La crisis de la Unión Europea
Soberanía popular y
poder constituyente
5 de marzo de 2016
5 de marzo de 2016
Por Manolo Monereo (Rebelión)
Para Javier Couso, que sabe de qué se trata
Las largas y concurridas jornadas sobre un posible Plan B para Europa, celebradas durante los días 19, 20 y 21 de febrero en el antiguo matadero de Madrid, han sido, a mi juicio, un hecho políticamente relevante, al menos, por tres razones: a) porque se hizo una descripción bastante solvente sobre el tipo de artefacto político, de estructura de poder y de dominio en que ha devenido
Sabíamos —sabemos— que estamos en una disyuntiva estratégica
fundamental y que después de Grecia todo debe someterse a revisión, con
modestia pero con radicalidad, escuchando las diversas opciones, propiciando la
participación de los actores y movimientos sociales, buscando propuestas
programáticas capaces de guiar la acción en unos momentos que todos entendemos
que son excepcionales. Tampoco en esto cabe engañarse: la correlación de
fuerzas es cada vez más negativa para la izquierda social y política
transformadora, lo que queda de la socialdemocracia sigue sólidamente anclada
en el neoliberalismo y la derecha evoluciona hacia su lado más radical. La
extrema derecha crece y se expande, imponiendo su agenda política y propiciando
derivas autoritarias en casi todas partes. Creo que no exagero demasiado.
Cuando se subraya, con razón, lo enormemente complicado que es salir con bien de esta UE, se debería poner el acento en la sofisticación de la maquinaria de poder construida, en sus mecanismos de cierre y de irreversibilidad, en su carácter profundamente antidemocrático y en su inmensa capacidad para expropiar patrimonios, derechos y libertades a las poblaciones. Cuando más avanza este tipo de integración europea, más avanza el neoliberalismo, más se debilita la democracia, más se acentúa la desigualdad de recursos y de poder entre un centro —el núcleo— dirigido por el Estado alemán y una periferia políticamente subalterna y económicamente dependiente. En definitiva, más fuerte es el alineamiento y supeditación a los intereses estratégicos de los EE. UU.
No es de extrañar que en un contexto así definido crezca el
soberanismo, y la identidad —su búsqueda, su construcción— se convierta en un
problema político fundamental. La paradoja es sólo aparente. Cuando se ensalza
sin límites las virtudes de la globalización, cuando la Unión Europea
deviene en horizonte insuperable de nuestras vidas y frontera de lo posible,
cuando los Estados rescatan con dineros de todos a los grandes bancos y los
empresarios logran acumular renta, riqueza y poder en proporciones gigantescas,
las poblaciones ven cómo derechos y libertades reales que consideraban
irreversibles se convierten en papel mojado en apenas unos días. La democracia, entendida
como autogobierno de la ciudadanía, no tiene poder real para decidir, y los
gobiernos, sean de derechas o de izquierdas, hacen políticas similares cuando
no idénticas ¿Qué queda de la política?
La soberanía popular, su exigencia, es el modo de reclamar hoy
democracia, autogobierno de las poblaciones, capacidad para decidir el futuro
y, sobre todo, justicia social y dignidad para las personas. En este sentido,
se puede decir que todos los que queremos la ruptura democrática somos hoy
soberanistas y en cuanto tales reclamamos su elemento más característico: el
ejercicio del poder constituyente. En este marco decidiremos también qué tipo
de relaciones tendremos con la
UE. No será fácil.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=209499
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