Resistencia
popular en tiempos macristas:
desafíos desde abajo y a la izquierda
31 de julio de 2016
31 de julio de 2016
Por Sergio Zeta
El
macrismo apuesta a combinar consenso y represión para afianzar su proyecto. Si
bien, a diferencia del menemismo no cuenta a su favor con un pueblo derrotado
para aplicar sus planes profundamente antipopulares, no parte tampoco de cero.
Se apoya en lógicas y en un horizonte de “sentido” que ha construido el
kirchnerismo para restaurar el orden institucional y la acumulación de capital
que la rebelión popular del 2001 puso en crisis. Desde los sectores populares
necesitamos poner en cuestión esas lógicas y ese “sentido común” que operan
dificultando tanto las resistencias como la construcción de alternativas.
Cada vez con más fuerza -aunque aún fragmentada y
reaccionando a contragolpe – brota la rebeldía popular contra la ofensiva
macrista, el gobierno de “los ricos”.
El kirchnerismo por su parte aparece cada vez más
fragmentado y debilitado, en proporciones tales que puede hablarse de un
derrumbe, acelerado por la corrupción de muchas de sus figuras (más allá de la
utilización que el macrismo hace de las denuncias), y el abandono de otras de
ese espacio, en transas de las que el pueblo y gran parte de su militancia se
siente ajena.
A varios meses de gobierno macrista, el desinterés de la
dirigencia kirchnerista en impulsar la resistencia, escudándose en un aporte a
la “gobernabilidad”, no es un dato menor del derrumbe. No les sirvió patear la
pelota hacia adelante con un “volveremos” que justificaría tanto la inacción
actual como las alianzas más espurias. Las abismales diferencias entre lo que
fue la “resistencia peronista” contra la Libertadora –obrera, popular y desde
abajo- con el actual “aguante”, resaltan la ajenidad de esta dirigencia con un
pueblo que, como puede, viene dando pelea. Y constata, una vez más, que el PJ
ya nada tiene que ver con el “hecho maldito del país burgués” y mucho que ver
con un partido del poder, garante del orden del capital.
La multitudinaria y ruidosa protesta del jueves 14 de julio
contra los tarifazos tuvo ya poco de “volveremos” y mucho de la alegría de un
reencuentro con el vecino del barrio y de respuesta colectiva.
Por su parte el macrismo apuesta a combinar consenso y
represión para afianzar su proyecto. Si bien, a diferencia del menemismo no
cuenta a su favor con un pueblo derrotado para aplicar sus planes profundamente
antipopulares, no parte tampoco de cero. Se apoya en lógicas y en un horizonte
de “sentido” que ha construido el kirchnerismo para restaurar el orden
institucional y la acumulación de capital que la rebelión popular del 2001 puso
en crisis. Desde los sectores populares necesitamos poner en cuestión esas
lógicas y ese “sentido común” que operan dificultando tanto las resistencias
como la construcción de alternativas.
Macrismo y kirchnerismo ¿antagonismo o continuidad?
La “ceocracia” gubernamental con su insensibilidad frente al
sufrimiento popular, su desembozada dominación de clase y su desprecio a los
pobres: “están los pobres y la gente normal” -afirmó la vicepresidenta
Gabriela Michetti sin ponerse colorada- nos produce repudio,
bronca e indignación que despiertan una primera sensación de antagonismo de
este gobierno respecto al anterior. Pero una mirada atenta descubre -más allá
de algunas diferencias que podemos reconocer- importantes continuidades que
necesitamos considerar para construir un nuevo rumbo.
La importancia de rastrear estas continuidades no es menor.
Incide en la disyuntiva entre aspirar a “volver” a la “década ganada”, (con más
o menos críticas a la misma), o luchar por salir del capitalismo -que de humano
no tiene el rostro ni nada-, construyendo más articulación y organización
popular, prefigurado nuevas subjetividades plebeyas y emancipatorias, nuevas
respuestas para nuevos y viejos problemas.
Está claro que algunas de las medidas adoptadas durante el
kirchnerismo serían impensables en este gobierno, como los juicios a los
genocidas u otras. Pero coincidimos con Alberto Bonnet en que la pregunta sobre
¿qué fue el kirchnerismo? “… no puede responderse seleccionando y amontonando
hechos sueltos en los platillos de una balanza imaginaria, ya sean los juicios
a los genocidas, la asignación universal por hijo o el matrimonio igualitario,
ya sean las ganancias extraordinarias de los empresarios, la megaminería
contaminante o la corrupción generalizada. La pregunta reclama más bien una
respuesta que involucre una conceptualización de conjunto del kirchnerismo. En
este sentido, el kirchnerismo expresó ciertas relaciones de fuerza entre clases
y fracciones de clase y las expresó de determinada manera: expresó, más
específicamente, las relaciones de fuerzas emergentes de la crisis de
acumulación y dominación que culminó a fines del 2001 y las expresó como
recomposición de esa acumulación y esa dominación[i]”.
Esta conceptualización de conjunto de la política kirchnerista es
la que no ven -o no quieren ver- quienes escinden entre “lo bueno y lo que
faltó profundizar”, fórmula que es sostenida tanto por organizaciones que de
buena fe apoyan al kirchnerismo como por aquellos dispuestos a disputar su
herencia.
Por convicción o conveniencia sostienen mitos que impregnaron de
legitimidad impostada al kirchnerismo como su supuesta similitud con los
proceso de Venezuela o Bolivia.
Sin embargo el kirchnerismo no fue parte de las
movilizaciones populares contra el neoliberalismo, a diferencia del chavismo y
del MAS en Bolivia. Mientras que en la Argentina el K viene a recomponer el
orden previo a la rebelión y movilización popular del 2001, en Venezuela se
impulsa una transformación con contenido democrático-radical que llegó a
proyectarse como socialismo del siglo XXI y el poder comunal, de modo que solo
con gran imaginación, muy buena voluntad y algo de miopía, pueden
ubicarse como parte de un mismo “ciclo progresista”. La diferencia entre ambos
procesos explica la relativa facilidad con que el macrismo viene desmontando lo
que de la estructura kirchnerista favorecía al pueblo, hecho que no se está
dando de igual manera en Venezuela, con un fuerte avance de la derecha pero que
se enfrenta a fuerzas populares que resisten su embestida.
Desde el primer momento el kirchnerismo se propuso ir hacia
“un país donde las posibilidades y la defensa del capital argentino, el
empresariado nacional, la producción y el trabajo argentino sean prioritarios”
(discurso de Néstor Kirchner en el Encuentro Nacional de la Militancia, Parque
Norte, 11/3/04). Para ello no sólo mantuvo sin alteraciones la estructura
económico-social heredada del neoliberalismo, no sólo expandió el empleo sobre
la base de conservar la precarización laboral que facilita la ofensiva macrista
sobre los trabajadores, sino transfirió millonarios recursos hacia quienes
“juntándola con pala” formarían ese “empresariado nacional” que desarrollaría el
país: los Cirigliano, los Roggio, Taselli, Szpolsky, Eurnekian, López, Báez,
Blaquier, Werthein y muchos más. Sin embargo nada de eso significó para el país
el surgimiento de un “capitalismo serio” (como si tal cosa existiera) sino de
un “capitalismo de amigos” y puso un techo a la disminución de la pobreza o a
la solución de los graves problemas de vivienda, salud o educación, entre
otros.
Creemos que esta experiencia confirma que sólo el pueblo
trabajador puede defender intereses nacionales, concibiendo estos tal como lo
expresa Miguel Mazzeo: “Frente al espacio antiutópico que impone la
globalización, frente a sus modalidades de homogenización compulsiva y
opresora, pero también frente a la inconsistencia e inviabilidad histórica de
los artefactos culturales y las “topías” burguesas, la nación puede
reconfigurarse y redefinirse como el espacio de una comunidad construida por
los y las de abajo en base a la diversidad, la igualdad sustantiva y el poder
popular”[ii].
Para construir esa comunidad de los de abajo y el poder popular,
no podemos aspirar a “volver” al pasado, aún en alguna pretendida versión
mejorada, sino innovar mirando al futuro.
Tarifazo, política energética y resistencia al ajuste
Desde los primeros ataques del macrismo contra el empleo y
el salario, los trabajadores lograron frenar en parte la ferocidad de los
mismos y obligaron al gobierno a algunos retrocesos momentáneos.
Ahora cobra fuerza la resistencia popular contra los
brutales tarifazos que va consiguiendo triunfos parciales y aplazamientos, pero
para derrotarlos definitivamente necesita aspirar a un objetivo diferente que
sostener lo hecho por el kirchnerismo, en tanto la política del actual gobierno
no difiere radicalmente de la que se implementó durante la década pasada.
La política kirchnerista respecto a los servicios públicos
se paró sobre dos pilares. El primero fue el estímulo a las empresas
prestatarias a través de millonarios subsidios (que nunca se auditaron) y,
desde el año 2012, en que se renacionalizó parcialmente YPF, a través del
aumento de precios. Desde ese año y fines del 2015 se aplicaron 24 aumentos en
la nafta por un total de 137% en la Capital Federal y de 154% en Mendoza.[iii]”
En el mismo período el precio internacional del barril de petróleo pasó de
106,1 u$s a solo 41,8 u$s, convirtiendo el petróleo argentino en uno de los más
caros del mundo. El segundo pilar fue mantener la matriz energética basada en
energías fósiles (petróleo y gas), en sintonía con la política de los EE.UU y
las corporaciones petroleras, lo que llevó a priorizar Vaca Muerta y a los
acuerdos con Chevrón, dejando de lado el desarrollo en energías renovables como
la eólica, para las que Argentina tiene condiciones excepcionales.
El macrismo solo tuvo que generalizar y profundizar esta
política haciendo caer esta vez, el grueso de los pagos a las empresas, sobre
el bolsillo de los consumidores.
¿Puede resultar extraño, entonces, que a pesar de la bronca
que genera el brutal tarifazo, la mayor parte de la población acepte desde el
“sentido común” los aumentos, aunque cuestionando los porcentajes? ¿Que la
reacción sea solo de contragolpe, cuando el macrismo avanza demasiado,
dejándole la iniciativa? Esta es otra herencia de la década K.
Para derrotar al macrismo y su tarifazo necesitamos
recuperar iniciativa e impulsar alternativas populares que rompan con la
racionalidad neoliberal de que todo es mercantilizable. Imponer una auditoría
sobre las ganancias de las concesionarias, recuperar el control estatal y de
los usuarios sobre los servicios públicos y avanzar hacia energías renovables,
diversificadas y no contaminantes. Podemos lograrlo con la organización popular
en cada barrio y localidad, partiendo de las necesidades concretas, con la
convicción de que la energía es un derecho de todos y todas.
Hace algunos años, frente a una soberanía domesticada e
institucionalizada que levantaba el progresismo, movimientos populares independientes
acuñamos la frase y el objetivo de “soberanía popular”. Frente a un
kirchnerismo que nunca se planteó salir de los marcos en que el imperialismo
imponía su política energética, que dejó en manos de las grandes corporaciones
y fondos de inversión la producción y comercialización agrícola y alimentaria,
que entregó los bienes de la naturaleza a las multinacionales contaminadoras y
saqueadoras, y frente al gobierno actual que profundiza tal subordinación al
punto de hacer la energía y los alimentos inaccesibles para el pueblo, frente a
las necesidades de la lucha que esta situación impone, vale la pena renovar su
actualidad.
El capital no sólo busca imponer su agenda sino elige el
terreno de las batallas. Se siente cómodo sólo cuando todo se decide entre
ministerios, legislaturas o juzgados. Que el pueblo proteste contra la magnitud
de los aumentos no les gusta, pero les resulta aceptable. Que se exija la
renuncia de algún ministro, como en este caso de Juan José Aranguren, les gusta
menos, pero no sería la primera vez que sacrifiquen un peón para dar jaque
mate. Pero lo que resulta inaceptable al poder político y económico, es que el
pueblo elija también el terreno de las batallas, que la política salga del
“palacio” y se discuta en las “calles”. Sin dudas, si renuncia Aranguren, lo
festejaremos como un primer triunfo de la lucha popular. Pero no habrá triunfo
duradero si el pueblo no debate sus propias alternativas y las impone con la
lucha.
Resistencia popular y acumulación de fuerza político-social
A pesar de algunos rasgos comunes del macrismo con los años
’90, la resistencia y lucha popular no puede seguir acumulando fuerzas a través
de las mismas prácticas y ejes políticos que fueron acertados durante la
resistencia al neoliberalismo.
Por entonces, la lucha, con “unidad y organización” de los
nacientes movimientos piqueteros señalaba un rumbo claro. “Trabajo y dignidad”,
objetivos primordiales, no podían obtenerse dentro de los marcos del
capitalismo existente sin librar por lo menos enormes batallas; la democracia
de base, condición del poder popular, era otro signo distintivo de la nueva
izquierda naciente que la emparentaba con todo sector resistente, sea en los
barrios, empresas, escuelas o Universidades y “cambio social”, otra idea fuerza
de la izquierda independiente que nacía en esas organizaciones de lucha,
apuntaba certeramente no sólo contra el gobierno sino también contra el
capitalismo en la forma concreta que asumía por entonces, contra el relato
neoliberal del “fin de la historia” “el fin de las ideologías” y señalaba la
necesidad de transformación revolucionaria del sistema.
Pero en aquellos años no había un “progresismo” que disputara
proyecto político. Tampoco lo disputaba la vieja izquierda, incapaz de
percatarse del multitudinario cuestionamiento a la democracia representativa,
del surgimiento de nuevas formas de hacer política, de los cambios
estructurales en la clase trabajadora y en los mecanismos de dominación, así
como tampoco se sintió interpelada a sacar conclusiones de la caída del muro o
del fracaso de los nacionalismos revolucionarios.
En el escenario actual es primordial avanzar unos cuantos
pasos más de los que ya dimos y aprendimos. Junto a la participación y el
impulso de las luchas, la politización de las mismas es indispensable. También
el enfrentamiento a las burocracias para el desarrollo de la organización
popular y de la democracia de base, así como la articulación de los diversos
sectores del pueblo trabajador, aún pendiente desde que el grito “piquete y cacerola,
la lucha es una sola” fuera congelado durante la década kirchnerista. La
disputa política, ideológica y cultural que nos impone el consenso neoliberal y
su versión progresista se hace imprescindible.
Estas batallas sólo pueden librarse desde la más amplia
unidad, paradxs desde nuevas o renovadas formas de organización que como pueblo
somos capaces de alcanzar. En su transcurso podrá irse construyendo un amplio
movimiento político-social, con toda la diversidad del pueblo trabajador y los
sectores oprimidos, hacia una verdadera transformación de la sociedad y el
país, en sintonía con los pueblos de América Latina.
Unas palabras sobre la politización
Hoy día hablar de “politización” suele ser fuente de malos
entendidos. Los distintos gobiernos que se han sucedido en las últimas décadas
con sus gestiones corruptas, mentirosas e indiferentes a las necesidades del
pueblo construyeron una idea de la política escindida de las prácticas
cotidianas del pueblo trabajador. Para el
kirchnerismo “política” fue sinónimo de “regreso del Estado”, expropiándola al
pueblo que la había comenzado a ejercer en la resistencia al neoliberalismo y
más masivamente con la rebelión popular del 2001, para devolver su ejercicio a
la casta de políticos profesionales, a “los que saben”, que -con un partido u
otro- gobiernan al servicio del poder económico-político y de su propio
enriquecimiento.
Si la rebelión del 2001 había colocado en primer plano la política
como algo que excedía al Estado y que refería a como el pueblo tomaba en sus
propias manos lo que hacía al interés general, la restauración K
volvió a concentrar todo en y hacia el Estado. El pueblo dejó de ser
protagonista hasta en los análisis de situación, muchas organizaciones e
intelectuales, cooptados o atrapados por un análisis binario de la
realidad, redujeron todo a un enfrentamiento entre derechas y gobiernos (así
como antes entre democracia liberal y dictadura).
Esto, si bien le permitió al K reconstruir cierta institucionalidad,
también fue lo que facilitó, cuando el progresismo chocó con sus propios
límites, que vastos sectores populares no vieran otra alternativa que la
derecha.
El macrismo y su grupo de asesores que hicieron una buena
lectura de todo esto, aprovechó este imaginario sembrado en la sociedad para
denigrar la militancia y basó su campaña y actos públicos -profundamente
políticos- como producto de una racionalidad técnica y de sentido común en el
que la “política” no tendría nada que ver.
Ambos, aún con diferentes discursos, tuvieron y tienen el
objetivo de que el pueblo no haga política, con el fin último de frenar el
avance de la organización popular por abajo y el consecuente empoderamiento del
pueblo.
Cabe mencionar también que sectores de la izquierda
comenzaron a hacerse eco de la acusación de “antipolítica” a todo lo que no se
refiera directamente a la disputa por el Estado, enfocándose en las campañas
electorales como modo de construcción política. Otros sectores de las
izquierdas creen que son sus partidos los que tienen el monopolio del “saber”
de una política “correcta” y creen que “politizar” es ganar trabajadores para
sus filas.
La actual resistencia contra el macrismo abre una nueva
posibilidad de que el pueblo recupere el sentido y el ejercicio de la política
o, como se popularizó durante la rebelión del 2001, una “otra” política que se
proponga, no la conservación de lo existente sino su transformación,
construyendo poder popular desde el Estado, fuera del Estado y contra el
Estado.
Será desde esas luchas y desde sus organizaciones, que el
pueblo podrá imponer sus propias soluciones a los problemas de fondo del
empleo, de la educación, del transporte, de la vivienda, de la salud, de la
igualdad de género, del medio ambiente. Los legisladores que logren las
izquierdas, los partidos, las organizaciones políticas, no deberán buscar
canalizar estas luchas sino ponerse a su servicio.
Rumbos diversos en las izquierdas
La coyuntura que se vive en el país abre un espacio
importante para la
izquierda. Sin embargo, este espacio no está logrando
intervenir de conjunto y se van delineando por lo menos 3 rumbos diferentes en
este espacio.
Esquemáticamente, podemos señalar a una izquierda que apunta
a construirse –más o menos críticamente- desde el espacio K y la defensa de las
“conquistas”. Sus principales preocupaciones pasan por “hacer política”
institucional, coincidentemente con la restauración K. Mientras
algunas agrupaciones de la llamada izquierda “popular” pretenden un
kirchnerismo sin PJ; otras, como el Movimiento Evita, se integran a la
conducción del PJ mientras coquetean con Massa y con agrupaciones de esa
izquierda “popular” en sintonía con el Papa Francisco, que viene interviniendo
para conformar una oposición sistémica al macrismo.
Otro sector de la izquierda, quienes mayor expectativa
despertaron, fueron quienes conformaron el FIT. Pero parece que ya han llegado
a su techo. Su práctica y discurso se limita a la mera lucha contra el ajuste, como si el capitalismo, con su crisis
civilizatoria, humana, ambiental, se resumiera en un ajuste que, por más
terrible que sea, es sólo una parte de los padecimientos que produce el
capitalismo en el pueblo trabajador, llegando, incluso, a poner en riesgo la
continuidad de la vida en la
Tierra. Ninguno de los integrantes del FIT va más allá de la lucha contra
el ajuste porque su proyecto de cambio social revolucionario lo resumen en su
propia autoconstrucción, desatando una lucha fratricida entre ellos que
destruye iniciativas de unidad de lxs trabajadorxs y hunde las expectativas que
despertaron. Cuanto más se necesita la unidad, más allá de lo electoral, más
convierten al FIT en una cooperativa colectora de votos mientras sus
integrantes priorizan sus peleas, aún a costa de intervenir enfrentados en las
luchas sociales y malograr iniciativas de unidad del conjunto de las
agrupaciones clasistas y de base, como ocurrió con el Encuentro Sindical del 5
de marzo de este año. Lamentablemente que ocurra esto con el FIT es una
desgracia, no sólo para sus integrantes sino para el conjunto de la izquierda
que habíamos considerado su formación, aún con sus límites, como un posible
avance para las izquierdas y los sectores populares.
El espacio de la nueva izquierda independiente o “en búsqueda”
Por fuera de estos dos sectores claramente delimitados existe
otro espacio, más amplio y difuso. Podemos considerar como parte del mismo a
las organizaciones político-sociales que nacieron de los movimientos piqueteros
y territoriales que lucharon contra el neoliberalismo, a agrupaciones de
trabajadores ocupados como Rompiendo Cadenas o de sindicalismo de base y
antiburocráticos entre las docentes, aceiteros, delegados de la línea 60,
estatales y otras. También forman parte de este espacio asambleas
socio-ambientales, colectivas de género, estudiantiles, culturales, de
comunicación, de pueblos originarios. Si bien diferentes, las prácticas denotan
similares coordenadas emparentadas con la construcción de poder popular, la
democracia de base y una politización alternativa. Seguramente la resistencia
parirá otras organizaciones y colectivos, como en su momento parió los
movimientos piqueteros, a lo que debemos estar muy atentos e ir ensayando
experiencias y acercamientos.
La inserción en las luchas y la búsqueda constante de
articulaciones entre ellas son los pilares de los que partir para instalar un
espacio de izquierda, diferente al tradicional y al progresismo, sin perder con
ello capacidad de diálogo ni apertura, así como potencialidad para instalar
agenda popular.
Nos queda el desafío de pensar cómo fortalecer el espacio de una
nueva “izquierda en búsqueda”, como la llamó certeramente un compañero,
teniendo en cuenta que la clave está en insertarse, pacientemente, en la luchas
con el pueblo y avanzar en iniciativas para desandar la fragmentación y
dispersión de este espacio.
El espacio de la nueva izquierda independiente podrá avanzar
mucho en esta nueva situación de la lucha de clases en tanto sea capaz de
insertarse en las luchas de nuestro pueblo e ir articulándose sin sectarismo y
en forma movimientista, con perspectivas socialistas, feministas,
antimperialistas, de ecologismo popular, latinoamericanistas y radicalmente
democráticas. Necesitamos reconstruir la convicción de la necesidad y
posibilidad de una nueva izquierda para la construcción del poder popular, que
no se opone a la vieja idea de la toma del poder sino la supera, integrándola
como momento de un proceso más extenso y complejo.
En un mundo donde desde la caída del mal llamado “socialismo
real” sólo se habla de mejorar un poco la vida en el marco del capitalismo -con
la honrosa excepción de Chávez-, recuperar la utopía que otro mundo es posible
se hace vital. Sin ella la mística se transforma en liturgia vacía y se hace
imposible cualquier transformación. Necesitamos una izquierda que considere
–a diferencia de la cháchara progre- que realmente llegó la hora de ir por
todo.
Sergio Zeta
Militante popular
Frente Popular Darío Santillán – Corriente Nacional
Notas
Fuente: http://contrahegemoniaweb.com.ar/resistencia-popular-en-tiempos-macristas-desafios-desde-abajo-y-la-izquierda/
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