martes, 1 de noviembre de 2016

Consideremos:"Se ha vuelto imposible, mediante la vía electoral, lograr los cambios profundos que el mundo requiere con urgencia y que deben superar dos limitantes supremas de la modernidad: la mayor desigualdad social de que se tenga memoria, y el mayor desequilibrio ecológico a escala planetaria".

La crisis de la modernidad requiere
de una transformación civilizatoria
1 de noviembre de 2016

Víctor M. Toledo*

Nota: La tesis central postulada por el autor y otros muchos pensadores desde hace más de dos décadas, es que el mundo se enfrenta no a una crisis social, económica, tecnológica, ecológica y/o moral, sino a una crisis civilizatoria que exige no sólo nuevas miradas sino transformaciones hasta ahora inimaginables en todos los ámbitos. Estos tres ensayos, publicados previamente en La Jornada ofrecen una apretada síntesis del pensamiento del autor sobre ese tema, e ilustran además lo que viene a ser un análisis formulado desde una perspectiva ecológico política.

*Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad de la UNAM, campus Morelia.

(I) UNA NUEVA UTOPÍSTICA

Todas las variantes que pregonaban la transformación de las sociedades han quedado hechas añicos, se volvieron “confeti de colores”. La realidad del mundo de hoy, globalizado, interconectado, hiper-tecnológico y alcanzando los máximos históricos de la explotación ecológica y social, ha enviado a las principales propuestas del cambio social al depósito de lo inservible.  Ni la revolución armada ni la reforma por la vía electoral son ya caminos viables y adecuados para emancipar a las sociedades. Ante la crisis de la modernidad industrial necesitamos de una transformación civilizatoria. Y eso implica la revisión del pensamiento crítico y las acciones emancipadoras y de la adopción de nuevos paradigmas. El viejo dilema entre “Reforma o Revolución” ha quedado superado y desbordado por la compleja realidad. Los revolucionarios y los reformistas de todo tipo se han vuelto anacrónicos. Estamos ante una singular paradoja: han surgido los revolucionarios decadentes y los reformistas obsoletos, los que aún siguen actuantes y aún más protagonizando numerosas batallas cuyo triunfo es imposible.

Hoy, intentar una transformación de las sociedades mediante la vía de las armas es el acto más descabellado que se conoce. Atrás quedó la épica revolucionaria que serenamente analizada, indujo actos de suicidio colectivo y de demencia general alimentados por la política y la ideología convertidas en religión o en dogma. Hoy, intentar una revolución armada es darle a los grandes aparato tecno-militares la oportunidad de probar, a manera de experimento, sus nuevos y sofisticados armamentos basados en la aplicación de las ciencias de frontera como la robótica, la nanotecnología, la electrónica, la balística, la tecnología satelital, la geomática etc. Solamente las diez grandes corporaciones fabricantes de armas en conjunto realizaron ventas en 2013 por 202.4 billones de dólares, y emplearon a más de 900.000 trabajadores incluyendo unos 100.000 científicos (ver: http://regeneracion.mx/las-10-empresas-que-mas-se-benefician-con-las-guerras/ ).  Un drón (avión sin piloto) puede ¡localizar una huella humana a 1.5 kilómetros de distancia!

De la vía electoral no puede decirse menos. La llamada democracia representativa, la que domina como práctica, se ha vuelto una ilusión alimentada puntualmente por los aparatos de la propaganda y los anestésicos de los explotadores. El poder económico actual, el capital corporativo, controla, domina y determina a las clases políticas del planeta como si fueran un manso rebaño de ovejas. La llegada de partidos o dirigentes aparentemente alternativos, o son meramente temporales, es decir tolerables por un tiempo, o son fácilmente cooptables o eliminables. La fantasía de la democracia cosmética, la idea de que el voto da mágicamente representatividad a un individuo, es irreal en tanto no exista un efectivo control social sobre las decisiones cotidianas del representante. Y eso tiene que ver con la ausencia de la escala y del espacio, con la existencia de una democracia des-territorializada y sin control social. Solo un sistema que elige representantes por territorios o regiones y que va escalando en la construcción de una estructura de “abajo hacia arriba”, bajo el riguroso principio de “mandar obedeciendo” resulta real. Se trata de poner en práctica una verdadera democracia participativa, radical o territorial (grassroots democracy).     

Hoy la “nueva utopística” (según la acepción que ofreció I. Wallerstein) es la creación gradual y paulatina de zonas emancipadas, de islas ganadas al control ciudadano o social, de territorios defendidos primero y liberados después. Defendidos y liberados de los poderes políticos y económicos que en pleno contubernio explotan hoy a la gran mayoría de los seres humanos. Se trata de islas anti-capitalistas, contra-industriales, post-modernas, cuya consolidación y concatenación van dando lugar a territorios liberados que comenzaron defendiéndose y hoy han logrado emanciparse porque ahí domina el poder social, llámese como se llame (autogobierno, autogestión, soberanía popular). La “nueva utopística” es lo que visualizaron Boaventura de Sousa Santos y André Gorz, es “… el socialismo, raizal, ecológico y tropical” de Orlando Fals-Borda, “… las prácticas emancipatorias descolonizadas” de Raúl Zibechi y la vuelta a esa esfera doméstica de la reproducción de la vida detectada por Fernand Braudel en algunas de sus obras.

La “nueva utopística” se está construyendo tanto en territorios rurales como urbanos, e implica por supuesto un esfuerzo de conciencia, trabajo y solidaridad que no es nuevo, sino que simplemente fue diluido y olvidado en el imaginario de la modernidad, pero que aún está presente en los pueblos tradicionales (campesinos, indígenas, de pescadores, pastores, recolectores) como una práctica “normal y cotidiana” en su reproducción de la vida misma y que se expresa a través de filosofías autóctonas como el buen vivir (Andes), la minga o la comunalidad (Mesoamérica).

En México, como en buena parte de la América Latina y algunos países de Europa, esta tercera vía que conduce a una efectiva transformación civilizatoria avanza a pasos agigantados. No sólo el neo-zapatismo sino cientos de proyectos locales y regionales eco-políticos lo confirman. Pocos lo ven y casi nadie reconoce su trascendencia. Ello es el resultado de una historia cultural de unos 7.000 años, de una tradición de lucha social de más de 200 años, de la Revolución Agraria de inicios del siglo XX, de las condiciones de extrema explotación y deterioro que hoy se sufre, y hasta de la vigencia de iconos que movilizan a millones como el maíz, Emiliano Zapata o la Virgen de Guadalupe.


(II) EL DERRUMBE IDEOLÓGICO DEL CAPITALISMO

Nosotros cantaremos a las grandes masas agitadas por el trabajo, por el placer o por la revuelta: cantaremos a las marchas multicolores y polifónicas de las revoluciones en las capitales modernas, cantaremos al vibrante fervor nocturno de las minas y de las canteras, incendiados por violentas lunas eléctricas; a las estaciones ávidas, devoradoras de serpientes que humean; a las fábricas suspendidas de las nubes por los retorcidos hilos de sus humos; a los puentes semejantes a gimnastas gigantes que husmean el horizonte, y a las locomotoras de pecho amplio, que patalean sobre los rieles, como enormes caballos de acero embridados con tubos, y al vuelo resbaloso de los aeroplanos…”  Esto y más escribió Filippo Tommaso Marinetti (1867-1944) en su Manifiesto Futurista de 1909, y acaso esta proclama, capte y refleje como nada ese impulso nunca antes visto en la historia humana con que el capital se lanzó de lleno a la industrialización imparable, ya recién descubierto el petróleo, su fórmula secreta.

El maravilloso mundo que se avecinaba para la humanidad a inicios del siglo XX, mediante la innovadora combinación de capital, petróleo y tecnología se vio sin embargo casi de inmediato interrumpido por su sentido inverso. Y esos tres supuestos pináculos del progreso, el confort y la vida convertida en sueño se utilizaron en cambio para la destrucción masiva, la magnificación de la fuerza y el genocidio nunca antes visto en la historia del planeta Tierra. La relativa era pacífica que surgió con la post-guerra volvió a animar por medio siglo las expectativas de un futuro lleno de plenitudes fincados en el mercado, las innovaciones científico tecnológicas y el uso de los combustibles fósiles (petróleo, gas y uranio), especialmente tras la caída de la Unión Soviética, la otra cara de la civilización industrial, convertida en el bastión mundial de una quimera colectivista que se volvió un infierno. El capitalismo entraba de lleno como la única opción de una civilización tecnocrática y materialista basada en el individualismo, la competencia, la corporación, el confort, el consumismo y una necia necesidad por dominar y explotar a la naturaleza. El mejor de los mundos posibles. Marinetti renacía de sus cenizas.

Hoy, los Papeles de Panamá, culminan, son el último eslabón de una cadena de sucesos que tras casi una década colocan las ilusiones del capital en pleno descrédito. Toda civilización se mueve en el tiempo, es decir a través de la historia, en la medida en que es capaz de mover la imaginación de los individuos en torno a expectativas de vida. La falsa conciencia opera entonces como el mecanismo que mueve las energías individuales, las cuales articuladas generan los procesos societarios que hacen que las sociedades se muevan. El capitalismo ha sido el motor de la civilización moderna o industrial y sus fuegos artificiales, luces y luminarias los impresionantes avances tecno-económicos y el bienestar y confort que ofrecen. Pero cada vez queda más al descubierto una realidad distinta. La fórmula por la que apuesta el capitalismo no solo se queda corta sino que da señales de fatiga, decadencia y aún de ineficacia y perversidad. Los enormes aparatos creadores de ideología que bombardean día y noche las mentes de los seres humanos por todos los rincones del planeta se están volviendo disfuncionales. La civilización moderna aparece cada día como una gigantesca maquinaria dedicada a la doble explotación que realiza una minoría de minorías sobre el trabajo humano y el trabajo de la naturaleza. Una explotación que se adereza, oculta, desvanece, maquilla e incluso justifica por todos los medios posibles. El capitalismo no solo no cumple con las expectativas de bienestar, equidad, justicia, seguridad y democracia que siempre pregonó, sino que a los ojos de los ciudadanos del mundo aparece como un mecanismo indetenible que parasita y que depreda. En este nuevo panorama el Estado va quedando al descubierto como la instancia dedicada a defender, legitimar, justificar o imponer los intereses del capital corporativo, en el brazo al servicio de la concentración y acumulación de riquezas.  Las figuras de los grandes plutócratas, que idealizan y alaban revistas, programas de televisión, películas y medios digitales e impresos, desde Walt Disney o Henry Ford hasta Steve Jobs, Bill Gates o Carlos Slim, se van desplomando y sustituyendo por los cientos de empresarios corruptos en pleno contubernio con criminales y mafias políticas. El mercado, concebido como la vara mágica de la innovación, el desarrollo y el progreso, se va delineando por la fuerza de los hechos en un escenario brutal de competidores sin escrúpulos o corruptos y en un inexorable perfeccionamiento de los monopolios. El mundo se ha ido convirtiendo en un gran casino y el devenir del mismo en una guerra despiadada entre el Capital y el Estado de un lado y la Humanidad y la Naturaleza del otro.

El mundo ficción que ha construido el capital se resquebraja. Antes de los Papeles de Panamá aparecieron: la gran crisis financiera del 2008 y el rescate de los bancos quebrados con los impuestos de los ciudadanos, el espionaje masivo, el lavado de dinero, las trampas de Volkswagen y otras automotrices, los actos corruptos de reyes, presidentes, primeros ministros, cardenales y obispos, magnates y ejércitos, la comprobación científica de la inequidad social y económica, la mega concentración de las riquezas, la injusticia agraria mundial, la depredación despiadada de la naturaleza, el peligroso desequilibrio del ecosistema global y los cambios del clima, el gasto bélico y la amenaza nuclear. La tecnología, el petróleo y el mercado conducidos por la racionalidad del capital han creado un mundo más, no menos, peligroso e injusto. Quedan como testimonios irrefutables los datos duros derivados de sendos estudios. Los 62 seres más ricos del mundo (de los cuales solo 9 son mujeres) poseen una riqueza igual a la de 3 billones y 600 millones de otros miembros de la especie (Oxfam Internacional), una situación que se agravó entre 2010 y 2015. Por otra parte tres investigadores suizos develaron tras el análisis  de la base de datos ORBIS 2007 que lista 37 millones de empresas, que un grupo de solamente 1318 corporativos y bancos dominan la mayor parte de la economía mundial (New Scientist, 19/10/2011). Todo ello mientras tras dos décadas de reuniones mundiales no se logra detener el calentamiento del planeta que la tríada mercado/tecnología/petróleo, la civilización moderna, ha generado.

(III) México, la rebelión silenciosa ya comenzó

Ya es tiempo de hacerle justicia a lo posible. En medio, a un lado o por fuera de la tremenda crisis, otros mundos se están construyendo de manera silenciosa y a contracorriente de los modelos dominantes. Estos mundos no son visibles a los reflectores de la dominación, ni a las elites intelectuales, ni a los ojos que se mantienen aferrados a los lentes de siempre. Aún los más calificados de los “anteojos emancipadores” siguen aferrados a dogmas, algunos que se remontan al siglo XIX, tesis anacrónicas, percepciones que ya no corresponden al mundo de hoy.  El primer hecho a aceptar, la premisa primera a reconocer, es la de que el mundo se enfrenta a una crisis de civilización y que por lo tanto se requiere de una transformación civilizatoria. Ello supone un cuestionamiento radical y profundo de los principales bastiones de la civilización moderna e industrial: el petróleo, el capitalismo, la ciencia, los partidos políticos, los bancos, las corporaciones, la democracia representativa, el consumismo. Dos frases parpadean como estrellas en el firmamento de un nuevo pensamiento crítico: una de Albert Einstein: “We cannot solve the problems we have created with the same thinking that created them” (“no se pueden resolver los problemas con el mismo pensamiento con el que fueron creados”); la otra de Boaventura de Sousa Santos: “No hay solución moderna a la crisis de la modernidad”.
               
Una segunda premisa, que muy pocos aceptan, es la que afirma que el clásico dilema de la transformación social: “reforma o revolución”, “voto o balas” “vía electoral o vía violenta” ha dejado de tener sentido y se ha convertido en un mito. La razón: en su fase actual, la de la mayor concentración de riqueza en la historia de la humanidad, el capital ha terminado por devorarse al Estado y a sus mansos, edulcorados, y burocratizados partidos políticos. Hoy los límites entre el poder económico y el poder político se han diluido o se han borrado. Se ha vuelto entonces imposible, mediante la vía electoral, lograr los cambios profundos que el mundo requiere con urgencia y que deben superar dos limitantes supremas de la modernidad: la mayor desigualdad social de que se tenga memoria, y el mayor desequilibrio ecológico a escala planetaria. Los ciudadanos, su poder, han quedado anulados. La sociedad moderna ha perdido su capacidad de auto-transformación y con ello sus mecanismos de auto-corrección en un contexto donde la crisis ecológica amenaza ya la supervivencia humana en el futuro inmediato. La democracia (representativa, formal, institucional) , principal aportación de Occidente, se ha convertido en una mera ilusión.

¿Cual es entonces el camino para una transformación social a la altura de las circunstancias? La vía, que gana cada vez más adeptos en todo el mundo, es la construcción del poder social o ciudadano, mediante la organización, en territorios concretos. Esto significa tomar el control de los procesos económicos, ecológicos, políticos, financieros, educativos, de vigilancia y de comunicación, en escalas adonde sea posible. Y esto puede ser un hogar, un conjunto de hogares, una comunidad rural, una manzana o barrio urbano, un edificio, un municipio entero, una región o una colonia. En esta nueva perspectiva la posibilidad de cambio por la vía electoral, si se observa potencialmente benéfica, se visualiza como complementaria o accesoria a la vía del poder social en los territorios, nunca como el objetivo central ni el único.

A todo esto se le comienza a llamar pensamiento impolítico, y que A. Galindo-Hervás (2015) desde Europa ubica en filósofos como G. Agamben, R. Esposito, Jean Luc Nancy y A. Badiou, pero que en realidad se nutre de anteriores pensadores iconoclastas como Ivan Illich, André Gorz o Morris Berman, y especialmente de una sinfonía de autores latinoamericanos: Orlando Fals-Borda, Leonardo Boff, A. A. Maya, Enrique Leff,  Arturo Escobar, Enrique Dussel, el Sub Marcos, y de los nuevos seguidores de la ecología política. ¿Por qué América Latina? Por la sencilla razón de que en esa región del mundo ocurren los experimentos societarios más avanzados del planeta, buena parte inducidos por las recientes rebeliones indígenas y su vigor demográfico, de tal suerte que el pensamiento es reflejo de inéditos procesos civilizatorios y estos se nutren a su vez de originales reflexiones teóricas. Por eso Latinoamérica es la región más esperanzadora del mundo.

México es un país privilegiado en el contexto arriba descrito, porque su territorio es ya un laboratorio de innumerables experimentos socio-ambientales. No solamente existen en el país múltiples bastiones de reflexión teórica en las universidades públicas y privadas, y una feroz resistencia ciudadana como la de los maestros democráticos y las de las comunidades que se oponen a los proyectos depredadores en 300 puntos del territorio, sino que durante las últimas tres o cuatro décadas se han venido construyendo innovadores proyectos locales y regionales en sus zonas rurales. Nuestras propias investigaciones han levantado un inventario de más de mil proyectos novedosos en solo cinco estados (Oaxaca, Chiapas, Quintana Roo, Puebla y Michoacán) (ver: “México, regiones que caminan hacia la sustentabilidad:  http://www.iberopuebla.mx/i3ma/libros.asp), incluyendo los Caracoles Zapatistas, las numerosas cooperativas indígenas de café orgánico y múltiples casos de autogestión comunitaria. Todos estos proyectos se fincan en el poder ciudadano sobre los territorios y en los procesos de producción y comercialización, pero también en la democracia participativa,  la autogestión y autodefensa, la creación de bancos locales y regionales, las radios comunitarias, la dignificación de las mujeres, y últimamente en la reconversión hacia fuentes alternativas de energía solar. Con diferentes grados de integralidad y de éxito,  y abarcando diversas escalas, estos proyectos de alteridad civilizatoria avanzan construyendo en regiones y territorios, un mundo sin capitalismo, partidos políticos, bancos, empresas y poniendo en práctica una ciencia que respeta y dialoga con sus propios saberes. Son las islas o burbujas de una nueva civilización. Las expresiones de una transformación silenciosa.
Fuente: http://www.biodiversidadla.org/Principal/Secciones/Documentos/La_crisis_de_la_modernidad_requiere_de_una_transformacion_civilizatoria

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