América Latina y
la conciliación de clases
19
de agosto de 2018
Peter Rosset*
Está de moda especular sobre qué esperar
del próximo gobierno de México. Aunque nadie puede predecir el futuro, el
análisis comparativo puede ayudar a establecer ciertos marcos para nuestras
expectativas. Honduras, Paraguay, Uruguay, Argentina, Brasil, Ecuador, Venezuela,
Bolivia, Chile, Perú, El Salvador y Nicaragua han tenido gobiernos que decían o
dicen ser progresistas, y me gustaría hacer aquí un balance de lo bueno, lo
malo y lo feo de sus resultados.
Cada uno de esos gobiernos aplicaba una
estrategia de lo que se podría denominar conciliación de clases, ya que,
excepto Cuba, la generación previa de lucha armada y lucha de clases había sido
derrotada. Cada uno de los gobiernos, incluyendo las expresiones más radicales
de Chávez, Morales y Correa, gobernaron de manera conjunta con sectores
importantes de oligarquías, burguesías nacionales y grupos de capital.
El saldo frío de esos gobiernos, casi sin excepción aunque en
menor o mayor grado, incluye sendos elementos en común. Todos lograron
reducciones importantes de la pobreza extrema, sobre todo mediante programas de
corte compensatorio y asistencialista, incluyendo las transferencias directas y
la mal llamada inclusión financiera, que permite a los pobres acceder a un
mayor nivel de consumo mediante el endeudamiento con el crédito. También
lograron niveles significativos de democratización del acceso a la educación
superior usando becas, cuotas y abriendo nuevas universidades públicas.
Todo esto, sin embrago, sin grandes cambios estructurales favorables
a los intereses de las clases trabajadoras y campesinas o de las poblaciones
indígenas y afrodescendientes. Más bien sus mandatos fueron escenarios de mayor
trasnacionalización de las economías, la llegada del capital financiero
internacional y el aumento exponencial de las
concesiones mineras. A la par de crear
pequeños ministerios o subsecretarías para atender la agricultura familiar y
campesina con modestos presupuestos de crédito y compras públicas, entregaron
los ministerios o secretarías de agricultura, con mega presupuestos, a los
hombres y mujeres de Monsanto y del agronegocio. Liberaron los transgénicos y no avanzaron en la reforma
agraria. En Brasil, los gobiernos de Lula y Dilma vieron la mayor expansión
territorial del agronegocio en la historia del país. Han sido políticas de
neodesarrollismo y neoextractivismo que justifican la expansión del agronegocio
y la minería a cielo abierto con una mayor recaudación de impuestos y regalías
por el Estado, modelo que ha entrado en crisis con el fin del boom de los commodities.
Cado uno de esos gobiernos ha sido asociado
con el ascenso de nuevos sectores del capital ligados al presupuesto público
(la Boliburguesía en Venezuela, Odebrecht y JBS en Brasil, etcétera) y la
corrupción ha sido casi tan notaria como en los gobiernos de derecha. En estados,
provincias y municipios han gobernado en nefastas alianzas electorales con las
oligarquías locales de siempre.
Hoy día varios de esos gobiernos han llegado a
tristes finales o se encuentran en situaciones complicadas. Los golpesblandos contra Zelaya, Lugo y
Dilma, Lula preso; las derrotas electorales de Fernández de Kirchner y
Bachelet, y las guarimbas del imperialismo en
calles de Venezuela y Nicaragua levantan dudas legítimas sobre los límites
reales de una estrategia de conciliación de clases.
Se puede argumentar, por ejemplo, que mediante
la conciliación de clases Lula, Dilma y el PT alimentaron la
serpiente que luego los mordió. El primer mandato de Lula, con popularidad
en alrededor de 80 por ciento, habría sido el momento para hacer la reforma política
que pedían los movimientos sociales. No lo hizo, permitiendo la continuación de
un sistema parlamentario que fomenta la tiranía de pequeños partidos de
derecha. Cuando TV Globo estaba en quiebra, Lula la rescató con dinero público.
No cortaron la cabeza de la
serpiente. Alimentaron el
agronegocio y los ruralistas, con subvenciones públicas, pusieron a un conocido
corrupto de derecha, Michel Temer, como vicepresidente de Dilma y terminaron
víctimas de las fuerzas que ellos mismos mantuvieron.
Una interpretación dice que el poder siempre ha
querido avanzar la agenda del capital. Que los gobiernos militares llegaron a
sus límites y dieron lugar a los gobiernos democráticos pero neoliberales, que también llegaron
a sus límites. Y que la única manera de avanzar más en la agenda del capital
(minería, agronegocio, etc.) era bajo supuestos gobiernos
de izquierda, con su capacidad de contención de las masas, que
ahora llegan a sus límites, y regresa la derecha de nuevo.
Viendo la composición del gabinete propuesto
por AMLO, futuros nombramientos y propuestas de políticas, ¿será tan diferente
en México? ¿Es AMLO tan diferente de estos otros presidentes? México, sí, tiene
particularidades, pero ¿serán tan distintos los resultados?
Profesor de El Colegio de la
Frontera Sur (Ecosur) en Chiapas.
Fuente: http://www.jornada.com.mx/2018/08/19/opinion/022a1mun
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