La tragedia social y ecológica de la producción de biocombustibles agrícolas en América
17 mayo
2007
Por Elizabeth Bravo y Miguel A. Altieri
En este
trabajo exploramos las implicaciones ecológicas, sociales y económicas de la
producción de biocombustibles. Sostenemos que al contrario de las falsas
afirmaciones que sostienen las corporaciones que promueven los “combustibles
verdes”, el cultivo masivo de maíz, caña de azúcar, soja, palma y otros cultivos
impulsados por la industria agroenergética no reducirán las emisiones de gases
de efecto invernadero, pero si desplazará a miles de agricultores, disminuirá la
seguridad alimentaria de muchos países, y acelerará la deforestación y la
destrucción del medioambiente en el Sur Global - Boletín
N° 235 de la Red por una
América Latina Libre de Transgénicos
Miguel A Altieri
Profesor de Agroecología
Universidad de California, Berkeley
Profesor de Agroecología
Universidad de California, Berkeley
Elizabeth Bravo
Red por una América Latina Libre de Transgénicos
Quito, Ecuador
Red por una América Latina Libre de Transgénicos
Quito, Ecuador
Las naciones pertenecientes al
OECD –la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, quienes
consumen el 56% de la energía del planeta, tienen una necesidad imperiosa de un
combustible líquido que reemplace al petróleo. Se espera que las tasas mundiales
de extracción de petróleo aumenten este año, y el suministro global disminuirá
significativamente en los próximos cinco años[1] . Existe también una gran
necesidad de encontrar un sustituto para el combustible fósil, que es uno de los
principales causantes del cambio climático global a través de la emisión de CO2
y otros gases del efecto invernadero.
Los biocombustibles han sido promovidos como
una prometedora alternativa al petróleo.
La
industria, los gobiernos y científicos impulsores de los biocombustibles afirman
que servirán como una alternativa al petróleo que se acaba, mitigando el cambio
climático por medio de la reducción de las emisiones de gases de efecto
invernadero, aumentando los ingresos de los agricultores, y promoviendo el
desarrollo rural. Sin embargo, rigurosas investigaciones y análisis realizados
por respetados ecologistas y cientistas sociales sugieren que el boom de la
industria de biocombustibles a gran escala será desastrosa para los
agricultores, el medio ambiente, la preservación de la biodiversidad y para los
consumidores, particularmente, los pobres.
En este trabajo exploramos las
implicaciones ecológicas, sociales y económicas de la producción de
biocombustibles. Sostenemos que al contrario de las falsas afirmaciones que
sostienen las corporaciones que promueven los “combustibles verdes”, el cultivo
masivo de maíz, caña de azúcar, soja, palma y otros cultivos impulsados por la
industria agroenergética –todos, se espera, genéticamente modificados - no
reducirán las emisiones de gases de efecto invernadero, pero si desplazará a
miles de agricultores, disminuirá la seguridad alimentaria de muchos países, y
acelerará la deforestación y la destrucción del medioambiente en el Sur Global.
Biocombustibles en Estados Unidos: alcance e impactos
Producción de Etanol
La Administración Bush se ha
comprometido a expandir significativamente los biocombustibles para reducir su
dependencia al petróleo extranjero. (EEUU importa el 61% del crudo que consume,
a un costo de $75 billones por año.) A pesar de la existencia de una amplia gama
de biocombustibles, el etanol proveniente del maíz y de la soja constituye el
99% de todos los biocombustibles utilizados en EEUU, y se espera que su
producción exceda los objetivos para el 2012 de 7.5 billones de galones por año
(Pimentel 2003). La cantidad de maíz cultivado para producir etanol en las
destilerías se triplicó en EEUU, yendo de 18 millones de toneladas en el 2001 a
55 millones en el 2006 (Bravo 2006).
Destinando la actual producción
estadounidense de maíz y soja a los biocombustibles, se encontrará con que
reemplaza simplemente el 12% de la demanda nacional de gasolina y el 6% de la
demanda de diesel. En EEUU el área de tierra utilizada para la agricultura
constituye un total de 625.000 acres cuadrados. Bajo los cánones actuales,
alcanzar la demanda de aceite para biocombustibles requerirá 1.4 millones de
millas cuadradas de maíz para etanol u 8.8 millones de kilómetros cuadrados de
soja para biodiésel (Korten 2006). Dakota del Sur e Iowa ya han dedicado el 50%
de su maíz a la producción de etanol, lo que ha llevado a la disminución del
suministro de maíz para alimento para animales y para el consumo humano.
A pesar de que una
quinta parte de la cosecha de maíz norteamericana fue destinada a la producción
de etanol en el 2006, esta suplió solamente el 3% de la demanda de combustible
de este país (Bravo
2006).
La escala de producción necesaria para alcanzar la proyección en masa de granos, promoverá la implementación de monocultivo industrial de maíz y soja, con drásticas consecuencias ambientales. La producción de maíz conduce a una erosión del suelo mayor que la producida por cualquier otro cultivo utilizado en EEUU. En todo el Oeste los granjeros han abandonado la rotación de cultivos para plantar maíz y soja exclusivamente, incrementando de esta forma el promedio de erosión del suelo, de 2.7 toneladas anuales por acre a 19.7 toneladas (Pimentel et al 1995). La falta de rotación de cultivos también aumentó la vulnerabilidad a las pestes, por ende necesitando una mayor incorporación de pesticidas que otros cultivos (en EEUU, alrededor del 41% de los herbicidas y el 17% de los insecticidas son aplicados al maíz- (Pimentel y Lehman 1993)).
La especialización en la
producción de maíz puede ser peligrosa: a principios de los 70s cuando los
maíces híbridos de alto rendimientos uniforme constituían el 70% de todos los
cultivos de maíz, una enfermedad de la hoja (leaf blight) que afectó a estos
híbridos condujo a un 15% de pérdida de rendimientos a través de esa década (Altieri
2004). Es esperable que este tipo de vulnerabilidad de los cultivos se
incremente en nuestro clima crecientemente volátil, causando un efecto
ondulatorio en toda la cadena alimentaria. Deberíamos tener en cuenta las
implicaciones de vincular nuestra economía energética a ese mismo volátil y
fluctuante sistema alimentario. Este cultivo es particularmente dependiente de
la utilización del herbicida atrazina, un conocido disruptor endocrino. Dosis
bajas de disruptores endocrinos pueden causar problemas de desarrollo al
interferir con catalizadores hormonales en puntos nodales del desarrollo de un
organismo. Hay estudios que demuestran que la atrazina puede causar
anormalidades sexuales en las poblaciones de ranas, incluyendo hermafrodismo (Hayes
et al 2002).
El maíz requiere grandes
cantidades de nitrógeno químico como fertilizante, uno de los mayores
responsables de la contaminación del agua y el suelo de la “zona muerta” en el
Golfo de México. Las tasas medias de aplicación de nitratos en las tierras de
cultivo estadounidenses oscila entre los 120 y los 550 Kg. de N por hectárea. El
uso ineficiente de fertilizantes de nitrógeno por parte de los cultivos conduce
al escurrimiento de residuos altamente nitrogenados, sobre todo hacia aguas de
superficie y subterráneas. La contaminación de acuíferos con nitratos se ha
extendido en niveles altamente peligrosos en muchas poblaciones rurales. En EEUU
se ha estimado que más del 25% de las fuentes de agua potable contiene niveles
de nitratos por sobre el standard de seguridad de 45 partículas por millón (Conway
y Pretty 1991). Los altos niveles de nitratos son peligrosos para la salud
humana, y hay estudios que han vinculado la incorporación de nitratos a la
metahemoglobinemia[2] en niños, y cáncer gástrico, de vejiga y de esófago en
adultos.
La expansión del maíz en áreas
secas, como Kansas, requiere de irrigación, aumentando la presión sobre las ya
agotadas fuentes subterráneas como el acuífero Ongalla en el Suroeste
norteamericano. En partes de Arizona, el agua subterránea ya está siendo
extraída a un ritmo diez veces mayor que el de recuperación natural de esos
acuíferos naturales (Pimentel et al 1997).
Soja para
biodiésel
Actualmente en EEUU, la soja es
el principal cultivo energético para la producción de biodiésel. Entre 12004 y
2005 el consumo de biodiésel aumentó un 50%. Alrededor de 67 nuevas refinerías
se encuentran en construcción con inversiones de los gigantes del agronegocio
como ADM y Cargill. Cerca de un 1,5% de la cosecha de soja produce 68 millones
de galones de biodiésel, un equivalente a menos del 1% del consumo de gasolina.
Por lo tanto, si la totalidad de la cosecha de soja fuera destinada ala
producción de biodiésel, sólo alcanzaría a cubrir un 6% de la demanda nacional
de diesel (Pimentel y Patzek 2005).
La mayor parte de la soja
estadounidense es transgénica, producida por Monsanto para resistir su herbicida
Roundup, hecho con el químico Glifosato (en 2006 se cultivaron 30.3 millones de
hectáreas de soja Roundup-Ready, más del 70% de la producción doméstica). La
dependencia de la soja resistente al herbicida conduce a un aumento en los
problemas de malezas resistentes y pérdida de vegetación nativa. Dada la presión
de la industria para incrementar el uso de herbicidas, una creciente cantidad de
tierras serán tratadas con Roundup. La resistencia al glifosato ha sido
documentada en poblaciones anuales de roya, quackgrass, trébol de serradella y
Cirsium arvense. En Iowa, poblaciones de la maleza Amaranthus rudis mostraron
señales de germinación tardía que les permite adaptarse mejor a las fumigaciones
tempranas, la maleza velvetleaf demostró tolerancia al glifosato, y la presencia
de un tipo de horseweed resistente al Roundup se ha documentado en Delaware.
Incluso en áreas donde no se ha observado resistencia en las malezas, los
científicos notaron un aumento en la presencia de especies de malezas más
fuertes, como Eastern Black Nightshade en Illinois y Water Hemp (Certeira y Duke
2006, Altieri 2004).
Actualmente no hay datos sobre
residuos de Roundup en soja y maíz, en tanto los granos no están incluidos en
las regulaciones de mercado convencionales para residuos de pesticidas. Sin
embargo se sabe que en tanto el Glifosato es un herbicida sistémicamente
persistente (aplicado en alrededor de 12 millones de acres de cultivos en EEUU)
está presente en las partes cosechadas de las plantas, y no es completamente
metabolizable, por lo tanto se cumula en zonas meristémicas como las raíces y
nódulos (Duke et al 2003).
Lo
que es más, información sobre los efectos de este herbicida sobre la calidad del
suelo es incompleta, sin embargo las investigaciones han demostrado que es
probable que la aplicación de glifosato esté vinculada a los siguientes efectos
(Motavalli et al 2004):
· Una reducción de la habilidad
de la soja y el trébol para fijar nitrógeno, afectando indirectamente la
simbiosis.
· La presentación de sojas y trigos más vulnerables a las enfermedades, como se evidenció el año pasado con el crecimiento de Head Blight en el trigo Fusarium en Canadá.
· La disminución de microorganismos presentes en el suelo, que cumplen funciones regenerativas necesarias que incluyen la descomposición de materia orgánica, la liberación y conclusión del ciclo de nutrientes y la supresión de organizamos patógenos.
· Los cambios potenciales incluyen la alteración de la actividad microbial en el suelo debido a diferencias en la composición de las exudaciones de las raíces, alteraciones de las poblaciones microbianas, y toxicidad los pasajes metabólicos que pueden evitar el crecimiento normal de bacterias y hongos.
· El glifosato también ha tenido efectos negativos en poblaciones de anfibios, especialmente en aquellos como el altamente susceptible renacuajo norteamericano (Relyea 2005).
· La presentación de sojas y trigos más vulnerables a las enfermedades, como se evidenció el año pasado con el crecimiento de Head Blight en el trigo Fusarium en Canadá.
· La disminución de microorganismos presentes en el suelo, que cumplen funciones regenerativas necesarias que incluyen la descomposición de materia orgánica, la liberación y conclusión del ciclo de nutrientes y la supresión de organizamos patógenos.
· Los cambios potenciales incluyen la alteración de la actividad microbial en el suelo debido a diferencias en la composición de las exudaciones de las raíces, alteraciones de las poblaciones microbianas, y toxicidad los pasajes metabólicos que pueden evitar el crecimiento normal de bacterias y hongos.
· El glifosato también ha tenido efectos negativos en poblaciones de anfibios, especialmente en aquellos como el altamente susceptible renacuajo norteamericano (Relyea 2005).
Implicaciones e impactos para América Latina
Soja
Estados Unidos no será capaz de
producir domésticamente biomasa suficiente para satisfacer su apetito de
energía. En cambio, cultivos energéticos serán sembrados en el Sur Global.
Grandes plantaciones de caña de azúcar, palma africana y soja ya están
suplantando bosques y pastizales en Brasil, Argentina, Colombia, Ecuador y
Paraguay. El cultivo de soja ha causado ya la deforestación de 21 millones de
hectáreas de bosques en Brasil, 14 millones de hectáreas en Argentina, 2
millones en Paraguay y 600.000 en Bolivia. En respuesta a la presión del mercado
global, próximamente se espera, sólo en Brasil, la deforestación adicional de 60
millones de hectáreas de territorio (Bravo 2006).
Desde 1995, el total de tierras
destinadas a la producción de soja en Brasil de incrementó en un 3.2% anual
(320.000 hectáreas por año). Hoy la soja -junto a la caña de azúcar- ocupa un
territorio mayor que cualquier otro cultivo en Brasil con un 21% del total del
área cultivada. El territorio total utilizado en el cultivo de soja se ha
multiplicado 57 veces desde 1961, y el volumen de producción se ha multiplicado
138 veces. 55% de la soja, o 11.4 millones de hectáreas, es genéticamente
modificada. En Paraguay, la soja ocupa más del 25% de toda la tierra de
agricultura. La deforestación extensiva ha acompañado esta expansión: por
ejemplo, buena parte del bosque atlántico de Paraguay ha sido deforestado, en
parte para el cultivo de soja que abarca el 29% del uso de tierras para
agricultura del país (Altieri y Pengue 2006).
En particular, grandes índices
de erosión acompañan la producción de soja, especialmente en áreas donde no se
implementan ciclos largos de rotación de cultivos. La pérdida de cobertura de
suelo promedia las 16 toneladas por hectárea de soja en el oeste medio
norteamericano. Se ha estimado que en Brasil y en Argentina los promedios de
pérdida de suelo se encuentran entre las 19 – 30 toneladas por hectárea,
dependiendo de las prácticas de manejo, el clima y la pendiente. Las variedades
de soja resistente al herbicida han incrementado la viabilidad de la producción
de soja para los agricultores, muchos de los cuales han comenzado su cultivo en
tierras frágiles propensas a la erosión (Jason 2004).
En Argentina el cultivo
intensivo de soja ha llevado a un masivo agotamiento de los nutrientes del
suelo. Se ha estimado que la
producción continuada de soja ha resultado en la pérdida de un millón de toneladas métricas de nitrógeno y 227.000 toneladas métricas de fósforo a nivel nacional. Se estima que el costo de recomposición de nutrientes con fertilizantes es de 910 millones de dólares. La concentración de nitrógeno y fósforo en las cuencas de los ríos de América Latina está ciertamente vinculada al aumento en la producción de soja (Pengue2005).
producción continuada de soja ha resultado en la pérdida de un millón de toneladas métricas de nitrógeno y 227.000 toneladas métricas de fósforo a nivel nacional. Se estima que el costo de recomposición de nutrientes con fertilizantes es de 910 millones de dólares. La concentración de nitrógeno y fósforo en las cuencas de los ríos de América Latina está ciertamente vinculada al aumento en la producción de soja (Pengue2005).
El monocultivo de soja en la Cuenca del Amazonas ha tornado infértil parte de los suelos. Los suelos pobres necesitan de una mayor aplicación de fertilizantes industriales para obtener niveles competitivos de productividad. En Bolivia, la producción de soja se expande hacia el Este, áreas que ya sufren de suelos compactos y degradados. 100.000 hectáreas de tierras agotadas, antiguamente productoras de soja, han sido abandonadas para pastoreo, lo que lleva a una mayor degradación (Fearnside 2001). Los biocombustibles están iniciando un nuevo ciclo de expansión y devastación de las regiones del Cerrado y la Amazonía. En tanto los países de América Latina incrementen sus inversiones en cultivo de soja para biocombustibles, podemos esperar que las implicaciones ecológicas se intensifiquen.
Caña de azúcar y etanol en
Brasil
Brasil ha producido caña de
azúcar para combustible etanol desde 1975. En 2005 había 313 plantas
procesadoras de etanol con una capacidad de producción de 16 millones de metros
cúbicos. Brasil es el mayor productor de caña de azúcar del mundo, y produce el
60% del total mundial de etanol de azúcar con cultivos de caña de 3 millones
hectáreas (Jason 2004). En 2005, la producción alcanzó un récord de 16.5
billones de litros, de los cuales 2 millones fueron destinados para exportación.
El monocultivo de caña de azúcar por si solo suma el 13% de la aplicación de
herbicida a nivel nacional. Estudios realizados por EMBRAPA (Empresa Brasileña
de Investigación Agropecuaria) en 2002 confirmaron la presencia de contaminación
vinculada al uso de pesticidas en el Acuífero Guaraní, atribuible principalmente
al cultivo de caña en el Estado de San Pablo.
Estados Unidos es el mayor
importador de etanol brasileño, importando el 58% del total de su producción
nacional en 2006. Esta relación comercial fue reforzada por el reciente acuerdo
sobre etanol de la administración Bush con Brasil. Lejos de ser buenas noticias
para Brasil, si la propuesta de la administración Bush sobre el estándar de
combustible renovable para el etanol fuera a ser alcanzado con la caña
brasileña, Brasil debería incrementar su producción con un adicional de 135
billones de litros por año. El área cultivada se está expandiendo rápidamente en
la región del Cerrado, cuya vegetación se espera habrá desaparecido para el
2030. 60% de las tierras de cultivo de caña son controladas por 340 destilerías
(Bravo 2004).
Considerando el nuevo contexto
energético global, los políticos brasileños y oficiales de la industria están
formulando una nueva visión para el futuro económico del país, centrada en la
producción de recursos energéticos para desplazar en un 10% el uso mundial de
gasolina en los próximos 20 años. Esto requeriría quintuplicar el territorio
dedicado a la producción de caña, de 6 a 30 millones hectáreas. Los cultivos
nuevos conducirán a la apertura de tierras en nuevas áreas, que probablemente
serán objeto de la deforestación en niveles comparables a los de la región de
Pernambuco, donde sólo resta un 2.5% de los bosques originales (Fearnside 2001).
Eficiencia
energética e implicaciones económicas.
La producción de etanol es
sumamente intensiva energéticamente. Para producir 10.6 billones de litros de
etanol, EEUU utiliza alrededor de 3.3 millones de hectáreas de tierras, que a su
vez tienen un requerimiento masivo de energía para fertilizar, desmalezar y
cosechar el maíz (Pimentel 2003). Estos 10.6 billones de litros de etanol sólo
proveen el 2% de la gasolina utilizada por los automóviles en EEUU anualmente.
A instancia de los estudios
Shapouri et al (2004)” de la USDA que reportaron un retorno neto positivo en la
producción de etanol, Pimentel y Patzek (2005), utilizando datos de todos los 50
estados y tomando en cuenta todos los “inputs” de energía (incluyendo la
manufactura y reparación de maquinaria agrícola y equipamiento para fermentación
y destilación) concluyeron que la producción de etanol no provee un beneficio
energético neto. Por el contrario, revelaron que requiere más energía fósil
producirla que la que produce. En sus cálculos, la producción de etanol de maíz
requiere 1.29 galones de combustibles fósiles por galón de etanol producido, y
la producción de biodiésel de soja requiere 1.27 galones de energía fósil por
galón de diesel producido. En suma, debido a la relativa baja densidad
energética del etanol. Aproximadamente 3 galones etanol son necesarios para
reemplazar 2 galones de gasolina.
La producción de etanol norteamericana se ha beneficiado anualmente de $3 billones de dólares en subsidios federales y estatales ($0.54 por galón), que en general se acrecienta para los gigantes del agronegocio. En 1978 EEUU introdujo un impuesto al etanol, pero hizo una excepción de 54 centavos por galón para aquellos utilizados en alconafta (nafta con un 10% de etanol). Esto resultó en un subsidio de $10 billones de dólares a Archer Daniels Midland, desde 1980 a 1997 (Bravo 2006). En 2003 más del 50% de las refinerías de etanol en EUA pertenecían a agricultores. En 2006, el 80% de las nuevas refinerías pertenecían a sociedades anónimas, con $556 millones en ganancias proyectadas, beneficiando a los productores más grandes. Para el 2007, se espera que la cifra alcance los $1.3 billones de dólares.
Seguridad
alimentaria y el destino de los agricultores.
Los impulsores de la
biotecnología postulan la expansión del cultivo de soja como una medida de la
adopción exitosa de tecnología transgénica por parte de los agricultores. Pero
este dato esconde el hecho de que la expansión de la soja conduce a una extrema
concentración de tierras e ingresos. En Brasil, el cultivo de soja desplaza once
trabajadores de la agricultura por cada nuevo trabajador que emplea. Este no es
un fenómeno nuevo. En los 70s, 2.5 millones de personas fueron desplazadas por
la producción de soja en Paraná, y 300.000 fueron desplazadas en Río Grande do
Sul. Muchos de estos ahora sintierras fueron a la Amazonía, donde desmontaron
bosques primitivos. En la región del Cerrado, donde la producción de soja
transgénica está en expansión, el desplazamiento de personas has sido
relativamente modesto debido a la baja densidad de población del área (Altieri y
Pengue 2006).
En Argentina, 60.000 establecimientos agropecuarios fueron excluidos mientras el área cultivada con soja Roundup Ready se triplicó. En 1998, había 422.000 granjas en Argentina mientras en 2002 sólo quedaban 318.000, reduciéndose en una cuarta parte. En una década, el área sojera se incrementó en un 126% a expensas de la producción de lácteos, maíz, trigo y frutas. En la campaña 2003/2004, se sembraron 13.7 millones de hectáreas de soja, pero hubo una reducción de 2.9 millones de hectáreas de maíz y 2.15 millones de hectáreas de girasol. Para la industria biotecnológica, el aumento en el área cultivada de soja y la duplicación de los rendimientos por unidad son un éxito económico y agronómico. Para el país, esto implica mayor importación de alimentos básicos, por ende pérdida de soberanía alimentaria, aumento en el precio de los alimentos y el hambre (Pengue 2005).
El
avance de la “frontera agrícola” para biocombustibles es un atentado contra la
soberanía alimentaria de las naciones en desarrollo, en tanto la tierra para
producción de alimentos está crecientemente siendo destinada a alimentar los
automóviles de los pueblos del Norte. La producción de biocombustibles también
afecta directamente a los consumidores con un incremento en el costo de los
alimentos. Debido al hecho de que más del 70% de los granos en EUA son
utilizados como piensos, se puede esperar que al doblar o triplicar la
producción de etanol suban los precios del maíz, y como consecuencia, el precio
de la carne. La demanda de biocombustible en EEUU ha estado vinculada a un
incremento masivo en el precio del maíz que condujo a un reciente aumento del
400% en el precio de la tortilla en México.
Cambio
Climático
Uno de los principales
argumentos de quienes abogan por los biocombustibles es que estas nuevas formas
de energía ayudarán a mitigar el cambio climático. Promoviendo el monocultivo
mecanizado que requiere de agroquímicos y maquinarias, lo más probable es un
aumento en las emisiones de CO2 como resultado final. Mientras los bosques
captores de carbono son eliminados para abrirle el camino a los cultivos
destinados a los biocombustibles, las emisiones de CO2 aumentaran en vez de
disminuir. (Bravo 2006, Donald 2004).
Mientras los países del Sur
entran en la producción de biocombustible, el plan es exportar gran parte de su
producción. El transporte a otros países aumentará en gran medida el uso de
combustible y las emisiones de gases. Lo que es más, convertir biomasa vegetal
en combustible liquido en la refinerías produce inmensas cantidades de emisiones
de gases de efecto invernadero (Pimentel y Patzek 2005).
El cambio climático global no
será remediado por el uso de biocombustibles industriales. Será necesario hacer
un giro fundamental en los patrones de consumo del Norte Global. El único modo
de detener el calentamiento global es una transición del modelo de agricultura
industrial a gran escala hacia uno de agricultura orgánica y a pequeña escala, y
disminuyendo el consumo mundial de combustible por medio de la conservación.
Conclusiones
La crisis energética –por el sobre-consumo y el cenit del petrolero- ha proporcionado la oportunidad para tejer poderosas alianzas globales entre las industrias del petróleo, los granos, la ingeniería genética y la automotriz. Estas nuevas alianzas entre alimentos y combustibles están decidiendo el futuro del paisaje agrícola mundial. El boom de los biocombustible consolidará su control sobre nuestros sistemas alimentarios y energéticos, y les permitirá determinar qué, cómo y cuánto se producirá, resultando en más pobreza rural, destrucción ambiental y hambre. Los grandes beneficiarios de la revolución de los biocombustibles serán los grandes del mercado de los granos, incluyendo a Cargill, ADM y Bunge; compañías de petróleo como BP, Shell, Chevron, Neste Oil, Repsol y Total; compañías automotrices como General Motors, Volkswagen AG, FMC-Ford France, PSA Peugeot-Citröen y Renault; y gigantes de la biotecnología como Monsanto, DuPont, y Syngenta.
La industria de la
biotecnología esta utilizando la actual fiebre del biocombustible para lavar su
imagen desarrollando y diseminando semillas transgénicas para la producción
energía, no de alimentos. Ante la creciente desconfianza y el rechazo publico
que se viene manifestando por los cultivos y alimentos transgénicos, la
biotecnología será usada por las corporaciones para maquillar su imagen,
argumentando que desarrollarán nuevas semillas genéticamente modificadas para la
producción optimizada de biomasa o que contienen la enzima alfa-amilasa que
permitirá dar comienzo al proceso de etanol mientras el maíz continua en el
campo- una tecnología que, argumentan, no tendría impactos negativos en la salud
humana. La diseminación de este tipo de semillas en el ambiente agregará otra
amenaza ambiental a aquellas relacionadas al maíz GM que en el 2006 los 32.2
millones de hectáreas: la introducción de nuevos eventos en la cadena
alimentaria humana como ha ocurrido con el maíz Starlink y el arroz LL601.
En tanto los gobiernos son
seducidos por las promesas del mercado global de biocombustibles, dieron
surgimiento a planes nacionales de biocombustibles que limitarán sus sistemas
agrícolas a la producción de gran escala, monocultivos energéticos, dependientes
de la utilización intensiva de herbicidas y fertilizantes químicos, así
desviando millones de valiosas hectáreas de cultivo que de otra forma podrían
ser destinadas a la producción de alimentos. Es enormemente necesario un
análisis social que anticipe las implicancias del desarrollo de programas de
biocombustibles sobre la seguridad alimentaria y el medioambiente en países
pequeños como el Ecuador. Este país planea expandir 50,000 hectáreas la
producción de caña de azúcar, y habilitar 100,000 hectáreas de bosque natural
para plantaciones de aceite de palma. Las plantaciones de aceite de palma ya
están causando desastres ambientales en la región Colombiana del Choco (Bravo
2006).
Claramente, los ecosistemas de
las áreas en donde se está produciendo agricultura para biocombustibles se están
degradando rápidamente. La producción de biocombustibles no es ambiental ni
socialmente sustentable ahora ni en el futuro.
Es también preocupante que las
universidades públicas y los sistemas de investigación (por ejemplo el acuerdo
recientemente firmado por BP y la Universidad de California-Berkeley) son presas
fáciles de la seducción de los grandes capitales y la influencia del poder
político y corporativo. Además de las implicancias de la intromisión de los
capitales privados en la definición de las agendas de investigación y la
composición de la academia –que desgasta la misión pública de las universidades
en beneficio de los intereses privados- es un atentado a la libertad académica y
el gobierno de las facultades. Estas sociedades impiden que las universidades se
involucren en una investigación imparcial, e imposibilitan que el capital
intelectual pueda explorar verdaderas alternativas sustentables a la crisis
energética y el cambio climático.
No
hay duda en que la conglomeración del petróleo y el capital de la biotecnológico
decidirá cada vez más sobre el destino de los paisajes rurales de las Américas.
Sólo alianzas estratégicas y la acción coordinada de los movimientos sociales
(organizaciones campesinas, movimientos ambientalistas y de trabajadores
rurales, ONGs, asociaciones de consumidores, miembros comprometidos del sector
académico, etc.) pueden ejercer una presión sobre los gobiernos y empresas
multinacionales para asegurar que estas tendencias sean detenidas. Y más
importante aun, necesitamos trabajar en conjunto para asegurarnos que todos los
países adquieran el derecho a conseguir su soberanía alimentaria por vía de
sistemas de alimentación basados en la agroecología y desarrollados localmente,
de la reforma agraria, el acceso a agua, semillas y otros recursos, y políticas
agrarias y alimentarias domesticas que respondan a las necesidades de los
campesinos y los consumidores, en especial de los pobres.
Referencias:
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