A 40 AÑOS
Un golpe de clase contra
los trabajadores y el pueblo
17
de marzo de 2016
Llegamos a
los 40 años del golpe genocida con un gobierno que acaba de asumir expresando
los intereses directos de quienes orquestaron la dictadura más terrible de
nuestra historia.
Un gobierno que está aplicando un brutal plan de ajuste y entrega
contra el pueblo trabajador. Los gabinetes y secretarías ministeriales están
poblados de gerentes y ex gerentes de las empresas que en aquellos años tenían
directamente centros clandestinos de detención dentro de sus fábricas (como fue
el “Quincho” de la Ford, el Tiro Federal de Campana lindante a la fábrica SIDERCA
del grupo Techint o en el Ingenio Ledesma de los Blaquier).
Entonces, la gran burguesía se nucleaba en la Asamblea Permanente
de Entidades Gremiales Empresarias (APEGE), fundada en agosto de 1975. Con los
lockout convocados por esta entidad en diciembre de 1975 y luego en febrero de
1976, buscaron mostrar que el golpe era la única salida al “caos” dominante. No
fue casual la elección de José Martínez de Hoz al frente del Ministerio de
Economía del gobierno dictatorial encabezado por Videla, como expresión de los
intereses de estos sectores. El golpe contó también con el patrocinio del
gobierno de los EE.UU., como ocurrió también en Bolivia, Chile y Uruguay. El
objetivo central de la dictadura fue la liquidación de la vanguardia obrera,
que venía forjando su experiencia de lucha y organización al calor del ascenso
revolucionario iniciado en mayo de 1969, y que estaba acelerando su experiencia
política con el peronismo.
Esta eliminación de la vanguardia obrera era clave para aplicar
una política económica destinada a aumentar los niveles de explotación de los
trabajadores y la subordinación nacional respecto del imperialismo. Meses antes
del golpe genocida del 24 de marzo, el movimiento obrero había protagonizado
las jornadas de junio y julio de 1975 como respuesta al “plan Rodrigo”; un
ajuste en regla lanzado por el gobierno de Isabel y López Rega.
Esas jornadas vieron el desarrollo de las coordinadores
interfabriles y fueron, quizás, el punto más alto de la lucha de la clase
obrera en toda la etapa revolucionaria 1969-1976, imponiendo una huelga general
de hecho que luego tuvo que convocar la propia burocracia sindical, que después
de condenar las acciones de los trabajadores tuvo que pasar a impulsarlas ante
la negativa a convalidar los acuerdos paritarios por parte del gobierno
peronista. “14.250 (número de la ley de convenios colectivos) o paro general”,
coreaban las columnas obreras que diariamente marchaban a Plaza de Mayo, a la
sede de la CGT o a otros lugares emblemáticos. Lo cierto, es que esta fuerza
mostrada por la clase obrera y el peso de los sectores combativos, obligaron al
gobierno a ceder, saliendo Rodrigo y López Rega como ministros, a la vez que
convencieron a la burguesía que se estaba agotando el dique de contención que
eran la burocracia sindical y el mismo peronismo, que volvió al poder para
contener el ascenso iniciado con el Cordobazo y los Rosariazos en mayo de 1969.
La clase dominante puso en marcha un plan destinado a poner a los
militares en el poder para aniquilar a la vanguardia obrera y disciplinar
socialmente a los trabajadores y al conjunto de los explotados. Por eso el 24
de marzo la mayoría de las grandes fábricas aparecieron militarizadas y los
jefes de personal y gerentes junto con burócratas sindicales, como los del
SMATA, entregaban listas de activistas a los militares para que los detuvieran.
El blanco principal del accionar represivo fueron las comisiones internas y
cuerpos de delegados combativos. Previamente la Triple A (Alianza
Anticomunista Argentina) había cometido 1.500 asesinatos bajo el gobierno
peronista, dirigido también en forma central contra el activismo obrero
combativo. Los llamados “grupos económicos locales” se vieron muy beneficiados
por la dictadura.
Los Macri , por ejemplo, pasaron de controlar 7 a 47 empresas y fueron parte
de los favorecidos por la estatización ilegal de la deuda privada de las
empresas, que engrosó la deuda externa en U$S 23 mil millones.
Estas empresas sobrefacturaron al Estado en componendas corruptas
con los militares y se beneficiaron con los negociados especulativos
alimentados por la política especial. Los Kirchner tuvieron que cambiar el “relato”
estatal predominante a la salida de la dictadura, moldeado por la “teoría de
los dos demonios”, que estuvo presente tanto en las acciones del gobierno de
Alfonsín como en el de Menem, con las leyes de punto final y obediencia debida
y los indultos. Descolgando el cuadro de Videla en el Colegio Militar y dando
apoyo a la anulación de la obediencia debida y el punto final, los K lograron
un alineamiento favorable de la gran mayoría de los organismos de derechos
humanos, con lo cual neutralizaron toda posible crítica de estos a su accionar
represivo contra los trabajadores y a sus acciones de espionaje (Proyecto X,
Milani, represiones en Kraft y LEAR, asesinatos de militantes populares, etc.),
incluida la aprobación de la nefasta “ley antiterrorista”.
Discursivamente, trataron de presentarse como continuidad de la
izquierda peronista de los setenta pero aggiornada a la nueva situación, sin
lucha armada y sin aspiración socialista alguna, sin mosquearse por su
alineamiento con sectores de la derecha peronista y de la burocracia sindical
que reivindicaban las Tres A y la persecución contra los “zurdos” en las
fábricas (como se vio con el SMATA en el conflicto de LEAR). Con ello dieron
cobertura a una política de tipo neo desarrollista que permitió que los empresarios
“se la llevaran en pala”, como admitió la propia Cristina Fernández ,
incluyendo diversas formas del “capitalismo de amigos”. Ahora estamos en pleno
desarrollo de un nuevo viraje del discurso estatal, que pasa por una
despolitización de la confrontación social y política implicada en el
terrorismo de Estado. Entre el personal político del gobierno de Macri se
encuentran funcionarios y defensores del genocidio, incluso excarapintadas. Con
algunos de los nombramientos dieron marcha atrás porque generaron gran repudio.
Si los principales referentes del PRO, empezando por Macri, evitan
por el momento cuestionar los juicios a los genocidas, están dejando esta tarea
a sectores de la intelectualidad y periodistas como los que se nuclean en el
Club Político Argentino y salieron a defender la continuidad como Secretario de
Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires de Darío Lopérfido después de
declaraciones claramente reaccionarias. La discusión sobre el número de los
desaparecidos no tiene otra función que favorecer el reclamo por el fin de los
juicios y la libertad de los genocidas condenados, cuando ya bajo el gobierno
anterior se frenaron las causas donde están implicados sectores del poder
económico. Utilizan todo el bastardeo que hizo el kirchnerismo con la lucha de
los setenta para justificar un ataque en regla a la militancia en general y a
la revolucionaria en particular, como viene haciendo Jorge Lanata desde su
columna en el diario Clarín.
Están intentando retroceder a la versión de la “teoría de los dos
demonios”, a pesar de que aún no tiene la relación de fuerzas que necesitarían
para ese viraje. Empezando por la provocación que significa la presencia en
nuestro país el 24 de marzo del presidente yanqui. Este 24 de marzo, desde el
PTS y el Frente de Izquierda, marchamos con el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia ,
contra el ajuste y la entrega de Macri y de los gobiernos provinciales, para
repudiar la visita de Obama, por el juicio y castigo a todos los genocidas.
Fuente: http://www.laizquierdadiario.com/Un-golpe-de-clase-contra-los-trabajadores-y-el-pueblo
Fuente: http://www.laizquierdadiario.com/Un-golpe-de-clase-contra-los-trabajadores-y-el-pueblo
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