Las izquierdas
latinoamericanas
tras el ciclo
progresista
28 de agosto de 2018
Por Enzo Machado (Rebelión)
El sociólogo
portugués Buenaventura de Sousa advierte que nos encontramos en tiempos de
preguntas fuertes y respuestas débiles. Las preguntas fuertes son las que van
dirigidas —más que a nuestras opciones de vida individual y colectiva— a
nuestras raíces, a los fundamentos que crean la batería de posibilidades entre
las cuales es posible elegir. Por ello, son preguntas que generan una
perplejidad particular.
Las respuestas débiles son las que no consiguen reducir esa
complejidad sino que, por el contrario, la pueden aumentar y reproducir. Una de
las preguntas fuertes puede formularse así: ¿por qué el pensamiento crítico,
emacipatorio, de larga tradición en la cultura occidental, en los hechos no ha
emancipado la sociedad?
Emergen dos respuestas. Por un lado, se sostiene que, de hecho, la
transformación social y política posible ha sido realizada. Por otro lado, se
argumenta que el potencial emancipatorio de este pensamiento está intacto y
solo hay que seguir luchando de acuerdo con las orientaciones que derivan de él.
En esta misma dirección podríamos decir que el pensamiento crítico
de izquierda se fracturó en los últimos 30 años, tras el derrumbe del llamado
llamado socialismo real, en torno al antagonismo que genera la idea de que es
tan difícil imaginar el fin del capitalismo, como que el capitalismo no tenga
fin.
Esto tiene directa relación con un debate que se desarrolla en
diversos círculos intelectuales y militantes, que trata la encrucijada. Por
un lado, una izquierda, integrada por un bloque que no se resigna a vivir bajo
el capitalismo a ultranza y trabaja para debilitarlo, adoptando posiciones
contra el libremercado, los TLC, el fortalecimiento de las empresas públicas y
la apuesta a un mercado interno fuerte. Es decir, anclada sobre todo en la
resistencia y la denuncia.
Y por otra parte el neodesarrollismo (progresismo, hay quienes
sostienen que es un híbrido entre neoliberalismo y desarrollismo clásico), que
convence y se convence de que es posible trazar las bases de un capitalismo
humanizado, al que se le pueden eliminar los excesos y con el que se puede
convivir.
Esto mantiene a los movimientos emancipatorios en un quietismo
peligroso, que termina siendo funcional a las lógicas de poder instaladas,
porque no disputa ni cambia las correlaciones de fuerza.
Aterrizando este análisis en Latinoamérica, es impostergable para
el campo popular fortalecer sus debates estratégicos y retomar la cercanía con
el bloque social de los cambios, dos puntas de una problemática que vienen
padeciendo las izquierdas latinoamericanas en estos últimos años, en un
contexto en el que avanza la derecha más conservadora y se debate la caducidad
o la vigencia del ciclo progresista.
¿Cambios estructurales?
Ese ciclo progresista, iniciado con la victoria electoral de Hugo
Chávez en las elecciones presidenciales de Venezuela en 1998 y fortalecido con
el triunfo de Lula en Brasil en 2002, se alimentó de esas tres fuentes: la
crisis de hegemonía del neoliberalismo; el ascenso de las luchas sociales y
políticas antineoliberales; pero sin un programa de cambios estructurales.
Esto queda claro si comparamos la plataforma que llevó a la
victoria electoral de Salvador Allende en Chile en 1970 con los programas de
gobierno de cualquiera de las fuerzas políticas que ganaron elecciones en el
actual ciclo progresista.
¿Cuáles son los vehículos programáticos centrales del ciclo
progresista? Sin obviar que se trata de un fenómeno donde cierta sincronía en
el tiempo se combina con una gran diversidad de experiencias nacionales, hay
algunos rasgos que se pueden generalizar.
Lo que ha definido ese ciclo es la búsqueda por superar el
paradigma económico anterior, que sostenía la pertinencia de ampliar los
negocios de las corporaciones privadas transnacionales para que “derrame” algo
hacia los pobres. A éte, la izquierda contrapesó otro definido como “distribuir
para crecer”.
En todos los casos ha significado una “vuelta” del Estado a la
economía, ampliando las regulaciones públicas al mercado, fortaleciendo
empresas estatales o incluso reestatizando empresas y servicios que habían sido
privatizadas; un “activismo estatal” que había sido condenado por el Consenso
de Washington.
Plantearse el agotamiento o la mutación de este ciclo progresista
puede ser el lanzador de un profundo intercambio sobre que significa ser de
izquierda hoy y como se avanza hacia la conquista de viejos objetivos
incorporando perspectivas y alianzas que en la actualidad son indispensables.
Para pensar un bloque histórico de la transformación en el siglo XXI, hay que
contemplar e incorporar a un conjunto de corrientes de pensamiento que son
claves en la agenda del movimiento emancipatorio.
Sin perder de vista la construcción de una sociedad nueva, la
justicia social y la eliminación de la explotación, contradicciones
fundamentales y motores de la historia, es impostergable que la izquierda teja
y concrete (teniendo en cuenta la realidad concreta de cada lugar) con los
feminismos, los movimientos campesinos, ecologistas, los colectivos de Derechos
Humanos y las juventudes, una síntesis que ponga en perspectiva la revolución y
los horizontes poscapitalistas.
En la medida en que la crisis del capitalismo se profundiza y la
derecha avanza en su ofensiva (sin un programa alternativo hegemónico), los
procesos corren el riesgo de cerrarse hacia adentro y mantener una posición
defensiva. Ningún proceso va a poder profundizar -y mucho menos radicalizar-
los cambios por sí solo si no es inserto dentro de un proceso de integración
latinoamericana y caribeña más amplio.
Es necesario por tanto fortalecer y ampliar la integración
política, profundizándola mediante la integración económica, científica,
tecnológica y cultural, integración que permita, frente al proceso de
reprimarización continental, crear cadenas de valor regionales.
La imaginación como factor político, es un eslabón clave en este
derrotero que aquellos que luchamos por la justicia social y creemos que
existen otras formas más humanas e igualitarias de organizar la vida en
sociedad, debemos transitar. Resumiendo, el ciclo progresista ha hecho,
parafraseando al poeta, “programa (de gobierno) al andar”. Y éste ha encontrado
sus límites, impases y dilemas.
¿En qué coyuntura no encontramos?
Hay señales de un cierto agotamiento del ciclo progresista si
consideramos las bases con las cuales fue lanzado a comienzos de este siglo. No
hay dudas de que ciclos “cortos” (o de gobiernos) han hecho crisis y se han
sucedido importantes derrotas, como en la elección presidencial en la Argentina
y para diputados en Venezuela en 2015 o en el referéndum en Bolivia en 2016; o
con los golpes de estado (Honduras, 2009; Paraguay, 2012; Brasil, 2016). Otra
sería la conclusión si hablamos de un ciclo “largo”, de disputa de proyectos,
donde el progresismo en el siglo XXI ha sido una respuesta al fracaso
neoliberal y del capitalismo financiarizado y globalizado.
A diferencia de los tiempos neoliberales de los años 1980-90, las
fuerzas conservadoras, a pesar de que avanzar y acechar, no tienen hoy un
programa económicosocial con capacidad de movilización y/o de construir hegemonía.
Tampoco las fuerzas populares están desmoralizadas y desmovilizadas como
ocurrió en torno y después de la doble crisis de las izquierdas,
socialdemócrata y estalinista, de los años 1980.
La izquierda latinoamericana en general, con algunas excepciones
particulares, quedó entrampada en estos últimos años en ese no-debate sobre
gobernar para qué, para quiénes y con quiénes, sintetizado esto en un programa
de cambios y transformaciones profundas.
La izquierda gobernante
Particularmente en Uruguay, con un Estado que tiene la
característica de ser una de las pocas entidades capaces de construir hegemonía
a lo largo de la historia del país, la izquierda gobernante no logró escapar a
este problema y uno de los síntomas que lo ponen de manifiesto es el hiato con
la fuerza política, sus órganos internos de decisión y la base social que la
compone.
La desconexión con la academia, los artistas y los intelectuales,
es otro de los factores que incide en el hecho de que la izquierda pierda pie
en la construcción de horizontes colectivos comunes, que funcionen como
amalgama y vehiculicen la disputa contra la racionalidad neoliberal. Estas
usinas productoras de ideas construyeron durante los años 50-60-70 un relato y
una estética que unificó a la izquierda, que le permitió superar la dictadura
(1973-1985) y posteriormente enfrentar al neoliberalismo, hasta llegar, con la
incorporación del progresismo, a ser gobierno.
La izquierda (no solamente la que se encuentra en el Frente
Amplio) ha perdido rumbo, se ha visto envuelta en los problemas que acarrea el
gobierno y controlar el estado (o ser oposición por izquierda de un gobierno
que dice ser de izquierda). Sus aparatos políticos se transformaron en
ingenierías para juntar votos, topeando los debates estratégicos, quitando peso
a las bases y tomando como un fin en si mismo el triunfo electoral. La juventud
debe debatir su agotamiento o su vigencia.
Se perdió de vista el hecho de que las órbitas de gobierno, las
instituciones liberales, debían ser un medio para alcanzar objetivos de fondo,
radicalizando la
democracia. Por eso, atendemos con preocupación que algunos
sectores frentistas, simpatizantes de un capitalismo maquillado y aggiornados
con el lenguaje técnico de la gestión y la eficiencia, hayan olvidado la necesidad
de construir alternativas que modifiquen la estructura del sistema.
Desterrar ese presupuesto, volver a las banderas, a las calles, a
los barrios y a las plazas, son, sino las únicas, herramientas medulares para
seguir creyendo que el Frente Amplio como síntesis de las luchas populares y
como instrumento para la disputa de sentidos no está agotado. De lo contrario
habrá que barajar y dar de nuevo.
Enzo Machado, Docente de Historia, egresado del Cerp-Centro
Florida. Militante del Frente Amplio e integrante de Periferia.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=245785
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