Los cambios se
disputan en la calle
5 de junio de 2019
Por Fernando de la Cuadra
Rebelión / Socialismo y
Democracia
Hace más de
dos décadas, el sociólogo catalán Manuel Castells provocó un enorme impacto en
los espacios académicos, políticos y comunicacionales, al publicar una
imponente trilogía, “La era de la Información”, en donde exponía su
teoría sobre la sociedad en red. En la introducción de su estudio Castells
señala que “Internet es el tejido de nuestras vidas en este momento. No es
futuro. Es presente. Internet en un medio para todo, que interactúa con el
conjunto de la sociedad y, de hecho, a pesar de ser tan reciente, en su forma
societal no hace falta explicarlo, porque ya sabemos qué es Internet. (…) Sin
embargo, esa tecnología es mucho más que una tecnología. Es un medio de
comunicación, de interacción y de organización social” [1].
Las palabras
de Castells pueden sonar obvias en la actualidad, pero no lo son en absoluto.
Independiente de que ellas corresponden o fueron escritas a mediados de la
década del 90, plantear ya en ese entonces que Internet representaba una forma
de organización social no deja de ser una tesis osada, a pesar de que el propio
concepto organización social es polisémico y puede dar pie para diversas
interpretaciones. Ella puede ser la forma en que diversas unidades sociales
entran en contacto (real o virtual) para promover una articulación en torno a
un objetivo común. O también, se puede apelar a su componente movilizador, en
el sentido de que una organización social serían todos aquellos conjuntos de
personas que comparten valores, visiones de mundo, intereses, opiniones y
motivaciones que las activan para
generar estrategias de conjunto con el fin de obtener metas o bienes que vayan
en beneficio del grupo o la comunidad.
En el caso de
las organizaciones que se sustentarían a través de las redes virtuales, su
virtud residiría en la capacidad de congregar a personas de diversos lugares a
un mismo tiempo, permitiendo la realización de debates colectivos simultáneos y
en condiciones de simetría y horizontalidad. En muchos o en la mayoría de los
casos, estas organizaciones no obedecen a las directrices de los partidos
políticos, ni reconocen ningún liderazgo formal, sustentándose solamente en el
flujo de informaciones reciprocas de brotan de la misma red.
Hay que
admitir que la propuesta de Castells de una sociedad en red es atractiva y
tentadora, en el sentido de pensar las relaciones actuales a partir de vínculos
que no necesariamente pasan por la interacción directa entre los agentes: es lo
que algunos autores han denominado las calles
de bytes. Mucho se ha escrito sobre el poder de las redes sociales y su
impronta para conseguir la elección de algunos candidatos que parecían tener
pocas posibilidades, como es el caso de Donald Trump o Jair Bolsonaro. En ambos
casos, Facebook y Twitter fueron importantes en la
divulgación de Fake News que capturaron el voto de muchos
electores descontentos con la situación de sus países, pero que no poseían
ninguna opción clara sobre el proyecto político que se les presentaba para
conducir los destinos de la nación.
A esta altura
el nombre de Steve Bannon se puede asociar con la estrategia diseñada por su
consultoraCambridge Analitys para
utilizar datos de 50 millones de usuarios estadounidenses de Facebook con el objetivo de manipular
psicológicamente a eventuales electores con ideas conservadoras que terminarán
inclinándose por el candidato Trump en las elecciones ese país. Por medio de Big Data y el uso algoritmos, esta empresa
captaba un amplio espectro de usuarios de Internet que proferían discursos con
un barniz reaccionario, los cuales fueron bombardeados con propaganda para
profundizar sus concepciones contra las minorías, los extranjeros y los
diferentes. Con esta estrategia Bannon ayudó a pavimentar la victoria de Trump
y después fue contratado por el equipo de Bolsonaro para hacer lo mismo
-creando miles de mensajes en los grupos de WhatsApp- durante las elecciones
brasileñas. De esta manera, Bannon consiguió inventar una realidad paralela que
internalizaron los votantes y cuyo resultado va a penar por muchos años el
futuro de dicha nación.
Pero también
las redes incuban otro peligro inevitable y quizás más grave, que es el de dar
espacio a miles de voces que opinan de todo sin saber en rigor lo que están
diciendo. Ya lo decía Umberto Eco “las redes sociales le dan el derecho de
hablar a legiones de idiotas. El drama de Internet es que ha promovido al tonto
del pueblo como el portador de la verdad…”. En efecto, en las redes se van
rotando los ignorantes para decir cualquier barbaridad sin ninguna
argumentación consistente. Si bien por una parte Internet ha democratizado las
opiniones, por otra parte, le ha dado tribuna a un sinfín de discursos
esdrújulos y delirantes que se diseminan con una velocidad vertiginosa por las
redes y que pueden llegar a tener influencia sobre muchas personas
desinformadas.
Por lo mismo,
las redes sociales se han transformado en una panacea, en parte, porque las
personas se sienten movilizadas por cualquier causa sin salir de su zona de
conforto, frente al computador o recostados en un sillón con el celular en
mano. Todo parece más fluido, más a la mano de un simple toque del visor del
IPhone o la Tablet. Esta
volatilidad de las relaciones ha sido recuperada con bastante propiedad por
Zygmunt Bauman en su concepción de aquello que denomina “Modernidad líquida”
[2]. Esta modernidad se caracteriza por las relaciones frágiles que se
establecen entre las personas, en donde los seres humanos nos conectamos y
desconectamos con la misma facilidad de nuestros vínculos sociales y
familiares. En la fetichización de dichas relaciones, los humanos nos
transformamos en meras mercancías que podemos ser consumidas y largadas sin
mayores barreras al molino satánico del mercado, cuando no excluidos de tener
alguna relevancia en el devenir social.
La conexión es
frágil porque en la sociedad líquida los individuos nos encontramos aislados,
liberados, pero también carentes de los referenciales que sostenían las
instituciones “sólidas” anteriores de la actual modernidad. Nuestras
preferencias individuales nos conducirían a buscar salidas provechosas o
ventajosas solo para nosotros sin importar demasiado lo que sucede con el resto
de la humanidad. Los
valores de la sociedad industrial se desvanecen -ya antes Marx y Engels nos
habían advertido que todo lo sólido se desvanece en el aire- en la dinámica de
las nuevas formas de sociabilidad, en que la familia, el trabajo, los sindicatos,
las agremiaciones, dejan de tener el peso que tuvieron hace medio siglo atrás.
En la sociedad informacional –parafraseando a Castells- el sujeto líquido se
enfrenta a un mundo de consumo irrefrenable y a una disputa por espacios de
integración en un marco de competencia desregulada que socaba los vínculos que
lo mantendrían ligado a los otros miembros de una comunidad de destino.
Las redes
sociales facilitan precisamente este descompromiso con los otros, pues se puede
entrar y salir de las redes con la misma facilidad, no existe ninguna condición
de persistencia, de constancia que constriña a los individuos a mantenerse
unidos a una causa o a un grupo determinado. Las redes concederían libertad,
ausencia de “ataduras” en el mejor de los casos, pero también descompromiso y
la sensación de que puedo satisfacer mis propias necesidades sin importarme con
los otros, optimizando mis elecciones, tratando siempre de llevar ventaja sobre
el resto, nunca desventaja.
Pero la
libertad que en principio me otorgarían las redes sociales se encuentra
supeditada a la presencia de los poderes fácticos, a la manipulación que
ejercen los dueños del capital que pueden financiar campañas de desinformación
a través del bombardeo de millones de cuentas de navegantes distraídos o
ingenuos. Por eso las redes pasan a transformarse en un factor de penetración
ideológica cuando orientadas hacia la inoculación de concepciones que buscan
reproducir las condiciones de hegemonía de las clases o sectores dominantes.
Las redes presentan una sociabilidad débil, aunque peligrosa, pues pueden
decidir el voto de ciudadanos pasivos que solo ejercen su voluntad soberana
cada cuatro o seis años.
Por lo mismo,
resulta fundamental crear espacios de disputa en los espacios públicos, en la
relación cuerpo a cuerpo con el resto de los ciudadanos y ciudadanas. Si los
artilugios tecnológicos pueden decidir algo, ellos serán incapaces de sustentar
tales decisiones. Las verdaderas disputas se producen en las calles, en la
solidaridad de los cuerpos. La calle es el lugar del encuentro por antonomasia,
es donde se ponen en contacto nuestras emociones, nuestros proyectos colectivos
y nuestras esperanzas.
No es una mera
casualidad que el ministerio de Educación de Brasil, publicó una advertencia en
la cual emplaza a profesores, funcionarios, estudiantes y hasta a los padres
para que denuncien a las personas u organizaciones que convoquen a protestas o
que participen directamente de las manifestaciones en favor de la educación. La
incapacidad del Ministro para administrar una pasta tan compleja como
Educación, no le ha impedido percibir la importancia de reprimir las
manifestaciones en la calle.
Las dos
últimas convocatorias levantadas por los estudiantes para la defensa de la
educación han sido monumentales, aunque insuficientes para alterar la agenda
ultra-reaccionaria del gobierno Bolsonaro. Va a ser necesaria mucha
perseverancia y coraje para seguir ocupando las calles y disputar codo a codo
los cambios que requiere Brasil para continuar aspirando a transformarse en la
patria inclusiva y justa que anhela imperiosamente la mayoría de sus
habitantes.
Notas
[1] Manuel Castells, La
Era de la Información: La
Sociedad Red , Volumen 1. Madrid: Alianza Editorial, 2005.
[2] Zygmunt Bauman. Modernidad
líquida. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2003.
Fernando de la Cuadra es doctor en Ciencias
Sociales y editor del blog Socialismo
y Democracia.
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