La normalidad se
desborda:
Trump y nuestro antídoto
22 de noviembre de 2016
Por Juan Andrade
CTXT (Contexto y Acción)
El triunfo de Donald Trump en las elecciones estadounidenses del
martes 8 de noviembre ha desatado una oleada mundial de estupor, miedo y
repulsión. Sin duda hay razones para ello. La unanimidad en las reacciones a la
barbarie es siempre reconfortante, pues proporciona en momentos de conmoción la
calidez y seguridad de formar parte de un amplio sentido común. El problema es
que para sostener esa unanimidad hace falta presentar al amenazante como
alguien ajeno a la comunidad, como un extraño, como un intruso. Si en esa irrupción
han mediado unas elecciones, entonces no queda otra que culpar en exclusiva a
quienes se supone que le han votado, una tarea más fácil cuando parece tratarse
de gente precaria, en paro y sin estudios, pues, en el fondo, siempre fueron
“los otros”. Una vez acotado “el nosotros”, las voces de la intelectualidad
sensata conforman el mantra que acompaña al duelo por la normalidad perdida,
como si esta hubiera sido un dechado de virtudes o no contuviera las causas de
su propia disrupción.
"Poco sentido tiene ahora utilizar como medicina paliativa lo que antes falló como antídoto"
Trump ha roto las mediaciones entre economía y política, que tan útiles resultaban para disimular y garantizar la supeditación de ésta a aquélla. Ha derrotado a quien servía de puente entre Wall Street y
"Trump ha roto las mediaciones entre economía y política, que tan útiles resultaban para disimular y garantizar la supeditación de esta a aquella"
Trump es un desborde de la normalidad y por eso ha funcionado tan bien en el mundo hiperbólico de la televisión y el espectáculo, donde, no ahora, sino desde hace décadas, vienen confinándose y recreándose los conflictos políticos. En el plató televisivo Trump ha pulverizado, por su experiencia y también por exceso, el concepto clásico de representación. Mucha gente ha presenciado el show como un duelo entre el auténtico Trump y
¿Qué personaje es ese que además de crédito ha suscitado
identificación? El mismo que acopia buena parte de los estereotipos sublimados
en el discurso político del establishment o exaltados más zafiamente en la
cultura basura que, también aquí, se emite en prime
time. Quien mire a Donald Trump se encontrará con un personaje-referente
muy familiar: el hombre hecho a sí mismo, el triunfador rápido de casino, el born again, el que consigue a
la chica guapa como si fuera un trofeo de caza, el gracioso cargante,
desinhibido y zafio o el policía colérico dispuesto a limpiar las calles de “la
chusma” saltándose las trabas burocráticas que le imponen desde arriba quienes
no la sufren.
Sorprende que apenas se haya penalizado electoralmente el
machismo asqueroso y semidelictivo de Trump, pero también deberían
sorprendernos los modelos de mujer que se ensalzan todos los días en los
anuncios de las calles de Nueva York o de cualquier ciudad del mundo, esos que
están más cerca de las Misses de las que se rodeaba el magnate que de cualquier
mujer empoderada. En definitiva, habría que mirar hacia dentro de la comunidad
y ver de qué normalidad se ha estado alimentando la bestia todos estos años.
Trump se ha hecho eco del grito de dolor de una parte de la clase obrera blanca del interior y del miedo de las clases medias que con la crisis han perdido o ven amenazado su estatus. Su habilidad ha consistido en canalizar esa rabia y frustración en distintas direcciones, pero aprovechando algunos cauces que ya existían. Buena parte de la ira la ha proyectado hacia abajo, hacia el inmigrante recién llegado o sin papeles. Para ello ha cogido el relevo de las leyes migratorias de Bush, ha reavivado la asociación entre islam y terrorismo post 11S y ha hecho uso de un repertorio muy socorrido en la larga tradición de la derecha reaccionaria y xenófoba también europea: la construcción del chivo expiatorio, la supuesta amenaza a una identidad nacional idealizada, el miedo a perder lo poco que se tiene si se incorpora más gente al reparto de escasez o el alivio sádico que a algunos proporciona desquitarse de la humillación que te inflige el de arriba reproduciéndola sobre el de abajo. Otra parte de la rabia la ha proyectado muy parcialmente hacia arriba, hacia un sector de las finanzas. Obviamente no lo ha hecho desde una perspectiva social y redistributiva, sino explotando el victimismo del falso emprendedor que quiere montar su negocio para dar trabajo y no recibe el crédito de unos pocos codiciosos, que nunca tienen nombre y, según él, tampoco clase social.
"Su habilidad ha consistido en canalizar esa rabia y frustración en distintas direcciones, pero aprovechando algunos cauces que ya existían"
Finalmente, buena parte de esa rabia se ha proyectado sobre la clase política en general y la demócrata en particular. A lo primero han ayudado los altos niveles de corrupción de Washington, pero también el espejismo de la completa autonomía de la política y la consideración del político como responsable de todos los males y depósito fundamental de la hostilidad; un discurso muy neoliberal y mainstream también en Europa, pensado para que esta hostilidad nunca llegue a los grandes empresarios que, como él, mandan en el día a día de
"Hillary Clinton era un acopio de todo aquello que venía siendo objeto de fobia y de lo que podía ser acusada por aquel que, reuniendo vicios quizá peores, no iba a ser tachado de lo mismo"
Hillary era la representante de una normalidad que genera sufrimiento y cuya desigualdad extrema ya no puede ocultarse bajo el discurso, ahora translúcido, de una supuesta moderación. Esos discursos tan prudentes como herméticos olvidan, consciente o inconscientemente, que ahí fuera hay mucha gente machacada, hastiada o asustada dispuesta a arriesgarse a un cambio aunque sea a peor, así como una colección de oportunistas preparados para brindarles esa oportunidad llevando al extremo los mitos de su cotidianidad, el Make america great again en el caso de Trump. Por eso no se puede aspirar a frenar a la bestia desde una actitud defensiva y conservadora que la presenta como una amenaza para un orden que a muchos les resulta ya insufrible, sino a la ofensiva, presentándola como un subproducto (o sobreproducto) de este.
En momentos de excepción es fundamental la pasión con que se vive
el voto. No sólo porque el día de las elecciones ayuda a que la gente venza la
modorra o los obstáculos burocráticos, y por tanto sociales, que en muchos
países como EEUU filtran la voluntad popular. También porque esa pasión ejerce
un efecto movilizador y multiplicador en el entorno inmediato del votante que
puede ser determinante. En Estados Unidos ha ganado quien más entusiasmo ha
despertado en sus acólitos, todo el día haciendo campaña y con el voto
preparado desde primera hora, pero sobre todo ha perdido quien más desgana
generaba en sus potenciales votantes. Aquí también sería interesante analizar
con qué pasiones o desilusiones de un tipo u otro se han afrontado y se
afrontarán los procesos electorales.
No hay que culpar a la gente desesperada que vota barbaridades desde ninguna actitud de superioridad, pero tampoco exculparla desde cualquier comprensión paternalista igual de despreciativa. Hay que entender que cuando la gente está mal y quiere cambiar algo lo hace con los recursos políticos y culturales, con los valores e imaginarios que tiene más a mano, y que la mayor parte de las veces estos no son los valores e imaginarios fraternos y emancipadores de las asociaciones vecinales, movimientos sociales, fundaciones culturales, partidos o sindicatos que en la mayoría de los países occidentales han venido retrocediendo (por acoso ajeno y errores propios) en las últimas décadas. La rabia, en el caso concreto de EEUU, es que en estos años se había producido una reactivación de estos movimientos e imaginarios liberadores (Occupy Wall Street, protestas contra los tratados de libre comercio, Black lives matter) que reconectaba con la larga y fértil tradición de luchas por los derechos civiles y sociales que tan bien nos contó Howard Zinn en su La otra historia de los Estados Unidos. Buena parte de ese impulso dio energía y posibilidad de triunfo (que no garantía) a la candidatura de Bernie Sanders. Pero desde la moderación, desde el realismo, desde el cálculo erróneo hecho con los parámetros científicos de clase media acomodada, desde el miedo propio al cambio, se pensó que eso no valdría para frenar la amenaza.
"Hay que entender que cuando la gente está mal y quiere cambiar algo lo hace con los recursos políticos y culturales, con los valores e imaginarios que tiene más a mano"
Ahora hay que replantearse cómo hacer oposición allí donde la
barbarie ha cobrado una forma más brutal, y cómo evitarla y buscar la
alternativa en cualquier otro lado. No creo que para eso baste un populismo de
izquierdas basado en la simple premisa de que la rabia de la gente corriente,
simples seres maleables, pueda redireccionarse, desde arriba y mediáticamente,
en un sentido emancipador si encuentra voz y cauce en un Trump a la inversa. De hecho, no
habría que ponérselo fácil a quienes ya están tratando de asociar cualquier
alternativa, por tratarse de algo excepcional, al monstruo surgido de su
normalidad. Hacen falta liderazgos populares atrevidos y nada remilgados que
hablen claro y entusiasmen, pero la pasión, para ser emancipadora, necesita ser
una pasión razonada, socialmente activa y organizada.
En los últimos días
en Europa hay quien se consuela presentando a Trump como un animal genuinamente
americano (qué lejos queda la memoria de Jesús Gil o Silvio Berlusconi y qué
poco nos estamos tomando en serio el avance de Marine Le Pen). En el caso de
España nos repetimos para aliviarnos que aquí no ha habido neofascismo gracias
al antídoto del 15M. Y eso es cierto, pero no se puede vivir toda la vida de
las rentas. El antídoto del 15M va perdiendo propiedades a medida que se han
ido desarticulando los espacios de aprendizaje, confraternización y resistencia
de la gente y habrá que ver, cuando llegue más pobreza, desigualdad, miedo y
frustración, qué va a tener a mano, además de la televisión, para enfrentarlo.
No nos fiemos sin más de la gente, de nosotros, ni dejemos de confiar en ella.
“Soy basura/ pero aún sigo levantando este pequeño ramo de flores salvajes / la
democracia está llegando ya a EEUU”, cantaba Leonard Cohen.
Juan Andrade: Profesor en la Universidad de
Extremadura.
http://ctxt.es/es/20161109/Firmas/9474/Trump-neoliberalismo-crisis-desigualdad-berlusconi-le-pen.htm
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