sábado, 12 de noviembre de 2016

"Nos interesa remarcar ahora es que el programa del proteccionismo y el nacionalismo,no constituye una salida progresista para la clase trabajadora. El nacionalismo de gran potencia –en este caso, de la mayor potencia del mundo- es absoluta y totalmente reaccionario".

Una reflexión sobre el triunfo de Trump

9 de noviembre de 2016
Por Rolando Astarita

El triunfo de Donald Trump ha provocado un fuerte impacto en el mundo, y en particular en amplios sectores de la izquierda. Trump es un racista, machista y anti-inmigrantes, que ha recibido el apoyo de los grupos fascistas y los defensores de la supremacía blanca; y de los elementos más reaccionarios del exilio cubano. También tuvo el apoyo de amplias capas de la clase media –pequeños y medianos empresarios, comerciantes, granjeros-, muchos de ellos partidarios del Tea Party Movement; y de tradicionales votantes del Partido Republicano. Los enemigos declarados de toda esta gente son “la clase política” en general, Washington y su burocracia, Wall Street y las grandes corporaciones, los altos impuestos (en primer lugar los costos del programa de salud de Obama) y el endeudamiento público. Trump supo darles cauce, al presentarse como un outsider (millonario, faltaba más).
Sin embargo, y desde una postura de defensa de las ideas socialistas, uno de los temas más importantes es el voto a Trump de trabajadores, o desocupados, blancos, y vinculados a la industria manufacturera.
Como se ha señalado en muchos estudios y encuestas, tal vez la razón fundamental que explica el voto a Trump de estas franjas de la población trabajadora es el descontento con la situación económica, la pérdida de empleos y la baja de largo plazo de los salarios. Indudablemente, el sector industrial ha sido profundamente afectado. Desde el pico alcanzado en 1979, y hasta 2015, en EEUU se perdieron 7,2 millones de empleos, una caída del 37%. Pero la pérdida más rápida se dio en la última década y media: desde enero de 2000 a diciembre de 2014 se eliminaron 5 millones de puestos de trabajo en la manufactura. Si entre 1980 y 1999 la pérdida fue a un promedio del 0,5% anual, entre 2000 y 2011 fue del 3,1% (véase R. D. Atkinson, L. A. Stewart, S. M. Andes y S. J. Ezell, “Worse Than the Great Depression: What Experts Are Missing About American Manufacturing Decline” ITIF, 2012, http://www2.itif.org/2012-american-manufacturing-decline.pdf).
Además, el cierre de manufacturas fue acompañado por una larga caída de los salarios de una amplia franja de trabajadores: según estadísticas oficiales, los salarios (calculados en dólares de 2013) de las personas que completaron 4 años de colegio secundario, desde 1973 a 2013, cayeron 27,8%. La compensación horaria salarial promedio solo aumentó un 15% desde mediados de los 1970 hasta 2013, en tanto la productividad aumentó en ese lapso un 133%. Otro dato clave: los trabajadores part-time, pero que desean un trabajo a tiempo completo, son 6 millones, el nivel más alto de los últimos 30 años. Aproximadamente el 25% de ellos vive en la pobreza. Los índices de desocupación pueden ser bajos, pero millones están en la subocupación. Como contrapartida, el 1% más rico de la población recibía, en 2014, el 21,2% del ingreso total (en 1973 estos recibían el 8,9% del ingreso total). ¿No hay razones para que los trabajadores rechacen el sistema, sus ideólogos y políticos?
Sin embargo, los ideólogos del capital sostienen que la pérdida de empleos industriales es un proceso “natural”, de transición hacia una economía “de los servicios y el conocimiento”. También se dice que se debe solo al avance tecnológico. Pero si bien hay algo de esto, no se trata solo de avance tecnológico. Lo esencial es que desde la Gran Recesión de 2007-2009 la economía tuvo un crecimiento extremadamente débil, y el producto industrial ha disminuido. En ese marco, las importaciones de China, México u otros países –con costos laborales más bajos-, y la sobrecapacidad de las industrias de China, han puesto una fuerte presión a sectores de la industria yanqui; o han acelerado la salida de capitales. Por eso, la promesa de Trump de poner tarifas del 45% a las mercancías chinas fue vista como una solución por muchos trabajadores. También su promesa de rechazar el Tratado de Libre Comercio con México y Canadá (lo que representaría, automáticamente, una suba del 25% de las tarifas).
Lo anterior explicaría también por qué las acusaciones a Trump no hicieron mella en estos trabajadores. Por otra parte, las ciudades y regiones devastadas por el cierre de empresas pueden explicar muchos votos “inexplicables” (hubo voto femenino a Trump, a pesar de su sexismo; o voto de inmigrantes, a pesar de su xenofobia).
La agenda de proteccionismo y xenofobia de Trump se inscribe, además, en el ascenso de las propuestas derechistas, xenófobas y nacionalistas, que también vemos en Europa, y a las que hicimos referencia en otras notas referidas al Brexit (ver, por ejemplo, aquí, aquí, aquí). Se inscribe también en una desaceleración que ha tenido el crecimiento del comercio mundial en los últimos 4 años (aunque, en nuestra opinión, este hecho está lejos de revertir la tendencia a la mundialización del capital). Estos aumentos de las tensiones tienen su causa última en el semi-estancamiento económico de grandes zonas –la zona del euro, Japón- y la agudización de la competencia entre grandes corporaciones.
De todas formas, lo que nos interesa remarcar ahora es que el programa del proteccionismo y el nacionalismo,no constituye una salida progresista para la clase trabajadora. El nacionalismo de gran potencia –en este caso, de la mayor potencia del mundo- es absoluta y totalmente reaccionario. En el caso de EEUU ni siquiera existe la excusa –típica del marxismo nacionalista latinoamericano- de decir “luchamos por la liberación nacional”. Por eso también hay que decir que el proteccionismo “socialista” de Bernie Sanders tampoco tiene un átomo de progresismo. Recordemos que Sanders también propuso rechazar el Tratado de Libre Comercio con Canadá y México. Es un discurso que allana el camino a los Trump y basuras por el estilo.
En definitiva, el más que justificado odio de los explotados y marginados a Washington, Wall Street y las corporaciones –y por lo tanto, a Hillary Clinton- no es argumento para considerar que el nacionalismo económico, sea en versión Trump, o versión Sanders, constituya una solución para los trabajadores de EEUU, o del resto del mundo (porque lo que sucede en EEUU repercute en todos lados).
Aunque los socialistas se queden en total minoría frente a la corriente dominante, hay que decir las cosas como son. Además, en tanto la clase obrera confíe en el nacionalismo, no habrá posibilidad de construir una agenda socialista. Y esta deberá adoptar, necesariamente, un enfoque internacionalista.
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