Por una crítica (desde
abajo y a la izquierda)
de lo neoliberal.
Entrevista a Diego
Sztulwark.
14 de noviembre de 2016
Carlos Bergliaffa: Hemos visto, a través de algunas producciones, sobre todo en las redes sociales, que estuviste trabajando, siguiendo a “nuestro querido” Papa Francisco, a Bergoglio. Muchas preguntas se me ocurren para hacerte, pero me daban ganas de que nos puedas contar alguna opinión, alguna cosa que surja de ahí, sobre todo pensando en la incidencia política que considerás que tiene, respecto de Argentina y de cierta definición política como país.
Diego
Sztulwark: Hay tres elementos que explican el interés por investigar este tema.
Primero,
la elección de Bergoglio como Papa coloca a la Iglesia argentina no sólo en el corazón de la coyuntura política argentina, sino que además proyecta alguno de sus elementos al plano
global. Al mismo, lo teológico renueva sus credenciales en el plano de lo que
venimos desarrollando en las columnas radiales de “Luna con gatillo”, es decir,
en cuestiones ligadas a producción de subjetividad. Y el tercer elemento
concierne a derivas personales: por razones varias hace un tiempo dedico el
tiempo que puedo a estudiar algunas cuestiones vinculadas al cristian ismo. En otras palabras, el último tiempo
estuve, como muchos otros, atento a la cuestión del Vaticano, del Papa y del
papel de la iglesia en Argentina. Tal vez podamos comenzar por la
centralidad de la acción política del Papa en la coyuntura
argentina, asunto que se plasmó hace pocas semanas en el encuentro que mantuvo
con el presidente Macri.
Carlos Bergliaffa: ¿Es puntualmente porque vos estás estudiando eso? ¿Es por eso que te interesa?
¿O es porque te parece que hubo algún elemento que tuvo alguna incidencia política, por ejemplo, esta entrevista que tuvieron
Macri y Bergoglio, lo que hizo que te dediques a problematizarlo este tiempo?
Diego Sztulwark: No, no. Te repito. Me parece que hay tres cosas que
convergen: un problema de coyuntura, un problema del peso que tiene la religión
en la cuestión de la subjetividad y el tercer tema, es personal, estoy metido
en una serie de asuntos que suponen un mayor conocimiento de estas cuestiones.
Hace unos años trabajé bastante la obra de León Rozitchner, que se
pregunta por las relaciones internas entre cristian ismo
y capitalismo y ahora estoy en conversación con el periodista Horacio
Verbitsky, y hay un capítulo sobre el problema de la iglesia. Él
escribió cuatro tomos excepcionales sobre iglesia y política, que es una especie de historia argentina
contada desde la historia de la iglesia, y además, tiene una biografía inconclusa e inédita, sobre Bergoglio. Estas aventuras obligan a
hacerse preguntas sobre cómo perdura lo teológico político en el capitalismo y también sobre el papel de la iglesia en la política argentina. Creo que estas cosas se pueden ver en concreto,
por ejemplo si analizamos el encuentro entre Bergoglio y Macri los mismos días en que se realizaba el primer “paro
de mujeres” y la suspensión del paro de la CGT.
Carlos Bergliaffa: ¿Cuál
ves que es la decisiva intervención del Papa, o el intento de tener una
intervención tan decisiva en el desarrollo de este momento político en Argentina?
Diego
Sztulwark: Me parece que el punto de partida es constatar que el período kirchnerista no ha trasformado la estructura
social que emergió a la vista en Argentina después del 2001. Esa estructura pervive en el gobierno
de Macri. Me refiero a la fractura del mundo del trabajo, que se ve muy nítidamente en las formas tan diferentes de
organización de lxs trabajadrxs. Trabajadores bajo convenio en la CGT,
trabajadores informales o de la economía
popular en organizaciones sociales con fuerte herencia del movimiento
piquetero, en busca de sus propias formas de sindicalismo social, o de
representación colectiva. Es notable, al respecto, el esfuerzo que hace la
iglesia por orientar tanto a la CGT como a los movimientos sociales que buscan
institucionalizar alguna forma de paritaria o salario social.
Ya como Arzobispo de Buenos Aires
Bergoglio vivió con intensidad
la crisis del 2001 y me parece que realizó una muy atenta lectura de la nueva
composición del mundo popular, básicamente el mundo
de las villas. Bergoglio estudió con interés los fenómenos de una religiosidad popular y se
interesó por cuestiones tales como el crecimiento de los talleres textiles
clandestinos y la trata.
Esta
penetración de la Iglesia en el campo de lo social (la CGT, los movimientos
sociales, las villas) se desplaza al plano político por la proyección global
de Bergoglio como papa y por la simultánea
crisis política del kirchnerismo.
El
liderazgo del Papa consiste sobre todo en su capacidad de hacer una crítica no izquierdista del liberalismo (aunque en
este contexto su crítica queda muy a la izquierda, tal vez
por falta de toda crítica auténticamente izquierdista del
liberalismo). Esa crítica era formulada antes a nivel nacional, ahora a nivel
global. Es una crítica importante, porque abre una agenda
muy interesante y urgente de problemas y ofrece a los movimientos populares,
sobre todo de América Latina, una visibilidad que sería bueno no desaprovechar.
Creo
que Macri percibe perfectamente esa situación. En un momento en el cual la
conflictividad social parecía ir en aumento
por efecto de la medidas del nuevo gobierno argentino, el presidente Macri encuentra en Bergoglio un perfecto
mediador, y en la Iglesia argentina una institución que le ofrece garantías para poder “pasar
el verano” evitando la crisis que todos los años amenaza con
estallar durante el mes de diciembre (que no es una crisis ligada al clima,
sino a las fiestas, a la necesidad de ajuste de ingresos populares en una
suerte de “paritaria callejera”).
Entonces
sí, Bergoglio y la Iglesia juegan un papel en el gobierno de lo social. Por un
lado desactivan la “crisis
de diciembre”, frenan el paro general que ya se había decidido, y desincentivan
un clima de agitación social más fuerte, por lo
menos durante el verano. Por el otro colaboran con la organización a la unidad
sindical, a la constitución de un sindicalismo social, y tienen una presencia
firme en las villas.
Quiero
decir, parece que la cultura política se hubiese
polarizado en los siguientes términos. De un lado
una cultura laica –y hasta new age- completamente subsumida por lo
neoliberal, bien expresada por Macri. Del otro lado la cuestión social
codificada como "cuestión católica",
y reorganizada ya no como autonomía social, como en
2001, ni como populismo plebeyo, sino como proyecto de poder de la iglesia.
El
encuentro entre Bergoglio y Macri (poder de la iglesia, poder del estado
liberal) se presenta entonces como el de una mesa de negociación entre dos
poderes interesados por la estabilidad política. Estas dos expresiones políticas, culturales, juegan a la vez al
enfrentamiento pero también al acuerdo (lo
que Francisco llama “cultura del diálogo”). Lo que
realmente interesa de esta situación es la coincidencia nada casual con el Paro
de mujeres, que permite leer desde abajo y a la izquierda lo que estos acuerdos
realmente significan. Se trata de una coincidencia extraordinaria, por lo que
nos permite entender.
El
paro de mujeres es la contracara exacta de buena parte de los problemas que
importan en esa mesa de negociación. Al convocarse a un paro de mujeres, el
movimiento de las mujeres traza una relación esencial entre asuntos llamados de
género y cuestiones ligadas al trabajo y a toda una
serie de reivindicaciones salariales y laborales, al mismo tiempo que denuncia
una claudicación de la CGT que deja sin
efecto su propio paro general a cambio de un bono de fin de año que no compensa
la parte del salario que ha sido expropiado, este producto de las políticas de Macri.
Ahora,
el paro de mujeres se insubordina también
respecto a uno de los puntos centrales de la política del Vaticano, que es el control de la
definición de la vida, la sexualidad, el cuerpo de las mujeres, el derecho al
aborto. etc. En otras palabras, en la medida que el movimiento de las mujeres
siente el dolor por la violencia patriarcal y la explotación y sale a la calle
tiende a desbordar los polos en los que se fundan ahora mismo los acuerdos para
gobernar la sociedad: el laico-neoliberal y el católico-social.
Tengamos
en cuenta que el Papa Francisco es la versión más acabada de la conciencia que tiene la iglesia
vaticana, la iglesia global, de su imposibilidad de reconstruir su hegemonía sobre territorio europeo. Algo nuevo se
manifestó con la renuncia de Benedicto –Ratzinger- y la elección de Bergoglio: se abrió paso a la posibilidad de proyectar el poder de
la iglesia universal -el poder del Vaticano- sobre América Latina, sobre los pobres de América Latina, sobre las organizaciones populares
de América Latina, como vitalidad posible
para la iglesia.
Esta
es una coyuntura muy importante, muy novedosa, muy relevante, y a los sectores
populares les plantea un desafío completamente
nuevo, que es, por un lado, adquirir la legitimidad, y un poder que la iglesia
le concede, y, por otro lado, cómo hacer para no quedar sometidos a los enormes
límites que la iglesia católica pone a estos
movimientos.
Carlos Bergliaffa: ¿Cómo fue,
en ese marco, la relación que estableció Cristina Kirchnercuando Bergoglio es elegido Papa? Tuvieron una
relación bastante intensa, llegó incluso a presentarse como un aliado, no sé si Cristina, pero el kirchnerismo sí y fue un elemento muy importante de Scioli en la campaña. A mí me hacía pensar
que esa alianza podía ser
catastrófica, solamente, te diría más a nivel de sensaciones, que a nivel de lo que
pudiera reconocer eso. ¿Por qué, te parece, que viró para ese lado el kirchnerismo, en la
relación con Bergoglio, en el momento que pasó a ser Francisco?
Diego
Sztulwark: Para responder apelo a una conversación que tuve hace muy pocos días, con el ex sacerdote, teólogo de la liberación
y filósofo argentino Rubén Dri, viejo amigo, viejo compañero,
viejo maestro. Hablando sobre estas cuestiones, me decía que, en realidad,
Bergoglio no se destaca, dentro del ámbito eclesiástico, por ser un líder de cualidades espirituales sino por ser un
político de acentuados rasgos
pragmáticos, con varias historias truculentas
en su haber. Y parece que son varios los que piensan así. Da toda la impresión de que Bergoglio es, sobre
todo, un político de una gran astucia, un hombre de
un interés llamativamente desarrollado por lo
político.
Dri recordaba que
Bergoglio llega a obispo promocionado por Quarracino –los
oyentes más jóvenes no se acordarán quién era: en la época de la dictadura hablaba en contra de la “campaña anti argentina” (referencia a los reclamos que se hacían en Europa y en otros lugares de América Latina en torno a la política genocida de desapariciones y asesinatos que
llevaba a cabo el gobierno militar), fue un refutador de la teología de la liberación, muy afín a las políticas del menemismo: bajo el gobierno de Menem
planteó una misa de reconciliación. Es decir, hay toda
una historia de Bergoglio que vale la pena comprender, que se remonta a Guardia
de hierro, a las polémicas teológicas contra la
teología de la liberación y al papel de
Bergoglio como Provincial de los jesuitas durante la dictadura.
Y
luego está lo que decíamos
de su lectura del 2001. Durante la crisis política Bergoglio fue un importante actor de la
estabilización (y pretendida la conciliación) que proponían Duhalde y Alfonsín. En un tiempo de perplejidad para los
gobernantes, desafiados por actores nuevos como los piqueteros. Luego, con la
llegada de Néstor Kirchner, se produce un conflicto
entre poder político e iglesia. Como había sucedido ya antes con Perón, el hecho de que
peronismo e Iglesia compartan aspectos fundamentales de la doctrina social,
como la conciliación de las clases sociales, no resuelve la competencia por el
liderazgo político del movimiento popular. Bergoglio
enfrenta a Kirchner por cuestiones programáticas –derechos
humanos, civiles- y de poder: para reconstruir la influencia de la Iglesia
desprestigiada por su complicidad con el terrorismo de estado. En ese contexto
Bergoglio organiza una coalición opositora aliándose con la derecha –tanto
liberal, como peronista- en procura de un mayor poder para la iglesia.
Ahora,
cuando Bergoglio llega a Papa, la situación cambia radicalmente. Ya como jefe
de la iglesia global, Francisco asume un programa de relegitimación de las
estructuras centralizadas en Roma. Ese proyecto, tal como lo explica Dri, se
entronca con una misión de reconstrucción del poder de la Iglesia a partir de
los movimientos populares latinoamericanos. Para esa tarea Bergoglio acude a
las elaboraciones de una teología del Pueblo o de
la Cultura nacida en la Argentina de los años setentas. Se trata, como
decía, de una elaboración de crítica radical de los conceptos de la tradición no
liberal, pero de una crítica derechizante, elaborada con el
objetivo de refutar a la teología de liberación y
al marxismo. Esta tarea que Francisco asume no puede desarrollarse con éxito
si se lo hace en alianza con las élites neoliberales. La situación por tanto es nueva y es compleja.
Sobre todo en lo que hace a las posibilidades de colaboración y a la vez a la
rivalidad entre el nuevo proyecto de la Iglesia y las organizaciones populares.
Esas dos caras actúan visiblemente ahora, en el intento de
manejo de la crisis de Venezuela. Hay que ver cómo leen esta situación las
organizaciones sociales. Porque la situación nueva ofrece muchos beneficios
concretos para las organizaciones, pero también límites muy fuertes.
Carlos
Bergliaffa: La pregunta ahora sería ¿en qué sentido se sirven mutuamente Macri y Bergoglio, por lo cual
necesiten hacer un pacto?
Me
parece muy interesante, porque cuando vos lo pones en relación con el paro nacional y movilización de mujeres,
corre una fibra diferente. Fue una mostración impactante en todo el país, y en otros puntos de Latinoamérica. ¿Se puede pensar que a Macri y a Bergoglio les parece que hay
algo ahí a regular, a controlar? ¿Se sirven mutuamente respecto de eso? Rita Segato dice
que la revolución pasará por la lucha de las mujeres en este momento.
Diego
Sztulwark: Si bien Francisco y Macri tienen proyectos diferentes, claramente
compiten y, al mismo tiempo, pueden acordar, como decíamos antes, aspectos de una gobernabilidad en
momentos concretos. Pueden, como lo están
haciendo, efectivizar acuerdos sobre el gobierno de la sociedad. Esos
acuerdos están sustentados en la preservación de lo
que buena parte del feminismo teoriza como el poder patriarcal.
Es allí donde
esa tentativa de estabilización se confronta con el Paro de mujeres, que habla de nuevos “sujetos”, que viene a plantear una serie de cuestiones
estratégicas fundamentales desde todo
punto de vista, desde una sensibilidad diferente, como lo viene planteando con
toda claridad la antropóloga argentina Rita Segato. Cuando esta sensibilidad
pasa a la ofensiva -como decía hace poco una
compañera que participa activamente del movimiento, Maisa Bascuas- se abren
algunas cuestiones que me parecen esenciales. La primera es que la lucha social
vuelve a plantearse como una disputa en este nivel de lo sensible, es decir, a
nivel de la percepción, de la formación de una fuerza nueva entre cuerpos
doloridos conectando territorios existenciales muy heterogéneos (el barrio, la casa, el trabajo, la pareja,
la escuela, etc). Esto implica un potencial enorme, una revitalización micropolítica extraordinaria. Me parece que desde 2001 que
no veíamos algo así. Me refiero al poder de trastocar algo de fondo
en las relaciones sociales a contrapelo del entero sistema político. La segunda ya la nombramos, tiene que ver con una
cuestión sindical. El movimiento de mujeres profundiza algo, que ya venimos
viendo con la CTEP y otras organizaciones, que es el intento de trazar un mapa
real del trabajo y la producción, o sea ¿quién crea valor? El hecho de que haya un paro de mujeres trastoca
absolutamente la idea la organización sindical clásica, trastoca el mapa de quién trabaja y quién no trabaja, quién crea valor y quién no crea valor, y plantea la posibilidad de que
todos aquellos que crean valor, puedan realizar acciones colectivas, intentar
formas de redes, de comunicación, de acción. Me parece que ese es un elemento
de una centralidad enorme de cara al futuro: la idea del sindicalismo social
colectivo, laico, un colectivo de sujetos, que no están contenidos en el mapa sindical tradicional.
Carlos
Bergliaffa: Además, ese colectivo
tiene una forma muy particular. Cuando hablábamos con Verónica Gago, después de la marcha, impactaba el hecho de que la
corporalidad no tiene el modo corporativo de armar cuerpos, sino un cuerpo,
claramente vital, enlazado, pero con partículas, como exteriores a sí mismos, todo el tiempo. Y, a la vez, haciendo un cuerpo muy
intenso, y muy afectivo.
Diego Sztulwark: Exactamente. Me
gustaría nombrar dos puntos más todavía,
que me parecen igualmente centrales. Uno (el tercero) tiene que ver con la
cuestión de los derechos. El ciclo de politización anterior -kirchnerista-
insistió mucho en que la política popular era sancionar derechos y me parece
que este movimiento viene a afirmar más bien lo siguiente: los derechos no
pueden ser entendidos como un problema estrictamente jurídico, sólo en relación con el nivel del estado.
El problema de los derechos tiene que ver con lo que decía Spinoza en el siglo XVII: “derecho
es igual a potencia”. La materialidad del derecho es la
potencia, es la capacidad de organizar a los cuerpos para efectivizar poderes,
capacidades. Me parece que este movimiento plantea algo que hacía años que estaba pospuesto, que es la capacidad de
organizar desde abajo, de constituir fuerza, de constituir capacidades para que
los derechos no queden en un nivel declarativo.
Esta
nueva situación quizás tenga la capacidad de enderezar esta
dialéctica de los derechos y evitar una
deriva reaccionaria que es la interpretación neoliberal de los derechos, que es
la de la individuación de unos derechos sin potencia alguna. Es la deriva
reaccionaria que habla sólo a la víctima que debe ser reparada, y que actúa desposeyendo de toda capacidad de crear, de
plantear, de garantizar, de proponer. Quiero decir, cuando el derecho está completamente
desprovisto de la constitución de potencia, es inevitable la subjetivación
neoliberal, y yo creo que acá estamos ante una respuesta maravillosa,
extraordinariamente maravillosa, a este problema.
Y
el último punto que quisiera plantear tiene que ver
con una cuestión mas difícil, y es que más que una especificidad
del problema de la mujer, como si se tratase de un problema entre otros. Más
que un problema de “especificidades”, lo que se plantea aquí, como insiste Rita Segato, es el problema de la
violencia a la mujer como el problema absolutamente central, en la medida en
que dejamos de pensarlo como la violencia sobre un grupo social y logramos
captarlo como el problema de la violencia en general que atraviesa a toda la sociedad. Marx lo
había escrito en 1844, el modo en que los hombres y
mujeres se tratan entre sí es
el índice más sofisticado para superar la enajenación.
Rita
Segato lo plantea muy bien: en una economía
neoliberal, completamente repatriarcalizada, que avanza destruyendo lazos
colectivos, la violencia a las mujeres cobra un sentido expresivo. Se trata de
la violencia dirigida a toda la comunidad. Una comunidad que deja indefensa a sus
mujeres es una comunidad humillada. No sólo las mujeres, desde ya, son
agredidas. También lo son los padres, hermanos, hijos, compañeros, vecinos en
su poder de comunidad. Esta no es sólo una cuestión de mujeres, porque si
decimos que es sólo para mujeres, estamos perdiendo la posibilidad de plantear
que la violencia contra las mujeres es un momento de desposesión comunitaria,
es un momento de la desposesión de los movimientos populares y democráticos, es un momento de desposesión completamente
funcional a lo neoliberal. Por lo tanto la reacción contra esta violencia nos
concierne absolutamente a todos.
Carlos
Bergliaffa: Me parece que, en ese sentido, lo que también se comprende muy bien es la importancia del
acuerdo, de Macri y Bergoglio, justo en ese momento, respecto de todo lo que
eso hace suponer como posibilidad de que algo corra por el campo social, que no
vaya por el lado de organización política tradicional.
Diego Sztulwark: Exactamente. Quisiera agregar una pequeña cosa. A los pocos días de este encuentro entre Macri y Bergoglio se
informó de un nombramiento en ámbito del Ministerio de Educación, el de Francisco Piñón, muy vinculado en los años setentas a Bergoglio. Al
punto que cuando Bergoglio delegó
fuera de la orden jesuítica a la Universidad de El Salvador, creo que en el 75, Piñón asumió como nuevo rector. Piñón era parte de
un grupo que venía de militar en Guardia de Hierro y seguía organizado: bajo su rectorado la USAL otorgó, en 1977, un título honorífico
al entonces jefe de la Marina Eduardo Massera. Horacio Verbitsky
denunció este nombramiento hace unos domingos en Página 12. Hago este
recordatorio porque la historia de Bergoglio es un factor importante para
entender el presente. Quiero decir: hay que transformar esta crítica conservadora del liberalismo en una crítica real de las estructuras de dominación. Creo
que el problema del patriarcado ayuda a no perderse en este camino.
Fuente: http://anarquiacoronada.blogspot.com.ar/2016/11/por-una-critica-desde-abajo-y-la.html
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