domingo, 19 de agosto de 2018

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La meseta no es un “desierto”: 
la necesidad de rebatir 
los discursos del poder

Autor: Cristian Hermosilla. Colaboradorxs: Rebeca Sotelo y Pablo Blanco. Miembros de la CAEUyT
Desde la Cátedra Abierta de Estudios Urbanos y Territoriales compartimos este pequeño informe de 7 páginas para contrarrestar el discurso dominante que presenta a la meseta central del Chubut como un territorio sin alternativas.

Desde hace algunos años existe una gran campaña mediática nacional y provincial para asociar a la meseta con la imagen del desierto y la decadencia, y que sólo se podría salir de ese estado si se explota la megaminería con cianuro. Estas estrategias se construyen desde los medios masivos de comunicación y están a cargo de político/as y empresario/as ligado/as a los intereses mineros. Algunos ejemplos:
Hay dos cuestiones que deben ser discutidas: por un lado, la dinámica poblacional de la meseta ya que, en términos demográficos, tiene un comportamiento mucho más complejo que aquel que describen político/as y empresario/as a través de los medios hegemónicos (gente escapando despavorida hacia las ciudades). De hecho, desde hace 30 años, muchos de los departamentos en cuestión mantienen prácticamente la misma cantidad de población. Segundo, la población que tiende a migrar es aquella que vive en los campos (es decir, la que vive directamente de la tierra y la ganadería), no así la de los pueblos importantes de meseta, que han crecido década tras década. Pero el campo no ha dejado de ser rentable, sino todo lo contrario, su gran rentabilidad ha generado un modelo que concentra la tierra en pocas manos, mediante la expropiación y la expulsión de pequeños productores. Los grandes grupos económicos relacionados al agro o la minería han impuesto este modelo tanto en Argentina y Latinoamérica desde mediados de siglo XX. Patagonia no ha sido la excepción. Sin negar que existe, este artículo pretende relativizar la migración como problema terminal. Se pone en debate, por medio de datos estadísticos oficiales, la utilización política que se hace de las migraciones, que tiene como objetivo imponer una matriz productiva que, lejos de revertir estos procesos, podría significar la destrucción definitiva del territorio.
Migraciones rurales como fenómeno complejo Cuando los medios hegemónicos hablan de despoblamiento rural en meseta, se simplifica y generaliza un proceso que es mucho más complejo. El gráfico 1 muestra cinco departamentos rurales testigos (en gran medida coincidentes con la “zona de sacrificio”). Todos ellos tienen comportamientos distintos. Pero en términos generales pueden apreciarse dos grupos y ciclos: uno desde 1947 a 1990, caracterizado por un continuo descenso de la población en Gastre, Telsen y Paso de Indios (a excepción de Mártires y Ameghino, que tienden a mantener o aumentar). Un segundo período se da entre 1991 y 2010 donde, en términos generales, la población rural tiende a estabilizarse (Gastre tiende a hacerlo en 2001, incluso algunos departamentos han tendido a crecer, como Ameghino).
Pero si dentro de estos mismos departamentos discriminamos entre población rural dispersa2 y agrupada3 (ver Gráfico 2) nos encontraremos con que el grueso de población que históricamente se ha visto obligada a migrar, es la primera, es decir, aquella que vive en y del campo. Esto como consecuencia del debilitamiento de las economías regionales, centradas en la ganadería ovina extensiva y, en su momento, por la posibilidad de trabajo que ofrecían ciudades en pleno auge industrial, como Trelew y Puerto Madryn. Pero la población agrupada en pequeños poblados ha aumentado década tras década a partir de los 90. Por lo tanto, puede decirse que desde desde 1950 hasta 1990 hubo una migración con clara tendencia campo-ciudad extraregional; mientras que, desde 1990 a la actualidad, la tendencia ha sido la migración campo-pueblo intrarregional.
Por lo tanto, si se ponemos el foco en los últimos tres censos, la dirigencia política y empresaria pro minera, seguramente se sorprendería, ya que los pueblos rurales más importantes de meseta, como Gastre, Gan Gan, Telsen o Paso de Indios, no han disminuido su tamaño sino que han crecido de manera sostenida (ver Gráfico 3). Cabe aclarar que algunos poblados pequeños de meseta, como aldeas escolares o parajes, sí han visto disminuir su población, lo cual es lógico ya que nacieron para dar contención a las familias de los peones o trabajadores rurales. Pero al destruirse las pequeñas economías ganaderas, las aldeas y parajes también han perdido relevancia. Los medios nacionales y provinciales ponen el foco en estas últimas, sobre todo en Las Plumas y el Mirasol (un ejemplo ello es una extensa cobertura del diario La Nación en octubre de 2012, citado al inicio), ya que han tenido un pequeña disminución entre 2001 y 2010, pero a pesar de ello, son presentadas como ejemplo del éxodo irreparable que sufre la meseta en general.
Por lo tanto, cuando se asegura desde el poder que la región se está convirtiendo en un desierto, lo que en realidad se hace es distorsionar la realidad, además de omitir que las políticas estatales no han ofrecido alternativas viables a pequeño/as y mediano/as productore/as. A pesar de la desidia estatal, los últimos censos demuestran que mucha población prefiere resistir en la región con sus costumbres y saberes antes que integrar los barrios pobres de las ciudades. Ésta es la principal razón para pensar que a la población local no le da lo mismo destruir su entorno y, sobre todo, que existen cuatro bienes claves para cualquier proyecto productivo regional sustentable: energía (potencial eólico), tierras, agua en grandes acuíferos y un pueblo con fuerte arraigo territorial.

¿La meseta para los grandes grupos económicos?
Pero el campo no ha dejado de ser rentable, sino todo lo contrario, su gran rentabilidad ha generado un modelo que concentra la tierra en pocas manos mediante la expropiación y la expulsión de pequeños productores. Esto se ha dado con la ganadería, y se terminará de consolidar con la megaminería a cielo abierto. La caída del precio internacional de la lana, el sobrepastoreo, la desaparición de mallines, entre otros, han sido factores que condicionaron la productividad de la región. Pero no afectó a todos por igual. Si analizamos principales departamentos ganaderos de meseta entre 1960 y 2008, observaremos una fuerte disminución de los establecimientos menores a las 5000 hectáreas, pasando del 66% al 45%, mientras que los mayores a 5000 hectáreas representaban el 33% en 1960 y el 54% en 2008. Por lo tanto, la población ligada a los pequeños y medianos establecimientos ganaderos es la que ha debido migrar desde los campos a los pueblos de la región o a las grandes ciudades, dejando a merced de los grandes productores, y hoy a las grandes transnacionales mineras, el provecho de un territorio que es altamente rentable.
La economía lanar no ha desaparecido como también se intenta imponer a través de los medios. Según el Ministerio de Economía de Nación, la lana (sucia más peinada) se encuentra dentro de los 4 principales productos exportados por Chubut en el año 2016, por un valor de 136,4 millones de dólares. Además, a nivel nacional aporta el 71,8% de lana peinada y el 64,2% de la lana sucia. Estos índices seguirán creciendo ya que desde 2016 el precio de la lana presenta una importante alza mundial. El gráfico 5 nos demuestra que, en términos generales, más allá de la lana, la provincia es un territorio muy rentable y exitoso para quienes hacen negocios en el mercado internacional. Tal es así que se encuentra en el cuarto lugar nacional de provincias exportadoras.
Pero Chubut no exporta cualquier tipo de productos. El poder económico internacional le está exigiendo a los diversos gobiernos de turno, que los territorios se consoliden como proveedores de commodities4 . En este sentido, Chubut está haciendo bien las tareas. Como detalla el Gráfico 6, las exportaciones que realiza la provincia se basan en 4 grandes sectores: depredación del mar, aluminio, explotación petrolera sin procesamiento y lanas. Todo, salvo el aluminio, es exportación de naturaleza sin procesar. Por lo tanto, caben muchas preguntas ¿La migración campo-pueblo intraregional, y en menor medida campo-ciudad extraregional, se debe a la falta de posibilidades o a que el Estado prioriza un modelo de exclusión y expulsión a favor de los grandes grupos económicos? ¿Por qué una provincia con poco/as habitantes y tan “competitiva” en términos de exportación de naturaleza tiene tan graves problemas económicos? ¿Dónde van las ganancias? Por lo pronto podría decirse que la fase superior de este modelo extractivista5 es la megamiería, pero a diferencia de las actividades ya descritas, la destrucción del ambiente y las economías regionales locales sería definitiva. ¿Despojo disfrazado de migración? La falsa preocupación sobre el despoblamiento de la meseta, oculta un doble discurso, ya que el modelo extractivo exige generar “desiertos” y expulsar población. La minería metalífera a gran escala necesita despojar social y ambientalmente aquellos territorios que contienen los preciados commodities. El motivo es simple, a medida que se profundiza el modelo, se hace imposible su convivencia con otro tipo de economías regionales, ya que interfieren en su expansión. La solución del capital ha sido despojar el campo de comunidades pre-existentes (pequeño/as propietario/as, campesino/as y/o pueblos originarios) por medio de la violencia o el empobrecimiento sistemático. Este proceso no es nuevo, se remonta a la época de la colonia, pasando por la mal llamada “Conquista del Desierto”, pero nunca había llegado a los niveles actuales de destrucción de la naturaleza. 

La megaminería, propone un tipo de poblamiento que no es sustentable, ya que genera enclaves o “islas territoriales” desvinculadas del resto de la región, sin conexión con los territorios pre-existentes que los rodean. Este poblamiento es duradero sólo hasta el agotamiento de los recursos. En cambio, muchos de estos territorios rurales podrían ser la base para economías regionales de pequeña escala productiva agrícola-ganadera. Sea aprovechando el agua de los acuíferos (estudios preliminares expresan que se podría abastecer a 300.000 habitantes durante 320 años) y el gran potencial eólico. 

¿Profundización del despojo y migración, o búsqueda de alternativas comunitarias y arraigo de la población? Esa es la cuestión. Vale la pena repetir que pesar de la desidia estatal, los últimos censos demuestran que mucha población prefiere resistir en la meseta con sus costumbres y saberes antes que integrar los barrios pobres de las ciudades. Esta es la principal razón para pensar que a la población local no le da lo mismo destruir su entorno y, sobre todo, que existen cuatro bienes claves para cualquier proyecto productivo regional sustentable: energía (potencial eólico), tierras, agua en grandes acuíferos y un pueblo con fuerte arraigo territorial. - Cátedra Abierta de Estudios Urbanos y Territoriales

Fuente: http://www.biodiversidadla.org/Principal/Secciones/Documentos/Argentina_-_La_meseta_no_es_un_desierto_la_necesidad_de_rebatir_los_discursos_del_poder

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