias
imperialistas históricas de la tríada han instaurado un sistema de control
militar colectivo del planeta, dirigido por Estados Unidos. La pertenencia a la
OTAN, indisociable de la construcción europea, al igual que la militarización de
Japón, traducen esta exigencia del nuevo imperialismo colectivo que ha tomado
el relevo de los imperialismos nacionales (de Estados Unidos, Gran Bretaña,
Japón, Alemania, Francia y algunos más), antaño enfrentados en conflicto
permanente y violento.
En estas condiciones, la construcción de un
frente internacionalista de los trabajadores y de los pueblos de todo el
planeta debería constituir el eje principal del combate frente al desafío que
representa el despliegue capitalista imperialista contemporáneo.
3.- Frente al desafío definido en los apartados precedentes,
la magnitud de las insuficiencias de las luchas protagonizadas por las víctimas
del sistema es apabullante.
Los puntos débiles de estas respuestas
populares son de naturaleza diversa y las clasificaré bajo las rúbricas
siguientes:
(a) La extrema dispersión de las luchas, del
plano local al mundial, siempre específicas, circunscritas a lugares y ámbitos
particulares (ecología, derechos de las mujeres, servicios sociales,
reivindicaciones comunitarias, etc.). Las escasas campañas de alcance nacional
o siquiera mundial apenas han obtenido éxitos significativos que hayan
comportado un cambio de las políticas aplicadas por los poderes; y muchas de
estas luchas han sido absorbidas por el sistema y alimentan la ilusión de la
posibilidad de reformarlo.
El periodo, sin embargo, se caracteriza por
una fuerte aceleración de procesos de proletarización generalizados: casi la
totalidad de las poblaciones de los centros están sujetas ya a la condición de
trabajadores asalariados vendedores de su fuerza de trabajo, la
industrialización de regiones del Sur ha dado pie a la constitución de
proletariados obreros y de clases medias asalariadas, al tiempo que los
campesinados están plenamente integrados en el sistema mercantil.
No obstante, las estrategias políticas
aplicadas por los poderes han logrado dispersar a este gigantesco proletariado
en fracciones diferenciadas, a menudo enfrentadas entre sí. Es preciso superar
esta contradicción.
(b) Los pueblos de la tríada han renunciado a
la solidaridad internacionalista antiimperialista, sustituida en el mejor de
los casos por campañas “humanitarias” y programas de “ayuda” controlados por el
capital monopolista.
Las fuerzas políticas europeas herederas de
las tradiciones de izquierda se adhieren de este modo, en gran medida, a la
visión imperialista de la globalización.
(c) Una nueva ideología de derechas ha
obtenido la adhesión de los pueblos.
En el Norte se ha abandonado el tema central
de la lucha de clases anticapitalista – que ha quedado reducido a su expresión
más parcelaria – en beneficio de una pretendida redefinición de la “cultura
social de izquierda”, comunitarista, que separa la defensa de derechos
particulares del combate general contra el capitalismo.
En algunos países del Sur, la tradición de las
luchas que asociaban el combate antiimperialista con el progreso social ha
cedido el puesto a ilusiones retrógradas y reaccionarias de expresión
pararreligiosa o pseudoétnica.
En otros países del Sur, los logros de la aceleración
del crecimiento económico en el transcurso de los últimos decenios alimentan la
ilusión de que es posible construir un capitalismo nacional “desarrollado”,
capaz de imponer su participación activa en la configuración de la
globalización.
4.- El poder de las oligarquías del imperialismo contemporáneo
parece indestructible, en los países de la tríada e incluso a escala mundial
(el “fin de la historia”). La opinión pública acepta su disfraz de “democracia
de mercado” y lo prefiere a su adversario del pasado – el socialismo –,
denigrado con los calificativos más odiosos (autocracias criminales,
nacionalistas, totalitarias, etc.). Sin embargo, este sistema no es viable por
muchas razones:
(a) El sistema capitalista contemporáneo se
muestra “abierto” a la crítica y la reforma, inventivo y flexible. Empiezan a
manifestarse voces que pretenden poner fin a los abusos de sus finanzas
incontroladas y a las concomitantes políticas de austeridad permanente, para de
este modo “salvar el capitalismo”.
Claro que estos llamamientos no tendrán
respuesta: las prácticas actuales están al servicio de los intereses de las
oligarquías de la tríada – los únicos que cuentan –, a las que garantizan el
crecimiento continuo de su riqueza a pesar del estancamiento económico en que
se halla la tríada.
(b) El subsistema europeo es parte integrante
de la globalización imperialista. Fue concebido dentro de un espíritu
reaccionario, antisocialista, proimperialista, sometido a la dirección militar
de Estados Unidos. Alemania ejerce en él la hegemonía, en particular en el
marco de la zona del euro y en la Europa oriental anexionada como lo está
América Latina por Estados Unidos. La “Europa alemana” sirve a los intereses
nacionalistas de la oligarquía germana, expresados con arrogancia, como se ha
visto en la crisis griega.
Esta Europa no es viable y su implosión ya ha
comenzado.
(c) La paralización del crecimiento en los
países de la tríada contrasta con su aceleración en las regiones del Sur que
han sabido sacar provecho de la globalización. Se ha concluido con excesiva
precipitación que el capitalismo está vivo, pero que su centro de gravedad se
desplaza de los viejos países del Occidente atlántico hacia el Gran Sur,
especialmente el asiático.
En realidad, los obstáculos a la continuación
de este proceso correctivo de la historia están llamados a adquirir cada vez
más amplitud en la violencia de su movilización, por medio, entre otras cosas,
de agresiones militares. Las potencias imperialistas no están dispuestas a
permitir que un país cualquiera de la periferia – grande o pequeño – se libere
de su dominación.
(d) Las devastaciones ecológicas,
necesariamente asociadas a la expansión capitalista, vienen a reforzar los
motivos por lo que este sistema no es viable.
El momento actual es el del “otoño del
capitalismo”, sin que este se vea intensificado por el advenimiento de la
“primavera de los pueblos” y de la perspectiva socialista. La posibilidad de
amplias reformas progresistas del capitalismo en su estadio actual no es más
que una ilusión. No hay otra alternativa que la que haría posible un repunte de
la izquierda radical internacionalista, capaz de implementar, y no solo de
imaginar, avances socialistas.
Hay que salir del capitalismo en crisis
sistémica y no intentar la imposible salida de esta crisis del capitalismo.
En una primera hipótesis, no parece que nada
decisivo vaya a afectar a la adhesión de los pueblos de la tríada a su opción
imperialista, particularmente en Europa.
Las víctimas del sistema seguirán siendo
incapaces de concebir al abandono de los caminos trillados del “proyecto
europeo”, la desconstrucción necesaria de este proyecto, indispensable paso
previo a su reconstrucción posterior con una visión distinta.
Las experiencias de Syriza, de Podemos, de
Francia Insumisa, las vacilaciones de Die Linke y otras formaciones son una
muestra de la amplitud y la complejidad del desafío.
La acusación fácil de “nacionalismo” lanzada
contra los críticos de Europa no se sostiene. El proyecto europeo se reduce
cada vez más visiblemente al del nacionalismo burgués de Alemania.
No hay alternativa, en Europa ni en todas
partes, a la implementación paso a paso de proyectos nacionales populares y
democráticos (no burgueses, sino antiburgueses) que procedan a la desconexión
de la globalización imperialista. Es preciso deconstruir la centralización a
ultranza de la riqueza y del poder asociado al sistema imperante.
En esta hipótesis, lo más probable será un
remake del siglo XX: avances emprendidos exclusivamente en algunas periferias
del sistema.
Claro que entonces hay que ser conscientes de
que estos avances serán frágiles, como lo han sido los del pasado, y por esa
misma razón – a saber, la guerra permanente que los centros imperialistas han
lidiado contra ellos – se caracterizarán por sus limitaciones y derivas. *En
cambio, la hipótesis de una progresión de la perspectiva del internacionalismo
de los trabajadores y de los pueblos abriría la vía a otras evoluciones,
necesarias y posibles.*
La primera de estas vías es la de la
“decadencia de la civilización”. Esta implica que nadie controla el devenir de
los acontecimientos, que se abren camino por la mera “fuerza de las cosas”. En
nuestra época, teniendo en cuenta el potencial destructivo de que disponen los
poderes (destrucciones ecológicas y militares), el riesgo – denunciado por Marx
en su momento – de que los combates destruyan a todos los bandos enfrentados es
real.
La segunda vía, en cambio, exige la
intervención lúcida y organizada del frente internacionalista de los
trabajadores y los pueblos.
5.- La puesta en marcha de la construcción de una nueva
Internacional de los trabajadores y los pueblos debería constituir el objetivo
principal de la labor de los mejores militantes convencidos del carácter odioso
y abocado al fracaso del sistema capitalista imperialista mundial.
La responsabilidad es enorme y la tarea
exigirá años de esfuerzo antes de dar resultados tangibles. Por mi parte
planteo las siguientes propuestas:
(a) El objetivo es crear una Organización (la nueva Internacional )
y no simplemente un “movimiento”. Esto implica que debemos ir más allá de la
concepción de un foro de debates. Implica asimismo que se calibren debidamente
las insuficiencias asociadas a la idea, todavía dominante, de “movimientos”
pretendidamente horizontales, hostiles a las llamadas organizaciones
verticales, so pretexto de que estas últimas son por su propia naturaleza
antidemocráticas. La organización nace de la acción que segrega por sí misma
los círculos “dirigentes”. Estos últimos pueden aspirar a dominar e incluso
manipular a los movimientos, pero también cabe protegerse frente a este peligro
mediante unos estatutos apropiados. Un tema a debatir.
(b) Hay que estudiar en serio la experiencia de la historia de
las Internacionales obreras, por mucho que se piense que forman parte del
pasado. No para “escoger” un modelo entre ellas, sino para inventar la forma
más apropiada en las condiciones actuales.
(c) La invitación debe dirigirse a un buen número de partidos
y organizaciones en lucha. Conviene crear lo antes posible un comité encargado
de la puesta en marcha del proyecto.
(d) No he querido sobrecargar este texto, pero me remito a
textos complementarios (en francés e inglés):
i) un texto fundamental sobre la unidad y la
diversidad en la historia moderna de los movimientos socialistas;
ii) un texto relativo a la implosión del
proyecto europeo;
iii) varios textos relativos a la audacia
requerida en la perspectiva del relanzamiento de las izquierdas radicales, a la
lectura de Marx, a la nueva cuestión agraria, a las lecciones de Octubre de
1917 y la del maoísmo, así como al necesario relanzamiento de proyectos
nacionales populares.
Artículo publicado en el boletín Nº 11 del
Grupo de Trabajo de CLACSO “Crisis y Economía Mundial”.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=231741
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