Santiago Maldonado y la tierra
2 de agosto de 2018
Por Mauro Berengan*
Esta nota pretende recordar las raíces estructurales de
las cuales se deriva la lucha de Santiago Maldonado, su presencia en el sur y
su joven muerte. Implica esto no caminar las (adrede) empantanadas sendas de
versiones esgrimidas sobre el caso. Mas valga dejar en claro la convicción de
que fue gendarmería en su violenta e ilegal represión la responsable directa de
su desaparición y luego de su muerte. Las pruebas siempre estuvieron como
consta en la excelente reconstrucción publicada por Rafael Saralegui el 11 de
septiembre de 2017 en el portal Chequeado. Como dice Sarlegui, en el caso
Maldonado “confluyen intereses
económicos de grupos extranjeros, convertidos en los más grandes latifundistas
del país; reclamos ancestrales de los pueblos originarios, alianzas políticas
impensadas, operaciones de prensa, operaciones políticas, amenazas, aprietes,
espías, policías, gendarmes y protagonistas del Poder Judicial que se
encuentran tironeados por sus propias convicciones y las ambiciones personales”.
Volver a poner los pies en la tierra es entonces fundamental para
esclarecernos.
Santiago Maldonado estaba en la comunidad mapuche Pu Lof
por un sentir crucial de quien se plantea entender el mundo, su acuciante
injusticia y su urgente superación: la solidaridad. Y
corren tiempos/sistemas en que la solidaridad no es bien vista, menos cuando se
dirige a las víctimas de un poder central, estructural, material, histórico.
La tierra, la nación y el Estado
La población indígena de todo el continente sufre el
saqueo ininterrumpido de su tierra. No es pasado remoto de chiripá,
boleadora y conquistador como Billiken o Lanata pretenden transmitir, es
presente angustiante. En las sierras del Perú, en el Amazonas del mineral, en
el impenetrable chaqueño o, en este caso, en la Patagonia neuquina el saqueo
continúa con los hijos de los hijos. Dice nuevamente Mariátegui en sus siete
ensayos de interpretación sobre la realidad peruana: “La supervivencia de un régimen de latifundistas
produjo, en la práctica, el mantenimiento de latifundio. Sabido es que la
desamortización atacó más bien a la comunidad. Y el hecho
es que durante un siglo de república, la gran propiedad agraria se ha reforzado
y engrandecido a despecho del liberalismo teórico de nuestra Constitución y de
las necesidades prácticas del desarrollo de nuestra economía capitalista”.
La cita es perfectamente válida para nuestro país: el estado argentino nace
sobre el cementerio indígena para crecer en el latifundio. El famoso Shopping
Center Patio Bullrich de la ciudad de Buenos Aires era la lujosa oficina de la
inmobiliaria de Adolfo Bullrich en la que se comerciaban las tierras
conquistadas tras las masacres de las Campañas del Desierto. La compañía
inglesa Tierras del Sur adquirió entonces más de un millón de hectáreas de las
cuales, ya a fines del siglo XX, Benetton compraría su mayoría. La ministra de
seguridad mata en su apellido.
Pero el valor de la tierra crece y cambia. Aquí, en la
provincia de Córdoba, se manifiestan disímiles ejemplos. En las Sierras
cordobesas, antes improductivas, se acrecentaron en las últimas décadas los
desalojos por emprendimientos turísticos o de viviendas de élite; el cerro
Chapelco y otras maravillas naturales de la región dan nuevos bríos a las
quitas de tierras a sus históricos habitantes. Y en las ciudades, con el
proceso llamado de gentrificación, sucede algo similar: valga recorrer aquí en
Córdoba el barrio Güemes y, al inverso, el barrio-ciudad Ciudad de los
Cuartetos.
Ser rico hoy es habitar la ciudad evadido de ella. Ser
pobre es padecerla. Nuevamente el problema, en el fondo, es la propiedad de la
tierra y su acceso, así como la acumulación y mercancía que de ella hacen los
grandes capitales. No es una cuestión mapuche, tehuelche o del pueblo
comechingón, es una cuestión de todos los barrios, de todos los techos, de
todos los pueblos. Es una cuestión de clase… Pero, ¿qué pasa con lo
superestructural? ¿Qué hay sobre la tierra?
La nación es la cultura, la interpretación del mundo que
aúna a la comunidad, los saberes y haceres compartidos. Sobre la tierra hay, en
primer término, naciones. Mas cultura y tierra van de la mano, o de los pies,
pues las cosmovisiones nacen de ella y las llevamos aunque estemos en el mar.
Nos dice Rodolfo Kusch: “Detrás de
toda cultura está siempre el suelo. No se trata del suelo puesto así como la calle Potosí en
Oruro, o Corrientes en Buenos Aires, o la pampa, o el altiplano, sino que se
trata de un lastre en el sentido de tener los pies en el suelo, a modo de un
punto de apoyo espiritual, pero que nunca logra fotografiarse, porque no se lo
ve”. La
nación Mapuche habita la Patagonia de ambos lados de la
cordillera desde siglos atrás: el Puel Mapu, de este lado, y el Gulu Mapu hacia
el Pacífico.
La presencia mapuche en el Puel Mapu está documentada al menos
desde el siglo XVII, junto a la de otras muchas naciones que habitaban el
posterior suelo argentino. Sin embargo la gran prensa, cuya solidaridad está
del lado opuesto a la de
Santiago a punto tal que requeriría una nota específica
respecto de sus falsedades y hasta disparates, insistió que los mapuches “son
chilenos”, construcción discursiva sedimentada en años de socialización hasta
formar parte del sentido común conservador de nuestro país. Pero Chile y
Argentina, valga repetir la obviedad, son Estados muy posteriores a la nación Mapuche , y
el supuesto propietario del capital es (era) italiano, lo que parece no
representar conflicto alguno a la opinión pública. La complejidad de lo
cultural queda solapada en las más viles construcciones mediáticas repetidas
hasta con orgullo por quienes no ven en la solidaridad más que la limosna. Nuevamente Kusch
lo resume así: “El panorama cultural
americano es penoso. Por una parte se da la gran ciudad, requerida por un
cosmopolitismo forzado, sostenido por una clase media evadida de la realidad,
que campea entre empresarios y novedades importantes, y por el otro lado la
pequeña ciudad en la cual el resentimiento lleva a un folklorismo extremo”.
Sobre la tierra, sobre la nación, hay Estados. De sus
tantas acepciones, pensemos aquí al Estado como un conjunto de instituciones que
regulan la vida de la población en determinado territorio. Para la vida
necesitamos salud, educación, transporte, seguridad (que conlleva el monopolio
de la violencia), etc.; organizado en tres poderes y tres niveles, ese es el
rol de las instituciones del Estado moderno. Parece básico pero lleva aquí al
menos a dos problemáticas. 1) ¿Qué sucede si no se cumple? Si el hospital no me
cura, si la escuela no me educa, ¿quién es el responsable? Rápidamente pensará
usted: quien dirige el Estado.
Entonces ¿si una fuerza de seguridad del Estado
me reprime y me desaparece? El Estado argentino tiene en su haber un extenso
currículum en represiones y desapariciones, por ello quizás tantas fibras
fueron tocadas en este caso, y por ello deben responder los responsables
políticos del caso. 2) ¿Cuál es el alcance de sus instituciones y leyes? Si
Argentina es un Estado-nación ¿Qué sucede con las naciones anteriores al
Estado? Pues el Estado reconoce las naciones preexistentes, pero dice ser un
estado nacional, una cultura común ¿Entonces? ¿Qué hago con mi nacionalidad
mapuche si habito el Estado-nación argentino? ¿Cuál es la cultura argentina?
Mientras en España vascos y catalanes luchan por serlo con procesos
independentistas, y en Argentina el Estado reprime las naciones preexistentes
en un continuum de otredad sarmientina, Bolivia dio el ejemplo al mundo
aceptando constitucionalmente que no es un Estado nación, sino un Estado
Plurinacional que reconoce la autonomía de sus múltiples naciones.
Como dijimos, el Estado argentino nace con el latifundio y
fue es y será su garante. Es la constitución liberal de la que habla Mariátegui
para su país. Sobre ese suelo latifundista, sobre ese Estado garante, se
difumina la nacionalidad, la cultura de la “civilización o la barbarie”, de lo
europeo sobre lo americano, de la clase media cosmopolita, del eterno mito del
desarrollo y el progreso frente al estar siendo del indio. Las tres patas
completan la mesa que mató a Santiago Maldonado: la tierra, la cultura y el
Estado para pocos.
La pregunta
Como vemos, los laberintos supraestructurales de las
leyes, las nacionalidades, los Estados, las pertenencias, el sentido común, las
construcciones de la prensa, las tendencias políticas de gobernantes y
gobernados nos llevan a un sinfín de discusiones sobre las que se han montado
los dimes y diretes de la desaparición de Santiago. No solo de pistas falsas
está hecho el encubrimiento. La movilización y la pregunta lograron mantener en
escena su desaparición, pero quizás la lucha de Santiago, la lucha del pueblo
por la tierra, fue sí invisibilidad o trastornada en ejes supraestructurales
como siempre se hizo, desde la evangelización colonial, que buscaba la tierra
bajo las alas de la cruz, hasta nuestros días. Esa es su victoria. Es necesario
volver a Mariátegui, volver a la comprensión profunda del conflicto, volver a
la tierra para ser vida, para volcar nuestra solidaridad de mayorías del lado
del oprimido, para transformarlo todo, para nunca dejar de preguntarnos qué
sucedió con Santiago Maldonado.
Material Consultado
Mariátegui, Carlos: “Ensayos, reflexiones
emancipatorias”. Linkgua-digital. Barcelona. Pág. 27.
Kusch, Rodolfo: “Geocultura del hombre
americano”. Ed. Fernando García Cambeiro. BsAs. Págs. 67 y 74.
Dossier Santiago Maldonado, elaboración colectiva de La luna
con gatillo, Resumen
Latinoamericano , Contrahegemonía web, Lobo suelto y La tinta.
*Integrante de Contrahegemonía web
Fotos: Colectivo Manifiesto para La Tinta
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