El mayo cordobés,
antes y después
25 de mayo de 2019
Por Abel Bohoslavsky *
Antes
del mediodía de aquel 29 de mayo de 1969 ya las radios decían “hay cuatro
obreros muertos”. El choque ocurrió en la zona de la vieja Terminal del
Ómnibus en Vélez Sarsfield al 600, del boulevard San Juan y La Cañada, de los
alrededores de la
vieja Plaza Vélez Sarsfield. Eran las columnas de obreros del
SMATA, los de “la Kaiser” (IKA-Renault), que venían desde el sur, de barrio
Santa Isabel. Ya habían pasado al costado de la Ciudad Universitaria. Ahí
intentó detenerlas la Infantería a gases y tiro limpio. Los obreros
resistieron, enfrentaron y desbordaron.La consigna era llegar a la Confederación General
del Trabajo (CGT), en Vélez Sarsfield a 100. Una demostración de decisión y
coraje que anticipaba lo que venía.
El
primer caído fue Máximo Mena. Mi compañero de estudio y militancia Mingo Menna,
me contó que venía en moto al costado de la columna que peleaba contra la
policía en esa zona de barrio Güemes, cerca de la antigua Terminal
y ayudó a levantar heridos. A fuerza de coraje, con rudimentarias hondas con
recortes de acero, bombas molotov y algún que otro revólver de bajo calibre, la
inmensa manifestación hizo retroceder ahora a la Caballería y a
muchospatrulleros. Y se armaron las primeras barricadas. Ahí apareció un lienzo
blanco con letras negras: “Viva la lucha obrera y popular”.
Si
ya había 4 muertos, ¿qué pasaría? Me acordé de aquel 7 de septiembre de 1966,
durante la huelga universitaria, en Avenida Colón al 300, un policía disparó
contra la manifestación estudiantil. Uno de los nuestros cayó sangrando en la cabeza. La consigna
corrió de boca en boca: “Vamos al Clínicas”. Al amanecer de una noche de
“territorio libre” en ese barrio de 40 manzanas, supimos, también por las
radios, que el caído era Santiago Pampillón, obrero de Kaiser y estudiante de
ingeniería. Agonizó en el Hospital de Urgencias y murió el 12 de septiembre. La
primera víctima mortal de la dictadura simbolizaba en su doble condición lo que
vendría. Córdoba la “Docta ”
se rebelaba y anticipaba el futuro.
“Esto
no lo para nadie”, dijo Agustín Tosco. Y así fue. Tosco, a sus jóvenes 39 años
lideraba Luz y Fuerza hacía muchísimo tiempo, y encabezaba la regional Córdoba
de la CGT de los Argentinos nacida en 1968. Él fue el primero y uno de los pocos
dirigentes obreros en alzar su voz contra la dictadura y apoyar al
estudiantado. Para convocar a este paro de 36 horas se resolvió hacerlo con la otra CGT-Regional ,
la de los “legalistas” de Elpidio Torres (SMATA) y Atilio López (UTA) y los
“ortodoxos” de Alejó Simó (UOM) – las dos ramas locales de las 62
Organizaciones gremiales peronistas – alineados a nivel nacional con Augusto
Vandor y José Alonso, los capos de la burocracia nacional, que apenas 3 años
antes, habían asistido a la jura del dictador general Juan Carlos Onganía, el
28 de junio de 1966. Los “participacionistas” y “colaboracionistas” se habían
quedado sin margen – por lo menos en Córdoba – para oponerse a la presión desde
abajo. Dos semanas antes, los automotrices habían resistido al ataque policial
tras una masiva asamblea de SMATA en un estadio del centro de Córdoba. Las
reivindicaciones económicas eran movilizadoras: impedir la derogación del
sábado inglés que significaba destruir la conquista por la cual un mecánico
trabajaba 44 horas semanales y cobraba por 48, la eliminación de las quitas
zonales que afectaba a los metalúrgicos, la carestía de la vida que castigaba a
toda la clase trabajadora. Este paro activo era una genuina huelga política
antidictatorial. Y como fenómeno nuevo: miles de estudiantes participando,
muchos comerciantes y talleristas apoyando. En los hechos se gestaba una
alianza entre la clase obrera y sectores medios.
Nadie sabía a
primeras horas de la tarde de ese jueves 29 que las policías Provincial y
Federal habían agotado su reserva de gases lacrimógenos. Pero se intuía que
algo raro pasaba. Porque mientras más y más gente se sumaba a las calles, la
policía había desaparecido. La Jefatura ordenó que las tropas policiales se
replegaran dentro de las comisarías y las vallaran. Algunas, como la de calle
Santa Rosa al 1300 en pleno barrio Clínicas ola de barrio San Martín por
Por
La Cañada a la altura de barrio Güemes, un grupo de audaces le prendió fuego al
Círculo de Suboficiales. En una esquina de Plaza Colón, se vaciaron la Confitería Oriental ,
y un poco más al centro, por Avenida Colón, otros se dedicaron a sacar de una
concesionaria Citröen, unos cuantos autos y los quemaron en plena calle.
También por la Colón, le prendieron fuego a la Xerox, la famosa empresa
norteamericana de las fotocopiadoras. Como abriendo el paraguas en un local
céntrico de la
concesionaria Ford-Feigin , sus dueños improvisaron un cartel
insólito: “Feigin con el pueblo”. Hubo violencia popular selectiva, no
depredación ni saqueos.
Los mensajeros se convirtieron en comunicadores
indispensables para saber lo que iba pasando en la inmensa Docta. Desde
barrio Guiñazú al norte, hasta la Rotonda Las Flores , al sur, allí donde habían
quedado los ómnibus en que vinieron gran parte de los muchachos de la Kaiser. Motos y
motonetas iban y venían trayendo novedades. Los delegados del SMATA eran de los
mejor organizados. Eran como verdaderas escuadras. La organización sindical
reproducía en espejo – en la calle – la organización del fordismo industrial de
la gran fábrica automotriz. El activismo de Luz y Fuerza no le iba en zaga. Los
de las usinas de la
Empresa Porvincial de Energía en el barrio Villa Revol – de
dónde era Tosco -, eran duchos en “boleadoras”: las lanzaban a líneas de alta
tensión, provocando la fricción de los cables, y así los apagones (como hubo
esa noche). Era como un ejército de proletarios sin fusiles, con pertrechos
rudimentarios, inmenso, disperso, pero con una decisión que en pocos momentos
de la historia se pone en evidencia.
A
eso de las 5 de la tarde se supo que iba a entrar el Ejército. Ese que con
escarapela y bandera aparenta que defiende a una Nación, pero que desde la
(mal) llamada Conquista del Desierto, defiende propietarios de haciendas,
industrias y bancos. ¿Por qué no había entrado antes? No eran instantes de
análisis y especulaciones, que hicimos después. El Jefe del Ejército, general
Alejandro Lanusse, un oligarca liberal, ya estaba disgustado con el dictador
Onganía, afín a los cursillistas (por los Cursillos de la Cristiandad), puesto
como presidente por la
Junta Militar de los jefes de las Tres Armas. Estos “líderes”
de la defensa del modo de vida occidental y cristian o
habían impuesto una dictadura que prometía restaurar la democracia… en 20 años.
El gobernador cordobés Carlos Caballero había montado una suerte de estado
corporativo que amplió la base del repudio antidictatorial. El onganiato ya
desgastado en solo 3 años, se fisuró. Córdoba fue declarada como “zona de
operaciones”, con bastante demora. Otra vez, en forma física, directa,
callejera, las Fuerzas Armadas entraban en acción, fusiles y tanquetas
mediante, a enfrentar al pueblo. Otra vez, como en los bombardeos a ciudad
abierta de 1955 que precedieron la “revolución fusiladora” que derrocó a Perón.
Como en el plan CONINTES bajo el gobierno de Arturo Frondizi (decreto secreto
9880 del 14/11/1958), ungido presidente por una fracción de la Unión Cívica Radical
– la UCRI – y con el apoyo de votos del proscripto peronismo por orden de su
jefe (aunque ya desoído por muchos).
Ya
con las tropas cerca, otros corajudos se animaron a pintar en plena Avenida
Colón: “Soldado, rebelate contra tus oficiales asesinos” y “Soldado, no tires
contra tus hermanos”. El borrador del pueblo, no confundía a la tropa
(loscolimbas) con los jefes. Otra vez, como durante la pasada resistencia
peronista al golpe gorila, la ilusión mítica de la “unión del pueblo con las
Fuerzas Armadas” estallaba en la realidad de las conciencias. El fundador del
mito, el derrocado general Perón había mensajeado desde su exilio en 1966:
“Desensillar hasta que aclare”. Eso dejó un vacío que se llenará en las calles.
Ahora, en las columnas y barricadas, se cantaba un estribillo que hasta ese
momento era de muy pocos: “Y luche, luche, luche/no deje de luchar/por un
gobierno obrero/obrero y popular”. Palpitar cómo esa consigna se popularizaba,
daba una sensación de alegría y orgullo, difícil de explicar.
Una
anécdota de esos instantes, la escuché tiempo después. El viejo Pedro Milesi,
ese veterano de 79 años que medio siglo antes había luchado en la Semana Trágica de
enero de 1919 en Buenos Aires, me contó que estaba con su amigo Tosco, en el
Sindicato de Luz y Fuerza. Tosco le dijo al viejo: “Viene el Ejército. Yo te
saco de acá”. Agarró la camioneta del gremio y lo llevó atravesando barricadas
hasta Bialet Massé, donde el jubilado empedrador de calles vivía, al ladito de
Carlos Paz. El Gringo se regresó de inmediato y al caer la noche ya estaba de
vuelta. ¿Cómo es que se quedaron ahí en el Sindicato? ¡Ah… difícil explicarlo!
Una muestra más que se trataba de una huelga política, de masas, activa, pero
que no fue pensada como levantamiento insurreccional. El Ejército los rodeó y
los capturó a casi todos los dirigentes.
Ellos
y muchos más fueron a Consejos de Guerra. Sí, Tribunales Militares. Le cayeron
encima al SMATA, a la UTA y a cuanto local sindical encontraban. Acciones y
leyes de guerra contra sublevación huelguística. No imaginábamos en esos
momentos que los condenados serían liberados en esa Navidad del 69, porque el
clamor por la libertad de los presos políticos será más fuerte que la represión
continua.
La
ciudad ocupada por las tropas. Las fábricas, oficinas, escuelas, tiendas,
vacías; solo algún kiosquito o almacén de barrio abrían un rato. En las casas y
las pensiones decenas de miles protagonistas de jornadas nunca pensadas
(¿quizás soñadas?), los combatientes callejeros averiguaban quién había caído
preso, quién estaba herido en algún hospital, cuáles eran los nombres de
mujeres y varones muertos. Dolor, miedo, entusiasmo, todo se mezclaba. La
política convertida en guerra por la dictadura y en sublevación por ese
movimiento obrero, era el tema casi único en esas horas donde las cenizas y los
escombros cubrían cientos de cuadras que habían sido el terreno de incontables
combates de improvisados insurgentes.
No
recuerdo en qué momento se empezó a llamarle cordobazo al cordobazo. Pero sin
duda que por la asociación con el bogotazo. En Colombia, en 1948, hubo una
sublevación tras el asesinato del líder popular Eliézer Gaitán. La rebelión
puso en jaque al régimen, pero el Ejército derrotó a los sublevados. De ahora
en adelante – no lo sabíamos en ese momento – los azos serían el signo
distintivo de la nueva época: sublevaciones protagonizadas por el movimiento
obrero, accionar que no estaba sujeto a la política dominante, desborde o
ruptura con las conducciones sindicales burocráticas, respuesta violenta a la
violencia estatal.
Cuando
los truenos del cordobazo todavía resonaban, el acontecimiento era asunto de
debate en todo el activismo de veteranos y novatos. Todo se discutía, desde los
detalles de cómo construir barricadas infranqueables, cómo atacar y replegarse,
qué objetivos tomar, hasta los contenidos de un necesario programa
revolucionario que pudiese ser abrazado por grandes masas, todavía atrapadas
por la politiquería burguesa. Mientras en las reuniones se debatían las
herramientas (sindicatos clasistas, partidos revolucionarios, brazos armados)
en las fábricas, aulas y calles seguía el auge: “¡Córdoba se mueve, por otro
29!”.Ese estribillo nos acompañaría todo el período hasta las jornadas de junio
y julio de 1975.
La
potencia de la irrupción del movimiento obrero en ese mayo cordobés, abrió una
época de auge que, a la vez que jaqueó al sistema, dio inicio a una incesante
búsqueda de rumbos, y motivó la irrupción de una pléyade de activistas,
militantes y organizaciones. Una revolución en las ideas, un sacudón al
conformismo político. ¿Era posible una revolución social? ¿Cuál debía ser la
estrategia, cuáles las herramientas? Era la época de la naciente Revolución
Cubana que mostraba que el socialismo era posible, del
Vietnam heroico que enseñaba que el imperialismo no es indoblegable.
El
cordobazo no fue propiamente una insurrección – aunque se pareció por sus
formas – porque no se planteó como objetivo la conquista del poder, pero su
potencia provocó el repliegue de la dictadura. Abrió una época que bien podemos
denominar como la de la revolución proletaria, que quedó inconclusa,
interrumpida, cuando ese auge ascendente tuvo como respuestas más violentas
aún: el terrorismo estatal.
Primero
bajo la fachada del régimen constitucional restaurado en 1973 (masacre de
Ezeiza, Triple A, derrocamiento de gobiernos provinciales, asalto a sindicatos,
operativos “Independencia” en Tucumán y “Serpiente Roja” en Villa
Constitución); y después, con la dictadura genocida impuesta en marzo de 1976.
Los que en 1969 implantaron Consejos de Guerra, pasaron a los tenebrosos campos
de concentración. El cordobazo abrió una época revolucionaria, generó una nueva
correlación de fuerzas, e hizo florecer dos fenómenos previamente incubados: el
sindicalismo clasista y la insurgencia guerrillera. Fue la época de la
popularización de las ideas y propuestas socialistas. La época en que se empezó
a disputar el poder, a luchar por ese gobierno obrero y popular del estribillo
del cordobazo.
* Autor de LOS CHEGUEVARISTAS, la Estrella Roja del
Cordobazo a la
Revolución Sandinista.- En 1969, estudiante de 5° año de
Medicina. Médico del Hospital Rawson y del Sindicato de Trabajadores de
Perkins.
Fuente
original:
https://www.nodal.am/2019/05/el-mayo-cordobes-antes-y-despues-por-abel-bohoslavsky/
https://www.nodal.am/2019/05/el-mayo-cordobes-antes-y-despues-por-abel-bohoslavsky/
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