Notas para un balance a
40 años del golpe militar
El viaje de Obama a
Argentina, coincidente con el cuarenta aniversario del golpe militar, parece
una buena ocasión para pasar revista a algunas cuestiones que pueden ayudarnos
a entender el rol de EEUU, y de la clase dominante argentina en 1976, y la
naturaleza de la dictadura.
EEUU apoyó al golpe militar y la represión
Empecemos diciendo que EEUU apoyó al golpe
militar de marzo de 1976. En 1976 Henry Kissinger, por entonces secretario de
Estado, dio luz verde para la política de secuestro, tortura y muerte
desplegada por la
dictadura. En abril de ese año se reunió con el ministro de
Relaciones Exteriores de Argentina, César Guzzetti. Según el memorándum secreto
de esa reunión (revelado en 2004) Guzzettti planteó que “el principal problema
que tenemos es el terrorismo”, a lo que Kissinger respondió “si hay cosas que
tienen que hacer, hacerlo rápidamente”. Luego, en agosto de ese mismo año,
Kissinger mantuvo una reunión con el embajador estadounidense en Argentina,
Robert Hill, a quien le confirmó la conversación mantenida con Guzzetti. En
1977, ya bajo el gobierno de Carter, Hill informó a Patt Derian, secretaria de
Estado para los derechos humanos, que pensaba que el mensaje de Kissinger a
Guzzetti había llevado a la dictadura militar a intensificar la represión.
Una larga tradición de intervenciones y golpes militares
La política de EEUU en 1976 se inscribe en una larga tradición de
agresiones militares y respaldo a regímenes sangrientos. Aunque esto es
conocido en general, es útil pasar revista al “listado” de hechos. Para esto,
transcribo un pasaje de mi libro Valor, mercado
mundial y acumulación:
“Tomando solo el período de posguerra hasta mediados de la década
de 1970, y sin ánimo de ser exhaustivos, anotamos las maniobras de EEUU para
crear “protectorados” en Borneo Británica, Birmania del Norte, Kuwait, Qatar,
Bahrein y Oman; la organización, en 1953, del golpe de Estado que derrocó al
gobierno nacionalista de Mossadeq, en Irán, para instalar al sha, favorable a
los intereses de las petroleras occidentales; el apoyo, en 1954, al golpe
militar reaccionario de Castillo Armas, en Guatemala; el desembarco en 1958 de
tropas en Líbano; el apoyo a las dictaduras latinoamericanas de Stroessner de
Paraguay; Somoza de Nicaragua; Pérez Jiménez de Venezuela; Trujillo de Santo
Domingo; Batista de Cuba; Odria de Perú; Rojas Pinillo de Colombia; el ahogo y
ataque a Cuba a partir de que esta decidió independizarse económicamente de
EEUU; el desembarco en 1961 de tropas contrarrevolucionarias, con apoyo de
EEUU, en Bahía de los Cochinos; las intervenciones a favor de fracciones pro-estadounidenses
en Guatemala, 1963; Ecuador, 1963; y Honduras, 1963; el desembarco en 1965 de marines en Santo Domingo; el apoyo a la
dictadura de Indonesia; el apoyo a los golpes militares en Brasil, 1964;
Argentina, 1966; Chile, 1973 –previa acción desestabilizadora-; Uruguay, 1973;
y Argentina, 1976, junto a la participación en el plan Cóndor; la intervención
militar en Vietnam, luego extendida a Laos y Camboya; las acciones
desestabilizadoras en Chipre, Bangladesh, Grecia, para generar climas propicios
a golpes de Estado; y el apoyo financiero a fracciones pro estadounidenses en
guerras civiles o contrarrevolucionrias en Angola”.
Pero la burguesía argentina fue la “responsable” del golpe
Días atrás leí en un periódico de izquierda que “EEUU fue el responsable del golpe militar”. Sin olvidar por un
momento lo que hemos reseñado en el punto anterior, hay que decir que lo que
afirma ese periódico de izquierda no es cierto. La “responsable” del golpe de 1976
fue la clase capitalista criolla. La razón es a la vez simple y
brutal: había que acabar con el peligro que representaban el movimiento obrero
combativo y las organizaciones armadas. En los meses anteriores al golpe el
“establishment” económico, las cámaras empresarias, las principales figuras
políticas de la oposición, habían llegado a la conclusión de que el gobierno de
Isabel no podía enderezar el rumbo. La crisis económica era aguda, y el
movimiento obrero resistía los planes de “ajuste”. Por eso, en marzo de 1976 el
golpe fue presentado como una solución casi natural. Así, los grandes diarios (La
Nación, Clarín, La Razón y La
Opinión) dijeron que era “lógico” e “inevitable”, dado el “caos”,
“descontrol”, “desintegración del país”, “desgobierno” y “anarquía” del
gobierno de Isabel. Expresaban
lo que pensaba la amplia mayoría de la clase dominante. De hecho,
ese discurso lo encontramos también en el Partido Comunista. En su declaración
del 25 de marzo de 1976, “Los comunistas y la nueva situación de Argentina”,
sostuvo que “no ha sido el golpe de estado del 24 el método más idóneo para
resolver la profunda crisis política y económica, cultural y moral. Pero
estamos ante una nueva realidad. Estamos ante el caso de juzgar los hechos como
ellos son”. Y con el tiempo aparecieron explicaciones más sofisticadas y tranquilizadoras.
Por ejemplo, Eugenio Zaffaroni, hasta hace poco miembro de la Corte Suprema de
Justicia, junto a Ricardo Cavallero, publicó, en 1980, Derecho penal militar.
Allí sostuvo que “hay situaciones en las que existe un peligro actual de
absoluta inminencia o un mal gravísimo que ya se está produciendo y que es
necesario evitar o detener”. Situaciones que justificaban, a sus ojos, las
dictaduras militares y la pena de muerte.
Pero el apoyo civil que tuvieron los militares no fue solo discursivo.
Ricardo Balbín, el máximo dirigente de la UCR, prometió ayuda a Videla para
gobernar. El MID y el Partido Socialista sostuvieron abiertamente a la dictadura. Tal vez
más significativa haya sido la cobertura de intendencias y otros puestos. En
1978 había en el país 301 intendentes de la UCR (35% del total de los
intendentes del país); 169 del peronismo (19,3%); 23 de organizaciones
neoperonistas (2,7%); 109 del Partido Demócrata Progresista (12,4%); 94 del MID
(10,7%); 78 de las fuerzas federalistas (8,9%); 16 eran demócratas cristian os (1,8%) y cuatro intransigentes (0,4%)
(véasehttp://cronicasdelfuego.blogspot.com.ar/2010/08/los-intendentes-del-proceso.html).
Y hubo muchas otras colaboraciones, en múltiples instancias del Estado. Para
mencionar tres acasos de notables: Alicia Kirchner, actual gobernadora en Santa
Cruz, fue subsecretaria de Acción Social en esa provincia desde 1975 a 1983, sin
interrupción; un cargo con rango de viceministro. La ex diputada Elisa Carrió
fue nombrada por la dictadura, en 1979, asesora de la Fiscalía de Estado en el
Chaco; luego, en 1980, fue secretaria de la Procuración del Superior Tribunal
de Justicia de esa provincia, con nivel y jerarquía de juez de Cámara. El
secretario del gremio de la Construcción desde 1990, Gerardo Martínez, fue
colaborador del Batallón 601, que estaba dedicado a inteligencia y fue pieza
clave en la represión y desaparición de personas.
¿Cómo se puede lavar de responsabilidades a toda esta gente? Hay
que decirlo con todas las letras: las fuerzas motoras del golpe y de la
dictadura fueron internas. El golpe militar fue la respuesta
de la clase dominante argentina frente al nivel alcanzado por la lucha de clases;
coyuntura agudizada por las organizaciones armadas(existía “peligro
de absoluta inminencia”, como dijo Zaffaroni). Es en este marco que EEUU apoyó, por supuesto,
esta forma sangrienta de resolución del conflicto.
La dictadura no fue un títere de EEUU
Ya en los 1960 y 1970 Ruy Mauro Marini había polemizado con la
tesis, popular en la izquierda, que decía que los militares brasileños, que
habían tomado el poder en 1964, eran marionetas de EEUU. Marini demostraba que
la dictadura tenía fuerza propia, y que muchas de sus decisiones incluso se
enfrentaban a EEUU. El tema se relaciona con la cuestión de si países como
Brasil son colonias, o semicolonias, de EEUU. Lo he discutido en otras entradas
(aquí, aquí, aquí, aquí). Lo importante ahora
es señalar que tampoco
la dictadura argentina fue “títere” de EEUU. Tuvo coincidencias con
Washington; pero también diferencias, como lo puso en evidencia la venta de
trigo a Rusia, cuando EEUU había decretado el embargo; el desarrollo del plan
nuclear; o la guerra de Malvinas. Todo indica que la relación que mantuvo
Argentina con EEUU entre 1976 y 1983 fue propia de un país dependiente, no de
una colonia. Lo cual vuelve a colocar en primer plano el papel de la clase
dominante argentina durante la dictadura. Por este motivo, la tesis de que
Argentina está “dominada” como una colonia (y por lo tanto el golpe de 1976
habría sido “ordenado” por el imperio) es muy conveniente para el discurso que
aboga por un frente de colaboración de clases (véase más abajo).
La política de derechos humanos de Carter
En vísperas de la llegada de Obama,
analistas y comentaristas políticos han justificado o defendido lo actuado por
EEUU frente a la dictadura apelando a la política de derechos humanos de
Carter. Hasta se especuló con que Obama pudiera traer al ex presidente para
amortiguar las críticas de la
izquierda. Es que a partir de la asunción de Carter a la
presidencia, a principios de 1977, Washington presionó a la dictadura argentina
para que aflojara la
represión. Una muestra del cambio de orientación de Washington
lo tuvimos en la actuación de la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos de la OEA, cuando vino a Buenos Aires, en 1979. Políticos
argentinos, pero también activistas y familiares de desaparecidos hicieron
llegar sus denuncias y quejas. Cristina Kirchner se refirió al rol de Carter en
la Universidad de Georgetown, cuando inauguró la “Cátedra Argentina ”:
“Quiero hacer honor a la figura de Jimmy Carter, que junto a su secretaria de
Derechos Humanos tuvo un rol preponderante en lo que era intervenir en las
violaciones de los derechos humanos, logrando la liberación de algunos que, si
no, hubieran sido asesinados”. El ex canciller Héctor Timerman, en el mismo
sentido, recordó que su padre, Jacobo, preso y torturado por la dictadura, fue
liberado en buena medida por presión de Washington.
También la socialdemocracia europea
intensificó las críticas a la dictadura a partir de la subida de Carter. Estos
sectores presionaban por una salida democrático-burguesa, más o menos
negociada, que contuviese tensiones y restableciera el curso normal de los
negocios. Es que una vez derrotada la izquierda más radicalizada, no veían el
sentido de que continuara la
dictadura. Los partidos políticos que en un primer momento
habían apoyado a Videla, paulatinamente fueron adoptando la misma postura; esto
se ve claro en las posiciones de la UCR o el MID. Por eso, y casi imperceptiblemente,
fueron girando hasta que en 1983 todos terminaron siendo fanáticos
“demócratas” (y así siguen hasta el día de hoy, sin mirar sus prontuarios).
Estos cambios son más o menos comunes en cualquier régimen capitalista y no
deberían inducir a embellecer a la clase dominante.
La forma de dominio no es necesariamente la dictadura
Por lo planteado en el punto anterior, es un error pensar que la situación
de dominio “normal” de la burguesía es la dictadura militar (o fascista). Sin embargo, en sectores de la izquierda está muy arraigada la
idea de que las democracias burguesas son el exclusivo resultado de las luchas
revolucionarias de las masas. Sin subestimar la importancia de las revoluciones
democráticas “desde abajo”, lo cierto es que la democracia no deja de ser una
forma de dominio normal de la clase capitalista. Se puede decir que hasta es más segura que la dictadura, debido a
los mecanismos amortiguadores del conflicto y los recambios del personal
dirigente del Estado que posibilita. La dictadura es un recurso al que recurre
el capital, pero no necesariamente es el único de que dispone para dominar. Más
concretamente: la vuelta a la democracia burguesa en los 1980, en Argentina o
en otros países de América Latina, fue
realizada con el acuerdo no sólo de las clases capitalistas latinoamericanas,
sino también de Washington, los organismos financieros internacionales y los
principales gobiernos capitalistas. Es decir, por los mismos que habían consentido o avalado la
represión sangrienta de la izquierda “irreductible”. Consumado el “trabajo
sucio”, era hora de volver a la democracia del capital.
El balance de las relaciones internacionales debe ser completo
Dejo señalado que algún día la izquierda deberá incluir en sus
balances y debates sobre la dictadura la actitud del “movimiento comunista
internacional”. Conecta con lo que hizo el PC argentino, pero tiene sus
especificidades. En particular, hay que poner sobre la mesa el apoyo de Fidel
Castro a la dictadura de Videla (ver aquí). No es posible que
se siga pasando por alto esta cuestión.
Una precisión: la represión sangrienta no comenzó en 1976
Cuando se conmemora el aniversario del golpe militar muchas veces
se soslaya el hecho de que las detenciones arbitrarias, torturas y asesinatos no comenzaron en marzo de 1976.
Hay que acabar con el cuento (que repiten ad
nauseam Julio
Bárbaro, Grondona, Morales Solá y similares) de que el Perón de 1973 era un
viejito bueno, que se abrazó con Balbín y estaba deseoso de unir en paz a los
argentinos. El Perón de 1973 vino de la mano de López Rega, la burocracia
sindical, Lastiri, Isabel Perón y demás personajes siniestros. La masacre de
Ezeiza, el “navarrazo” (golpe de Estado en Córdoba, en febrero de 1974, que
depuso al gobernador Ricardo Obregón Cano) y los primeros asesinatos de la Triple A , ocurrieron bajo la conducción de
Perón. Y en los meses que siguieron a su muerte, la represión se
intensificó. Miles de luchadores obreros y populares fueron asesinados. Las
bandas de la Triple A
actuaron con total impunidad, y tuvieron apoyo de la Policía y de sectores, al
menos, de la burocracia sindical. A lo que habría que agregar detenciones
arbitrarias, torturas en las comisarías, más las bestialidades del Ejército en
Tucumán.
En este clima se preparó el golpe militar. La represión posterior a marzo de
1976 no apareció de la nada. Fue la continuación-profundización de lo que ya estaba iniciado. Pero
hasta el día de hoy los crímenes de Estado cometidos entre 1973 y marzo de 1976
siguen impunes. La tan proclamada “Memoria y Justicia” parece tener límites
infranqueables.
Otra precisión: el “programa neoliberal” no comenzó en 1976
El primer plan de “ajuste” a fondo contra
los trabajadores y el pueblo fue lanzado a mediados de 1975, con el famoso
“Rodrigazo” (el ministro de Economía se llamaba Celestino Rodrigo, que estaba
avalado por López Rega). Devaluación del peso del 150%, aumento promedio del
100% de todos los servicios públicos, suba de 180% de los combustibles, 45% de
aumento de los salarios y un plan de endeudamiento masivo con el exterior. El
plan de ajuste fue enfrentado por el movimiento obrero, Rodrigo tuvo que
renunciar y poco después hizo lo mismo López Rega, quien además abandonó el
país. Pero el Rodrigazo fue el antecedente de lo que vendría con Videla y
Martínez de Hoz.
Un balance que marque diferencias de clase
La dilución de la responsabilidad de la clase capitalista
argentina en el golpe militar; el silencio que rodea a los apoyos efectivos que
tuvo la dictadura; el ocultamiento de la naturaleza de clase de la represión
entre 1973-1976, y del Rodrigazo, no son olvidos inocentes. Son funcionales a
la estrategia de “frente anti-neoliberal” que predica el progresismo
izquierdista, nacional y popular. Por eso, el llamado (circula en las redes por
estos días) a deponer diferencias para marchar todos juntos (desde la izquierda
radicalizada hasta la
militancia K ) este próximo 24 de marzo, necesita ocultar y falsificar el pasado. Frente
a esto es imprescindible hacer análisis en términos de clases sociales, y no
temer ir hasta el fondo en los balances.
Fuente: https://rolandoastarita.wordpress.com/
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