Etchecolatz y la tercera desaparición de López
13 de agosto de 2016
Por *
Dicen que puede volver a su casa. El victimario cruel, de mirada
gélida, de grito provocador. Dicen que puede volver a su hogar mientras sus
víctimas no pudieron. Y con ese privilegio, se determinaría sin retorno, la
tercera desaparición de López. Dicen…
* Periodista. Agencia de Noticias Pelota de Trapo (APE)
Un tal López. Llegó a la vida en un hogar laburante de General
Villegas en los días del impacto del crack de la bolsa de Estados Unidos. Un
tal Etchecolatz. Irrumpió a la vida (y a la muerte) en el mismo 1929 en la
coqueta ciudad de Azul, la misma que cobijó en su nacimiento al judas de las
Madres: Alfredo Astiz.
La misma generación,
López y Etchecolatz. Dos vidas antagónicas.
El albañil con las ropas manchadas de pintura y de salpicaduras de
cemento, con las manos callosas de tanta mezcla, tanta cuchara y espátula. Con
las marcas de las torturas en el cuerpo y en el alma.
El policía Etchecolatz, orgulloso de su uniforme azul y deseoso de
condecoraciones de tortura y tragedia.
Las vidas –tan antagónicas- podrían no haberse cruzado nunca. Pero
el país devorador de utopías y manos de trabajo, los juntó. Ese país batió en
un cóctel feroz sus historias y los puso a la hora indicada en el lugar exacto.
El albañil padeció en su cuerpo la perversidad de ese cruce.
El tal López, hombre callado, de ternuras, “un servidor” como se
llamó a sí mismo, armó ladrillo sobre ladrillo la casita propia en el barrio
Los Hornos, de La Plata, cuando su sureña Villegas quedó atrás. El, que como
decía la Teresa, andaba entre los andamios con todo ese cielo adentro como
sangrando. El tal López, laburante de sol a sol, hincha de Boca, peronista. El
que fue levantado el 27 de octubre del ’76 y recorrió chupaderos, comisarías y
cárcel. El que señaló con sus palabras amasadas en la memoria de años,
garabateadas en cuadernos desprolijos que preservaban la evocación de los
tiempos, al tal Etchecolatz.
Socio de Camps y hermano de la crueldad. “Asesino serial” que “no
tenía compasión”, como lo definió López en su testimonio. Policía retirado,
marionetero activo, que antes de la condena puntualizó que “se me tomó como
participante de una guerra que ganamos con las armas y que políticamente vamos
perdiendo. (…) No es este tribunal el que me condena. Son ustedes los que se
condenan”.
Dicen que Miguel Osvaldo Etchecolatz, libreta de enrolamiento
5.124.838, sin apodos, nacido el día internacional de los trabajadores de 1929
en Azul, la ciudad de Astiz y tantos otros, hijo de Manuel Etchecolatz y de
Martina Santillán, casado, policía retirado, responsable de la muerte, como emblema
y símbolo, podría regresar a su casa. Como no dejó volver a Jorge Julio López
en su segunda desaparición casi 10 años atrás. Como no dejó regresar a Clara
Anahí Mariani, que cumplirá 40 años en un par de días. Ni a tantos otros bebés
que transformó en botín de guerra.
Etchecolatz, el que intervino como pieza crucial en los días en
que la desaparición fue reina y señora. El que actuó, desde adentro de los
sistemas de encierro vip, para que la ausencia siguiera siendo eterna. Y digitó
desde de la cárcel. Dio
órdenes y manipuló. Mantuvo su poder de dios de la impiedad dentro de la misma
fuerza a la que perteneció y desde la que cimentó destinos.
Dicen que podría volver a su casa. Que podrá acostarse
plácidamente en su propia cama donde recordar sus hazañas. Y regodearse una vez
más, con la sonrisa del triunfo entre sus finos labios, con sus propias
palabras: “son ustedes los que se condenan”.
Fuente: http://www.agenciacta.org/spip.php?article20791
Fuente: http://www.agenciacta.org/spip.php?article20791
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