Maíz, transgénesis,
agronegocio y ciencia:
con el investigador mexicano
Emmanuel González-Ortega
10 de noviembre de 2016
Por Marcelo Aguilar
Llegó a Uruguay para participar en varios
seminarios, invitado por el equipo del Laboratorio de Trazabilidad Molecular
Alimentaria de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República y con
la idea de “tender puentes” que permitan “saltar el sesgo y los impedimentos
económicos”. Pertenece al Instituto de Ciencias de la Complejidad y al
Instituto de Ecología de la Universidad Nacional
Autónoma de México (UNAM). Lo entrevistamos para pensar con
él acerca de maíz, transgénesis, agronegocio y ciencia.
¿Qué implica que un maíz nativo presente
trazas transgénicas?
-Las implicancias que tiene son muchas y en
diferentes ámbitos. Desde el punto de vista genómico, no hay investigación
concluyente acerca de cuáles son los efectos potenciales que pueda generar la
inserción transgénica. Pero se sabe que los propios mecanismos de inserción de
transgenes ya tienen efectos tanto a nivel genético como fisiológico y hasta
metabólico en las plantas que fueron sometidas a ese procedimiento. La
intención de poner un transgén -secuencia de información genética diseñada y
manipulada en un laboratorio- es que esa planta exprese un producto que antes
no expresaba de manera natural y que, de una manera no natural, se le
introduce. Una planta o cualquier organismo no va a obtener transgenes
sintetizados in vitro de manera natural.
Sin embargo, las empresas productoras de
organismos modificados genéticamente (OMG) dicen que la presencia accidental
formaría parte del orden natural...
-Decirlo así es un error. El flujo de
transgenes no ocurre de manera natural. La propia definición de transgén lo
señala. Han sido producidos por medio de ingeniería genética y combinan elementos
procedentes de diferentes organismos evolutivamente muy separados, como por
ejemplo virus y bacterias. Esto no ocurre en la naturaleza. La
dispersión de transgenes hacia otras plantas mediante mecanismos como la
fertilización entre plantas ocurre, sí, de manera natural, pero porque alguna
de las plantas ya contenía ese transgén previamente. No es que ese transgén de
pronto le apareció y se lo pasó a otra planta.
¿Puede haber una intención de las empresas de
contaminar el maíz? ¿Ganan con esto?
-Habría que analizar el potencial beneficio
económico que tendrían. Pensando en que las variedades transgénicas que ellos
han producido están sometidas a patentes, uno puede pensar que sí. Que las
compañías tendrán beneficio adjudicándose ellos mismos el derecho potencial de
demandar a los productores. Todavía no han sido liberadas las tecnologías
transgénicas llamadas “terminator”, que hacen a las siguientes generaciones
estériles. Pero si un agricultor desea sembrar variedades híbridas de las
compañías tiene que firmar un contrato en el que una de las cláusulas indica
que no puede guardar semillas para las siembras venideras. Cada año tendrá que
comprar de nuevo la variedad que corresponda, sea esta o no transgénica.
¿Cuál es el papel que juega la ciencia en el
modelo global del agronegocio?
-Uno de los conflictos que viven la ciencia y
los centros universitarios es que ante las agendas económicas que pautan el
mercado global, en ocasiones se privilegia el cumplimiento de esas agendas y se
deja de lado la investigación pública e independiente de la agroindustria y los
intereses de las grandes empresas. Lamentablemente, la tendencia parece que va
en ese sentido, de que cada vez más compañías privadas -no solamente
semilleras- incidan con mayor fuerza en los centros de educación públicos
universitarios y, por lo tanto, orienten investigación hacia la obtención de
beneficios para los inversores. La ciencia es un campo de debate abierto todo
el tiempo. Y eso la mueve: las posturas encontradas. Pero desde la construcción
y sin conflicto de intereses. Como se ha evidenciado muchas veces, en la
agrobiotecnología transgénica hay conflictos de interés de científicos que
trabajan en compañías, después ocupan puestos de gobierno, después en
universidades, y eso pasa en todo el mundo, en el fenómeno conocido como
“puerta giratoria”.
¿Cuáles son los riesgos de quedarse sin maíz
nativo? ¿Eso puede llegar a pasar?
-México es centro de origen y diversidad del
maíz. Hay un acompañamiento mutuo entre las comunidades campesinas e indígenas
y el maíz; se han adaptado de tal manera, que el maíz es la base de la
alimentación en nuestro país. Un mexicano puede consumir anualmente más de 100
kilos de maíz. Ante este hecho, y en el contexto del calentamiento global y el
cambio climático, es importantísimo conservar el maíz como reservorio genético
para la generación de variedades que puedan ser adaptadas a cambios climáticos
como sequía o condiciones de mayor humedad. Otro aspecto es a nivel económico y
de seguridad y soberanía alimentaria. Hasta hoy la mayoría de las variedades
que se plantan para comer son no transgénicas, y si se llena de transgénicos,
las comunidades estarían en riesgo de no poder mantenerse y proporcionar ese
alimento. Otro riesgo central es a nivel de salud pública. Aunque faltan
estudios epidemiológicos, hay evidencias que señalan riesgos potenciales a la
salud por el consumo de maíces transgénicos.
¿El maíz transgénico que llega a México es
importado?
-México importa aproximadente una tercera
parte del maíz que utiliza, no solamente para fines alimentarios, sino también
para fines industriales, como producción de etanol y producción de almidones.
Lo importa principalmente desde Estados Unidos, donde entre 90% y 95% del maíz
que se siembra es transgénico. Por las mismas condiciones geoecológicas y
geoambientales en México, que son altamente diversas, la presencia de maíces
transgénicos podría causar una disminución en la siembra, presencia y
supervivencia de variedades nativas.
Homogeneizaría...
-Exactamente. A nivel genético, homogeneizaría
las variedades nativas; a nivel agronómico, bajarían los rendimientos si
llegara a aumentar la siembra de maíces híbridos transgénicos.
La base de la agricultura es la diversidad, y
este modelo se rige por patrones unificantes...
-Efectivamente, la agricultura está basada en la diversidad. Los
cultivos que son base de la alimentación mundial se originaron a partir de
ella. Esa diversidad se generó con diferentes situaciones ambientales o
geográficas que permitieron que las comunidades humanas que había en ese
momento se asentaran y, progresivamente, fueran realizando un mejoramiento de
esas variedades para cubrir sus necesidades alimentarias. Este modelo, en
cambio, está orientado a que los beneficios económicos sean los máximos. A que el
productor utilice la menor cantidad posible de mano de obra, con la menor
cantidad de insumos, y obtenga un rendimiento mayor. No toma en cuenta la
diversidad mundial, y las situaciones particulares de las regiones.
¿Es posible separar la discusión sobre los
transgénicos de otros costos que tiene el modelo, como las poblaciones
fumigadas o la contaminación del agua y el ambiente?
-Después de 20 años de presencia de cultivos
transgénicos, volver a intentar responder la pregunta únicamente desde la
ingeniería genética, la biotecnología o la biología molecular implicaría que
estamos atrasados. Debemos preguntarnos de manera crítica qué es lo que está
pasando y cuáles son los efectos en la salud y en la ecología en regiones de
países como Argentina, que han adoptado desde hace años ya este modelo de
producción a gran escala.
En el caso de México te escuché hablar de
“doble despojo”, en la medida en que las empresas están contaminando el maíz
criollo, pero al mismo tiempo se están llevando el maíz limpio.
-Sí. Partamos de que indudablemente hay
presencia de maíz transgénico en campos de zonas donde no hay permisos
específicos para esto, hecho reconocido hasta por organismos oficiales
mexicanos. Cada vez hay menor acceso a semillas nativas propias de los campesinos.
Y hemos detectado empresas de reciente salida al mercado que tienen como misión
buscar maíces nativos libres de transgénicos para venderlos en el mercado de
Estados Unidos a restaurantes gourmets,
a precio dedelicatessen. Hay investigaciones que documentan que las
moléculas que les dan el color a los maíces pigmentados tienen propiedades
bioactivas, anticancerígenas y antioxidantes, y hoy están buscando llevarse
este maíz sano y dejarnos el contaminado con transgenes y con agroquímicos.
Esto es, claramente, un doble despojo.
¿Cómo se instala el debate sobre comer
transgénicos en la sociedad, si no es posible explicar cabalmente qué implica
que un producto tan consumido tenga transgénicos?
-Es que no se sabe qué implica, pero hay
preguntas para hacerse. De dónde viene la comida, quién la produce y cómo es
que llega a la mesa. Hemos
asumido que la comida está allí y ya, que uno va al centro comercial y ahí
compra lo que va a comer. Lo que estamos observando en este tipo de
investigaciones es que hay necesidad de reavivar esas preguntas y que debemos,
todos juntos, explorar las posibles soluciones, y buscar quién produzca
alimentos de otra manera, no gente que produzca veneno.
Ahí, en el veneno, quizás haya una pista...
-Sí. Claro. Pero precisamente, quienes nacimos
y vivimos en las grandes ciudades no tenemos demasiada opción, porque no
podemos acceder a un terreno donde plantar nuestros propios alimentos. Sin
embargo, al día de hoy la producción de alimentos sanos está en manos de
pequeños productores con la menor cantidad de recursos y la menor cantidad de
tierra, con la menor cantidad disponible de agua, pero con sus propias
semillas.
¿Una alternativa sería potenciar eso?
-Sí, porque ante lo que se está viviendo -no
solamente en México, sino a nivel mundial-, la gente eventualmente buscará
tener acceso a esos alimentos, y para que haya disponibilidad y acceso se debe
mantener la agricultura campesina, que a su vez es la que está siendo más
afectada por la agricultura industrial y los transgénicos.
Fuente: http://www.biodiversidadla.org/Principal/Secciones/Documentos/Maiz_transgenesis_agronegocio_y_ciencia_con_el_investigador_mexicano_Emmanuel_Gonzalez-Ortega
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