La crisis de la
modernidad requiere
de una
transformación civilizatoria
1 de noviembre de 2016
Víctor M. Toledo*
Nota: La
tesis central postulada por el autor y otros muchos pensadores desde hace más
de dos décadas, es que el mundo se enfrenta no a una crisis social, económica,
tecnológica, ecológica y/o moral, sino a una crisis civilizatoria que exige no sólo nuevas miradas sino
transformaciones hasta ahora inimaginables en todos los ámbitos. Estos tres
ensayos, publicados previamente en La
Jornada ofrecen una apretada síntesis del pensamiento del autor sobre ese
tema, e ilustran además lo que viene a ser un análisis formulado desde una
perspectiva ecológico política.
*Instituto
de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad de la UNAM, campus Morelia.
(I) UNA
NUEVA UTOPÍSTICA
Todas las
variantes que pregonaban la transformación de las sociedades han quedado hechas
añicos, se volvieron “confeti de colores”. La realidad del mundo de hoy,
globalizado, interconectado, hiper-tecnológico y alcanzando los máximos
históricos de la explotación ecológica y social, ha enviado a las principales propuestas
del cambio social al depósito de lo inservible.
Ni la revolución armada ni la reforma por la vía electoral son ya
caminos viables y adecuados para emancipar a las sociedades. Ante la crisis de
la modernidad industrial necesitamos de una transformación
civilizatoria. Y eso implica la revisión del pensamiento crítico y las
acciones emancipadoras y de la adopción de nuevos paradigmas. El viejo dilema
entre “Reforma o Revolución” ha quedado superado y desbordado por la compleja
realidad. Los revolucionarios y los reformistas de todo tipo se han vuelto
anacrónicos. Estamos ante una singular paradoja: han surgido los
revolucionarios decadentes y los reformistas obsoletos, los que aún siguen
actuantes y aún más protagonizando numerosas batallas cuyo triunfo es
imposible.
Hoy,
intentar una transformación de las sociedades mediante la vía de las armas es
el acto más descabellado que se conoce. Atrás quedó la épica revolucionaria que
serenamente analizada, indujo actos de suicidio colectivo y de demencia general
alimentados por la política y la ideología convertidas en religión o en dogma.
Hoy, intentar una revolución armada es darle a los grandes aparato
tecno-militares la oportunidad de probar, a manera de experimento, sus nuevos y
sofisticados armamentos basados en la aplicación de las ciencias de frontera
como la robótica, la nanotecnología, la electrónica, la balística, la
tecnología satelital, la geomática etc. Solamente las diez grandes
corporaciones fabricantes de armas en conjunto realizaron ventas en 2013 por
202.4 billones de dólares, y emplearon a más de 900.000 trabajadores incluyendo
unos 100.000 científicos (ver: http://regeneracion.mx/las-10-empresas-que-mas-se-benefician-con-las-guerras/
). Un drón (avión sin piloto) puede
¡localizar una huella humana a 1.5 kilómetros de distancia!
De la vía
electoral no puede decirse menos. La llamada democracia representativa, la que
domina como práctica, se ha vuelto una ilusión alimentada puntualmente por los
aparatos de la propaganda y los anestésicos de los explotadores. El poder
económico actual, el capital corporativo, controla, domina y determina a las
clases políticas del planeta como si fueran un manso rebaño de ovejas. La
llegada de partidos o dirigentes aparentemente alternativos, o son meramente
temporales, es decir tolerables por un tiempo, o son fácilmente cooptables o
eliminables. La fantasía de la democracia cosmética, la idea de que el voto da
mágicamente representatividad a un individuo, es irreal en tanto no exista un
efectivo control social sobre las decisiones cotidianas del representante. Y
eso tiene que ver con la ausencia de la escala y del espacio, con la existencia
de una democracia des-territorializada y sin control social. Solo un sistema
que elige representantes por territorios o regiones y que va escalando en la
construcción de una estructura de “abajo hacia arriba”, bajo el riguroso
principio de “mandar obedeciendo” resulta real. Se trata de poner en práctica
una verdadera democracia participativa, radical o territorial (grassroots
democracy).
Hoy la
“nueva utopística” (según la acepción que ofreció I. Wallerstein) es la
creación gradual y paulatina de zonas emancipadas, de islas ganadas al control
ciudadano o social, de territorios defendidos primero y liberados después.
Defendidos y liberados de los poderes políticos y económicos que en pleno
contubernio explotan hoy a la gran mayoría de los seres humanos. Se trata de
islas anti-capitalistas, contra-industriales, post-modernas, cuya consolidación
y concatenación van dando lugar a territorios liberados que comenzaron
defendiéndose y hoy han logrado emanciparse porque ahí domina el poder social,
llámese como se llame (autogobierno, autogestión, soberanía popular). La “nueva
utopística” es lo que visualizaron Boaventura de Sousa Santos y André Gorz, es
“… el socialismo, raizal, ecológico y tropical” de Orlando Fals-Borda, “… las
prácticas emancipatorias descolonizadas” de Raúl Zibechi y la vuelta a esa
esfera doméstica de la reproducción de la vida detectada por Fernand Braudel en
algunas de sus obras.
La “nueva
utopística” se está construyendo tanto en territorios rurales como urbanos, e
implica por supuesto un esfuerzo de conciencia, trabajo y solidaridad que no es
nuevo, sino que simplemente fue diluido y olvidado en el imaginario de la
modernidad, pero que aún está presente en los pueblos tradicionales
(campesinos, indígenas, de pescadores, pastores, recolectores) como una práctica
“normal y cotidiana” en su reproducción de la vida misma y que se expresa a
través de filosofías autóctonas como el buen
vivir (Andes), la minga o la comunalidad (Mesoamérica).
En
México, como en buena parte de la América Latina y algunos países de Europa, esta
tercera vía que conduce a una efectiva transformación civilizatoria avanza a
pasos agigantados. No sólo el neo-zapatismo sino cientos de proyectos locales y
regionales eco-políticos lo confirman. Pocos lo ven y casi nadie reconoce su
trascendencia. Ello es el resultado de una historia cultural de unos 7.000
años, de una tradición de lucha social de más de 200 años, de la Revolución Agraria
de inicios del siglo XX, de las condiciones de extrema explotación y deterioro
que hoy se sufre, y hasta de la vigencia de iconos que movilizan a millones
como el maíz, Emiliano Zapata o la Virgen de Guadalupe.
(II) EL
DERRUMBE IDEOLÓGICO DEL CAPITALISMO
“Nosotros cantaremos a las grandes masas agitadas
por el trabajo, por el placer o por la revuelta: cantaremos a las marchas
multicolores y polifónicas de las revoluciones en las capitales modernas,
cantaremos al vibrante fervor nocturno de las minas y de las canteras,
incendiados por violentas lunas eléctricas; a las estaciones ávidas,
devoradoras de serpientes que humean; a las fábricas suspendidas de las nubes
por los retorcidos hilos de sus humos; a los puentes semejantes a gimnastas
gigantes que husmean el horizonte, y a las locomotoras de pecho amplio, que
patalean sobre los rieles, como enormes caballos de acero embridados con tubos,
y al vuelo resbaloso de los aeroplanos…”
Esto y más escribió Filippo Tommaso Marinetti (1867-1944) en su Manifiesto Futurista de 1909, y acaso
esta proclama, capte y refleje como nada ese impulso nunca antes visto en la
historia humana con que el capital se lanzó de lleno a la industrialización
imparable, ya recién descubierto el petróleo, su fórmula secreta.
El maravilloso mundo que se avecinaba para la humanidad a
inicios del siglo XX, mediante la innovadora combinación de capital, petróleo y
tecnología se vio sin embargo casi de inmediato interrumpido por su sentido
inverso. Y esos tres supuestos pináculos del progreso, el confort y la vida
convertida en sueño se utilizaron en cambio para la destrucción masiva, la
magnificación de la fuerza y el genocidio nunca antes visto en la historia del
planeta Tierra. La relativa era pacífica que surgió con la post-guerra volvió a
animar por medio siglo las expectativas de un futuro lleno de plenitudes
fincados en el mercado, las innovaciones científico tecnológicas y el uso de
los combustibles fósiles (petróleo, gas y uranio), especialmente tras la caída
de la Unión Soviética ,
la otra cara de la civilización industrial, convertida en el bastión mundial de
una quimera colectivista que se volvió un infierno. El capitalismo entraba de
lleno como la única opción de una civilización tecnocrática y materialista
basada en el individualismo, la competencia, la corporación, el confort, el
consumismo y una necia necesidad por dominar y explotar a la naturaleza. El
mejor de los mundos posibles. Marinetti renacía de sus cenizas.
Hoy, los
Papeles de Panamá, culminan, son el último eslabón de una cadena de sucesos que
tras casi una década colocan las ilusiones del capital en pleno descrédito.
Toda civilización se mueve en el tiempo, es decir a través de la historia, en
la medida en que es capaz de mover la imaginación de los individuos en torno a
expectativas de vida. La falsa conciencia opera entonces como el mecanismo que
mueve las energías individuales, las cuales articuladas generan los procesos
societarios que hacen que las sociedades se muevan. El capitalismo ha sido el
motor de la civilización moderna o industrial y sus fuegos artificiales, luces
y luminarias los impresionantes avances tecno-económicos y el bienestar y
confort que ofrecen. Pero cada vez queda más al descubierto una realidad
distinta. La fórmula por la que apuesta el capitalismo no solo se queda corta
sino que da señales de fatiga, decadencia y aún de ineficacia y perversidad.
Los enormes aparatos creadores de ideología que bombardean día y noche las
mentes de los seres humanos por todos los rincones del planeta se están
volviendo disfuncionales. La civilización moderna aparece cada día como una
gigantesca maquinaria dedicada a la doble explotación que realiza una minoría
de minorías sobre el trabajo humano y el trabajo de la naturaleza. Una
explotación que se adereza, oculta, desvanece, maquilla e incluso justifica por
todos los medios posibles. El
capitalismo no solo no cumple con las expectativas de bienestar, equidad,
justicia, seguridad y democracia que siempre pregonó, sino que a los ojos de
los ciudadanos del mundo aparece como un mecanismo indetenible que parasita y
que depreda. En este nuevo panorama el Estado va quedando al descubierto como
la instancia dedicada a defender, legitimar, justificar o imponer los intereses
del capital corporativo, en el brazo al servicio de la concentración y
acumulación de riquezas. Las figuras de
los grandes plutócratas, que idealizan y alaban revistas, programas de
televisión, películas y medios
digitales e impresos, desde Walt Disney o Henry Ford hasta Steve Jobs, Bill
Gates o Carlos Slim, se van desplomando y sustituyendo por los cientos de
empresarios corruptos en pleno contubernio con criminales y mafias políticas.
El mercado, concebido como la vara mágica de la innovación, el desarrollo y el
progreso, se va delineando por la fuerza de los hechos en un escenario brutal
de competidores sin escrúpulos o corruptos y en un inexorable perfeccionamiento
de los monopolios. El mundo se ha ido convirtiendo en un gran casino y el
devenir del mismo en una guerra despiadada entre el Capital y el Estado de un
lado y la Humanidad y la Naturaleza del otro.
El mundo
ficción que ha construido el capital se resquebraja. Antes de los Papeles de
Panamá aparecieron: la gran crisis financiera del 2008 y el rescate de los
bancos quebrados con los impuestos de los ciudadanos, el espionaje masivo, el
lavado de dinero, las trampas de Volkswagen y otras automotrices, los actos
corruptos de reyes, presidentes, primeros ministros, cardenales y obispos,
magnates y ejércitos, la comprobación científica de la inequidad social y
económica, la mega concentración de las riquezas, la injusticia agraria
mundial, la depredación despiadada de la naturaleza, el peligroso desequilibrio
del ecosistema global y los cambios del clima, el gasto bélico y la amenaza
nuclear. La tecnología, el petróleo y el mercado conducidos por la racionalidad
del capital han creado un mundo más, no menos, peligroso e injusto. Quedan como
testimonios irrefutables los datos duros derivados de sendos estudios. Los 62
seres más ricos del mundo (de los cuales solo 9 son mujeres) poseen una riqueza
igual a la de 3 billones y 600 millones de otros miembros de la especie (Oxfam
Internacional), una situación que se agravó entre 2010 y 2015. Por otra parte
tres investigadores suizos develaron tras el análisis de la base de datos ORBIS 2007 que lista 37
millones de empresas, que un grupo de solamente 1318 corporativos y bancos
dominan la mayor parte de la economía mundial (New Scientist, 19/10/2011). Todo
ello mientras tras dos décadas de reuniones mundiales no se logra detener el
calentamiento del planeta que la tríada mercado/tecnología/petróleo, la
civilización moderna, ha generado.
(III) México, la rebelión
silenciosa ya comenzó
Ya es
tiempo de hacerle justicia a lo posible. En medio, a un lado o por fuera de la
tremenda crisis, otros mundos se están construyendo de manera silenciosa y a
contracorriente de los modelos dominantes. Estos mundos no son visibles a los
reflectores de la dominación, ni a las elites intelectuales, ni a los ojos que
se mantienen aferrados a los lentes de siempre. Aún los más calificados de los
“anteojos emancipadores” siguen aferrados a dogmas, algunos que se remontan al
siglo XIX, tesis anacrónicas, percepciones que ya no corresponden al mundo de
hoy. El primer hecho a aceptar, la
premisa primera a reconocer, es la de que el mundo se enfrenta a una crisis de civilización y que por lo tanto
se requiere de una transformación
civilizatoria. Ello supone un cuestionamiento radical y profundo de los
principales bastiones de la civilización moderna e industrial: el petróleo, el
capitalismo, la ciencia, los partidos políticos, los bancos, las corporaciones,
la democracia representativa, el consumismo. Dos frases parpadean como
estrellas en el firmamento de un nuevo pensamiento crítico: una de Albert
Einstein: “We cannot solve the problems we have created with the same thinking
that created them” (“no se pueden resolver los problemas con el mismo
pensamiento con el que fueron creados”); la otra de Boaventura de Sousa Santos:
“No hay solución moderna a la crisis de la modernidad”.
Una
segunda premisa, que muy pocos aceptan, es la que afirma que el clásico dilema
de la transformación social: “reforma o revolución”, “voto o balas” “vía
electoral o vía violenta” ha dejado de tener sentido y se ha convertido en un
mito. La razón: en su fase actual, la de la mayor concentración de riqueza en
la historia de la humanidad, el capital ha terminado por devorarse al Estado y
a sus mansos, edulcorados, y burocratizados partidos políticos. Hoy los límites
entre el poder económico y el poder político se han diluido o se han borrado.
Se ha vuelto entonces imposible, mediante la vía electoral, lograr los cambios
profundos que el mundo requiere con urgencia y que deben superar dos limitantes
supremas de la modernidad: la mayor desigualdad social de que se tenga memoria,
y el mayor desequilibrio ecológico a escala planetaria. Los ciudadanos, su
poder, han quedado anulados. La sociedad moderna ha perdido su capacidad de
auto-transformación y con ello sus mecanismos de auto-corrección en un contexto
donde la crisis ecológica amenaza ya la supervivencia humana en el futuro
inmediato. La democracia (representativa, formal, institucional) , principal
aportación de Occidente, se ha convertido en una mera ilusión.
¿Cual es entonces el camino para una transformación social
a la altura de las circunstancias? La vía, que gana cada vez más adeptos en
todo el mundo, es la construcción del poder social o ciudadano, mediante la
organización, en territorios concretos. Esto significa tomar el control de los
procesos económicos, ecológicos, políticos, financieros, educativos, de
vigilancia y de comunicación, en escalas adonde sea posible. Y esto puede ser
un hogar, un conjunto de hogares, una comunidad rural, una manzana o barrio
urbano, un edificio, un municipio entero, una región o una colonia. En esta
nueva perspectiva la posibilidad de cambio por la vía electoral, si se observa
potencialmente benéfica, se visualiza como complementaria o accesoria a la vía
del poder social en los territorios, nunca como el objetivo central ni el
único.
A todo
esto se le comienza a llamar pensamiento
impolítico, y que A. Galindo-Hervás (2015) desde Europa ubica en filósofos
como G. Agamben, R. Esposito, Jean Luc Nancy y A. Badiou, pero que en realidad
se nutre de anteriores pensadores iconoclastas como Ivan Illich, André Gorz o
Morris Berman, y especialmente de una sinfonía de autores latinoamericanos:
Orlando Fals-Borda, Leonardo Boff, A. A. Maya, Enrique Leff, Arturo Escobar, Enrique Dussel, el Sub
Marcos, y de los nuevos seguidores de la ecología política. ¿Por qué América
Latina? Por la sencilla razón de que en esa región del mundo ocurren los
experimentos societarios más avanzados del planeta, buena parte inducidos por
las recientes rebeliones indígenas y su vigor demográfico, de tal suerte que el
pensamiento es reflejo de inéditos procesos civilizatorios y estos se nutren a
su vez de originales reflexiones teóricas. Por eso Latinoamérica es la región
más esperanzadora del mundo.
México es
un país privilegiado en el contexto arriba descrito, porque su territorio es ya
un laboratorio de innumerables experimentos socio-ambientales. No solamente
existen en el país múltiples bastiones de reflexión teórica en las
universidades públicas y privadas, y una feroz resistencia ciudadana como la de
los maestros democráticos y las de las comunidades que se oponen a los
proyectos depredadores en 300 puntos del territorio, sino que durante las
últimas tres o cuatro décadas se han venido construyendo innovadores proyectos
locales y regionales en sus zonas rurales. Nuestras propias investigaciones han
levantado un inventario de más de mil proyectos novedosos en solo cinco estados
(Oaxaca, Chiapas, Quintana Roo, Puebla y Michoacán) (ver: “México, regiones que
caminan hacia la sustentabilidad: http://www.iberopuebla.mx/i3ma/libros.asp),
incluyendo los Caracoles Zapatistas, las numerosas cooperativas indígenas de
café orgánico y múltiples casos de autogestión comunitaria. Todos estos
proyectos se fincan en el poder ciudadano sobre los territorios y en los
procesos de producción y comercialización, pero también en la democracia
participativa, la autogestión y
autodefensa, la creación de bancos locales y regionales, las radios
comunitarias, la dignificación de las mujeres, y últimamente en la reconversión
hacia fuentes alternativas de energía solar. Con diferentes grados de
integralidad y de éxito, y abarcando
diversas escalas, estos proyectos de alteridad civilizatoria avanzan
construyendo en regiones y territorios, un mundo sin capitalismo, partidos políticos,
bancos, empresas y poniendo en práctica una ciencia que respeta y dialoga con
sus propios saberes. Son las islas o burbujas de una nueva civilización. Las
expresiones de una transformación silenciosa.
Fuente: http://www.biodiversidadla.org/Principal/Secciones/Documentos/La_crisis_de_la_modernidad_requiere_de_una_transformacion_civilizatoria
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