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Biocombustibles: fantasía y realidad
28 de agosto de 2014
28 de agosto de 2014
Por Hira Jhamtani
y Elenita Dano / Red del Tercer Mundo
La falsa noción de que los biocombustibles son la panacea para la crisis energética y el calentamiento del planeta tiende a imponerse. Mientras que los países ricos se niegan a modificar su producción y sus modelos de consumo insustentables, los países en desarrollo que se embarcan en el cultivo de biocombustibles en gran escala inician un camino destructivo y peligroso.
Actualmente hay
un gran bombo publicitario a escala internacional en torno a los biocombustibles.
Estos materiales son considerados una de las soluciones a la crisis mundial de
energía y el problema del cambio climático causado por las emisiones de gases de
efecto invernadero. La Unión Europea ve a los biocombustibles como una fuente de
“energía sostenible”, mientras que Estados Unidos los considera “una forma de
salir de la adicción y la dependencia” del petróleo extranjero, y también como
solución tecnológica al cambio climático. A medida que aumenta la demanda,
muchos países en desarrollo ven en los biocombustibles una nueva mercancía de
exportación.
Los biocombustibles implican en gran medida la producción de etanol derivado de plantas, como sustituto del combustible diesel derivado de fósiles. Muchas de las fuentes actuales de biocombustibles se derivan de cultivos alimenticios como el maíz, la caña de azúcar, la palma aceitera, la soja y las semillas de colza. Ante la enorme preocupación por el aumento de los precios de los alimentos debido a la competencia por la producción de combustible, se estudian las posibilidades de una nueva generación de combustibles producidos a partir de desechos agrícolas y forestales, que todavía no son comercialmente viables.
El biocombustible
no es una nueva fuente de energía. Muchas comunidades de todo el mundo la han
utilizado en el pasado, aunque en pequeña escala y en general en el ámbito
doméstico.
En muchas partes del mundo, los biocombustibles han demostrado potencial para aumentar el acceso de los pobres a la energía e incluso ofrecer fuentes de ingreso para los hogares rurales, en especial los encabezados por mujeres.
En muchas partes del mundo, los biocombustibles han demostrado potencial para aumentar el acceso de los pobres a la energía e incluso ofrecer fuentes de ingreso para los hogares rurales, en especial los encabezados por mujeres.
Sin embargo, la
gran fanfarria armada en torno a los biocombustibles tiene un objetivo
diferente, que no es precisamente ayudar a los pobres, cuyo limitado acceso a la
energía y a los alimentos está gravemente amenazado. Los biocombustibles que
tanto entusiasman a todo el mundo no se producen a escala doméstica sino
industrial, en la dimensión del mercado internacional y en un mundo cada vez más
globalizado. Lo más preocupante es que este paradigma del mercado se basa en la
falsa creencia de que los biocombustibles ofrecen una solución tecnológica
rápida a la crisis mundial de la energía.
A medida que los países dependientes de importaciones de combustibles fósiles se esfuerzan por encontrar alternativas más económicas y que los países productores de biocombustibles buscan capturar su posible porción del mercado, se alimenta la ilusión de que nuestro insustentable sistema de producción, de consumo y de vida puede mantenerse con biocombustibles “limpios”, en lugar de los costosos y contaminantes combustibles fósiles. El énfasis se pone en la atención de la enorme demanda de las industrias y de los países industrializados. Esto genera algunas preocupaciones muy importantes en los países en desarrollo y en el resto del mundo.
Seguridad
alimentaria
Los
biocombustibles actuales se producen principalmente a partir de soja, maíz y
maní, y también de mandioca, caña de azúcar, palma aceitera y semillas de colza.
Por lo tanto,
se prevé que la competencia entre el biocombustible y el
suministro de alimentos se manifieste tanto en los recursos agrícolas como en el
precio.
Competencia por la tierra y los recursos agrícolas. El cultivo en gran escala de productos para usar como biocombustible generará una nueva competencia por recursos agrícolas y/o aumentará la competencia actual entre la producción de alimentos y la de biocombustibles, principalmente por agua y tierra. Deberían asignarse más tierras a la producción de biocombustibles, en especial de cereales y otros cultivos alimenticios, a fin de atender la creciente demanda y controlar así los precios disparados.
El problema es
que el planeta dispone de poca tierra para destinar al cultivo de alimentos,
mucho menos para destinar al cultivo de biocombustibles.
Según estimaciones, más de un tercio de todas las tierras agrícolas deberían convertirse a la producción de biocombustible para que la participación de éste en el consumo de combustibles para transporte aumente a diez por ciento.
Según estimaciones, más de un tercio de todas las tierras agrícolas deberían convertirse a la producción de biocombustible para que la participación de éste en el consumo de combustibles para transporte aumente a diez por ciento.
El aumento de la
producción de biocombustibles a escala comercial y la expansión de zonas
agrícolas incrementarán sustancialmente la demanda de agua para fines agrícolas,
que ya insumen noventa y tres por ciento del agua dulce disponible en el
planeta. Ya se proyecta que la cantidad de agua necesaria para la producción de
alimentos aumente de sesenta a noventa por ciento en los próximos cincuenta
años, especialmente si no mejora la productividad de agua. Si a esto agregamos
la demanda de producción de biocombustibles y las consecuencias del cambio
climático sobre el suministro de agua, el planeta se enfrentará a una nueva
crisis.
En la competencia
entre alimentos y combustibles, los pobres, que tienen acceso limitado al
control sobre la tierra y que deben luchar por el agua en muchos casos, llevan
todas las de perder.
Aumento de los
precios de los alimentos.
Se
prevé que los cultivos alimenticios, en particular los cereales, se producirán
más como combustible que como alimento humano o animal.
Aunque la segmentación de precios en el mercado internacional de productos
básicos pueda no ser un problema, la creciente demanda de productos que se
venden también como alimento humano o animal naturalmente elevaría su precio. En
2006, los precios del azúcar se duplicaron -impulsados en parte por el uso de
caña azucarera como combustible en Brasil- y los del maíz y el trigo aumentaron
veinticinco por ciento. Se proyecta que, si se mantiene el actual ritmo de
aumento de la demanda de biocombustibles, para 2020 el precio del trigo
aumentará treinta por ciento, el del maíz cuarenta y uno por ciento, y el de las
semillas oleaginosas 76,6 por ciento.
Para las personas más pobres del mundo, que destinan al menos la mitad de sus ingresos a la compra de alimentos, el aumento del precio de los cereales puede significar una amenaza para la subsistencia. Los precios más caros marginarían todavía más a los pobres del mundo, cuyo acceso fundamental a los alimentos suele verse obstaculizado por fluctuaciones de la oferta, la demanda y los precios. Se desviarían así fuentes de carbohidratos y proteínas de las personas al mercado de la energía. Asimismo, los altos costos de los alimentos para animales dejarían a los productores ganaderos y avícolas fuera del negocio, privando a millones de familias pobres de su fuente de sustento.
Para las personas más pobres del mundo, que destinan al menos la mitad de sus ingresos a la compra de alimentos, el aumento del precio de los cereales puede significar una amenaza para la subsistencia. Los precios más caros marginarían todavía más a los pobres del mundo, cuyo acceso fundamental a los alimentos suele verse obstaculizado por fluctuaciones de la oferta, la demanda y los precios. Se desviarían así fuentes de carbohidratos y proteínas de las personas al mercado de la energía. Asimismo, los altos costos de los alimentos para animales dejarían a los productores ganaderos y avícolas fuera del negocio, privando a millones de familias pobres de su fuente de sustento.
El aumento de
ingresos que los agricultores previsiblemente obtendrán por la subida de los
precios de sus cosechas si plantan para producir biocombustibles será
contrarrestado entonces por los altos precios que deberán pagar para alimentar a
sus familias. Seguridad alimentaria bajo amenaza. En definitiva, lo que está en
juego es la seguridad alimentaria del mundo. La reiterada afirmación de que el
mundo produce el doble de alimentos de lo que su población necesita puede dejar
de ser verdad ante la competencia de los biocombustibles.
Con los pésimos sistemas de distribución de alimentos y el acceso desigual a ellos, los pobres del mundo sufrirán más las consecuencias de la producción masiva de biocombustibles.
Problemas
ambientales
Los
biocombustibles han sido promovidos como una fuente de energía “limpia”. Pero un
análisis de su eficiencia y de su ciclo de vida, desde la producción hasta el
uso y las emisiones, demuestra lo contrario. Lamentablemente, el impacto
ambiental de la producción de biocombustible ha sido ignorado en medio del
entusiasmo por la promesa de una alternativa “limpia” a los combustibles
fósiles.
En realidad, la
producción comercial de biocombustibles requiere más combustibles fósiles. La
relación de energía de los biocombustibles (la cantidad de energía fósil que
insume la producción de biomasa comparada con la energía que produce) no es nada
prometedora. Según los investigadores David Pimentel y Tad Patzek, esa relación
sería negativa. Para otros investigadores, el retorno sería de apenas 1,2 a 1,8.
El del etanol sería el más alto. Los expertos no se muestran optimistas en
cuanto a los biocombustibles de celulosa.
Paradójicamente, la producción de biocombustibles a escala industrial dependerá de los combustibles fósiles para el funcionamiento de las plantas de procesamiento y de los camiones y buques cisterna que transportarán los productos finales a sus respectivos destinos. En la hipótesis más pesimista, lo que se pueda ahorrar de emisiones de gases de efecto invernadero gracias a la adopción de biocombustibles podría ser contrarrestado por el aumento del uso de combustibles fósiles para la producción de biocombustibles a escala industrial.
Mayor dependencia
de insumos agrícolas basados en combustibles fósiles.
En un giro paradójico, la
producción comercial de biocombustible basada en sistemas de monocultivo
industrial e intensivo aumentará el uso de insumos agrícolas basados en
combustibles fósiles, como los fertilizantes inorgánicos y los pesticidas
químicos, con los consiguientes problemas de contaminación del agua y del suelo.
La producción industrial de maíz, por ejemplo, exige altas cantidades de
fertilizantes de nitrógeno químico y del herbicida atrazina. La soja requiere
también enormes cantidades del herbicida no selectivo Roundup, que altera la
ecología del suelo y produce “superhierbas”. La producción intensiva y los
monocultivos provocan una gran erosión de la capa superficial del suelo y del
agua superficial y subterránea, debido a la escorrentía de pesticidas y
fertilizantes. Cada litro de etanol insume de tres a cuatro litros de agua en la
producción de biomasa.
Cultivos modificados genéticamente. El bombo publicitario sobre los biocombustibles presenta una lucrativa oportunidad para la promoción de cultivos modificados genéticamente (transgénicos). Actualmente, cincuenta y dos por ciento del maíz, ochenta y nueve por ciento de la soja y cincuenta por ciento de la canola que se plantan en Estados Unidos son transgénicos, y gran parte se usa ya para la producción de biocombustible. La expansión de los cultivos de semillas oleaginosas y cereales transgénicos para biocombustible puede contaminar el suministro de alimentos, como quedó demostrado por numerosos ejemplos de introducción de cultivos transgénicos no destinados al consumo humano en la cadena alimentaria, incluso fuera del país en que tuvo lugar la contaminación.
Asimismo, los
árboles manipulados genéticamente para que crezcan más rápido, destinados a
transformarse en biocombustible, presentan riesgos ambientales que no han sido
adecuadamente evaluados. Por ejemplo, poco se sabe sobre las posibles
consecuencias de la introducción de estos árboles sobre otras especies
forestales, así como sobre la biodiversidad forestal en general.
Deforestación.
Además, existe el problema de la deforestación en los países en desarrollo
tropicales. Indonesia es el mejor ejemplo. Este país proyecta ampliar las
plantaciones de palma aceitera para satisfacer la demanda nacional y extranjera
de biocombustible. Las plantaciones de palma aceitera están asociadas con
incendios forestales y de otras tierras que, en los últimos veinte años, han
causado un grave daño a la biodiversidad, además de empeorar la degradación
ecológica y provocar nubes transfronterizas de humo tóxico que pone en riesgo la
salud humana y causan pérdidas económicas. Aunque el problema de los bosques y
los incendios forestales permanece sin resolver, la creciente demanda de aceite
de palma de Europa para su uso como biocombustible ha generado una nueva presión
sobre los bosques de Indonesia.
De manera
similar, los monocultivos de soja de gran escala han dañado más de treinta y
siete millones de hectáreas de bosques y pasturas en Argentina, Brasil, Bolivia
y Paraguay. Para satisfacer la demanda mundial, solo Brasil tendría que talar
sesenta millones de hectáreas más de bosques. Esta tala aumentaría el impacto de
la deforestación de bosques tropicales, con consecuencias que abarcarían desde
inundaciones hasta sequías y erosión. Una vez más, esta tendencia contraría el
propósito de los biocombustibles como alternativa más limpia y ambientalmente
sustentable que los combustibles fósiles.
Más importante aún, la desforestación sigue amenazando la supervivencia de pueblos indígenas, residentes de zonas forestales y pobres rurales cuyo sustento e identidad cultural dependen de los bosques.
¿Quién se
beneficia?
Sin un cambio
fundamental del paradigma, un mero ajuste tecnológico podría agravar la
inequidad entre ricos y pobres. Esto se aplica también a los biocombustibles.
Una transición a los biocombustibles basada en el fundamentalismo de mercado no
logrará aumentar el acceso de los pobres a la energía. Por el contrario,
simplemente repetirá la experiencia mundial sobre la energía derivada de los
combustibles fósiles, en la que los subsidios, los mecanismos del mercado y el
control de las grandes empresas sobre la tecnología condujeron a un acceso
desigual a la energía, precios distorsionados, operaciones cartelizadas y
problemas ambientales.
Sin un cambio
simultáneo en los modelos de producción y consumo, los países en desarrollo
estarán produciendo combustibles para otra industria subsidiada del Norte y
fomentando estilos de vida insustentables, e ignorando a la vez las necesidades
básicas de energía de sus propios pueblos. Es obvio que la Unión Europa, Estados
Unidos y quizá otros países industrializados, como Japón, no pueden producir
todo el biocombustible que necesitan. Sus empresas se están expandiendo hacia
países en desarrollo, donde hay abundante tierra, mano de obra barata, y normas
ambientales y sociales poco estrictas.
Y después de la “moda” del biocombustible,
¿qué?
Algunas proyecciones demuestran que el
entusiasmo por los biocombustibles puede ser transitorio, según el precio y la
oferta de combustibles fósiles. A medida que más y más países en desarrollo
entren en el mercado de los biocombustibles, los precios inevitablemente
comenzarán a bajar. El mundo en desarrollo podría terminar con millones de
hectáreas plantadas con cereales y semillas oleaginosas, y esto podría provocar
un desplome de los precios y el consiguiente abandono de las plantaciones, como
ocurrió en el centro de Filipinas en los años ochenta con la caña de azúcar,
cuando se popularizó el azúcar de maíz y el precio de la caña azucarera cayó
estrepitosamente. Ese daño sería irreparable, dado que reconvertir esas tierras
para cultivos alimenticios sería demasiado costoso, si no imposible. Los países
en desarrollo corren riesgo de reproducir la desastrosa experiencia de la década
del ochenta, cuando un país tras otro, por consejo del Banco Mundial, ingresó en
el mercado de los productos básicos con los mismos cultivos, lo que provocó un
desplome de los precios.
Para prevenir otra catástrofe similar, los
países en desarrollo debería hacer un análisis cuidadoso de las trampas que
tienen en su camino. En lugar de apostar todo su esfuerzo y sus limitados
recursos a una opción tecnológica, los gobiernos auténticamente preocupados por
la crisis mundial de energía deberían estudiar todas sus fuentes nacionales de
energía limpia, como el viento, el sol, el agua y el biogás de los desechos,
principalmente mediante una producción comunitaria, para incrementar el acceso
de los pobres a la energía y brindar oportunidades de sustento a los pobres
rurales, en especial a las mujeres. El autoabastecimiento debe ser el paradigma
de cualquier avance tecnológico en materia de energía.
Hira Jhamtani y Elenita Dano son investigadoras
asociadas de Third World Network (TWN) residentes en Bali (Indonesia) y Mindanao
(Filipinas), respectivamente.
RESUMEN
LATINOAMERICANO
y del Tercer
Mundo
Diarios de Urgencia
Director: CARLOS AZNAREZ
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LA CONTRAINFORMACIÓN AL DÍA
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