La crisis y el tipo de cambio en perspectiva
31 de
agosto de 2018
Por Rolando Astarita
En esta nota quiero presentar
la actual suba del tipo de cambio (desde fines de agosto de 2017 al día de hoy
el dólar pasó de costar $17,6 a $38) en perspectiva, y destacar algunas de las
consecuencias de la crisis en curso.
Alternancia de tipos
de cambio real altos y bajos
En las últimas cuatro
décadas, por lo menos, en Argentina se ha asistido a una marcada alternancia de
períodos de tipo de cambio real alto y tipo de cambio real bajo (sobre tipo de
cambio real, aquí).
A grandes trazos, podemos decir que bajo el ministerio de Martínez de Hoz
(1976-1981) se asistió a un período de tipo de cambio bajo. Pero entre 1980 y
1981 el déficit de cuenta corriente, en términos de PBI, llegó casi al 6%. Esta
situación llevó a una fuerte crisis cambiaria a comienzos de 1981 (entre enero
de ese 1981 y enero de 1982 el dólar pasó de de $2038 a $10.300). Se pasó
entonces a un período de tipo de cambio alto, que permitió mejorar la situación
externa. Sin embargo, la espiral de devaluaciones y subas de precios y salarios
desembocó en la hiperinflación. Y la hiperinflación legitimó, ante la opinión
pública, la Convertibilidad. Básicamente consistía en utilizar el tipo de cambio
fijo como ancla para frenar la inflación. El peso entonces se apreció, afectando
negativamente al sector externo. Así, en 1994 y luego en 1998 la balanza de
cuenta corriente tuvo déficits superiores al 4% del PBI; y entre 1998 y 2001 el
déficit promedio fue del 3% promedio. De conjunto, entre 1991 y 2000 el déficit
promedio de la cuenta corriente fue de 8470 millones de dólares anuales.
La situación terminó en el
estallido de la Convertibilidad y la fuerte depreciación del peso (el dólar pasó
de $1 en diciembre de 2001 a $3,8 en junio de 2002). Dado que los precios
subieron, en 2002, un 42%, se asistió a una fuerte mejora del tipo de cambio
real. El índice del tipo de cambio real multilateral pasó de 69,2 en diciembre
de 2002 a 198,8 en junio de 2002 (BCRA). Por eso, a partir de 2002 la balanza de
cuenta corriente tuvo superávit. En promedio, el superávit de cuenta corriente
fue, entre 2001 y 2010, de 5800 millones de dólares anuales. Aunque fue
decreciente: de un pico de más del 8% del PBI en 2002, la cuenta corriente pasó
a cero en 2009, junto a una apreciación paulatina del tipo de cambio. Y desde
2008 la balanza de cuenta corriente fue deficitaria, y en escala creciente,
hasta llegar al 5% del PBI a fines de 2017. Paralelamente, el peso se apreció en
términos reales: el índice promedio del tipo de cambio real multilateral entre
2002 y 2007 fue 160,2; entre 2008 y 2017 el índice fue 111,62; en diciembre de
2015 fue 85,1; en diciembre 2018 estuvo en 87,1 (datos BCRA). Según Ieral, de
Fundación Mediterránea, el índice del tipo de cambio real multilateral (contra
dólar, real, euro, yuan) promedio de los últimos 20 años fue 118,02; en
noviembre de 2015 era 75,45 y en febrero de 2018 era 96,36 (https://www.cronista.com/economiapolitica/El-tipo-de-cambio-multilateral-es-28-mas-competitivo-que-cuando-asumio-Macri-20180301-0090.html).
La suba actual del tipo de
cambio real –vía la fuerte depreciación nominal del peso- configuraría así una
transición hacia un nuevo período de tipo de cambio real alto. El índice del
tipo de cambio real multilateral se ubicaría, en agosto de 2018, en 112.
Tendencia de largo
plazo y debilidad estructural
Estas oscilaciones se
inscriben, a su vez, en una tendencia de largo plazo a la depreciación, en
términos reales, del peso. Entre 1913 y 1988 la moneda argentina se habría
depreciado un 80% con respecto al dólar y la libra. Esto es, una tasa promedio
de aproximadamente el 1% anual (Froot, K. A. y K. Rogoff, 1986, “Perspectives on
PPP and Long-Run Real Exchange Rates”, NBER, Working Paper, Nº4952).
En otras notas, y en libros
publicados (Valor, mercado mundial y
globalización, y Economía
política de la dependencia y el subdesarrollo) argumenté por qué la
tendencia a largo plazo a la depreciación obedece a problemas estructurales,
principalmente la baja productividad global de la economía argentina.
Básicamente, la industria
argentina compite en el mercado mundial vía salarios bajos en términos del dólar
o el euro; esto es, con tipo de cambio real alto.
A su vez, la alternancia de
períodos de tipo de cambio alto y bajo tiene que ver con la dinámica que
introduce la competitividad por medio del tipo de cambio alto. Es que si bien el
tipo de cambio real alto mejora la competitividad, da impulso a procesos
inflacionarios que generan las condiciones para reversiones hacia el tipo de
cambio bajo. Esto
ocurre principalmente cuando los gobiernos buscan frenar la inflación anclando
el tipo de cambio; lo cual lleva a la apreciación en términos reales de la
moneda. Pero en la medida en que esa apreciación no es expresión de un
desarrollo de las fuerzas productivas (esto es, de productividad lograda en base
a tecnología y expansión del trabajo productivo, por sobre el trabajo
improductivo), la inserción de la economía nacional en el mercado mundial es
deficiente. Lo cual se traduce en los déficits de la cuenta corriente, que
siempre están en la raíz de las crisis cambiarias. En particular, si estos
déficits son sostenidos con inversiones externas de cartera, se dan todas las
condiciones para que se produzcan reversiones bruscas de los movimientos de
capitales, con las lógicas consecuencias en el tipo de cambio. Típicamente, esos
capitales especulativos son atraídos por la perspectiva de alta rentabilidad en
los mercados financieros (véase, por ejemplo, la operación de carry
trade, aquí),
y salen cuando advierten que la situación se vuelve peligrosa (especialmente
cuando la relación déficit de cuenta corriente /PBI supera ciertos umbrales).
El valor del peso,
tipo de cambio y ley económica
Lo anterior se vincula a una
cuestión que he discutido recientemente en este blog (en relación a la llamada
teoría monetaria moderna, aquí y
ss.), a saber: que el valor de la moneda nacional –o sea, su relación de
convertibilidad con otras monedas- tiene
su anclaje en las leyes de la economía.
Esto se debe a que el tipo de cambio vincula dos equivalentes de tiempos de
trabajos sociales, nacionalmente determinados. Están determinados porque se
asientan en diferentes niveles de productividad, según países.
De ahí que el mercado mundial
deba analizarse como una totalidad articulada de espacios de valor nacionales,
en los que rigen distintas productividades medias. Pero por esta misma razón las
variaciones de los tipos de cambio inciden en qué tanto de los tiempos de
trabajo empleados nacionalmente son generadores de valor en otro espacio
nacional, o en el mercado mundial. Por ejemplo, con un tipo de cambio a paridad
de poder adquisitivo (o sea, tipo de cambio real igual a la unidad) 10 horas de
trabajo de una empresa con baja productividad no son “competitivas” en otro
espacio nacional en que la productividad media sea más elevada. Por eso, ese
mismo trabajo pasa a ser “competitivo” con un tipo de cambio por encima del
nivel a paridad de poder adquisitivo. Pero esto se logra a costa de que una hora
de trabajo en el país atrasado tecnológicamente se traduce en menos de una hora
de valor generado en el espacio nacional que tiene alta productividad. Y esta
cuestión no se puede superar con ingenierías monetarias o financieras. Aunque,
inversamente, medidas económicas estúpidas –como ha sido la política del BCRA
con las Lebac- pueden agravar, y mucho, la crisis (véase aquí).
Pero la
causa última de la crisis cambiaria siempre es la debilidad de la acumulación de
capital, de la inversión productiva.
La lógica de la crisis
capitalista
Dado entonces el fracaso de
la inserción productiva en la división internacional del trabajo –insistimos,
debilidad que se expresa fundamentalmente en el déficit de la balanza de bienes
y servicios; a lo que se suma la deuda externa- la reversión desde un tipo de
cambio real bajo se produce por vía de una violenta crisis. Esta se dispara con
la salida en manada de los capitales que habían entrado atraídos por los altos
rendimientos financieros, a lo que se suman los que buscan protegerse de la
desvalorización del peso y de los activos nominados en pesos. Frente a esto, el
gobierno típicamente vende reservas –esto es, financia de hecho la salida de los
capitales- y sube la tasa de interés, reproduciendo la lógica de la especulación
parasitaria. Lo cual agrava la crisis, al acentuar la recesión y la acumulación
meramente financiera. Es que no hay economía que pueda funcionar cuando las
empresas descuentan cheques pagando una tasa real (en pesos) de más del 50%.
Por supuesto, sobre este
movimiento se monta la especulación, profundizando la suba del tipo de cambio y
la caída de los activos financieros nominados en moneda nacional. De conjunto,
la economía entra entonces en una serie de movimientos caóticos.
Sin embargo, el problema de
fondo no es la especulación
(como pretende la diputada
Carrió, con su habitual superficialidad),
sino los factores “reales” a
los que nos hemos referido.
En este marco se comprende
que la crisis repercuta en una fuerte desvalorización de capitales. Y la caída
del salario: en términos del dólar, por la suba del tipo de cambio, y en
términos del peso, porque los precios suben a mayor ritmo. Ya en estos momentos
convenios colectivos que pueden haber cerrado con alzas anuales de salarios del
25% o 30% (y son los menos) quedarán rápidamente desactualizados frente a una
inflación que apunta largamente a ubicarse por encima del 30%.
La crisis, además, mete
presión sobre el trabajo, tanto por el aumento de la desocupación, como por la
amenaza de ir a la desocupación. A lo que se suman los despidos de estatales,
que ya se están produciendo (ahora mismo el Ministerio de Agroindustria acaba de
despedir 600 trabajadores; y por todos lados no se están renovando contratos
laborales). Por eso, al calor de la crisis las cámaras empresarias piden
rediscutir condiciones de trabajo, leyes laborales, o jubilaciones.
Todo apunta entonces a lo
mismo: la suba del tipo de cambio significa una gigantesca transferencia de
riqueza (en rigor, de valor) desde el trabajo al capital. Es la esencia de toda
crisis. No hay que abrigar falsas ilusiones. Nunca el capitalismo salió de una
crisis mejorando las condiciones laborales o salariales de la clase obrera.
De esta manera, se regeneran
las condiciones para que en algún momento se produzca la recuperación económica.
Aunque sin que por ello se supere el subdesarrollo y el atraso. Así hasta la
próxima crisis.
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