domingo, 6 de noviembre de 2016

Preguntémonos sobre el sentido de impunidad que llevó a la casta política a cotizarse exorbitantemente radica en:

La fusión entre democracia y estado de excepción en el modelo biopolítico 
de Giorgio Agamben:

una reflexión en torno a los efectos de la “exclusión-inclusiva” de 
la “nuda vida” en el ejercicio de la política occidental

Ayder Berrío Puerta
Trabajo de investigación presentado para optar al título de Magister en Ciencia Política Directora ELSA BLAIR TRUJILLO Phd. en Sociología, UCL, (Bélgica) UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA INSTITUTO DE ESTUDIOS POLÍTICOS MEDELLÍN 2008

Con frecuencia, según el modelo impuesto por el pensamiento jurídico filosófico de los siglos XVI y XVII,
 el problema del poder se ha reducido al concepto de soberanía.
En contra de este privilegio del poder soberano, he intentado hacer un análisis que iría en otra dirección.
Michel Foucault. Les rapports de pouvoir passent á l´intérieur des corps. La Quinzaine Littéraire, nº 247.

Exhibir el derecho en su no-relación con la vida y la vida en su no-relación con el derecho significa abrir entre ellos un espacio para la acción humana, que en un momento dado reivindica para sí el nombre de “política”. Giorgio Agamben, Estado de excepción, p.157.

INTRODUCCIÓN
Michel Foucault en su texto Defender la sociedad (2002) señala, como uno de los fenómenos más relevantes del siglo XIX, el ingreso de la vida (en cuanto optimización y aumento de las fuerzas vivas), dentro de los cálculos del poder, es decir, del ejercicio por parte del Estado de un poder positivo sobre la vida de los individuos. Un poder capaz de “hacer vivir y dejar morir”. Foucault va a justificar esta estatización de lo biológico, partiendo desde su origen en el derecho de vida y de muerte contemplado en la teoría clásica de la soberanía, según el cual la vida y la muerte de los súbditos, sólo se convierten en derechos por efecto de la voluntad soberana, lo cual implica una posición paradójica del individuo de cara al poder, pues ante éste, no se halla ni vivo ni muerto. Según Foucault, el derecho de vida y de muerte sólo se ejercía, de manera desequilibrada, en tanto que el soberano era quien tenía la posibilidad de matar. En otras palabras, se trataba fundamentalmente de un derecho de espada. No había en él, por lo tanto, una simetría real: “no es el derecho de hacer morir o de hacer vivir. No es tampoco el derecho de dejar vivir y dejar morir. Es el derecho de hacer morir o dejar vivir. Lo cual, desde luego, introduce una disimetría clamorosa”.

Esta estatización de lo biológico, como mencionamos antes, este poder sobre la vida, que alcanza su forma más plena y articulada a comienzos del siglo XIX, así como, su forma más cruenta durante el nazismo, inició su desarrollo con dos siglos de anterioridad, gracias al avance en los conocimientos científicos que permitieron que la vida, por primera vez, se hiciese un hecho visible y enunciable, con lo cual se abrió paso a un posible campo de intervención para las técnicas políticas de administración sobre la vida de individuos y poblaciones. Aquella base inaccesible que sólo se manifestaba a través de la muerte y, sobre todo, a través de la muerte maximizada por fenómenos como las epidemias o el hambre, emerge, por primera vez, como conjunto de fuerzas más o menos controlables, optimizables y estimulables. De esta manera el trabajo de Foucault acerca de la entrada de la vida en los cálculos del poder (biopoder/biopolítica), nos permite apreciar cómo los mecanismos de que dispone el poder, técnicas, disciplinas y procedimientos, que tenían como objetivo construir el cuerpo individual, se empiezan a complementar con otros mecanismos reguladores cuyo objetivo será la población en lo tocante a sus procesos biológicos: tasa de natalidad y mortalidad, políticas de salud pública, entre otras.

Así, en los procedimientos disciplinarios hasta la primera mitad del siglo XVII, con fuertes raíces en la concepción judeocristiana del poder, como se verá más adelante, las acciones de poder situadas en los controles cotidianos y sutiles del cuerpo individual resultan, al parecer, “conectadas” con el ejercicio de una “razón de estado”, que toma a su cargo, desde mediados del Siglo XVIII (y se podría decir que hasta nuestros días), la gestión de los procesos biológicos de la población. ¿Cuáles serían entonces las condiciones históricas que han posibilitado la aparición de estos mecanismos reguladores sobre la vida (o biopolíticas) al mando del Estado en nuestras sociedades, independiente del sistema político que las rija?

El origen de esta lógica de la gestión de la vida de individuos y poblaciones lo cifra Foucault en el tipo de poder desarrollado por el cristianismo, el poder pastoral, donde cada individuo (oveja) ha de dejarse gobernar por otro (pastor) durante toda su vida, con el objetivo de alcanzar la salvación y la libertad espiritual, tras la renuncia a este mundo imperfecto, que no deja más que insatisfacción y culpa en quienes no se dejan guiar por su pastor-gobernante. Centrémonos en lo fundamental que resulta comprender la idea del ejercicio del poder pastoral sobre un rebaño-pueblo, antes que sobre un territorio, pues, éste es el primer atisbo de una forma de poder sobre la vida que (lo veremos en el capítulo dos), alcanzará gracias al surgimiento de las disciplinas, un mayor grado de perfeccionamiento en sus tecnologías de intervención sobre los sujetos; de tal suerte que durante los siglos XV-XVI, este poder pastoral y sus mecanismos asociados: examen de conciencia, confesión, dirección espiritual y penitencia, ejercidos principalmente en el ámbito de los monasterios y de la administración eclesiástica, se difundirán en diversos ámbitos de la vida cotidiana (ejército, familia, escuelas, asilos, arquitectura, prisiones, clínicas, etc.), cristalizando así, en el plano estatal, la práctica de la “razón de estado”.

El trabajo sobre estos análisis en torno a lo que Foucault denomina como la progresiva “gubernamentalización” de las relaciones de poder, explora, finalmente, las metamorfosis que posibilitan el tránsito de la “razón de estado” al tipo de lógica propio del liberalismo económico. Así, tras acuñar el concepto de “gubernamentalidad”, Foucault explicitará el paso que se da en el siglo XVII de un “arte de gobierno”, basado en la soberanía, los reglamentos, el territorio y las disciplinas, a otro centrado en las técnicas científicas y económicas, aplicadas a la gestión de la vida de la población. Lo anterior no implica que en Foucault la soberanía deje de ser objeto de reflexión. Por el contrario, se hace necesario pensar una teoría de la soberanía de la cual no haya que deducir un “arte de gobierno”, puesto que este ya existe y se desarrolla por separado. Será preciso, más bien, preguntarse por qué tipo de fundamento se usará desde el Derecho para continuar justificando la soberanía del Estado. A lo largo de nuestro acercamiento analítico sobre las investigaciones foucaultianas en torno a la analítica del poder, veremos la manera en que se perfila una suerte de genealogía de la subjetividad moderna, o mejor, un estudio de la objetivación del sujeto a partir de ciertas técnicas de poder que lo moldean como un individuo normalizado, ya sea por medio de mecanismos disciplinarios que intervienen sobre su cuerpo y su conducta, o bien, mediante procedimientos que establecían su verdad singular, como objetivo de las técnicas de regulación que gobiernan al sujeto, interviniendo, de manera global, sobre el conjunto biológico de la población. En todos estos casos, los sujetos no dejan de ser objetivados como tal por mecanismos de los que se hallan al margen y que vienen dados por instancias exteriores a ellos mismos: religiosos, jurídicos, pedagógicos, médicos, familiares, biológicos, administrativas, entre otros. Estos serán los fenómenos que, a partir del siglo XVIII, se empiezan a tomar en cuenta y que conllevan a la introducción de toda una medicina eugenésica que tendrá como fin la higiene pública y la medicalización de la población.

Todos estos procesos ocurren, pues, en la medida en que la vieja teoría del poder (venida de la soberanía), que mencionamos antes, resulta insuficiente como modelo de poder para una sociedad que, al parecer, tiene otra lógica de funcionamiento y se encuentra atravesada por profundos cambios sociales a partir del siglo XVII. Asociada a la gubernamentalización progresiva del Estado, se origina una tecnología regularizadora de la vida (biopoder), provista, a su vez, de dos mecanismos de intervención sobre la misma: la anatomopolítica en los individuos y la biopolítica en las poblaciones. En efecto, desde el siglo XVIII, tras el advenimiento del capitalismo y la revolución industrial, se elaboran estas dos nuevas tecnologías de poder que se encuentran superpuestas, e incluso, con cierto desfase cronológico: primero, la disciplinaria y normalizadora del cuerpo, luego la biológica y regularizadora de la vida. Dado lo anterior, el biopoder se presentaría en Foucault como una relación estratégica y no como un poder para fundar la soberanía. Lo que está en juego con estas nociones de biopoder y/o biopolítica (que, como veremos, Foucault utiliza indistintamente aunque nosotros trataremos de diferenciarlas), es el individuo como simple cuerpo viviente, al igual que la especie humana en tanto población, susceptible de ser analizada, descrita y regulada por diversos dispositivos y tácticas de sujeción al poder.


Las relaciones entre biopoder y liberalismo, y la biopolítica como política de exterminio y muerte (tanatopolítica), así como, la relación entre las categorías jurídicas desde las que se incluye y excluye la vida, por parte del poder soberano, van a constituir el punto de partida de las reflexiones del filósofo italiano Giorgio Agamben, quien retomará, en aras de cimentar un nuevo modelo biopolítico del poder, estos tópicos no desarrollados en su totalidad por Michel Foucault. Tendríamos, entonces, dos autores que, apoyados en marcos conceptuales diferentes, uno desde la historia y el otro desde la filosofía, tratan de explicar cómo se dan las fracturas biopolíticas de las poblaciones. La pregunta por la gestión de la vida biológica de la población es un ejemplo claro de algunas preocupaciones comunes, pero, como se anotó, tanto Foucault como Agamben se ubican en lugares diferentes y con intereses distintos. A pesar de todo esto, ambos pensadores hablan de un cambio, una transformación que puede darse con ciertas condiciones; por un lado, la posibilidad de salir de la racionalidad política, por el otro, la salida del poder soberano. En ambos casos sus esfuerzos tendrán un norte común, la emancipación de la vida de esa lógica férrea, de esa lógica totalizante, que entrampa la vida del sujeto, en un juego en el cual, ni aún muerto puede abandonar. En este punto es preciso llamar la atención, sobre el esfuerzo que realizan ambos pensadores por adentrarse en los confines de lo político situándose al margen de las estrategias excluyentes aunque explicativas de la soberanía (tan características de la filosofía política), presentada bajo la forma de los Estados de Derecho democráticos y su connatural reconocimiento del sujeto humano como poseedor de derechos. (…)Leer

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