miércoles, 9 de noviembre de 2016

Discutamos porqué: -enfrentar el capitalismo y no el neoliberalismo; -reconocer los gobiernos K como restauradores de la acumulación gran capitalista y –recuperar el protagonismo popular en crear su autodeterminación y no al estatismo.


Las masas latinoamericanas ante una dualidad
8 de noviembre de 2016
Por Eugene Gogol (Rebelión)

¿Podrán los movimientos sociales resistir los avances del capitalismo neoliberal y, al mismo tiempo, ir más allá del estatismo limitado de los gobiernos progresistas?
El año pasado fue testigo de significativos retroce­sos en lo que se ha denominado la “marea rosa” en América Latina (una década de gobiernos progresis­tas en varios países de América del Sur). En Brasil, un impresionante golpe de Estado legislativo remo­vió a Dilma Rousseff del poder; ésta fue reemplazada por Michel Temer, un neoliberal corrupto que nom­bró rápidamente a un gabinete sin un solo integrante de las minorías nacionales y sin una sola mujer; ello, en un país multirracial. En Argentina, la elección del derechista Mauricio Macri después de las administra­ciones peronistas de izquierda de los Kirchner (Cris­tina y Néstor), ha traído severas medidas de austeri­dad, lo que ha aumentado los niveles de pobreza. En Venezuela, con una economía colapsada, el gobierno de Nicolás Maduro —quien se convirtió en presiden­te tras la muerte de Hugo Chávez— se ha enfrentado a protestas masivas para exigir un referéndum para su destitución, después de que, en las elecciones le­gislativas, su partido fue fuertemente repudiado. En Bolivia, un referéndum que habría de permitir que el presidente Evo Morales pudiera contender una vez más para presidente en 2020, fue derrotado en una cerrada votación. En Ecuador, el presidente Rafael Correa, después de tres períodos en el cargo, a menu­do en conflicto con grupos indígenas y ambientalis­tas, ha decidido no intentar cambiar la Constitución para permitirse un nuevo mandato.
Son las masas y los movimientos sociales latinoa­mericanos quienes, con sus acciones y esperanzas, crearon la posibilidad para un nuevo comienzo en América del Sur a finales del siglo XX y principios del XXI. ¿Ahora, a la mitad de la segunda década de este nuevo siglo, este comienzo, ese nuevo momento se nos está escapando? Son las masas de América del Sur quienes están sintiendo el peso de este “fin del ciclo”: no sólo con el retorno de la pobreza extrema y el aumento del desempleo, la pérdida de derechos conquistados, la imposición de la austeridad y la po­sibilidad de una nueva represión abierta, sino también con la imposición de nuevos obstáculos que impiden la unidad hacia un futuro emancipador que se han es­forzado por obtener.
Sólo podemos seguir avanzando hacia nuevos principios humanos si comprendemos nuestra actual realidad neoliberal y capitalista de Estado —lo cual incluye las limitaciones y contradicciones de los go­biernos progresistas de esta última década y media— y establecemos de forma más concreta y más total (universal) vías hacia un futuro liberador.
¿Cómo es que llegamos a este punto?
En un nivel fundamental, el problema radica en el lugar que América Latina ocupa en el mercado mun­dial del capitalismo. Existe una fuerte dependencia respecto de los precios mercantiles de la materia pri­ma que se exporta. En el “boom” de los años 90 y la mayor parte de la primera década del siglo XXI, los precios estimularon las economías de exportación de Venezuela (petróleo) y Brasil (mineral de hierro, soya, aceite), entre otros países. Sin embargo, con la gran recesión en el mundo, ha habido una tenden­cia a la baja, e incluso un colapso, en el precio de la materia prima que muchos países de América Latina producen para colocar en el mercado mundial. Eso ha sumido a algunas economías, en particular las de Venezuela y Brasil, en una profunda recesión.
Al mismo tiempo, no podemos olvidar o minimi­zar la presencia masiva del capital estadounidense en su forma militar o bien como “ayuda” económica. El Plan Puebla-Panamá preparó el escenario para Mé­xico y sus vecinos, mientras que el Plan Colombia lo ha extendido, con gran énfasis en la ayuda mili­tar a Colombia y América del Sur. Haberse hecho de la vista gorda ante el golpe militar de Honduras en 2009, si no es que colaborando en él; tratar de aislar a la Venezuela de Chávez y, ahora, de Maduro, no son fantasías o simples teorías conspiracionistas, sino la realidad del imperialismo estadounidense en sus múltiples facetas, desde la Doctrina Monroe hasta el ciberespionaje actual. ¿Cuánta independencia pueden tener los gobiernos latinoamericanos bajo tales cir­cunstancias?
Teniendo en cuenta estas duras verdades, ¿qué nos muestran los gobiernos progresistas de la última dé­cada y media? A pesar de su frecuente retórica an­tiimperialista y anticapitalista, así como de sus lla­mados a construir el socialismo para el siglo XXI, la realidad de sus políticas económicas es que han estado y están atadas al mercado mundial. Difícilmente podría haber sido distinto cuando uno reconoce los límites, tanto en su concepto de “poder”, como en qué tipo de visión tienen de la transformación social-económica-política que se necesita en América Latina.
En lugar de una verdadera transformación so­cial —es decir, de cambios revolucionarios desde abajo—, el tema central en cada país fue obtener el control de las instituciones gubernamentales existentes a través de elecciones. Una vez que éstas estaban bajo la nueva dirigencia progresis­ta, se argumentó que se podrían realizar cambios sustanciales.
Baste decir que esos cambios no lograron, ni iniciar la transformación del proceso de trabajo capitalista, ni desprenderse de la red del mercado mundial; a lo sumo, lograron la propiedad estatal o híbridos de pro­piedad privada y del Estado, pero no el control por parte del trabajador desde abajo. Por último, se inició un mercado capitalista latinoamericano en contrapo­sición con el mercado capitalista mundial. Lo que predominó, entonces, fue la “gestión capitalista” a través de la presencia de un Estado fuerte que redis­tribuiría la riqueza, en particular a los pobres.
Límites y contradicciones de la “marea rosa” en América del Sur
A principios de este año, García Linera, vicepre­sidente de Bolivia bajo el mandato de Evo Morales, advirtió que nos encontrábamos en “un momento de inflexión histórica en América Latina”, en el que las fuerzas conservadoras están buscando “asumir el control de la gestión y la función estatal […] di­rigiendo un ataque hacia lo que podemos considerar como la virtuosa década de oro de América Latina”. (https://www.opendemocracy.net/democraciaabierta/lvaro-garc-linera/am-rica-latina-en-marea-baja).
Si bien es cierto que los conservadores (a menudo con la ayuda de Estados Unidos), están trabajando horas extras para recuperar el control del Estado y para revertir algunos beneficios sociales importantes que se han obtenido en los últimos tiempos, necesi­tamos ser claros acerca de lo que se quiere decir con esto de “virtuosa década de oro de América Latina”, a fin de reconocer sus éxitos parciales, pero también sus limitaciones y ser crítico con sus graves contra­dicciones.
¿Qué es, para García Linera, la esencia de esta “vir­tuosa década de oro de América Latina”? Tomar el poder del Estado. Es cierto que, según él, “fuerzas populares […] han asumido las tareas de control del Estado”, pero, tanto en sus discursos como en las ac­ciones del gobierno de Bolivia, toda la atención se ha puesto en el Estado. En este sentido, García Linera es un representante ideológico de esta “marea rosa”, es decir, de la atracción hacia el estatismo como fuerza rectora, lo cual implica la sustitución del socialismo auténtico construido desde abajo por las masas.
Ninguno de estos gobiernos progresistas podría ha­ber tomado el poder si no hubiera habido movimien­tos genuinos desde abajo en cada país. Y, de hecho, muchos de los que conducen las administraciones progresistas y los congresos han surgido de diversos movimientos sociales. Pero una cosa es ser un mili­tante y pertenecer a un movimiento social de protesta, y otra muy diferente serlo después de un cambio elec­toral. Tener de pronto las manos en “los instrumentos de poder”, y creer que precisamente ésa es la vía del cambio, ha sido la base de gran parte de los gobiernos de la “marea rosa”. Junto con el poder destructivo del capitalismo neoliberal y la hegemonía económica y militar de Estados Unidos, es dicho estatismo la fuen­te de las limitaciones y contradicciones dentro de la “virtuosa década de oro de América Latina”.

Veamos brevemente qué ha pasado con los go­biernos progresistas en Brasil, Argentina, Bolivia y Venezuela. (Para una discusión más completa sobre Venezuela y Bolivia, ver Utopía y dialéctica en la liberación latinoamericana, en http://humanismo-marxista.org/) (…) Leer

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