Ante la crisis, ¿Asamblea Constituyente?
28 de
agosto de 2018
Por Rolando Astarita
Ante la crisis económica y las
investigaciones de corrupción, algunos partidos de
izquierda
piden la salida del gobierno de Cambiemos, de los gobiernos provinciales, y la
convocatoria a una Asamblea Constituyente. Según este planteo, una AC debería,
entre otras medidas, dejar de pagar la deuda; estatizar la banca, el transporte,
las empresas energéticas; e imponer el control obrero. O sea, aplicar un
programa de transición al socialismo.
Históricamente, la demanda de
convocar a una AC ha sido una consigna que los socialistas levantaron frente a
regímenes dictatoriales. Pero, ¿cuál es el sentido de convocar a una AC cuando
existe un régimen democrático-burgués y regularmente se realizan elecciones?
Además, en Argentina más del 90% de los votos van a partidos enemigos del
socialismo, y de cualquier transformación social profunda. Más aún, en las
elecciones sindicales los trabajadores votan, regularmente, a dirigentes que
defienden al sistema capitalista (el apoyo a la izquierda marxista es
minoritario). ¿Por qué cambiaría esta situación con una AC?
Para hacer más concreto el
tema, veamos la cuestión del control obrero. Como he mencionado, se sostiene que
una AC debería implantar el control obrero sobre la banca, el comercio exterior
y otros resortes fundamentales de la economía. Sin embargo, la mayor parte de
los sindicatos están dominados por burócratas, vinculados por innumerables lazos
con la clase capitalista y el Estado. ¿Cómo se puede implantar el control obrero
en estas condiciones? Si no existe movilización revolucionaria, una estatización
“con control obrero” no será otra cosa que una estatización con colaboración de
la burocracia sindical con la clase dominante. Todo lleva a la misma conclusión:
es imposible aplicar un programa de transición al socialismo “desde arriba”,
desde una institución de la democracia burguesa.
Sin embargo, frente a estas
objeciones, algunos argumentan que la AC debería ser impuesta “mediante la
lucha”. Pero el carácter de clase de las instituciones del Estado no depende de
la correlación de fuerzas “en lucha”. Más de una vez las masas, con sus
movilizaciones, obligaron a renunciar a gobiernos, nacionales o provinciales,
pero en la medida en que no quebraron el poder de la burguesía, se quedaron con
las manos vacías. De ser necesario, la clase dominante cambia figuritas en las
cumbres para que todo siga igual en las profundidades de las relaciones
sociales. El llamado a una AC no puede modificar esto.
Solo si las masas trabajadoras
quiebran el monopolio del poder estatal, que está en manos de la burguesía,
podrán abrir el camino a transformaciones revolucionarias.
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