De
la inviable agroindustria a la agricultura post-industrial
29 de mayo de 2020
Por
José Godoy Berrueta
#Biodiversidad104 | "Nos acusan de querer “volver a las
cavernas”, pero la sociedad post-industrial no es la sociedad pre-industrial.
Es mucho más complejo que eso. Es la sociedad que ya vivió los efectos de la
era industrial, que reconoce los resquicios menos impactados por la
industrialización de bienes y servicios, que describe y critica la sociedad
industrial. Reconoce avances científicos o tecnológicos y propone una forma de
vida y de relación convival con la naturaleza y la sociedad, basada en
herramientas al alcance de todos para dotarnos en una escala asequible a toda
la población de lo necesario para vivir cuidando nuestro entorno".
En
abril de 2019 Alejandro Nadal, al igual que otras voces internacionales
afirmaba “¿Cómo vamos a asegurar la alimentación de una población de 8 mil 500
millones de personas para 2030? La mayoría de la población piensa que la única
forma de lograrlo es mediante la agricultura comercial de gran escala, que hoy
domina el mercado mundial de alimentos. Ésa es la respuesta
equivocada”. Reconocía como economista, las técnicas de producción que
“descansan en un saber campesino milenario basado en la agrobiodiversidad. Esa
forma de producción va contra casi todos los principios de la producción
capitalista, que prefiere la uniformización (monocultivo), la mecanización y el
uso intensivo de agroquímicos (fertilizantes y plaguicidas)”.
“La lucha por los
alimentos de mañana comienza hoy. La forma de producirlos en la actualidad
afecta la producción de una alimentación nutritiva y un medio ambiente
saludable en el futuro. La agricultura comercial de gran escala, intensiva en
capital y en insumos agroquímicos, no solamente no es la respuesta a las
necesidades de producción y conservación, pues pone en peligro el abasto
alimentario mundial del futuro. Es urgente revalorizar la agricultura que se
rige por los principios de la producción agroecológica” [1].
En 1978 Iván Ilich
planteaba en La Convivencialidad: “Quiero trazar un cuadro del ocaso del
modo de producción industrial: dos terceras partes de la humanidad pueden aún
evitar el atravesar por la era industrial si eligen, desde ahora, un modo de
producción basado en un equilibrio post-industrial, ese mismo contra el que las
naciones superindustrializadas se verán acorraladas por la amenaza del caos”.
Ilich llamaba a investigar críticamente el monopolio del modo industrial de
producción y cómo imaginar otros modos de proceder.
El sistema alimentario
industrial va mostrando a gran velocidad que más que ser una solución es ya el
núcleo del problema. Deja a su paso enfermedades, daños ambientales,
deshabilitación de las sociedades que no pueden proveerse sus propios alimentos
y una destrucción del sistema campesino agroalimentario: el sistema central
para la reproducción de la vida humana.
Este monopolio busca
controlar todos los factores relativos a las semillas, el suelo, el agua, la
mano de obra, los agroinsumos, el transporte y finalmente el precio de los
alimentos. Avanza con “empresas directamente beneficiadas por actos
gubernamentales del Estado, por sus políticas públicas, sus reformas
constitucionales y sus legislaciones apalancadas con tratados de libre comercio
y cooperación” [2]. Tanto desvío de poder y recursos invertidos a favor de las
empresas provoca que en México tengamos una “sobreoferta de alimentos
industrializados de muy bajo valor nutricional” que provocan que “de las 600
mil muertes que se registran al año, 300 mil muertes estén relacionadas con la
mala alimentación” [3].
En México este sistema
agroindustrial se discute por todo el territorio nacional. La disputa con el
modo de producción campesino-indígena está presente en las comunidades.
Península de Yucatán
“El cultivo de soya en
el municipio de Bacalar se intensificó a partir de 2012. Fueron los menonitas
quienes la desarrollaron deforestando unas 3 mil hectáreas de selva.”
“De acuerdo con el
monitoreo del colectivo de semillas Múuch´ KananIínaj, en un periodo de diez
años se han vendido 26 mil hectáreas de tierras ejidales del municipio de
Bacalar. Los compradores, hasta el momento, se identifican como menonitas,
empresarios agrícolas de origen alemán, filipino y japonés que pagaron, en
promedio, 5 mil pesos (206 dólares) por hectárea.” [4]
Las comunidades de los
tres estados de la península han respondido interponiendo juicios contra la
siembra comercial de soya transgénica y contra los programas interestatales que
pretenden “ordenar” y folclorizar el modo de vida ancestral de los mayas.
En Campeche se cultivan 50 mil hectáreas de soya que expanden la
frontera agrícola destruyendo la selva, esto promovido por el gobierno que
otorga subsidios a productores y compradores [6]. Esta soya transgénica se ha
sembrado de forma ilegal. Ahora hay contaminación con glifosato de niños y
adultos en las comunidades mayas, y de los mantos freáticos y las fuentes
comunitarias de agua [7].
Jalisco
En México entre 1992 y
2015 la venta y aplicación de pesticidas creció 222% y hoy día está autorizado
el uso de 140 plaguicidas prohibidos en otros países por su alta toxicidad y
por el daño que causan a los ecosistemas. El modelo agroexportador de Jalisco
ha convertido el estado en un mar de agrotóxicos.
“En Jalisco fallecieron
cuatro mil 744 personas por insuficiencia renal entre 2013 y 2017, de las
cuales 50 fueron bebés, con menos de un año de edad, mientras 419 personas
tenían entre uno y 24 años.Según Felipe Lozano, de la Universidad de
Guadalajara, la contaminación del agua es un factor crucial que provoca
enfermedades renales, por la exposición a plaguicidas.” [8]. Al conocer estos
datos y con el reconocimiento oficial de epidemia un amplio grupo de
investigadores se comenzó a monitorear la presencia de pesticidas en varios
lugares del estado [9].
Se estudió la presencia
de pesticidas, entre ellos el glifosato en 281 niños, con promedio de edad de 9
años de 2 regiones alejadas una de otra, pero con características
agroindustriales, y se halló presencia de 2 a 12 pesticidas en las pruebas de orina de
los niños [10].
En febrero de 2020, la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos dictó medidas cautelares para “preservar la vida,
integridad personal y salud de los pobladores de las zonas hasta 5 kilómetros del Río
Santiago” como afectados de la actividad industrial y agroindustrial en esa
cuenca [11].
En las fuentes de agua
se encontró gran variedad de plaguicidas; en lagos y presas se encontró
glifosato utilizado para contrarrestar la presencia de lirio, y múltiples
sustancias debidas a escurrimientos.
En la cuenca de Rio
Ayuquila (que va del sur de Jalisco a Colima) se encontraron de 2 a 40 plaguicidas en las
muestras de agua del río provenientes de cultivos de agave, maíz, caña, pastos,
cítricos, avena y papa [12].
En la región melífera
del Nevado de Colima hay “evidencias de mortandades de abejas producidas por
neonicotinoides en cultivos e invernaderos de aguacate y moras”, así como daños
y riesgos a otros polinizadores, al ambiente y a la salud humana [13].
En la región de Chapala
hay presencia del insecticida Lindano en mujeres embarazadas [14]. “La epidemia
de obesidad ha develado [...] que puede haber una asociación etiológica entre
la exposición uterina a ciertos compuestos químicos y la obesidad post-natal;
el 79% de las mujeres embarazadas incluidas en este estudio se les detectó la
presencia de HCH lindano”.
Cada año se producen
unos 2 mil 800 químicos, y lamentablemente menos de la mitad se han estudiado
buscando conocer la toxicidad que representa para el feto, el niño o el adulto
[15].
Lo más preocupante de
esta guerra de agrotóxicos es la presencia mezclada de todos juntos, su
persistencia y acumulación en las personas y en la naturaleza, su desregulación
y sus efectos no atendidos en grandísimas poblaciones, además de su mezcla con
desechos industriales y urbanos. Mientras tanto, la población de estas regiones
intenta a contracorriente mantener sus actividades campesinas.
Michoacán
En reuniones para
analizar la agroindustria y promover el libre intercambio de semillas en la
comunidad purépecha de Cherán insisten que las semillas son lo más importante,
son vida, y aun así la gente está menos en el campo e incrementa la migración.
Persiste la milpa y las
comunidades conscientes hacen prevalecer formas de producción artesanal. La
prioridad es producir conservando y mantener el beneficio colectivo.
Ver a las comunidades
como reservas de recursos naturales es una visión muy empresarial. A veces la
gente copia modelos de empresas o iniciativas que parten de un interés muy
ajeno a los valores comunitarios. “Y luego nos imponen la idea de que nuestros
proyectos fracasan. En realidad, debemos buscar otra vida, basada en nuestros
saberes de agricultura o agroecología, nuestro comercio, construcción, idea de
la salud, o solución de conflictos. Todo está relacionado, cómo producimos, con
qué tecnologías, qué comemos, cómo lo conservamos y lo intercambiamos”, nos
dice la gente del Concejo Mayor.
El agronegocio
arrebata, modifica e impone en toda la cadena alimentaria y sus procesos un
nivel de toxicidad y contaminación nunca antes visto. Hasta el punto de
vincularse a cadenas económicas criminales.
En Michoacán transformó
a comuneros en peones de la cañada y los valles, algunas veces forzados, en los
campos de zarzamora, arándanos, fresa, aguacate, brócoli o papa. Todo diseñado
en reuniones y programas de empresas y gobiernos.
“Frente a este
escenario la comunidad decidimos defender la autonomía, el territorio y a la
gente: ‘que es como sembrar la semilla’. Toda la riqueza viene del trabajo y
nos lo están robando. La agroindustria requiere nuestro trabajo para generar su
riqueza a partir de nuestro territorio. Eso es extractivismo puro”.
Necesitan hacer
dependiente al campesino para convertirlo en mano de obra, por eso se apropian
de su suelo, su semilla, su vida silvestre, su comunidad y su territorio para
imponer extensos campos de monocultivo industrial. Son producciones de
mercancías ajenas a la comunidad con una alta dependencia y consumo
tecnológico.
En México el maíz es el
alimento base, es un cultivo muy generoso que permite hacer muchas cosas a la
vez, produce lo necesario y puede convivir con otros muchos cultivos que juntos
propician una gran cantidad de beneficios, no solamente alimentarios.
“Los movimientos
comunales se vacían empujados por los agronegocios y las cadenas de tiendas con
productos industrializados caros y dañinos a la salud producidos con insumos de
nuestras regiones: papas, maíz y soya. Es un círculo de imposición y control
que genera una gran crisis de crisis: económica, de salud, ambiental y
climática”, insiste el Concejo Mayor.
El gran esfuerzo de la
gente para llevar a sus hijos a las escuelas se invierte en prepararlos para
trabajar en las industrias.
La agricultura
post-industrial
Nos acusan de querer
“volver a las cavernas”, pero la sociedad post-industrial no es la sociedad
pre-industrial. Es mucho más complejo que eso. Es la sociedad que ya vivió los
efectos de la era industrial, que reconoce los resquicios menos impactados por
la industrialización de bienes y servicios, que describe y critica la sociedad
industrial. Reconoce avances científicos o tecnológicos y propone una forma de
vida y de relación convival con la naturaleza y la sociedad, basada en
herramientas al alcance de todos para dotarnos en una escala asequible a toda
la población de lo necesario para vivir cuidando nuestro entorno. Por eso la
pertinencia de una agroecología que abreve del saber campesino y que haga
comunitarias la tierra, el suelo, el agua, las semillas y todas las
herramientas para la reproducción de la vida humana. Decía Iván Illich en La
convivencialidad: “Llamo sociedad convivencial a aquella en que la
herramienta moderna está al servicio de la persona integrada a la colectividad
y no al servicio de un cuerpo de especialistas. Convivencial es la sociedad en
la que las personas controlan la herramienta”.
En 2009 le preguntaron
a Alejandro Nadal que lección podríamos extraer de la epidemia de la gripe
porcina: “tiene que ver con la bioseguridad. Esta epidemia es una muestra clara
de que los sistemas de bioseguridad en México (y muy probablemente en muchos
países) no están preparados, ni de lejos, para enfrentar contingencias. Aun
así, el gobierno mexicano insiste en su afán de liberar cultivos transgénicos a
escala comercial. Llama la atención, en especial, el caso del maíz. Este
cultivo tiene su centro de origen en México y … no hay condiciones de
bioseguridad en México”.
“Estamos en tal grado
deformados por los hábitos industriales, que ya no osamos considerar el campo
de las posibilidades; para nosotros, renunciar a la producción en masa
significa retornar a las cadenas del pasado, o adoptar la utopía del buen
salvaje.” [16]
Sin
embargo en plena crisis del Covid-19 Herman Bellinghausen nos recuerda en su
columna del 30 de marzo en La Jornada: que “ahora, de pronto, el futuro
no existe. Lo dábamos por sentado. Pierden sentido planes, proyecciones.
Peligra menos la vida cíclica de los pueblos originarios y campesinos que la
lineal en progreso e innovación constante de las sociedades urbanas;
sencillamente ellos se preparan para la próxima siembra y las fiestas del
calendario, aunque haya que brincarse alguna por la emergencia”. “Los pueblos
son los que han demostrado que saben durar”.
Notas
Fuente: http://www.biodiversidadla.org/Documentos/De-la-inviable-agroindustria-a-la-agricultura-post-industrial
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