Viaje al corazón de
Vaca Muerta
¿Del "consenso de
los commodities" al "consenso antiindígena"?
14 de septiembre de 2017
Por Maristella Svampa (Nueva Sociedad)
El no reconocimiento de la responsabilidad de la Gendarmería
nacional en la desaparición forzada de Santiago Maldonado, y más aún, la
negación sistemática del hecho, ocurrido en una solitaria ruta de la Patagonia
argentina el pasado 1º de agosto, en el marco de una protesta en reclamo por la
liberación del lonko (líder) mapuche Facundo
Jones Huala, ha generado en el gobierno de Mauricio Macri una inesperada crisis
política. Por un lado, la desaparición puso en el tapete no solo el
endurecimiento del contexto represivo, sino también el desconocimiento y la
indiferencia del actual gobierno respecto de los consensos forjados en la
sociedad argentina en torno a los derechos humanos, luego de la experiencia del
terrorismo de Estado y la desaparición forzada de miles de personas bajo la
última dictadura. Por otro lado, en medio de una enorme campaña política
mediática de carácter antiindígena, la crisis terminó por dar visibilidad a los
reclamos de los mapuches sobre la propiedad de las tierras, hoy en disputa.
Vaya a saber cómo evolucionará la indagación
de la justicia, ante el llamado a declaración de los gendarmes presentes en la
represión que culminó con la desaparición de Maldonado y cómo esto impactará en
las elecciones parlamentarias de octubre, que –supuestamente– confirmarían el
triunfo del oficialismo a escala nacional. En lo que respecta a los reclamos
mapuches, desde el principio el oficialismo dejó en claro una estrategia
política que retoma y potencia las lecturas demonizadoras de los grandes
propietarios rurales, que asocia a los mapuches con la violencia e incluso el
terrorismo, además de desempolvar viejas acusaciones como aquella de que «los
mapuches no son argentinos, sino chilenos» o que «han exterminado a los
tehuelches», los supuestamente verdaderos «originarios» de la región. La campaña de demonización está ligada a la apuesta explícita
que el gobierno de Macri hizo por la profundización del modelo extractivo,
basado en la explotación de combustibles no convencionales, la megaminería a
cielo abierto, la multiplicación de represas hidroeléctricas y la expansión de
cultivos transgénicos, a lo cual hay que añadir los emprendimientos
inmobiliarios, emplazados en territorios que defienden comunidades indígenas y
no indígenas, muchos de ellos en manos de propietarios extranjeros.
El caso es que desde fines de 2015 la situación de las comunidades
indígenas que reclaman tierras ancestrales ha empeorado. Ha habido numerosos
desalojos y varios dirigentes indígenas encarcelados en situación irregular,
entre ellos el wichi Agustín Santillán, detenido y encarcelado en la provincia
norteña de Formosa, contra quien se reactivaron causas anteriores, así como el
dirigente mapuche Facundo Jones Huala,
a quien se le atribuyen crímenes de una enorme gravedad y está en proceso el
pedido de extradición de Chile. La agresiva campaña político-mediática que
apunta a asociar a grupos mapuches con la violencia política, supuestamente
articulada por el grupo radicalizado Resistencia Ancestral Mapuche (RAM), del
cual se sabe poco y se inventa mucho sin rigor investigativo alguno, arrancó a
principios de año y fue nota central de dos de los principales diarios del
país.
Las comunidades mapuches están repartidas por
el inmenso territorio patagónico, en las provincias de Neuquén, Río Negro y
Chubut. Después de la llamada «campaña del desierto», en 1878, que exterminó
una parte de los indígenas del sur, muchos de los sobrevivientes fueron
reclasificados como «trabajadores rurales», considerados ciudadanos de segunda
y arrinconados en la estepa y la cordillera, en territorios en ese entonces no
valorizados por el capital.
Hace unos días tuve la oportunidad de visitar
Añelo y Campo Maripe junto con la Confederación Mapuche
de Neuquén. Se trata de una de las organizaciones indígenas más sólidas y de
mayor trayectoria en la
Patagonia. Con el apoyo de Organizaciones no gubernamentales
(ONG) internacionales, ha venido desarrollando un trabajo social y político que apunta a
lograr un mayor ejercicio de los derechos, así como el fortalecimiento y
difusión de su cultura. Las relaciones de la Confederación Mapuche
con el poder político, económico y judicial de la provincia siempre han sido
tensas. En 2006, logró un triunfo histórico, al incorporar en la reforma de la
Constitución neuquina un artículo que reconoce la preexistencia étnica y
cultural de los pueblos indígenas, así como el reconocimiento jurídico de las
comunidades por parte del Estado provincial. Sin embargo, la realidad de los
territorios atravesados por la lógica del capital extractivista está lejos de
la promesa de la
interculturalidad. En 2013, el Observatorio de Derechos
Humanos de los Pueblos Indígenas (ODHPI), destacaba que, solo para el caso de
Neuquén, había 42 juicios penales (25 de ellos por el delito de usurpación),
que criminalizaban a 241 mapuches por sus acciones.
Estas luchas están ligadas a derechos reconocidos jurídicamente,
como los reclamos de tierras y territorios, cuyos derechos se hayan amparados
por la normativa nacional y provincial existente.
Mi presencia en el corazón de Vaca Muerta, junto con
organizaciones sociales, activistas e intelectuales de variados países, estuvo
vinculada a la realización de un «acto de desagravio» por el cuarto aniversario
de la firma del convenio entre la multinacional Chevron
y la empresa argentina Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), el cual abrió
las puertas al fracking a gran escala en la provincia de Neuquén. Quizá pocos lo
recuerden, pero la aprobación de dicho convenio por parte de la legislatura
neuquina (que debía refrendar lo firmado por el gobierno nacional entonces
presidido por Cristina Fernández de Kirchner), rompió con todos los protocolos
democráticos e incluso tiró por la borda la intensa retórica nacional-popular y
latinoamericanista desplegada por el oficialismo de entonces. El 28 de agosto
de 2013, mientras los diputados neuquinos votaban afirmativamente sin conocer
la letra del convenio, fuera del recinto se desarrollaba una interminable represión
–una de las peores del ciclo kirchnerista– sobre una nutrida movilización
compuesta por organizaciones sociales y ambientales, comunidades mapuches,
partidos políticos de izquierda y estudiantes.
Sin embargo, el kirchnerismo no estaba solo: tanto la oposición de
centro como de derecha acompañaron su decisión. Más allá de las
desprolijidades, el «Consenso de los commodities», como hemos caracterizado
este periodo, proyectaba a Neuquén como la nueva «Arabia Saudita». En gran medida
gracias a la imagen proyectada por Vaca Muerta (la más grande formación de
shale o roca de esquisto de Argentina), tuvo la particularidad de mostrar el
resistente hilo negro que une en una misma visión sobre el desarrollo a
progresistas, conservadores y neoliberales. Como consecuencia, y al igual que
con la soja y la megaminería, Argentina apostaría a convertirse en un
laboratorio a gran escala en la implementación de una técnica tan controversial
a escala global, a través de un marco regulatorio claramente inconstitucional y
muy favorable a las inversiones extranjeras.
La historia no es sin embargo lineal. A partir
de 2014, la caída de los precios internacionales del petróleo habría de poner
freno la fiebre eldoradista en Vaca Muerta, lo cual no impediría el inicio de
un proceso de reconfiguración social y territorial, con sede en Añelo,
localidad ocupada por las grandes operadoras transnacionales. Ciertamente, en Añelo
todo está listo para (volver a) arrancar, cuando se de la señal de largada;
esto es, apenas aumente el precio el petróleo y proyecte un horizonte de
rentabilidad la esperada inversión de las grandes corporaciones globales.
La región de Vaca Muerta está lejos de ser un
«territorio vacío», tal como es concebido por las autoridades provinciales y
nacionales.
Allí se asientan de modo disperso unas veinte comunidades indígenas. Y en
función de los derechos colectivos reconocidos por la Constitución nacional y
las normativas internacionales, los mapuches están lejos también de ser meros
«superficiarios», como los tildara sin sonrojarse uno de los directores de YPF,
en un debate reciente. Así, a raíz de las protestas llevadas a cabo por la Confederación Mapuche ,
en 2014 el gobierno del Neuquén debió reconocer a la comunidad de Campo Maripe,
asentada en la zona desde 1927. El territorio en disputa, señala el
Observatorio Petrolero Sur, son 10.000 hectáreas
pero el gobierno sólo acepta como parte de la comunidad unas 900. Pero en esta
extensión es imposible realizar las tareas de pastoreo extendido y agricultura,
las dos actividades de las que viven las 120 personas que forman parte de ella.
Desde 2015, los conflictos se agravaron y son
muchos los dirigentes mapuches judicializados: en julio de este año, la
gendarmería irrumpió en Campo Maripe, por pedido de YPF, para sitiar y
resguardar la zona de explotación de YPF-Chevron; y hace unos días, un fiscal
declaró en rebeldía a seis integrantes del lof Campo Maripe, sobre quienes pesa
la acusación de «usurpar» un camino privado que conduce al yacimiento Loma
Campana.
Este es un ejemplo, pero son muchos más los
territorios en disputa, hoy recuperados por comunidades mapuches que alertan
sobre una extendida cartografía del conflicto frente al avance de las
diferentes modalidades del extractivismo y el acaparamiento de tierras. Cierto es que
compañías como Chevron o Halliburton, propietarios como el británico Joseph
Lewis o grupo Benetton, se expandieron notablemente durante el ciclo
progresista, pero en aquellos años el avance de la lógica depredadora del
capital debía convivir con una narrativa oficialista de los derechos humanos
que, aún en contra de lo que las propias políticas del kirchnerismo impulsaban,
también incluía los derechos de los pueblos indígenas. No por casualidad, en
2006 y en un contexto de creciente conflictividad, se sancionó la ley 26.160,
que prohíbe los desalojos de las comunidades indígenas de las tierras que
ocupan y ordena la realización de un relevamiento territorial.
Sin embargo, hoy el doble discurso, sus
tensiones y contradicciones, parecen parte del pasado. No sólo el racismo
contra los indígenas sigue operando como dispositivo disciplinario y
fuertemente criminalizador en las ciudades, sino que éste cobra nuevas
dimensiones en las crecientes disputas por los territorios. La campaña
antiindígena contra los mapuches es una clara ilustración pues elimina matices
y complejidades, lo que es facilitado por la mirada simplificadora y agresiva
de ciertos grandes medios de
comunicación. Su objetivo es claro: se trata de disociar los reclamos de los
mapuches del discurso de los derechos humanos, asociándolos a la violencia, y
creando las bases de un consenso antiindígena que avale ante la sociedad el
avance del capital sobre los territorios en disputa. A este contexto de
creciente demonización se agrega que hace unos días el Senado de la Nación, con
el voto activo del oficialismo y la abstención de una parte de la oposición
(que incluyó al kirchnerismo), rechazó tratar con urgencia la prórroga de la
ley 26.160, que vence a fines de 2017.
Hoy más que nunca la prórroga de dicha ley exige
el fin de la indiferencia y la adopción de un compromiso decidido de la
sociedad civil en apoyo de los pueblos indígenas. Dicha intervención no sólo
permitiría desmontar el consenso antiindígena que se pretende instalar; también
habilitaría un diálogo necesario y democrático con las comunidades indígenas
sobre el lugar que estos pueblos deben tener en el Estado argentino. Al mismo
tiempo, la intervención de la sociedad civil posibilitaría abrir el esperado
debate sobre el avance de modelos de maldesarrollo en los territorios y el rol
que las resistencias sociales hoy existentes tienen en defensa de la vida.
http://nuso.org/articulo/del-consenso-de-los-commodities-al-consenso-antiindigena
http://nuso.org/articulo/del-consenso-de-los-commodities-al-consenso-antiindigena
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