"Cada vez es más
marcada la identificación de la izquierda con la figura política burguesa del
gestor que resuelve problemas"
1 de septiembre de 2017
Por Contrahegemoniaweb
● ¿Qué
estrategias de construcción tendría que darse la izquierda revolucionaria y con
qué práctica política?
Una izquierda revolucionaria, radical, socialista, no debería
abjurar de una estrategia orientada a la construcción de espacios de
autorregulación de la convivencia social más allá del Estado y más allá del
capital. Una estrategia tendiente a revertir el proceso de descolectivización
social y política, que otorgue cuotas de materialidad a la fuerza del pueblo
trabajador y que contribuya a la identificación/diferenciación de sus
intereses, que ponga en acción una fuerza práctica orientada a la realización
de ideas emancipatorias. O sea, una izquierda que aspire a la condición de
revolucionaria debería fundar una política emancipatoria desde las bases,
construir espacios autogestionarios de reproducción de la vida y espacios de
deliberación y politización no liberales y reconstruir la polis. Debería articular nodos
de una democracia radical (autogobierno) y comunalizar el poder.
Y si bien esta es una formulación muy general y ambiciosa, queda
claro que buena parte de la izquierda argentina que en algún momento se le
arrimó, en los últimos tiempos tiende a abandonarla, sobredimensionando las posibilidades
que ofrece un campo delineado por y para las clases dominantes, siguiendo la
línea de menor resistencia, sin cuestionar los condicionamientos del capital y
en función de gestar –en algunos casos abiertamente– una nueva vía reformista.
(Usamos una palabra del viejo lenguaje político pero aclaramos que no nos
convence del todo). La izquierda tradicional, por su parte, mantiene en alto
los fundamentos anticapitalistas y las banderas del socialismo. Lo que
constituye un mérito enorme en este contexto y hay que reconocerlo y valorarlo.
Pero como sigue igual a sí misma: dogmática, vertical, sectaria, desarraigada,
no tiene muchas chances de masificarse y convertirse en alternativa real de
poder.
En general, consideramos que existe una tendencia de la izquierda
a adaptarse cada vez más a los juegos de la política convencional, lo que en
algún sentido refleja su aceptación de la subjetividad dominante respecto de lo
posible. Y, hoy por hoy, lo posible es una restauración, un retorno a los
tiempos del “capitalismo con rostro humano” y al neo-desarrollismo “con
inclusión”. Pocas veces en las últimas décadas, ha resonado tan reiteradamente
la expresión “no hay otra”. Que, en realidad, en muchos casos, podría
decodificarse: “no hay otra… que sumarse al kirchnerismo, tardía y culposamente
como la única forma de resistir al reflujo”. ¿Acaso no puede verse esta postura
como una forma de aportar una cuota más al reflujo desde la izquierda? Creemos
que existen otras formas de resistencia que no alientan la integración/disolución
de los espacios más críticos, que no ponen en juego su sobrevivencia.
En los últimos años se acumularon demasiados indicios respecto de
las limitaciones de las vías llamadas “progresistas”: el no reconocimiento del
carácter sistémico de la crisis del capital, su desinterés en modificar las
estructuras económicas y sociales junto con las tendencias a la profundización
de la matriz extractivista, su orientación a la redistribución del ingreso por
la vía del consumo sin socialización y democratización de los medios de producción, su aceptación a rajatabla de
la vieja institucionalidad, sus compromisos con las clases dominantes, su temor
al protagonismo social directo, su incapacidad para promover cambios en las
superestructuras, etcétera. Entonces, cuesta entender que, justo cuando estas
taras quedan bien expuestas en el plano nacional y continental, una parte de la
izquierda, algunos movimientos sociales y algunas organizaciones populares
decidan que es el momento de subirse a ese tren (que antes no abordaron en aras
de la fidelidad a un proyecto emancipador) para recomponer la vía reformista.
Es difícil no ver en esa opción una especie de intento de oportunismo fallido y
extemporáneo. El avance de la derecha en el gobierno, en el Estado y en la sociedad,
es un dato fundamental pero no alcanza para explicar dosis tan elevadas de
conformismo y la renuncia a construir un proyecto que vaya más allá de la
gestión progresista del ciclo y las reformas democráticas.
Luego, en líneas generales, la izquierda cae en las redes de la
representación y la delegación, en las redes del electoralismo, incluyendo a la
izquierda tradicional. O sobre todo la izquierda tradicional.
Percibimos que es cada vez más marcada la identificación de la
izquierda con la figura política burguesa del gestor o el/la que resuelve
problemas. Eso no sólo remite a una coincidencia formal o táctica con la
ideología dominante, se trata de una coincidencia ideológica, de fondo. La
izquierda, de este modo, contribuye con los procesos de despolitización de la
sociedad civil popular o promueve formas de politización que son verticales y
acotadas. El discurso de la política como gestión (para colmo de males: una
gestión individualizada) genera sujetos a-críticos y conformistas, no produce
sujetos políticos críticos y rebeldes, obtura cualquier confrontación
auto-consciente de los trabajadores y las trabajadoras. Se trata de una
política de la despolitización, abiertamente antipedagógica que no hace más que
alimentar la representatividad social y electoral de la derecha.
Entonces, para quienes se niegan a renunciar a un horizonte de
transformaciones radicales pocas veces el escenario político argentino se
presentó tan pero tan opaco. Entre otras cosas porque las intervenciones
políticas de la izquierda se deterioran cada vez más y deterioran la conciencia
de las bases. Sus referentes públicos se asemejan a administradores de
consorcios o algo por el estilo. El problema de fondo es que la praxis política
de la izquierda termina convirtiendo en referencia social organizativa a los
formatos tradicionales de las clases dominantes. Naturaliza el mercado, la
gestión, la empresa privada, junto con la representación, la delegación,
etcétera. No promueve formas de ser y estar en el mundo que sean alternativas a
las hegemónicas. Por el contrario, termina ratificando estas últimas.
La campaña electoral y las PASO de agosto de 2017 pusieron en
evidencia que buena parte de la izquierda está atravesada por los modos de la
denominada “pospolítica” con sus técnicas gerenciales a las que presenta como
“técnicas neutrales”. Con un agravante: no logra utilizarlas con eficacia. O
sea, cambia la formación militante y la pedagogía crítica por el marketing y la
manipulación de la militancia y las bases, las tareas de organización popular y
la solidaridad de clase por las decisiones técnicas, el desarrollo de las
formas autónomas de producción y reproducción de la vida por las formas
heterónomas auspiciadas por las “políticas públicas”. También ahueca el
discurso, busca disociarlo de las ideologías (lo que no deja de ser una
maniobra ideológica), despolitiza al Estado. Todo eso, sin “réditos” de ninguna
especie. Quiere incursionar en el espacio intra-sistémico y encima le sale muy
mal. En lugar de revertir el proceso de despolitización popular impulsado por
el kirchnerismo (o el proceso de politización acotada y subordinada) busca
aprovecharse del mismo. Pero en ese terreno tiene mucha competencia. O sea:
renuncia a la celebración de la vida, la militancia y la rebeldía, pero también
al goce del poder.
Al abjurar de sus rasgos más auténticos, se torna patética,
decadente. Gradualmente desdibuja sus mejores perfiles. Creemos que, de no
rectificar el rumbo, de no ofrecerse como un componente más de la argamasa para
algo nuevo, sus dirigentes, cuadros y referentes, expuestos a los típicos
procesos del “transformismo”, probablemente terminen integrándose a alguna
elite política del sistema. Por cierto, algunos y algunas ya han avanzado en
ese sentido. Cabe señalar que los movimientos sociales y las organizaciones
populares no han estado y no están exentas de caer en los modos del
gerenciamiento pospolítico. Existe una especie de círculo vicioso de la
pospolítica que degrada, a la vez, a los colectivos populares y a las
organizaciones políticas referenciadas con ellos.
Usamos el concepto de pospolítica. También podríamos recurrir a un
lenguaje un poco más riguroso y decir: alienación o superstición política que
dan cuenta, claro está, de un abanico de alienaciones y supersticiones.
● ¿Cuáles serían
las potencialidades y los límites para desarrollar esas estrategias?
Las potencialidades responden a que, a pesar de todo, perduran en
la sociedad civil popular y en amplias franjas de la militancia, un conjunto de
saberes políticos emancipatorios que, por lo general, se ponen en evidencia en
espacios y praxis extra-electorales. Se trata una especie de “general
intellect” político-social de los y las de abajo, de saberes abstractos que,
mediante una praxis crítico-radical y las dosis necesarias de energía
militante, podrán hacerse concretos. Existen trincheras desde las que el pueblo
trabajador resiste a la potencia objetivada que succiona la potencia popular.
La reunión de los y las de abajo que contrarresta el fatalismo que tratan de
inocular las clases dominantes.
Los límites de la izquierda en todas sus expresiones, se explican
por sus dificultades –nuestras dificultades– a la hora de asumir la
construcción de los espacios de autorregulación de la convivencia social más
allá del Estado y más allá del capital que mencionábamos. Y también por dejarse
–y dejarnos– seducir por atajos de todo tipo que la distraen de esa tarea
estratégica. Desde los proyectos que enfatizan los roles de lo instrumental y
tratan de compatibilizar las necesidades de valorización del capital local y
transnacional con agendas sociales básicas, hasta los proyectos que invocan el
anticapitalismo pero no logran exceder lo testimonial mientras persisten en
anacronismos evidentes y promueven el sustitucionismo, el sectarismo y las
lógicas de aparato, sin promover decididamente los procesos autodeterminación
popular.
Los diversos espacios políticos que hace algunos años
entusiasmaron a una generación, hoy están en crisis. No lograron coagular en
una referencia política común y además no lograron contener la dispersión de su
base social. Los acontecimientos que instituyeron la autoconfianza y el orgullo
de sus militantes quedaron muy lejos. Y no se instituyeron otros nuevos. No se
han encontrado los modos más adecuados para recrear y enriquecer la memoria de
la rebelión de 2001. Y el juego de la política convencional no hace más que
abonar esa crisis.
En estos días, se hace difícil encontrar espacios de debate
político estratégico. A pocos y pocas les interesa generarlos. Se discute poco
y nada sobre políticas anticapitalistas de largo plazo, sobre las formas de
sustituir el trabajo informal –o apenas asalariado– por el trabajo asociado. Es
el tiempo del reformismo pragmático, del tacticismo. Es el tiempo de una
obsesión por la política convencional: representativa, espectacular y
pro-sistémica que relega lo social emancipatorio a segundo plano. El riesgo del
“tacticismo” de la izquierda es que puede terminar absorbido por la táctica de
la derecha o de lo que no es de izquierda (reformismo o como quiera
llamárselo).
● ¿De qué manera
la izquierda debería intervenir en el panorama electoral?
Consideramos que hay que rechazar cualquier tipo de acumulación
electoral que signifique desacumulación estratégica o deterioro de una territorialidad
propia. Porque eso es pan para hoy y hambre para mañana y siempre.
Luego, también creemos que son muy contraproducentes las
incursiones en espacios virtuales que no hacen más que deslegitimar a las
construcciones reales. Una cosa es visibilizarlas y otra muy distinta es
mancillarlas. Por ejemplo: el o la referente barrial que obtiene unos pocos
votos más (¡o menos!) que el candidato de la ultraderecha o que el candidato
cavernícola que insiste con su trilogía (“garrote, garrote, garrote”); el o la
dirigente de un espacio sindical combativo y democrático que no llega al 1%, y
así, los casos abundan.
Lo ideal sería generar una herramienta político electoral muy
amplia, generosa, y no hipostasiada. Que exprese un espacio ecuménico donde
confluyan los y las que asumen un proyecto contra-moderno, anticolonial,
antiimperialista, anticapitalista, desmercantilizador, anti-patriarcal,
ecológico. El objetivo de esa herramienta, no debería ser otro que potenciar
los espacios y las experiencias de base realmente existentes: sindicales,
campesinas, estudiantiles, territoriales, culturales, identitarias, etcétera.
Dadas las condiciones actuales esto parece prácticamente
imposible. Entre otras cosas implicaría romper con aspectos negativos de la
cultura de izquierda que están muy arraigados. ¿Cómo exceder las lógicas de
aparato, el elitismo, el dirigismo, el sustitucionismo, el lugar ético de la
inoperancia, la competencia chiquita al interior de la izquierda, la jactancia
y la soberbia fundadas en los votos “cualitativos”, los malos hábitos de la
especialización política, el vedettismo de entre-casa y los caudillismos en
miniatura?
Seguimos pensando que la intervención de las organizaciones
populares en los espacios de la institucionalidad vigente sólo adquiere sentido
emancipador si se construyen, en paralelo, espacios propios, territorios
propios, autónomos y autogobernados; en fin: poder popular, aunque suene
formula reiterada. La experiencia demuestra que quien siembra jetones, recoge
garcas.
Luego, creemos que es importante tener siempre presente que los
gobiernos populares pueden colaborar con los procesos emancipatorios, pero que
no son, ni pueden, ni deben ser, el sujeto privilegiado de la transformación. O
sea, insistimos en la importancia de asumir, desde el vamos, un desplazamiento
del eje de la política desde Estado y el poder instituido hacia la sociedad
civil popular y el poder instituyente.
● ¿Cómo ve el
escenario después de las PASO, tanto de cara a las elecciones de octubre como
posteriormente, ante los anuncios de más ajuste?
En primer lugar vemos un escenario signado por una inédita
concentración de poder de la derecha en todos los campos, material, social,
político, judicial, mediático, cultural y simbólico. De este escenario se
deriva una marcada polarización entre “capitalismo salvaje”/democracia
restringida y “capitalismo con rostro humano”/democracia susceptible de ser
ampliada. En la medida en que el primer maridaje, representado por el gobierno
de Mauricio Macri y la
coalición Cambiemos avance en políticas de ajuste (y
represión), se consolidará la segunda alternativa. Queda por ver si este ultimo
espacio es hegemonizado por el kirchnerismo, con Cristina Fernández de Kirchner
al frente, o por otro espacio y otra figura del universo ancho, diverso,
cambiante y flexible del peronismo.
A pesar de que el resultado de las PASO no haya sido muy alentador
para las aspiraciones del kirchnerismo, creemos que este conserva todavía sus
capacidades para articular un frente “anti-neoliberal” y “anti-derechista”.
Sigue siendo el espacio con más posibilidades de consolidarse como alternativa
al gobierno de Macri y la coalición Cambiemos en un escenario de fuerte
polarización. Dudamos que otras fuerzas políticas puedan disputarle a CFK el
liderazgo del frente policlasista en su versión más “progresista”.
Eventualmente el peronismo, en caso de gestar un liderazgo alternativo al de
CFK, no hará otra cosa que articular un frente antimacrista, pero más a la
derecha de la versión kirchnerista. Pero es evidente que los tiempos no dan. El
2019 está muy cerca. Y ese partido también lo juega el espacio de Sergio Massa
y sus aliados, pero con menos posibilidades.
Sabemos que esa contradicción entre versiones del capitalismo es
falsa, o en todo caso es superficial y, como queda a la vista, nos propone un
horizonte muy pobre. Es de un conformismo tremendo y cínico aceptar que “es
mejor” un 25% de pobreza que un 50%. Obviamente, es mejor luchar por ampliar
derechos que por recuperarlos. Pero, si de izquierda y socialismo se trata,
debemos militar por cambios estructurales profundos en las relaciones de
producción y propiedad; debemos generar las condiciones para una democracia
radical; en fin, tenemos que asumir compromisos en pos de las acciones y los
pensamientos que hagan posible la consolidación y el avance de un proyecto
popular desde abajo y no auspiciar reformas desde arriba que perpetúan la
dominación social del capital y dejan abiertas las puertas de la regresión.
Esto no significa que haya que desistir de la construcción
espacios de resistencia y movilización más amplios y buscar acuerdos básicos
con sectores de lo más diversos. No quedara otra alternativa frente a los
intentos de las fracciones de las clases dominantes que buscan imponer las
políticas neoliberales en su versión más cruda, frente a la concentración de
poder de la derecha más retrógrada. Sería una irresponsabilidad no plantearse
estas articulaciones. Claro está, lo óptimo (que además es lo necesario a
mediano y largo plazo) sería hacerlo desde un espacio crítico-radical, con
inserción e influencia extendidas en la sociedad civil popular, un espacio que
logre construir una posición sólida.
Muchos y muchas insisten en que el gobierno de Macri y la coalición Cambiemos
representa una nueva derecha e incluso algo más original que ni siquiera puede
considerarse como “de derecha”; aunque sea igual de oscuro y despótico… o más.
Se lo presenta como el signo de toda una etapa histórica caracterizada por la
colonización potente de las subjetividades por parte del mercado, por lograr
que los hombres y las mujeres se sientan absolutamente extranjeros en relación
a su destino, por la consumación del sentido más negativo de la libertad del
liberalismo (la libertad de los propietarios). Proceso al que han hecho su
aporte los gobiernos denominados progresistas, sea dicho de paso.
Todo esto, creemos, es rigurosamente cierto. Pero también existen
costados que demuestran que gobierno de Macri y la coalición Cambiemos
se sitúa en una línea de continuidad respecto de las tradiciones reaccionarias
argentinas: el catolicismo ultramontano que considera a Francisco I un Papa
populista (y hasta un “zurdo”); el anticomunismo vulgar, la gestión policial de
los conflictos sociales y las prácticas cuasi contrainsurgentes remozadas; la
reivindicación de patrones económicos primario exportadores, de valorización
financiera y rentistas; el endeudamiento externo y la apertura económica; el
culto al libre mercado y la libre empresa junto con los lamentos por el costo
laboral argentino; el desprecio y la impiedad para con el universo
plebeyo-popular; el ultragorilismo y la tilinguería. Fiel
a esas tradiciones, el gobierno de Macri y la coalición Cambiemos
buscará generar consenso en torno a las pulsiones consumistas, la “seguridad” y
la “tranquilidad” de una parte de la sociedad. Así , con policías y gendarmes, con
balas de goma y de las otras, con bici-sendas y metro-bus, con apología de la
informalidad, con rigurosa separación de los residuos, con funcionarios que
resignan el uso de sus apellidos siempre a favor del nombre de pila; así,
buscará sacrificar los fragmentos más sustanciales de la democracia junto con
la libertad y la igualdad de las mayorías. Ejercerá el control social a través
de la angustia y el miedo colectivos.
Porque, sostenemos, este gobierno está desatando las fuerzas más
retrógradas de la sociedad argentina y buscará sostenerse en ellas. Está
abriendo cajas de Pandora o, más claro y directo: abriendo las jaulas de los
monstruos o las compuertas de un río de mierda. Está amplificando los mensajes
más perversos y psicópatas. Hay muchísimos signos: estigmatización de grupos
subalternos y oprimidos, represión, policialización de ciudades enteras, presos
políticos y presas políticas, un desaparecido, manipulación del proceso
electoral, entre otros.
Está claro que hay frenar a la derecha, generar situaciones de
movilización permanente, evitar la consolidación de la versión dura y despótica
del neoliberalismo. La mejor fórmula que conocemos para ganar posiciones
sólidas en la sociedad civil popular (e incluso en el Estado) consiste en crear
poder popular, auspiciando la auto-organización desde abajo, en los barrios,
los sindicatos, los centros de estudiantes; consolidando espacios productivos
no mercantiles que garanticen la reproducción de la vida. Esto incluye el
fortalecimiento indentitario y programático del campo popular para evitar la
consolidación de las alternativas intra-sistémicas, siempre dispuestas a
capitalizar los avances populares. Por ahí –creemos– transita una eficacia
política a la que adherimos. Una eficacia política que instaure un principio de
ruptura, que haga posible el despliegue de una inteligencia política que esté
en exceso respecto de los límites de “la política”. La única eficacia afín a
los intereses del pueblo trabajador.
Miguel Mazzeo es Profesor de Historia y Doctor en Ciencias
Sociales. Docente e investigador de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y en
la Universidad de Lanús (UNLa). Escritor, autor de
varios libros publicados en Argentina, Venezuela, Chile y Perú, entre otros: Piqueter@s.Breve historia de un
movimiento popular argentino; ¿Qué
(no) Hacer? Apuntes para una crítica de los regimenes emancipatorios; Introducción al poder popular (el
sueño de una cosa); El
socialismo enraizado. José Carlos Mariátegui: vigencia de su concepto de
“socialismo práctico”; El
Hereje, apuntes sobre John William Cooke. Colaborador de los portales Contrahegemonía.web, Resumen Latinoamericano ,
La Haine, entre otros.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=231016
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