Forestación
importada: ¿Beneficio nuestro, recíproco o del que la ha programado?
31 de mayo de 2020
a
Ricardo Carrere, in memoriam
¿Cuántas
plantas de celulosa son sostenibles en Uruguay?
Luis E. Sabini Fernández
El ingeniero
agrónomo y consultor Eduardo Blasina hace esta pregunta (título de su nota del
24 mayo ppdo.), una interrogante que tiene un partido tomado, puesto que
presupone la sostenibilidad; una pregunta menos condicionada, más radical, más
pregunta, podría ser si es acaso sostenible.
Pero entiendo más fructífero que responder a
la pregunta de Blasina el formularnos otra pregunta, más histórica: ¿cómo han
advenido las celuloseras a nuestro país, ahora que ya se empieza a hablar de
una cuarta y una quinta…
En los 60, 70, 80 se inicia un proceso de
deslocalización de industrias del llamado primer mundo o “países centrales”;
los efectos contaminantes de la industrialización progresivamente acelerada se
estaban haciendo sentir. Es el tiempo cuando la bióloga estadounidense Rachel Carson se da cuenta que no hay
más pájaros, aniquilados con los biocidas de la industrialización rural (Silent
Spring, Primavera silenciosa, 1962).
Larry Summers, un funcionario clave que participó de
numerosas administraciones demócratas estadounidenses, dio el fundamento
estratégico a las deslocalizaciones: la expectativa de vida es mucho mayor en
los países del Primer Mundo que en la periferia planetaria; por eso los
primeros países tienen tantos adultos mayores y los países periféricos no
tantos.
Por su parte, la contaminación industrial en
progresión, sostenida con la tecnologización, provoca, de acuerdo con el diseño
bosquejado por Summers, sobre todo cánceres que tienen un proceso de décadas
antes del desenlace: si dejamos las industrias en los países centrales, ‘van a
arrasar a nuestros viejos’; si llevamos tales industrias, es decir su
contaminación, a los países periféricos, apenas se va a notar el daño puesto
que por muy diversas razones, mucha población allí no llega a vieja.
Así aparecen “como grandes oportunidades” las
industrias del Primer Mundo en el tercero; en zonas francas, en zonas de
producción de exportación, en maquilas, en zonas libres…
En esa misma época, recordarán los memoriosos
que ya son veteranos, se inició en Uruguay toda una propaganda muy persuasiva,
“plante un árbol, haga un libro, tenga un hijo”, que tuvo una segunda fase:
invertir pequeñas sumas en plantaciones, que, se decía, eran inversiones saludables, en pro de la
natura…
Costó años ir dándose cuenta de la jugada en la cual
lo ambiental era lo que menos se cuidaba…
Poco después de la implantación de las zonas
francas −un fruto posdictadura− que es en rigor un retorno, pero en otro aro de
la misma espiral, a las economías de enclave del colonialismo puro y duro de altri
tempi, llegamos a las primeras
pasteras.
Luego de este sucinto recorrido, regresemos a la
pregunta de Blasina.
Blasina se confiesa un tecnooptimista. Sería
bueno que mantenga la precisión en el lenguaje porque la frase: “Mantener buena
calidad de aguas” para nuestro Uruguay, para nuestro presente, es casi
indecente. Si algo hemos perdido con la agroindustrialización galopante es la calidad de las aguas. En
prácticamente todo el país. El Santa Lucía es mudo testimonio de esa pérdida.
Pero el río Negro, también y todavía falta la descarga monumental criminalmente
proyectada con UPM 2 (no paso cifras, acojonantes, porque estimo que ya son
públicas y Blasina las conoce).
Para Blasina: “Es bueno que el Uruguay
agregue a sus exportaciones nuevos rubros de gran escala […].” Esta pretensión
de jugar “entre los cuadros grandes”, que es un gran mérito del fútbol
uruguayo, no funciona igual, si pasamos del deporte a la economía. Uruguay
no puede apostar, aunque lo hace y lo ha hecho, a usar los suelos como
Argentina o Brasil, Canadá, Australia o EE.UU. por la sencilla razón que
muestra un
mapa. No hacemos mella en el mercado de la
commodities.
Pero algo más grave y ya no táctico: la apuesta a la
“gran escala” tiene otros inconvenientes, graves: 1) la gran escala contamina
también a gran escala; la
contaminación repercute mucho peor en territorios
chicos que en grandes territorios despoblados, como tienen, con sus millones de
km 2 , los grandes países mencionados, Australia, Canadá, Brasil.
La actividad agropecuaria en escala mediana o
pequeña permite mejor cuidado ambiental. Y da más empleos. Trabajada
inteligentemente, puede dar mucho mayor rinde que el de los commodities (a un
país de las dimensiones del nuestro, reitero).
Argentina, por ejemplo, el segundo estado en cultivar
transgénicos luego de EE.UU en el siglo XX, logró, mediante la producción
bruta a principios de este siglo de unos 50 millones de toneladas anuales,
“cosechar” como pocas veces antes una montaña de dólares que explican la
adhesión (o falta de) al kirchnerismo (dejamos al margen el costo en salud).
Porque un país de grandes superficies se
puede dar el lujo de aplicar gran escala para alguna producción y le queda
superficie para otro tipo de producción más intensiva o artesanal; como ser
frutales, viñas, diversos granos, huerta. Y el daño ambiental que pueda
producirse con el empuje agroindustrial no tiene porque abarcar a todo el
estado.
Pero un país de dimensiones pequeñas recibe un
posible daño ambiental en “todos lados” y puede, al contrario, agrandar su
superficie dando variedad biológica a sus suelos; el clásico modelo granjero,
por ejemplo.
¿Qué nos falta gente? Ciertamente. La gran
producción, el latifundio, el monocultivo, si algo han hecho es despoblar el
campo. Un operario alcanza para cubrir varios cientos de hectáreas tanto de
soja transgénica como de árboles plantados en hilera. Cualquier cultivo, por
ejemplo, agrícola demanda muchísimo más mano de obra. Y las specialities son
muy bien pagadas en diversos mercados, cada vez más atentos a la cuestión
alimentaria.
El tecnooptimismo de Blasina lo lleva a
abrigar expectativas a mi modo de ver meramente especulativas, sobre el papel
del desarrollo tecnológico de países “centrales” sobre la periferia planetaria.
No conozco hechos reales que abonen ese
optimismo, que calificaría de ingenuo.
Veamos un ejemplo de esas aplicaciones tecnológicas
del primero al tercer mundo, y dejando a un lado la repugnante actitud Summers:
los noruegos cultivaron durante décadas “escaleras” para facilitar a los
salmones su desove que, como se conoce, es enormemente esforzado, río arriba. Ese ciclo
biológico natural sin duda les otorga una extraordinaria fuerza vital. Pero el
interés económico de los humanos, “es más fuerte”, y por eso se construyen esas
escaleras para salmones, visibles en varios ríos de montaña noruegos.
Más tarde, Noruega encaró la producción de
salmones mediante estanques. Alimentados. Feed lot de peces. E inmediatamente,
empezaron a poner en los estanques antiparasitarios, antibióticos, y toda una seria de
“antis” para evitar que los planteles fueran arrasados por pestes.
Eso, en Noruega. Pero los noruegos instalaron
en el sur chileno el mismo tipo de producción, y si ya era alarmante la
toxicidad hallada en los salmones de criaderos noruegos, la toxicidad en los
chilenos, denunciada en diversas investigaciones, resultó aún peor. Y los noruegos, como los finlandeses, no
tienen ninguna tradición imperial que forja una psicología potencialmente más
abusiva, invasora. Al contrario, finlandeses y noruegos han sido siempre
“hermanitos menores” de las potencias de la región; Suecia, Rusia, Alemania,
Gran Bretaña… Pero su historia no imperial al parecer no ha sido suficiente
para establecer relaciones igualitarias con ”el tercer o cuarto mundo”.
RECUADRO
Comentario de un cuidador del Dique Laviña en
la provincia de Córdoba: “−las truchas del río se quedan chiquitas; las de los
jaulones, en cambio, crecen hasta mucho más del doble… eso sí, las del criadero
mueren jóvenes y las silvestres son mucho más longevas.” El hombre registraba
las diferencias más bien asombrado sin atinar siquiera una explicación. Pero
registraba una realidad, indudablemente ligada a una dosis de sobrealimentos, engordar sacrificando salud…
Volviendo a UPM 2, la cuestión no es sólo
decidir si quienes se presentan como “aportantes de capital” no procuran
exactamente lo opuesto a lo predicado. Hay otra aspecto, y ése es nuestro: el
proceso por el cual se aprueban esas megainversiones. En total secreto, so
pretexto de “cuidarse de la competencia”. Más allá de un posible daño a “los
dividendos empresariales”, para nuestra sociedad el secreto en estas
negociaciones y contratos significa lisa y llanamente que la gente,
la población, no importa un ápice.
No le importa ni a los gobernantes ni a los
inversionistas. Con lo cual aquella expectativa de Blasina de encontrarse con
“la cultura finlandesa” tal vez no resulte lo que imagina.
Blasina plantea algo correcto, precautorio,
hablando de los proyectos de gran escala y las inversiones correspondientes:
“Estos emprendimientos suponen un fuerte desafío ambiental. El ecosistema
soporta cierta presión, pero no más que una determinada presión. Si cruzamos el
umbral de carga soportable el sistema colapsa.”
Su optimismo le permite creer que estamos todavía
lejos, pero que con las posibles 4ª. y 5ª, podríamos estar peligrosamente
cerca.
Lamento comunicarle que ya estamos allí.
Usted, Blasina, lo debería saber mejor que yo: los ganaderos que se quejan de
reses muertas luego de beber el agua del Río Negro; la cantidad de
cianobacterias que arrecian en nuestro país y ya no solo en verano.
El Río de la Plata está contaminadísimo. Aunque
contemos con el viento y las corrientes marinas como aliados que nos sacan cada
tanto la presión y el escarnio…
La contaminación del agua en nuestro país es
uno −junto con la plombemia en su momento; la plastificación de campos y aguas
que tiende un futuro ominoso para nuestra pesca; la bomba de aditivos para
mejorar el rendimiento empresario o abaratar la comercialización− de los serios
problemas que tenemos y que tendremos que afrontar.
Tenemos puntos a favor, a veces ni siquiera
elaborados por nosotros: el carácter ondulado de nuestro suelo, sus colinas,
que tanto difieren de la pampa del centro
argentino, no ha permitido prosperar feed-lot que
tanto habrían deseado algunos. Ese mismo rasgo permite al Uruguay tener de las
mejores carnes. Gracias Hernandarias.
Tenemos uno de los suelos más irrigados de la tierra,
y consiguientemente un porcentaje de suelo cultivable de los más altos del
mundo. Cultivable, que no cultivados.
Y hoy se halla comprometido, como dijimos, por la
contaminación química y agroquímica-
¿Recuperable? No con pasteras que tragan ingentes
cantidad de m3 de agua y devuelven un efluente a mayor temperatura y
contaminado.
Tenemos una franja climática envidiable. Y es
insensato que si el promedio de
áreas protegidas anda internacionalmente en el 17% y
Argentina tiene un 8%, Cuba un 30%, Venezuela un 55%, Chile un 20%, Uruguay
tenga 1% y fracción. Y esos tristes números hablan de nuestro estado cultural.
Y de la ofensiva de la agroindustria.
Y explica cómo no hemos aprendido a ser autónomos.
Penosa confusión porque nos sentimos autónomos. Y en cierto sentido sí lo somos.
Pero en las grandes líneas somos heterónomos, y la celulosa es un penoso
ejemplo.
Fuente: https://redlatinasinfronteras.wordpress.com/2020/05/31/uruguay_forestacion-importada-beneficio-nuestro-reciproco-o-del-que-la-ha-programado/
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