Una reflexión sobre el triunfo de Trump
9 de noviembre de 2016
Por Rolando Astarita
El triunfo de Donald Trump ha provocado un fuerte impacto en el
mundo, y en particular en amplios sectores de la izquierda. Trump
es un racista, machista y anti-inmigrantes, que ha recibido el apoyo de los
grupos fascistas y los defensores de la supremacía blanca; y de los elementos
más reaccionarios del exilio cubano. También tuvo el apoyo de amplias capas de
la clase media –pequeños y medianos empresarios, comerciantes, granjeros-,
muchos de ellos partidarios del Tea Party Movement; y de tradicionales votantes
del Partido Republicano. Los enemigos declarados de toda esta gente son “la
clase política” en general, Washington y su burocracia, Wall Street y las
grandes corporaciones, los altos impuestos (en primer lugar los costos del
programa de salud de Obama) y el endeudamiento público. Trump supo darles
cauce, al presentarse como un outsider (millonario, faltaba más).
Sin embargo, y desde una postura de defensa de las ideas
socialistas, uno de los temas más importantes es el voto a Trump de
trabajadores, o desocupados, blancos, y vinculados a la industria
manufacturera.
Como
se ha señalado en muchos estudios y encuestas, tal vez la razón fundamental que
explica el voto a Trump de estas franjas de la población trabajadora es el
descontento con la situación económica, la pérdida de empleos y la baja de
largo plazo de los salarios. Indudablemente, el sector industrial ha sido profundamente
afectado. Desde el pico alcanzado en 1979, y hasta 2015, en EEUU se perdieron
7,2 millones de empleos, una caída del 37%. Pero la pérdida más rápida se dio
en la última década y media: desde enero de 2000 a diciembre de 2014 se
eliminaron 5 millones de puestos de trabajo en la manufactura. Si
entre 1980 y 1999 la pérdida fue a un promedio del 0,5% anual, entre 2000 y
2011 fue del 3,1% (véase R. D. Atkinson, L. A. Stewart, S. M. Andes y S. J.
Ezell, “Worse Than the Great Depression: What Experts Are Missing About
American Manufacturing Decline” ITIF, 2012, http://www2.itif.org/2012-american-manufacturing-decline.pdf).
Además,
el cierre de manufacturas fue acompañado por una larga caída de los salarios de
una amplia franja de trabajadores: según estadísticas oficiales, los salarios
(calculados en dólares de 2013) de las personas que completaron 4 años de
colegio secundario, desde 1973
a 2013, cayeron 27,8%. La compensación horaria salarial
promedio solo aumentó un 15% desde mediados de los 1970 hasta 2013, en tanto la
productividad aumentó en ese lapso un 133%. Otro dato clave: los trabajadores part-time,
pero que desean un trabajo a tiempo completo, son 6 millones, el nivel más alto
de los últimos 30 años. Aproximadamente el 25% de ellos vive en la pobreza. Los índices
de desocupación pueden ser bajos, pero millones están en la subocupación. Como
contrapartida, el 1% más rico de la población recibía, en 2014, el 21,2% del
ingreso total (en 1973 estos recibían el 8,9% del ingreso total). ¿No hay
razones para que los trabajadores rechacen el sistema, sus ideólogos y
políticos?
Sin embargo, los ideólogos del capital sostienen que la pérdida
de empleos industriales es un proceso “natural”, de transición hacia una
economía “de los servicios y el conocimiento”. También se dice que se debe solo
al avance tecnológico. Pero si bien hay algo de esto, no se trata solo de
avance tecnológico. Lo esencial es que desde la Gran Recesión de
2007-2009 la economía tuvo un crecimiento extremadamente débil, y el producto
industrial ha disminuido. En ese marco, las importaciones de China, México u
otros países –con costos laborales más bajos-, y la sobrecapacidad de las
industrias de China, han puesto una fuerte presión a sectores de la industria
yanqui; o han acelerado la salida de capitales. Por eso, la promesa de Trump de
poner tarifas del 45% a las mercancías chinas fue vista como una solución por
muchos trabajadores. También su promesa de rechazar el Tratado de Libre
Comercio con México y Canadá (lo que representaría, automáticamente, una suba
del 25% de las tarifas).
Lo anterior explicaría también por qué las acusaciones a Trump
no hicieron mella en estos trabajadores. Por otra parte, las ciudades y
regiones devastadas por el cierre de empresas pueden explicar muchos votos
“inexplicables” (hubo voto femenino a Trump, a pesar de su sexismo; o voto de
inmigrantes, a pesar de su xenofobia).
La
agenda de proteccionismo y xenofobia de Trump se inscribe, además, en el
ascenso de las propuestas derechistas, xenófobas y nacionalistas, que también
vemos en Europa, y a las que hicimos referencia en otras notas referidas al
Brexit (ver, por ejemplo, aquí, aquí, aquí). Se inscribe
también en una desaceleración que ha tenido el crecimiento del comercio mundial
en los últimos 4 años (aunque, en nuestra opinión, este hecho está lejos de
revertir la tendencia a la mundialización del capital). Estos aumentos de las
tensiones tienen su causa última en el semi-estancamiento económico de grandes
zonas –la zona del euro, Japón- y la agudización de la competencia entre
grandes corporaciones.
De
todas formas, lo que nos interesa remarcar ahora es que el programa del
proteccionismo y el nacionalismo,no
constituye una salida progresista para la clase trabajadora. El
nacionalismo de gran potencia –en este caso, de la mayor potencia del mundo- es
absoluta y totalmente reaccionario. En el caso de EEUU ni siquiera
existe la excusa –típica del marxismo nacionalista latinoamericano- de decir
“luchamos por la liberación nacional”. Por eso también hay que decir que el
proteccionismo “socialista” de Bernie Sanders tampoco tiene un átomo de
progresismo. Recordemos que Sanders también propuso rechazar el Tratado de
Libre Comercio con Canadá y México. Es un discurso que allana el camino a los
Trump y basuras por el estilo.
En definitiva, el más que justificado odio de los explotados y
marginados a Washington, Wall Street y las corporaciones –y por lo tanto, a
Hillary Clinton- no es argumento para considerar que el nacionalismo económico,
sea en versión Trump, o versión Sanders, constituya una solución para los
trabajadores de EEUU, o del resto del mundo (porque lo que sucede en EEUU
repercute en todos lados).
Aunque los socialistas se queden en total minoría frente a la
corriente dominante, hay que decir las cosas como son. Además, en tanto la
clase obrera confíe en el nacionalismo, no habrá posibilidad de construir una agenda
socialista. Y esta deberá adoptar, necesariamente, un enfoque
internacionalista.
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