La crisis social
estadounidense y
el
"fenómeno" Trump en su justo lugar
14 de agosto de 2018
Por Fernando García Bielsa (Rebelión)
El presidente estadounidense Donald Trump es justamente blanco
universal de críticas y rechazo. Todo lo que se pueda decir del personaje como
ente repugnante, extravagante y reaccionario es poco. Sus groserías, exabruptos
verbales y buena parte de las políticas que propugna o ejecuta justifican ese
rechazo y, ciertamente desprestigian a la presidencia de ese país. Pero sus
twits y payasadas no deben impedirnos ver algo más allá.
Ha habido un sobredimensionamiento del peso de la figura, los actos
y la personalidad de Trump a la hora de analizar lo que ocurre en EE.UU., lo
cual desvía la atención y hace perder de vista muchos factores fundamentales y
lo que está en juego en el seno del imperio.
Aquí pretendemos ubicarlo en el momento y las realidades que le
han dado vida, y no dejar fuera de la escena las poderosas y también
reaccionarias fuerzas que en ese país se le oponen, de modo que sopesemos las
consecuencias de lo que pretenden unos y otros. No es tarea fácil y no
pretendemos ser conclusivos ni limar todas las aristas de una coyuntura
compleja y de una presidencia bastante inédita y contradictoria. A ninguno de
quienes seguimos esta situación nos corresponde asumir el relato manipulador ni
la retórica de Trump ni de quienes se le oponen, incluyendo los grandes medios de difusión. Eso sí, entre todos, se necesita
prestar mayor atención, como asunto central, a las divisiones y fracturas que
existen al seno de la clase dominante de EE.UU.
Una parte de las políticas del actual gobierno en realidad no son
nuevas. Son las típicas políticas imperialistas y que fueron antes impulsadas y
aplicadas por los presidentes y gobiernos que le antecedieron, tanto
republicanos como demócratas y que se enmarcan en la desvergonzada pero
enraizada pretensión de que son una nación predestinada por la providencia,
excepcional en el mundo, con lo que se escudan para salvaguardar indefendibles
injusticias domésticas o guerras criminales. Se hace evidente que la esencia
del “excepcionalismo” estadounidense es la pretensión de que pueden hacer lo
que quieren en el mundo debido a que lo estarían haciendo por ‘buenas razones’.
Así la decisión primaria de trasladar a Jerusalén su embajada en
Israel no es del actual gobierno: fue un acuerdo por mayoría abrumadora en el
Congreso en 1995, acogido por todos los presidentes, aunque postergada su
ejecución por cada uno de ellos. Ahora bien aunque la decisión sigue siendo
geopolíticamente riesgosa, complace en un aspecto clave a la influyente base
evangélica republicana del presidente.
El muro en la frontera con México tampoco es algo nuevo; cogió
impulso en aquella década con Bill Clinton, construido por tramos de cientos de
kilómetros como parte de la llamada Operación
Guardián (Gatekeeper) y actualmente cubre unos dos tercios de
la frontera. Aparte
que con este proyecto Trump también complace a gran parte de sus adherentes
resentidos y xenofóbicos, seguramente generará un muy jugoso negocio, sobre
todo para algunos grandes capitales que lo apoyan.
La política antiinmigrantes es de larga data y es un tema
manipulado de manera oportunista por la mayoría de los políticos yanquis. Ante
los anuncios, exabruptos y declaraciones racistas del Presidente, Obama y los
demócratas han pretendido mostrarse como defensores de los inmigrantes, cuando
durante esa y otras administraciones millones fueron deportados, se hacían
redadas y la frontera fue fuertemente militarizada.
Con descomunales partidas se aumenta cada año el presupuesto
militar debido a la inmensa influencia política del llamado Complejo
Militar-Industrial. Mayorías abrumadoras de ambos partidos aprueban esos
gastos. Ante la propuesta del Presidente en 2017 de aumentar el presupuesto en
unos $54 mil millones de dólares, el Congreso aumentó la parada y finalmente
aprobó $100 mil millones, con lo que el presupuesto militar llega a los $700
mil millones: casi el 40% de los gastos militares del planeta.
Lo anterior no es en defensa de Trump sino para constatar, y hay
muchos más ejemplos, que muchas de las políticas que impulsa su gobierno, son
parte de ese actuar en buena medida consensuado que se corresponde con la
naturaleza explotadora, imperialista y racista del sistema.
Fracturas sociales como importante pivote del triunfo electoral
Aparte de la impronta que le añade Trump, su propia elección y
parte de la exacerbación de las políticas del imperio norteño, son un reflejo
del declinar o pérdida de la hegemonía de antaño. Accidentes al margen y entre
muchos otros factores, su elección fue posible debido al casi universal rechazo
popular a las élites de Washington y de Wall Street, a las notables fracturas
sociales en el país, bajo el impacto acumulativo de la globalización y el
neoliberalismo, la ‘sobre expansión imperial’, los excesivos gastos militares y
el desmesurado crecimiento de la especulación y las inversiones no productivas,
bajo los imperativos del mercado. De ahí se deriva una sostenida disminución
del ritmo de aumento de la productividad en muchos sectores de la industria,
aumento de empleos parciales y mal pagados, el deterioro del status de la clase
trabajadora y de regiones enteras que se sienten abandonadas y han visto
reducir sus condiciones de vida sin que aprecien que el gobierno o el Congreso
se preocupe por ellos.
Y ahí aparece un hábil demagogo, un empresario exitoso y sin
antecedentes en la política, pero en definitiva un hombre del sistema, que con
ayuda de algunos grandes magnates conservadores y de muy extendidas redes de
agrupaciones de derecha en todo el país y, ciertamente en las zonas rurales,
logró desplegar una eficaz campaña y capacidad para manipular los
resentimientos y temores de millones.
Esa base de apoyo (junto a intereses millonarios en sectores como
los bienes raíces, de la construcción, de la explotación minera, y otros) está
en las profundidades del país, en estados rurales, sectores empobrecidos hartos
de los políticos y de la élite del país, quienes se sienten víctimas de la
globalización, del abandono gubernamental y que son empujados a buscar chivos
expiatorios por sus problemas y reducción de sus niveles de vida y que sienten
como que su mundo se viene abajo. Un ambiente propicio para cierto tipo de
populismo nacionalista sigue siendo una de las más poderosas fuerzas en la
política del país.
Parte de ello es la promesa de hacer de nuevo a los Estados Unidos
grande y exitoso, de hacer regresar los puestos de trabajo y los capitales que
se han fugado al exterior, y su capacidad de redirigir contra chivos
expiatorios y a su favor las angustias de muchos. Al mismo tiempo, desde su
base, muchos elementos racistas y ultranacionalistas se han sentido empoderados
y reverdecen su activismo.
Se dice justamente que Trump no es el cambio sino fruto de esos
cambios y esas contradicciones; un síntoma de la crisis. Como acabamos
de indicar, el desespero y disgusto de millones tiene raíces sociales profundas
– y demográficas, regionales, políticas – de modo que sin Trump o después de
él, el fenómeno persistirá. Los Estados Unidos es aun el país más poderoso,
pero los cambios geopolíticos, el impacto acumulativo de una excesiva sobre
expansión imperial le están pasando la cuenta.
Además, internamente, se venía produciendo un creciente activismo
y exacerbación de tendencias conservadoras en el país. Con las fuerzas que
acompañan al actual mandatario, ha cuajado también un añejo proceso de
empoderamiento de sectores de la llamada nueva derecha entre los republicanos,
que tiene como contraparte un similar proceso de derechización entre los
demócratas.
La pérdida de sensibilidad de los partidos del sistema, de los
hacedores de política en Washington y de los que detentan el poder real se
pusieron de manifiesto en las elecciones de 2016 y es parte importante de lo
que explica por qué Trump se impuso sorpresivamente tanto en la nominación
republicana como en las elecciones de noviembre, cuando claramente no era el
favorito del establishment.
Ocurrido eso, algunas mentes lúcidas previeron o apuntaron la
hipótesis que con Donald Trump asistiríamos –durante un tiempo- a un cierto
margen de autonomía de un Ejecutivo arisco en el férreo marco de unos
lineamientos de política interior y exterior cuya continuidad estaría, en lo
esencial, garantizada por aquellos actores centrales que configuran el “poder
real”.
Ahora bien, el magnate no actúa sólo, ni al servicio de una
minúscula elite. Representa a grandes capitalistas norteamericanos. Es
importante notar que muy poderosos intereses agrícolas y de agro negocios han
estado históricamente alineados con los republicanos. La salida del acuerdo
climático juega con la fuerte determinación e intereses de desarrollar la
producción de hulla, petróleo, gasoductos, etc. , todos contaminantes… Muchas
corporaciones se beneficiarán con los masivos fondos y subsidios que se
destinarían a la modernización de las infraestructuras del país.
Sin dudas, la actual administración, compuesta por elementos clave
de la clase empresarial, llevará a cabo políticas internas que dañarán
extensamente el bienestar de las clases populares - al margen de su palabrería
acerca de que gestiona el regreso al país de capitales y puestos de trabajo.
Que una personalidad como él haya llegado a la presidencia es
también reflejo de la tremenda fragmentación que existe en la sociedad
estadounidense, en momentos de su declinación económica e imperial, declinación
que por el momento no llega al punto de dejar de ser el país más poderoso del
planeta. La declinación se refleja de manera desigual en la sociedad, con
decenas de millones cuyos estándares de vida se han visto seriamente afectados.
Imposible, y además innecesario, referir aquí todas las
barbaridades que ha dicho durante este año y medio como presidente, ni siquiera
las que dice en un trimestre, ni cuantificar las veces que miente, como algunos
pretenden. Tampoco las muchas acciones contrarias a los patrones lógicos del
quehacer de la política en su país y a los análisis habituales. Creo que aquí
entran, aparte de su personalidad e irreverencia, el zigzagueo a que está
obligado en medio del pulseo que tiene lugar en los círculos del poder.
Por otra parte, tomemos nota que, son tan brutales y descarnadas
muchas de sus declaraciones y sus políticas, despojadas de la cobertura
edulcorada y engañosa de su predecesor, que resulta ser un vocero del imperio
que concita muy extendido rechazo y con el potencial de generar mayor
concertación de adversarios tanto dentro de EE.UU. como en la esfera
internacional.
En parte de lo antedicho y en lo que sigue, si se quiere, partimos
de consideraciones que desafían o se distancian de lo “políticamente correcto”,
pero también de lo anecdótico.
Por todo lo repugnante, arrogante y pretencioso que resulta el
personaje, queremos tener un acercamiento a lo que se esconde o se presupone
que se esconde detrás de sus estridencias y sus giros ‘impredecibles’ de
política. Es sabido que en lo que se ve (o se escucha) casi nunca hay
correspondencia con la realidad de un fenómeno.
El Presidente en su laberinto
Por muy lógico que sea el rechazo que genera, casi que se ha
establecido una visión estereotipada acerca del actual presidente
norteamericano, que no ayuda a un análisis serio. En estas líneas queremos
ubicar el fenómeno Trump en el contexto que le ha dado origen y en hipótesis
acerca del complejo marco en que se desempeña.
Este reaccionario personaje debe ser repudiado en sí y como cabeza
del imperio, pero sin perder de vista la cualidad también maligna de muchos de
sus adversarios políticos, que incluyen republicanos, demócratas y otros que
desde hace algún tiempo han asumido el rol de “partido de la guerra”; la gran
prensa manipuladora; las agencias de seguridad; recordar que el procurador que
lo investiga no es figura inocente sino un ex jefe del FBI, etc. No se debe
descartar sin embargo que si el Presidente se viera arrinconado pudiera llegar
a ser un factor verdaderamente peligroso.
De entrada descarto la tesis de un personaje mentalmente
desequilibrado. Aunque por momentos pareciera que actúa por impulsos, hay que
considerar el marco en que se mueve, las presiones que enfrenta, en medio de
muy poderosos y bien asentados centros de poder y poderes en la sombra, y sin
que cuente siquiera con el respaldo de una parte de su propio partido. Como
resultado se estaría dando una mezcla de políticas reaccionarias e
impresentables que son de su cosecha, con otras que ha debido asumir en medio
de tales presiones cruzadas.
No me caben dudas que llegó a la nominación republicana y al
triunfo electoral sin el consenso, como ha sido habitual, de la oligarquía del
país, sobre todo de sus segmentos financiero y transnacional. Aun desde antes
de ganar la presidencia ha enfrentado una brutal campaña como no se ha visto
antes con un presidente en etapa tan temprana.
Aunque ha sido atacado por una inmensa pluralidad de asuntos y
conjeturas, parto de la convicción que el tema de las supuestas conexiones con
Rusia, que ha sido central y permanente en la campaña (acompañada de los entes
que lo investigan y amenazan procesarlo), ha sido esencialmente montado
aprovechando que el espectro del “vienen los rusos” está grabado profundamente
desde el pasado siglo en la psiquis de muchos estadounidenses y que ahora lo
retoman para impedir el acercamiento con Moscú, poner a Trump a la defensiva y
obligarlo a atemperarse a las políticas básicas del interés de la élite.
Un elemento esencial que guía a una parte de sus oponentes es la
pretensión o la necesidad de mantener un clima de guerra y de tensiones, a lo
que por momentos el Presidente parece acomodarse, aunque también ello se
confunde o trastoca dado el concepto negociador y hábitos del mismo de lanzar grandes
amenazas como via de ablandar a sus adversarios antes de pasar a una
negociación, libre de ataduras y acuerdos multilaterales.
Otro ejemplo, en el mismo sentido ha sido su aparente
inconsecuencia y oscilaciones con los nombramientos en el gabinete y asesores
en la Casa Blanca ,
asunto en que obviamente de entrada se vio forzado a sustituir figuras de su
entorno por otras más del gusto del establishment o de sectores opuestos de su
propio partido, para luego maniobrar, volver a la carga y reinstalar otras más
de su confianza y entorno.
El pulseo con el establishment permanece irresuelto y se supone
que sólo con las elecciones de medio término las aguas cogerían su nivel en un
sentido o en el otro. Aunque el presidente ha debido congeniar con algunos de
esos intereses, no caben dudas de sus habilidades ante el cerco mediático y
judicial, y no ha dejado de defenderse como gato boca arriba o, incluso, de
tomar con frecuencia la ofensiva.
Por el momento el gobierno se ha beneficiado con una momentánea pero
marcada recuperación económica, aunque existen opiniones divididas sobre la
consistencia de la
misma. Algunos autores estiman que el repunte sólo encubre la
explosividad financiera subyacente.
Aunque el grueso de los círculos financieros y de Wall Street
apostaban por Hillary Clinton, con el cursar de los meses de la presidencia de
Trump muchos cambiaron de opinión y apoyan las políticas de este que les han
permitido obtener desregulaciones financieras de su preferencia, reducciones de
impuestos que deseaban y otros estímulos.
Asimismo, todo parece indicar que Trump sigue apelando y cuenta con considerable apoyo de muchos de los que le dieron el voto en la pasada elección. Mediante una descarnada confrontación con la gran prensa que lo ataca, pretende mantener la fidelidad de sus bases dela “América Profunda ”.
Debe tomarse nota de que un 40% -o incluso un 30%- del respaldo que registran
algunas encuestas sería equivalente a los que por él votaron en noviembre de
2016. Fue una elección donde, como es habitual, votó un 50% y algo más de los
electores, con lo cual basta aproximadamente (y así le bastó a casi todos sus
predecesores) un 27% del electorado para ser electo presidente.
Asimismo, todo parece indicar que Trump sigue apelando y cuenta con considerable apoyo de muchos de los que le dieron el voto en la pasada elección. Mediante una descarnada confrontación con la gran prensa que lo ataca, pretende mantener la fidelidad de sus bases de
Se maniobra para corregir el rumbo
Al nivel de algunos círculos influyentes ha devenido sentido común
la noción de que las políticas en curso, sobre todo la proyección imperial para
mantener a toda costa la pretensión de conservar la primacía a nivel planetario
ha estado minando al país y contribuyendo a su declinación. Asumen la
conveniencia de fortalecer al imperio a través de una estrategia que contemple
“mayor desarrollo interno y menos desastres externos”. En ello también pesan
visiones divergentes sobre la globalización y sus efectos. Parece abrirse una
etapa de reordenamiento de fuerzas con perspectivas todavía inciertas, en la
medida que esta estrategia se despliega en sus inicios sin un amplio consenso.
Según no pocos analistas, Trump y los círculos
que lo apoyan representarían una opción distinta para “salvar el sistema”, pero
muy compleja en el marco de los poderosísimos intereses creados en torno a la
economía de guerra, los más que pujantes círculos financieros y las
transnacionales en el marco de la globalización, y otros.
De mucho peso deben ser sus respaldos cuando,
por ejemplo, al asumir el cargo, el presidente dio marcha atrás al Acuerdo
Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica (TTP), pieza central de
Obama en su política de reafirmación del poder económico y militar en la región
del Pacífico, cambiando con ello parte de las reglas de juego global de las que
han sido máximos beneficiarios desde la década del ’70 hasta la actualidad. Ello
se conjuga con sus pasos para desentenderse de las obligaciones multilaterales,
tener las manos libres y gestionar los acuerdos comerciales en un marco
bilateral donde el peso específico y las presiones de EE.UU. se impongan.
Para reducir perspectivamente el sobredimensionamiento de los
compromisos globales de EE.UU. y contar con recursos para encausar el
desarrollo doméstico, renovar las infraestructuras, la explotación de energía
(muchas de ellas contaminantes), o el regreso de las inversiones de capital, el
actual mandatario necesitaría cierto reacomodo y reducción de tensiones sobre
todo con Rusia, y también China, países que nunca ha descrito como enemigos
mortales sino, más bien, como competidores. En septiembre de 2016 declaró
formalmente: “Estoy proponiendo una nueva política exterior dirigida a hacer
avanzar los intereses nacionales de los Estados Unidos, promover la estabilidad
regional, y producir un alivio de las tensiones en el mundo”.
En lo que aquí analizo coincido y podría citar a muy respetados
analistas, como es el caso de Michael Klare, experto en estos asuntos y
habitual crítico del Presidente, quien afirma y da este título a un reciente
artículo: “Es un error asumir que Trump no tiene una estrategia de política
exterior” coherente. Y agrega que “sus discursos de campaña electoral y sus
acciones desde la presidencia, incluyendo su reciente aparición con Putin en
Helsinki, reflejan su adherencia a un concepto estratégico medular: la urgencia de
establecer un orden mundial tripolar”.
Esa proyección no puede emprenderse de inmediato ni de manera
lineal cuando el país tiene tropas desplegadas en más de un centenar de países,
con múltiples compromisos de gobierno e internacionales, presupuestos aprobados
y en general como heredero de patrones y programas puestos en marcha por sus
predecesores.
Ese empeño sería también trasfondo de la puja que tiene lugar en
Washington.
Un ejemplo son las expresiones de Trump tanto durante la campaña
electoral como recientemente, en las que afirmó que el envío de tropas al
Oriente Medio fue un gran error, “casi equivalente a lanzar ladrillos en un
avispero”. ¿Pueden descartarse como frases demagógicas o meramente muestra de
oportunismo político? ¿Fue ello demostración de un individuo caprichoso o que
“no las piensa”? No está claro. Lo que no hay dudas es que él y varios de sus
aliados en el gobierno son fuerzas polarizantes dentro de la élite y de la
política del país.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=245218
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