Millones de
desplazados carecen de protección jurídica de la comunidad internacional
El síndrome del
desarraigado climático
16 de septiembre de 2017
Por Eduardo Febbro (Página 12)
Entre enero y junio, los refugiados por las
condiciones climáticas extremas y aquellos que deben abandonar sus tierras
debido a los conflictos comparten porcentajes casi idénticos: 4,6 y 4,5
millones de personas, respectivamente.
Si se sumaran hoy mismo los 6,3 millones de
desplazados que huyen en Miami de la trayectoria del huracán Irma, desde
principios de año hasta ahora habría en el mundo un total de 15 millones de
desplazados internos. Más de la mitad de ese éxodo interior es atribuible a los
desarreglos climáticos mientras que el resto corresponde a los conflictos. Si
no se tomaran en cuenta los estragos causados por Irma, la cifra alcanza 9,1
millones de personas que tuvieron que trasladarse a otras regiones de su propio
país empujadas por las guerras, los conflictos de todo tipo y las catástrofes
naturales. Este retrato inédito de los éxodos lo llevó a cabo el Observatorio
de las situaciones sobre los desplazamientos internos (Internal Displacement
Monitoring Center, IDMC). Se trata de un organismo fundado en 1998 por el
Consejo Noruego para los refugiados cuya vocación consiste en monitorear los
desplazamientos de los seres humanos que, por la fuerza, deben moverse dentro
de las fronteras de sus propios países. El informe del IDMC correspondiente al
primer semestre de 2017 ha
registrado porcentajes elevadísimos de este tipo de refugiados que carecen de
toda protección o estatuto jurídico suficiente como para contar con la
protección de la comunidad internacional. Son los nuevos desventurados de la
modernidad en cuyo seno se va esbozando un tipo cada vez más recurrente: el del
desarraigado climático.
Entre enero y junio, los refugiados por las condiciones climáticas
extremas y aquellos que deben abandonar sus tierras debido a los conflictos
comparten porcentajes casi idénticos:4,6 millones de personas oriundas de 29
países escaparon de los conflictos, y 4,5 millones pertenecientes a 76 países
desertaron sus regiones por los estragos climáticos. Comparado al balance de
2016, el IDMC constata que durante el primer semestre de 2017 hubo menos
desplazados climáticos (24 millones en 2017) y más víctimas de las guerras. Sin
embargo, el panorama es poco alentador en lo que atañe al clima. Los huracanes
en el continente americano y el monzón en África y Asia incrementarán el número
de exiliados climáticos. Combinados, ambas situaciones extremas muestran un
mundo cada vez más inestable y a millones de individuos obligados e elegir
entre partir hacia el éxodo o morir en un conflicto o en algún desbarajuste del
clima. Toda la parte de África sahariana es la más azotada por los conflictos
armados (46% del total), seguida desde luego por Medio Oriente. En apenas seis
meses, 997.000 personas tuvieron que desplazarse en la República Democrática
del Congo (más que todo 2016) mientras que 992.000 lo hicieron en Irak y
692.000 en Siria. En lo que atañe a América Latina, según el informe, en
México, la violencia desplazó a 311 mil seres humanos. Con respecto al clima,
Asia es la zona más golpeada tanto por los desprendimientos de terreno como las
inundaciones que azotaron, por ejemplo, las provincias del sur de China en
junio (858 mil desplazados) o el ciclón tropical Mora que en mayo y junio
barrió Bangladesh, Myanmar y la India (851 mil desplazados). A estos factores
de conflictos y clima se le suma el de la pobreza, que incrementa los estragos.
A veces, guerras y clima se combinan para estrangular a las poblaciones. Ese es
el caso de Somalia donde la sequía histórica condujo al país al abismo del
hambre y a 800 mil personas a desplazarse hacia los centros urbanos. La ayuda
humanitaria internacional apenas pudo articularse a raíz de las devastaciones
que causa la guerrilla islamista del grupo Al-Shabab. En total, a finales de
2016 había en el mundo 40 millones de personas que vivían fuera de sus tierras
de origen por culpa de los conflictos armados.
El subdesarrollo aparece igualmente como una
variable de las catástrofes. Cuanto más pobre es un país, más expuesto está a
pagar las consecuencias de los golpes del clima. En muchas regiones del mundo los
fenómenos climáticos extremos están anticipados por los organismos
internacionales de monitoreo (lluvias, inundaciones) pero el país no cuenta con
los medios para aplicar políticas de
prevención. Nigeria, Sudán del Sur, Somalia o Yemen, en estos cuatro países 20
millones de personas viven bajo la amenaza constante del hambre, lo que
constituye, según lo definió el Secretario General de las Naciones Unidas,
Antonio Guterres, “la crisis humanitaria más gravé desde la Segunda Guerra Mundial ”.
A estas cuatro naciones se le suman otros 37 país que, según la misma ONU , requieren
asistencia inmediata. En casi todas partes la tenaza del clima y las guerras
desembocan en la misma catástrofe que recuerda a las sufridas en Biafra
(1967-1970), Sahel (1969-1974), Somalia (1991 y luego 2011), Etiopía
(1983-1985) o Sudán (1998). Las sequías vuelven a ser ahora un factor
determinante de las hambrunas al tiempo que las guerras internas traban los
desplazamientos o dejan a los refugiados en manos de bandas incontroladas. En
Zimbabue, Uganda, Tanzania, Mozambique o Lesoto el cambio climático ha
modificado el ritmo y la riqueza de las cosechas, provocados sequías o lluvias
torrenciales que destruyeron los cultivos o mataron al ganado. Con 7,3 millones
de personas amenazadas por el hambre Yemen se ha convertido en la antesala de
la muerte, seguido por Sudán del Sur, 6,1 millones, Nigeria, 5,1 millones,
Somalia, 2,9 millones.
Estas situaciones, sin embargo, hubiesen podido administrarse de
otra forma si en cada uno de los países azotados hubiese un atisbo de
democracia o de organización estatal. La configuración actual tiende a darle la
razón a la premio Nobel
de la Paz Amartya Sen ,
para la cual el hambre surge allí donde la democracia no existe. La
multiplicación de los conflictos (Siria por ejemplo) o las catástrofes
climáticas crea también un colapso entre los países donantes de ayuda
humanitaria. La Oficina de Coordinación de asuntos humanitarios de la ONU,
OCHA, estima que en 2017 unas 130 millones de personas necesitan asistencia
humanitaria a lo largo del planeta. Hacen falta 22 mil millones de dólares, lo
que representa el doble que hace una década atrás. Lejos, muy lejos de los
juguetitos tecnológicos, de internet, los nuevos modelos de móviles o los
objetos conectados, millones y millones de personan mueren por las causas más
primitivas de la historia humana: el clima, las guerras, el hambre.
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