lunes, 20 de agosto de 2018

Nos urge, en todo el Abya Yala, instalar en la agenda pública el análisis multifacético y en perspectiva de los extractivismos .

Venezuela. Consideraciones profundas sobre el rentismo petrolero

Resumen Latinoamericano 

Por Franco Vielma, Misión Verdad
Las particularidades de la coyuntura económica venezolana ha colocado consistentemente en el tapete la discusión sobre el modelo político que ha regido la economía, concretamente en la concepción y actuación sobre el histórico manejo de la renta petrolera.
Como es de esperarse, el debate sobre el rentismo como falla de fondo en la economía venezolana durante los últimos 100 años supone la revisión de un conjunto de reflexiones anteriores y otras que se están formulando, que han llovido sobre mojado, advirtiendo la inviabilidad de ese modelo. Una trama en la estructura económica que, en el presente, está atravesada por un boicot interno y externo inspirado en la intención de desplazar al chavismo como instancia política en el poder, la situación de guerra económica que el pueblo venezolano ha conocido, ahora capitaneada por medidas de asfixia financiera y comercial ejecutadas por la Casa Blanca adesde 2017.

Algunas aproximaciones

Oscar Battaglini en su libro Betancourismo, 1945-1948: rentismo petrolero, populismo y golpe de Estado develó que el modelo rentista no estuvo modulado exclusivamente desde la economía. También hubo un ingrediente político, inspirado por una clase empresarial aspirante alineada en el golpe de Estado Adeco contra Rómulo Gallegos y que se estaba perfilando alrededor de las mieles que el rentismo perpetuaría para una élite construida alrededor de ella.
Eran tiempos aquellos en los que los séquitos alrededor de la renta emprendían una disputa, pues ocurría en simultáneo el desmembramiento de la estructura económica que precedió al siglo petrolero, el cual fenece ante el frenesí de los petrodólares. Testigo de excepción de esta época fue Domingo Alberto Rangel (padre), quien vio el preludio del ciclo Adeco señalando que “Venezuela padeció una borrachera de plaza pública… Jamás se ha hecho tanta demagogia en la historia nacional…”.
El rentismo petrolero a ultranza sobrevino desde ese período. Quizás algunas de las consideraciones más desoídas vienen planteadas desde los años 60 y venían de la mano del mismo Domingo Alberto Rangel, quien caracterizó la evolución del “capitalismo rentista petrolero” como una entidad en permanente “metástasis”, asumiéndolo como un entramado de relaciones económicas condensadas alrededor de la “transferencia de capital generado por la renta” a factores específicos de la economía privada, generando con ello una fuerte relación de dependencia.
El problema de la renta en Venezuela, señalado por Bernard Mommer en su libro Petróleo, renta del suelo e historia venía desde la segunda mitad del siglo XX, en una vorágine expansiva aupada por los beneficios del desarrollo y la expansión de la industria petrolera venezolana desde ese período, viniendo a transformar las relaciones sociales, culturales y políticas en el país alrededor de este recurso.
Estos factores, ampliamente conocidos por el país, han consistido en la configuración de un modelo de “riqueza expedita”, instantánea, generada por la conjunción de relaciones no asociados al trabajo, ni al desarrollo del potencial tecnológico, ni tampoco asociadas a la acumulación del conocimiento. La lucrativa industria extractiva claramente transnacionalizada y dependiente relegó al país no sólo a la perpetuidad de “factoría petrolera”, sino que además abrió paso a que se inhibieran y debilitaran todas las estructuras alternativas al petróleo y las que existieron hasta el fin del ciclo de la Venezuela agroexportadora, que vio su ocaso a mediados del siglo pasado.
El reconocimiento de estas realidades no viene señalado por Hugo Chávez ni es descubierto por Nicolás Maduro. La realidad venezolana actual viene precedida por monumentales fracasos en el intento de revertir las estructuras consolidadas alrededor de la dependencia petrolera.
Ejemplos emblemáticos fueron la política del “Gran Viraje”, acompasado a la creación de las empresas básicas de Guayana como una fórmula para sustituir un modelo extractivo por otro. El VIII Plan de la Nación propuesto durante el ciclo Adeco-copeyano venezolano supuso también la colocación del potencial del país en un esfuerzo para aupar mecanismos sustitutivos de la dependencia de la renta, tiempos en los que el Ministerio de Fomento (hoy extinto) colocó ingentes recursos generados por la renta a factores privados para favorecer alternativas orientadas a la sustitución de importaciones y diversificación de las exportaciones venezolanas, terminando en fracaso.
Otro intento de ciclo regresivo del rentismo fue el de la “Agenda Venezuela” del segundo gobierno de Rafael Caldera. Este vino al unísono de la entrada a Venezuela del neoliberalismo a ultranza que afinaba la política regional. Más bien consistió en una regresión de la (chucuta) nacionalización petrolera de los años 70, generando una pérdida enorme de la soberanía y vino a agudizar profundos estragos sociales.
Un factor relacionado con estas experiencias ha sido la posición del sector privado en esas instancias. El vínculo entre el gran capital privado y el Estado se efectuó gracias al cordón umbilical de la renta y la transferencia (por diversos mecanismos) de la riqueza captada o generada por el Estado. Una permanente relación de “ganar-ganar” (favorable al sector privado) que ha tenido ciclos.
La política cambiaria y monetaria ha sido un signo de ello, si entendemos que, bien sea en tiempos de control de cambio o en tiempos de libre cambio, es decir, un ciclo de casi 40 años, donde los mecanismos de transferencia se han perpetuado generando una relación centrípeta, la economía en la que prevalecen quienes más cerca queden del epicentro de la renta y más empobrecidos quedan quienes más lejos están de él. La relación histórica de desigualdad en Venezuela y las asimetrías que generó, con el auge de una petro-burguesía y un enorme caudal de población marginada.
Tan grave como las asimetrías sociales que se generaron, vinieron las relaciones de dependencia estructurada. La construcción de un “capitalismo anómalo”, o lo que ha sido para algunos, la “ausencia de una burguesía nacional” como la llamó Chávez. Las relaciones paternales entre el Estado y el sector privado se traducen concretamente en que, por mera matemática elemental, es evidente que el sector privado venezolano no produce, no exporta.
Según cifras del Banco Central de Venezuela (BCV), hay una relación matemática que desnuda la anterior afirmación: en las últimas décadas se ha construido una relación en la que, de cada 10 dólares que ingresan a la economía venezolana, solo 1 es generado por exportaciones privadas.
Para hablar de tiempos recientes, entre 1999 y 2015 el sector privado exportó bienes para ingresar al país unos 121 mil 40 millones de dólares, no obstante, sus importaciones fueron de 680 mil 164 millones de dólares. Generando un diferencial en la balanza de 559 mil 124 millones de dólares. Sabemos que durante ese periodo predominó el control de cambio, que puso en manos de los privados dólares preferenciales.
En términos netos, el financiamiento del Estado a la importación de la actividad privada en ese período fue superior al monto que Estados Unidos invirtió para la reconstrucción de Europa durante el Plan Marshall luego de la Segunda Guerra Mundial.
El problema no sólo se reduce a que el sector privado es improductivo y no exporta, es que además es sumamente costoso de sostener. No es esa una relación política construida en tiempos de chavismo. El investigador Luis Salas, empleando cifras del BCV, señala que entre 1950 y 1998 el sector privado venezolano exportó 41 mil 464 millones de dólares y durante el mismo período importó 220 mil 547 millones de dólares. “Eso quiere decir que importó 5,3 veces más de lo que exportó”.
La explicación a la cobertura de este déficit está en los mecanismos de transferencia de renta, que, sabemos, se produjeron en el período anterior a Chávez no sólo mediante el control cambiario, también en períodos de libre cambio, allanando con ello el camino para que los grandes tenedores de bolívares accedieran a la compra discrecional de dólares generados por la actividad petrolera.
Los señalamientos sobre el país que “no debe volver”
Los señalamientos contra el capitalismo rentista petrolero han sido un componente del imaginario de la izquierda emergente en Venezuela durante décadas. No obstante, desde sectores de pensamiento neoliberal existen afirmaciones que van en la misma dirección. Una de ellas, bastante sobresaliente, viene de la mano de Pedro A. Palma, quien en 2010 y desde la presidencia de la Academia Nacional de Ciencias Económicas de Venezuela, publicó el trabajo denominado Riesgos y consecuencias de las economías rentistas. El caso de Venezuela.
“Las experiencias vividas durante las últimas décadas en la economía venezolana han demostrado una y otra vez que las bonanzas económicas generadas por las políticas procíclicas que se aplican en los periodos de altos precios petroleros son insostenibles. Estas, que se caracterizan por intensos aumentos de la demanda, particularmente del consumo, son seguidas por situaciones de crisis que se presentan cuando los precios bajan, máxime si existen restricciones a la explotación petrolera. Al no contarse con recursos ahorrados durante los años de bonanza, la reducción abrupta de los ingresos tiene efectos devastadores, ya que la brecha es difícilmente cubierta con financiamiento, el cual, de estar disponible, es altamente costoso para una economía afectada por una caída abrupta de la renta de la que depende…”.
Palma agrega: “Las economías rentistas no pueden experimentar un proceso de desarrollo sustentable, ya que al depender de actividades económicas cambiantes, como la exportación de un commodity, están sujetas a una serie de realidades internacionales cambiantes y fuera de su control que las hace vulnerables y riesgosas. Esto es particularmente cierto en economías rentistas que dependen de la exportación de productos cuyos precios son altamente volátiles, como es el caso del petróleo”.
Los espasmos y tragedias de la economía petrolera, más allá del feliz desenfreno ocasionado por sus bonanzas, son un lugar común en el pensamiento económico venezolano. Todos coinciden en el “qué”, pero pocos en el “cómo”.
Para el pensamiento económico neoliberal, la “solución” siempre se orientó a la reproducción del modelo fracasado de emplear la riqueza petrolera para financiar las alternativas al petróleo. Una relación que convirtió en mecanismos de transferencia de la renta al sector privado, o más bien, la legalización del robo del patrimonio nacional y que sucesivamente fue despilfarrada en el hedonismo económico y la fuga masiva de divisas de los privados.
Apenas la economía venezolana logró consolidar un “esquema de ensamblaje”, donde las cadenas de valor se pegaron a la “teta petrolera” feneciendo o desmembrándose con las caídas del ingreso petrolero. Ejemplo de ello fueron los casos del fracaso de la política de fomento y “viraje” que conocimos en la Cuarta República y que vemos retratada hoy, en una economía privada que detiene su producción de muchos bienes esenciales dado que casi toda su cadena de insumos se compone de bienes importados.
El chavismo, por otra parte, desarrolló durante los tiempos del presidente Chávez un conjunto de intenciones para superar estas circunstancias, sólo que el denominador venía del fomento de empresas estatales que, se suponía, harían esfuerzos significativos para sustituir importaciones. Al no lograr desarrollar una base de insumos nacionales, quedaron rezagadas al sobrevenir la coyuntura a expensas de la caída del ingreso petrolero, la falta de una dirección eficiente y la corrupción que típicamente campea sobre la cosa pública.
Para nombrar ejemplos: el inventario de empresas ensambladoras de vehículos, maquinaria agrícola, textiles, computadores y hasta teléfonos celulares, bajo el “esquema de ensamblaje”, productos “hechos en socialismo” y con una alta dependencia en la importación, que se vinieron a pique o que están semi-paralizadas.
¿Ante qué estamos? Unas aclaratorias indispensables sobre el país que no debe continuar, o el país que “ya se fue” y que “no debe volver”, vienen cimentadas desde las circunstancias actuales de Venezuela, que desnudan las deficiencias estructurales del modelo capitalista rentista.
Hay que señalar también el cuadro de vulnerabilidad que éste ofrece frente a otras variables sobrevenidas tanto en el ámbito interno como externo. Nos referimos a los acelerantes del conflicto económico y la disputa por el poder político que ha caracterizado la época del presidente Maduro. Las situaciones inéditas de “tormenta perfecta” sobre la vida venezolana, desde ataques al valor nominal y signo físico monetario, hiperinflación, especulación desatada, caotización de los sistemas de abastecimiento y precios, etcétera, a las cuales se les suman las acciones de bloqueo contra el país. Todas ellas imponiendo otro momento de particularidad política.
Maduro ha llamado no sólo a romper con la carga de la renta por sentido común económico. Es un asunto ya de emergencia política nacional, frente a las realidades que está imponiendo el frente político. En su discurso ante el país frente a la Asamblea Nacional Constituyente a inicios de 2018, así como en su alocución miércoles 24 y sábado 28 de julio de este año, ha tenido un tono particularmente enfático en golpear la mesa al proponer un reinicio a la economía venezolana, dado que las estructuras económicas viejas y las disfiguraciones que está poniendo el conflicto político y económico lo están ordenando así.
Esto implica emprender un tortuoso camino o quedar consumidos (junto a grandes aspiraciones nacionales) en la sinergia del conflicto económico, cuyos desmanes se ven amplificados por las estructuras económicas de fondo.
El sentido de reconocimiento de las circunstancias actuales es un elemento denominador. Hay un amplio reconocimiento que este (como el país entero) es insostenible e inmanejable sin las mieles de la renta petrolera. Por lo tanto, la mella en toda la estructura económica da cuenta de un Estado (y en consecuencia un país) en crisis, en etapa de estertor, que colapsa en cámara lenta y en diversas instancias simultáneas.
La ruptura es palpable en la pérdida de la regularidad de las cadenas de suministro del sector privado dependiente de la renta, en la calidad decreciente de los servicios públicos, en la pérdida del apresto de los servicios de salud y educación, en la capacidad de gestión y respuesta del Estado en escalas regionales y locales, en los efectos de la caída de la inversión pública en diversos frentes de obras, en fin.
Es Venezuela hoy un país en el que hasta un particular transportista privado (prestador del servicio mal llamado “público”) dice no poder realizar su actividad de pequeño empresario del transporte si el Estado no le ofrece cauchos para su unidad vehicular, para nombrar un ejemplo minúsculo que representa cientos de miles.
Las interrogantes sobre el “cómo” da cuenta de un entramado que se está quebrando y que no es viable continuar perpetuando. Una circunstancia que impone, en primer lugar, la resolución histórica del problema de transferencia de la renta petrolera al capital privado. El nudo crítico de la política y la economía venezolana en los últimos 100 años. Una aspiración que demanda construir otra subjetividad sobre el modelo de Estado y sociedad, y que atraviesa a grandes sectores de la vida nacional.
Quizás para esa discusión que debe darse, lo peor que puede ocurrir es que súbitamente aumente el precio petrolero y sobrevenga una bonanza. Y es difícil que tal cosa suceda.
El país que “no debe volver”, el sistema rentista que no debe relanzarse, viene cocinándose desde el Estado con una ruptura a las modalidades de sistema de cambio monetario que conoció el país. Ilustra lo difícil que es para el directorio económico idear alternativas que superen la trampa histórica de superar los mecanismos binarios de asignación de renta mediante las políticas de control de cambio o libre cambio, como históricamente las hemos conocido.
El anuncio de anclaje del bolívar al Petro supone un bypass evidentemente sui generis, instrumentado desde un obvio pragmatismo y una señal que Maduro envía a la vieja élite rentista: las reglas del juego están cambiando y todo lo que se ha estructurado alrededor de la formación económicamente parasitaria y dependiente de la renta petrolera, tendrá que adaptarse o perecer en esta trama de circunstancias.
Si en ciertas instancias este proceso debe decantarse y acelerarse desde las mismas estructuras del Estado, podríamos estar en el umbral de un verdadero giro económico. La necesidad está planteada pero el resultado está por verse.

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