Consumismo:
Adicción a la infelicidad
8 de agosto
de 2018
Javier Garcés Prieto, El Salto
El sistema económico necesita ciudadanos adictos al
consumo, que aunque tienen cada vez más cosas, siguen comprando más y más cada
día. Y es que la adicción a la compra no es un problema de algunas personas,
sino un problema que tiene nuestra sociedad.
Los psicólogos que, en los albores de lo que hoy conocemos
como sociedad de consumo, analizaban los cambios que se estaban produciendo,
eran optimistas: los avances tecnológicos y la industrialización permitirían
fabricar cada vez más bienes, en menos tiempo y con menos trabajo humano.
Pronto todos los ciudadanos dispondrían de lo que necesitaban e incluso de
adelantos que harían más cómoda su vida ordinaria: lavadora, frigorífico, etc.
Cuando esto sucediera, la curva de consumo, acelerada al principio, se
estabilizaría. El consumismo inicial se moderaría y, las personas dispondrían
de mucho tiempo libre, en una sociedad que progresaría hacía el bienestar. En
esa nueva sociedad, los ciudadanos tendrían oportunidad de buscar su auténtica
realización personal a través de la cultura, las relaciones humanas, y aquellas
actividades que les resultarán gratificantes.
Vista la situación de la sociedad actual, estas profecías
nos parecen tan optimistas como ingenuas. Sin embargo, si lo pensamos bien, esa
hubiera sido la evolución socioeconómica más lógica, ¿Quién podía pensar que
los ciudadanos, que cada vez tenían más cosas, siguieran comprando más y más
cada día?, ¿Cómo se podía prever que la curva del consumo subiera de forma
exponencial, sin encontrar ningún punto de moderación, aunque fuera a costa de
destruir en pocos años todos los recursos del planeta?
El punto clave para entender la evolución de la sociedad
de consumo, es que quienes controlan el sistema económico –como ha quedado
claro en la reciente crisis– no están interesados en el bienestar psicológico
de los ciudadanos, ni en su realización personal. Lo que desea es mantener el
mercado en constante expansión, de forma que no dejen de aumentar las ventas de
las empresas y, por lo tanto, sus beneficios. Esto es lo que ha supuesto pasar
de una “economía de producción” a una “economía de consumo” en la que el reto
de las empresas no es producir, sino vender. El marketing y la publicidad son
las piezas claves del mantenimiento de este sistema, puesto que son las
encargadas de mantener a los consumidores permanentemente estimulados para
incorporar a sus vidas todos los productos y servicios que se les ofrece.
Como acertadamente señalaba Maslow y otros psicólogos
humanistas, a medida que las personas tienen cubierta sus necesidades básicas,
buscan la motivación en otras metas más elevadas, como tener relaciones
sociales gratificantes y el desarrollo de sus capacidades; esto es, en la
búsqueda de la autorrealización y la felicidad. Para cambiar esta tendencia natural de
las personas, y continuar manteniéndoles en su papel pasivo de consumidores, la
publicidad y el marketing se ha esforzado en transformar sus valores e ideas,
tendiéndole un engaño de profundas y negativas consecuencias: convencerles de
que la compra es el medio para encontrar esa felicidad que buscan.
Sin duda esta manipulación esconde el mayor de los
absurdos: tratar de utilizar la compra para superar el hastío y la
insatisfacción que produce la sociedad de consumo. Los consumidores que
–consciente o inconscientemente– se dan cuenta cada día de que su vida no es la
que les gustaría, necesitan seguir comprando, aunque no necesiten lo que
compran. En eso consiste la adicción a la compra: una dependencia hacia un
comportamiento que no da ni felicidad ni placer, pero que se sigue realizando
como si lo diera. Como dice Gilles Lipovetsky en su libro: La felicidad
paradójica: “las sociedades consumistas se emparientan con un sistema de
estímulos infinitos, de necesidades que intensifican la decepción y la
frustración, cuando más resuenan las invitaciones de felicidad al alcance de la mano. La sociedad que más
ostensiblemente festeja la felicidad es aquella en la que más falta…aquella en
que las insatisfacciones crecen más deprisa que las ofertas de felicidad. Se
consume más, pero se vive menos; cuanto más se desatan los apetitos de compras
más aumentan las insatisfacciones individuales”.
El sistema económico necesita ciudadanos adictos al
consumo, y se ha esforzado en crearlos y mantenerlos así, aunque el precio haya
sido destruir la esperanza de una sociedad más humana y un desarrollo personal
más pleno para todos. Por tanto, la adicción a la compra no es un problema de
algunas personas sino un problema que tiene toda nuestra sociedad.
Debemos luchar por un desarrollo económico sostenible,
pero también por nuestro propio bienestar y por nuestra propia realización
personal. En el siglo V a.C., Tucídices decía a los atenienses: “Recordad que
el secreto de la felicidad está en la libertad, y el secreto de la libertad, en
el coraje”. Es lo que debemos tener los consumidores para encontrar nuestra felicidad:
coraje para ser libres y para no dejarnos arrastra por las estrategias de
manipulación consumistas. No podemos aceptar sin crítica los valores que
interesadamente tratan de imponernos, ni resignarnos al papel de simples
consumidores manipulables e insaciables que nos han asignado. Debemos lograr un
nuevo modelo de consumo que aumente nuestro bienestar, sin destruir el
medioambiente ni los valores humanos y sociales más positivos.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=245101
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