Aportes recientes del
EZLN
para pensar
la crisis en Guatemala
y Centroamérica
29 de agosto de 2018
Por Sergio Palencia (Rebelión)
Vivimos una
crisis a nivel mundial y, en lo local, la percibimos de manera separada. Muchas
interpretaciones sociológicas en la actualidad apenas se quedan en lo nacional,
en la violencia y corrupción, en lo que está pasando en las disputas políticas.
Necesitamos movernos con más audacia y decisión para pensarnos en términos de
humanidad desde un territorio específico.
Quiero reflexionar en torno al análisis colectivo del Ejército
Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Publicado en agosto 2018, el escrito
se titula Una finca, un mundo,
una guerra, pocas probabilidades. Por varias razones considero
importante su aporte y discusión.
·
Uno,
es una reflexión a dos voces donde se critica el capitalismo global desde la
experiencia de las comunidades indígenas de Chiapas, muy parecidas a Guatemala
u Honduras, por ejemplo. De hecho, hablan del capitalismo como fincas, del
estado como capataces.
·
Dos,
el escrito pone en el centro la crítica al capital y no se queda en la crítica
política de la corrupción o de los malos políticos. Después del estancamiento
de las protestas del año 2015 y 2017 en Guatemala, de enero 2018 en Honduras, o
de abril-mayo 2018 en Nicaragua, es necesario pasar a un plano conceptual que
permita repensar nuestra acción política.
Primero, el punto de partida de la crítica zapatista al
capitalismo es el sufrimiento
humano. Moisés diría: “la gente que está sufriendo ahí”. Esto es crucial tenerlo en cuenta, recordar que no es un sistema
económico neutral sino un proceso activo de expansión, conquista de territorios
y explotación social. El capital necesita el olvido del dolor para continuar
como racional, normal, cotidiano. El robo es el punto de inicio y luego cuando
se mercantiliza, se intercambia como racional, sin historia. La finca, como el capital, fueron
originariamente robos al uso comunitario de la tierra, a la fuerza vital de la
naturaleza, con el fin de apropiarlos privadamente en el propietario, el
finquero.
Segundo, la finca, como el Estado en esta ocasión, necesita una
división del trabajo para administrar
la explotación social.
Moisés habla del finquero como dueño, pero también del capataz controlando a la
gente y a los bienes privados. Ojo, esto aplica tanto a la Guatemala regida por
veteranos militares de 1982 como a la Nicaragua del orteguismo. Esta capacidad
de control del capataz, aunque no sea dueño, le permite robarse “5 vaquillas y
2 toretes” del finquero. Ese robo es lo que suelen llamar los medios y
comentaristas políticos, simple y llanamente, corrupción. Se detesta a los
ladrones pero no al sistema que establece las normas del robo legalizado. El
finquero, como el capitalista, personifica la propiedad privada y el trabajo
alienado, es decir, el orden de la producción para lucro privado.
El
capataz, como el presidente o el alcalde, no es dueño de las vaquitas, toros,
helicópteros – por lo menos inicialmente – pero los administra ya una vez han
sido robados a la gente. La corrupción es pues el botín de un sistema sostenido y
racionalizado para robar los productos sociales a la sociedad disgregada en
clases. La mercancía una vez ya producida es el núcleo de un proceso social de
algo que ya se robó inicialmente: la posibilidad de organizar la producción,
nuestro trabajo, de una manera que no explote ni genere desigualdad. Finquero y
capataz, capitalista y presidente, son los extremos de un mismo fenómeno
llamado capitalismo, es decir, la creación del mundo como sociedad de clases.
Tercero, y con esto finalizo esta acotación al documento
zapatista. En la actualidad el capitalismo está
lanzando guerras de conquista contra
poblaciones habitando en montañas, ríos, desiertos, ahora codiciados por sus
recursos y minerales. A
cambio ofrece, lo de siempre, cambiar el derecho al uso social del río, monte,
llanura, por pocos empleos que propicien dinero vía salarios cosméticos. Esto
esclaviza a los posibles productores, productoras autónomas, convirtiendo el
dinero de la empresa capitalista en cadena para depender del mercado. “La
tienda de raya”, diría Moisés. Los expulsados por la violencia – de policía y
paramilitares en Nicaragua; de paramilitares en Urabá, Colombia o Guerrero,
México; de maras en Tegucigalpa, Honduras, Guatemala, El Salvador – buscan
maneras de sobrevivir con la migración.
Huyen sobre peligrosos trenes, perseguidos por maras y narcos,
disparados por paramilitares y oficiales migratorios en Tamaulipas o Texas. El
capital convierte las montañas en mineras y las fronteras en espacios armados.
Por eso cuando se habla de la crisis migratoria en Honduras, Guatemala o
Nicaragua debe ponerse, al mismo nivel, el análisis de los capitales
particulares que están expulsando, con violencia organizada, a las personas.
Criticar a Ortega, sí, como también a Pellas, en Nicaragua, parte de un mismo
fenómeno aunque hayan contradicciones políticas. Las migrantes, sus hijos, sus
parejas, se convierten en transhumantes, en una clase social que tiene en común
el hecho de ser apátrida o, visto de otra manera, expropiados de la posibilidad
de vivir en sus propias tierras con oportunidades sociales para construir
comunidad humana.
Si el
capital propicia la expulsión de mujeres, hombres, niños, niñas, ancianos, y el
Estado respalda el robo histórico bajo la inviolabilidad de la propiedad
privada, luego, ¿de qué posición se puede buscar la resistencia, la rebeldía, a
este sistema de robo en escala social? Esa pregunta es central para volverse a
plantear cambios profundos en la sociedad, con una visión de aire, vuelo de
altura, pero enraizado en la vida de la gente concreta, con nombres, oficios,
experiencias desde el sufrimiento. La ciencia social, la interpretación
política, no deberán estar amarradas a las categorías meramente nacionales, ni
menos de corrupción o la violencia en abstracto, pues en el fondo ocultan el
vínculo entre capitalismo y la producción del hambre a partir de la saciedad
administrada. Debemos proletarizar
la crítica social y
enraizarnos en el carácter movible, desértico, de quienes ven el mundo desde el
golpe, el sufrimiento, la pérdida.
La organización de la rebeldía debe
pasar por una experiencia con los más profundos dolores de las clases
oprimidas. Sólo cuando se lleva día a día esa vivencia como manantial de
redención podrá, pues, pensarse en nuevas posibilidades para salir de la figura
de individuos molestos. ¿Cómo fundamentar una nueva entrega, disposición y
constancia para hacer madurar, hoy en día, una nueva militancia revolucionaria?
Este proceso es necesario pensarlo con la urgencia de quien ya ve en marcha el
caos de la guerra de conquista, aquí de nuevo.
Nota
Nota
Sergio Palencia, Sociólogo por la Universidad de
Puebla, México. En la actualidad en estudios de doctorado por la City University de
Nueva York. Ha publicado los libros Racismo, capital y Estado en Guatemala
(URL, 2013) y Fernando Hoyos y Chepito Ixil: Comunión revolucionaria desde las
montañas de Guatemala (2012). Estudia las guerras y levantamientos
revolucionarios en Centroamérica entre 1960 y 1989.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=245806
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