miércoles, 2 de marzo de 2016

“Expondremos algunas ideas, muy iniciales, que pretenden contribuir al debate de una estrategia política para afrontar el largo y difícil período que parece estar despuntando”.


Re-inventar el camino hacia el futuro
29 de febrero de 2016

Por Alberto Carral (Rebelión)
Se percibe el potente rugido en el interior del volcán, pero aún no sabemos si lo estamos produciendo nosotros o son ellos. Alberto Carral
México se encuentra atrapado en las turbulentas aguas de lo que parece ser una acelerada y radical transformación de la vida en el planeta. Los ingentes problemas acumulados durante décadas y las extraordinarias advertencias que emergen en el horizonte, constituyen un desafío sin precedentes para la humanidad. Tal parece que lo peor está aún por venir, pero es precisamente esa abrumadora adversidad la que hace posible y necesario el cambio radical. En esta compleja e incierta etapa en la que nos estamos adentrando, es indispensable considerar el escenario más adverso para poder construir una estrategia política que sea útil a quienes habitan y trabajan en las comunidades rurales y en las concentraciones urbanas. Una estrategia atractiva y esperanzadora porque entiende y atiende a lo que ahí sucede, justamente donde la gente y sus familias viven la mayor parte de sus vidas. Ni fatalismo ni optimismo estéril, sino una valoración objetiva y ponderada de este momento paradigmático. De nada sirve ser complacientes en el análisis ¿Quién hubiera imaginado hace sólo 25 ó 30 años que México se precipitaría en el aterrador tobogán de degradación en el que ha caído? ¿Podemos asegurar que el resto del mundo está lejos de encontrarse en escenarios tan extremos como el mexicano, el haitiano, el irakí, el libio, el senegalés, el ucraniano o el sirio? Además del formidable reto que nos plantea el cambio climático, en el mundo están convergiendo múltiples crisis y conflictos cuya simultaneidad supone un riesgo sin paralelo para la continuidad del sistema capitalista, tal y como lo conocemos hasta ahora. Pero no sólo eso. Esta crisis multidimensional es de tal magnitud, que pone en entredicho la existencia misma de nuestra civilización y del conjunto de las especies del planeta.

Algunas de estas crisis ya están irrumpiendo. El edificio económico-financiero se tambalea debido a la volatilidad de los precios del petróleo y a la pérdida de centralidad del dólar en el sistema global. El absurdo esquema de producción, distribución y consumo de alimentos industrializados no sólo genera enormes volúmenes de gases de efecto invernadero, sino que también contamina gravemente los suelos agrícolas y unos recursos hídricos que de por sí cada vez son más escasos. Los océanos se han convertido en tiraderos de basura y en objeto de sobrexplotación de las especies que cobijan, pero lo más grave es que las aguas marinas se están acidificando, los corales se están perdiendo, el nivel de las costas se está elevando y la dinámica de las corrientes profundas está siendo alterada por el embate del calentamiento global. Rehenes de una oleada de neocolonialismo, a lo largo y ancho del orbe vastos territorios están siendo acaparados aceleradamente por grandes corporativos y potencias imperiales, provocando con ello migraciones masivas, el desgaste profundo de los recursos naturales y la devastación de paisajes completos. A su vez, esta nociva combinación de problemas tiende a retroalimentar otras crisis como la del poder hegemónico estadounidense a escala global, la del modelo de naciones prevaleciente y la del control político tradicional, ya sea en las llamadas democracias o en países con sistemas verticales de decisión. Por si todo esto fuera poco, a mediados de este siglo la cantidad de población a nivel mundial habrá llegado a su punto más alto, y las ciudades del planeta tendrán que arreglárselas para dar cabida a otros 3,200 millones de personas.

En lo que viene, haremos un breve recorrido por cinco de las macro-tendencias que dominan la dinámica mundial: 1) la irrupción del calentamiento global y el cambio climático que ha desatado, 2) el inminente agotamiento del petróleo, 3) los obstáculos al proceso de acumulación de capital, 4) la financiarización de la economía mundial, y 5) el escalamiento de las tensiones y los conflictos interhegemónicos. En seguida, y también de manera sucinta, situaremos los principales retos a los que se enfrenta México en un escenario de virtual ocupación imperial. Finalmente, expondremos algunas ideas, muy iniciales, que pretenden contribuir al debate de una estrategia política para afrontar el largo y difícil período que parece estar despuntando.

Calentamiento global y cambio climático  
Sin duda, el cambio climático es el mayor desafío a la continuidad de la civilización. Se origina en la irracionalidad del funcionamiento capitalista, en particular en el consumo completamente desmesurado de energía fósil —petróleo, gas natural y carbón— que ha tenido lugar a partir de la revolución industrial. Con el incremento de un solo grado en la temperatura de la atmósfera, provocado por la generación masiva de CO2 y de otros gases de efecto invernadero (GEI), el funcionamiento del clima se ha desquiciado en todos los rincones del mundo, con graves consecuencias para nuestra vida cotidiana. Ahora son comunes y recurrentes los gigantescos huracanes y las prolongadas sequías, como la que ha azotado al estado de California durante los años recientes. Somos testigos de una muy llamativa recurrencia de inundaciones y deslaves extremadamente destructivos, de peligrosas pandemias y plagas hasta ahora desconocidas, de afectaciones en las reservas y la distribución del agua potable, de severos daños a la producción de alimentos, así como de ondas de calor nunca antes vistas, como la que golpeó el norte de México el verano pasado. Presenciamos con asombro tormentas de nieve descomunales, como Jonás, que hace pocos días castigó a 85 millones de personas en Estados Unidos, o la extraña tormenta Frank que en diciembre de 2015 elevó en más de 30 grados centígrados la temperatura media del Ártico, provocando zozobra entre los estudiosos que dan seguimiento a este tipo de fenómenos.
Pero lo que ya padecemos es poco, comparado con lo que sucedería si el consumo de energía fósil no se detiene de manera tajante en los próximos 5 años. A pesar de que el Protocolo de Kyoto de 1992 fue un acuerdo internacional vinculante que estableció que los principales países generadores de GEI deberían reducir en 5 por ciento sus emisiones por debajo del nivel de 1990, en el año 2010 estas ya habían aumentado de 38 a 50 giga toneladas equivalentes de dióxido de carbono anuales [1]. Si esos importantes acuerdos no lograron detener el acelerado aumento de la emisión de GEI, el decepcionante resultado de la reunión de la COP21 en París en diciembre de 2015, en donde no se pactó ningún tipo de restricción real y efectiva para detener dichas emisiones y, en la práctica, los "compromisos" ahí asumidos no obligan a los gobiernos a nada, es posible anticipar que la temperatura global continuará incrementándose en forma descontrolada. Mencionemos sólo una de las posibles consecuencias que este fenómeno podría acarrear: si los gobiernos del mundo no toman medidas efectivas y radicales para evitar que se sigan quemando combustibles de manera irracional, es altamente probable que el calentamiento global se acelere aún más y que las temperaturas promedio del planeta se eleven por encima de los 2 grados —e incluso hasta los 4 o los 6 grados Celsius—, con impactos catastróficos para todas las especies del planeta. Distintos expertos en la materia, sostienen que esto podría llegar a suceder en un tiempo mucho más corto del estimado hasta hace poco [2].


Sin duda, son asombrosos los avances tecnológicos que en el campo de las energías renovables se han logrado en los años recientes. Impacta de manera particular el hecho de que, en virtud de estos desarrollos, el costo de la generación de electricidad por medio de energía eólica se redujo en un 61 por ciento entre 2009 y 2015, en tanto que el de la energía solar lo hizo en un 82 por ciento [3]. Estas importantes conquistas inducen a no pocos analistas a pensar que, debido a ello, ya no será necesario consumir los yacimientos de combustibles que aún se encuentran sin explotar. Ojalá y tuviesen razón. El problema es que el sistema capitalista está atado al consumo de energía fósil, y en particular de petróleo y gas. Existe un tipo de unión indisoluble entre estas fuentes energéticas y las finanzas globales, por lo que Wall Street, la City, y las grandes compañías de la energía jamás compartirán la idea de dejar bajo la superficie de la tierra esa fabulosa cantidad de combustibles, registrados como activos en sus estados financieros. Alrededor de una quinta parte de la riqueza del mundo se encuentra cristalizada de distintas formas en el sistema energético, del cual depende la marcha de la economía planetaria, por lo que es muy improbable que los dueños de las infraestructuras y los complejos industriales que lo integran acepten de buena gana dejar de amortizar y de recuperar sus inversiones, las cuales suman billones de dólares.

Es por estas razones que el llamado calentamiento global ha entrado en una espiral ascendente, fuera del control de los humanos, que está produciendo el derretimiento de los hielos y glaciares en las cadenas montañosas, la Antártida y, de manera particularmente preocupante, en Groenlandia, Siberia y en todo el círculo polar Ártico. Aunque de manera desigual alrededor del globo, el nivel de las aguas marinas ha subido ya hasta en 25 centímetros en algunos lugares [4]; no obstante, si Groenlandia se derritiese por completo —algo que está sucediendo a un ritmo tan inusitado que los científicos están sorprendidos por ello—, los océanos se elevarían 7 metros sobre su cota actual. Si este escenario llegara a materializarse, el impacto sería demoledor. Por lo menos 600 millones de personas se quedarían sin hogar y sin trabajo y se verían forzados a desplazarse hacia el interior de los continentes. Por si esto fuera poco, grandes reservas de agua potable se perderían y la agricultura resultaría severamente afectada, con el consiguiente impacto en la producción de alimentos y de materias primas. Uno de los efectos más catastróficos sería la paralización del 80 por ciento del comercio mundial, debido a que los puertos resultarían inutilizados por largo tiempo. Buena parte de los cargamentos de hidrocarburos, alimentos y bienes de consumo del mundo no podrían ser transportados.

Algunas estimaciones indican que dentro de unos 30 años el petróleo del mundo se habrá agotado. Hay quienes piensan que las fuentes alternas de energía suplirán sin mayor sobresalto la falta de petróleo, pero es muy improbable que así suceda. La transición energética se está dando a un ritmo tan lento, que es posible anticipar una larga etapa de fuertes oscilaciones en el precio y en el abasto de esa materia prima. Sólo las grandes potencias, que ahora mismo se disputan el control de las reservas mundiales de energía fósil, estarán en condiciones de sortear de una mejor manera las agudas restricciones que inevitablemente se presentarán en los años por venir. Muchos países que no cuentan con tal riqueza o que —como México— la pusieron en manos de intereses corporativos e imperiales, sufrirán las amargas consecuencias de los muy elevados precios que resultarán de la escasez y, lo peor de todo, del desabasto de combustibles y de otros miles de productos derivados del petróleo, que irrumpirá conforme avance la crítica disminución de la oferta del codiciado energético.
En buena medida, el capitalismo se desarrolló gracias a la abundante energía barata, por lo que no es casual que cuando Estados Unidos gasta más de 10% de su PIB en energía primaria el crecimiento se detiene. Pero la fiesta está por terminar, debido a que las reservas crecen pero el consumo lo hace en una proporción aún mayor. La burbuja especulativa del petróleo y del gas de esquisto (shale) es un espejismo que ha sido utilizado con fines geoestratégicos por la Casa Blanca, como parte de la guerra económica en contra de Rusia, Irán y Venezuela. De hecho, el aumento de la dependencia de este tipo de energía basada en la tecnología de la fractura hidráulica podría incluso empeorar la tasa de declinación de la producción en el largo plazo, ya que estos pozos no tienen meseta y se agotan extremadamente rápido, aún antes de los primeros 5 años de vida. Así que es altamente probable que se presente una disminución sostenida de la producción convencional global antes del año 2030, y existe un riesgo significativo de que se presente antes del 2020 [5].

La baja que se está experimentando en el precio del crudo es absolutamente artificial y coyuntural y se explica por un exceso significativo de oferta con relación a la demanda prevaleciente, generado por la entrada del shale de Estados Unidos al mercado en los últimos 7 u 8 años y por la ralentización del crecimiento de la economía de China. Más temprano que tarde, los castigados precios del petróleo ocasionarán la desaparición de la sobre oferta, debido a que muchas empresas no lograrán resistir precios inferiores a los 30 dólares con costos de la producción del shale que se ubican por encima de los 50 dólares por barril. Eso sin considerar la posibilidad de un acuerdo entre productores para forzar un aumento de precios. En cualquier escenario, en virtud de que la tasa de retorno energético (TRE) seguirá declinando en forma sostenida, es inevitable que el precio del petróleo se elevará en los próximos años, y lo hará hasta un punto en el que el mercado capitalista ya no estará en condiciones de pagarlo, propiciando así severas turbulencias económicas y geopolíticas [6].

Wim Dierckxsens pone sobre la mesa la contradicción que está en la base de las turbulencias en el sistema-mundo. El politólogo y demógrafo de origen holandés afirma que: “Bajo la racionalidad económica y las relaciones sociales de producción existentes, ya no es posible un mayor desarrollo de las fuerzas productivas…” Para intentar ‘sobrevivir’ a la competencia, el capital se ve forzado a acortar la vida media útil del capital fijo, es decir, los edificios y la maquinaria que utiliza, con el propósito de obtener así la tecnología de punta del momento. “La tendencia anterior —dice Wim Dierckxsens— ha dado un enorme impulso al capital productivo en la posguerra así como a los inventos tecnológicos. Sin embargo, hacia fines de los años sesenta y principios de los setenta la sustitución tecnológica ha llegado al límite posible para aumentar la tasa de ganancia en Occidente. La vida media útil del capital fijo se redujo tanto que el costo tecnológico por transferir al producto (o servicio) ya no es compensado por la reducción en el costo laboral al emplear esa nueva tecnología. La capacidad de reemplazo tecnológico (el desarrollo de las fuerzas productivas) se torna un estorbo para aumentar la tasa de ganancia, es decir, para la propia relación de producción vigente” [7].
Este fenómeno, que se presentó con toda su fuerza en Occidente a partir de la década de 1970, alcanzó a Japón hacia el final de los años ochenta, hundiéndolo desde entonces en el estancamiento. En la actualidad, esta tendencia se está apoderando también de la economía de China, la última locomotora del capitalismo. Tanto en Occidente como en Japón, y más recientemente en China [8], el capital ha intentado impulsar un nuevo ciclo ascendente mediante un gigantesco endeudamiento estatal, corporativo y familiar, pero sin conseguirlo. A partir de las patentes y del control estricto de la propiedad intelectual, ha buscado evitar reducciones adicionales a la vida media útil de la tecnología, lo cual no ha significado un repunte de los beneficios porque, más temprano que tarde, el uso de las nuevas tecnologías se generaliza.
Otro de los mecanismos utilizados por el capital para intentar revertir la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, ha sido el abatimiento del costo de la fuerza de trabajo a través de la reducción de los salarios directos e indirectos y mediante la sustitución de mano de obra por robots. No obstante, el efecto de estas medidas ha sido contraproducente, puesto que la disminución de la capacidad de consumo de los trabajadores no ha hecho sino agudizar el estancamiento productivo, convirtiéndolo en un fenómeno permanente a escala global. Se estima que la capacidad ociosa promedio en el sector industrial a nivel mundial está en niveles entre el 30 y el 40 por ciento del total [9].

En un escenario de estrechamiento de la demanda y de incremento de los costos y del endeudamiento, los grandes corporativos intentan por todos los medios a su alcance conservar mercados y vender más, de ahí que presionen a los estados para derrumbar todas las barreras al comercio y a la inversión, todas las regulaciones sanitarias y ambientales. Una práctica común de los laboratorios y de la industria de los alimentos, consiste en instrumentar estrategias para atar a los consumidores a sus productos, incluso si ello significa enfermarlos y envenenarlos. Eso, y el intento por frenar a las potencias emergentes, es lo que explica la desesperación de las corporaciones multinacionales por imponer los nocivos y criminales acuerdos de inversión y comercio, tales como la Asociación Transpacífica (TPP), la Asociación Trasatlántica de Comercio e Inversión (TTIP), y el Tratado de Comercio de los Servicios (TISA), negociados en secreto con los gobiernos a su servicio.

Cuando la esfera de la producción deja de ser atractiva para los capitales individuales debido a los reducidos márgenes de ganancia prevalecientes, estos fluyen —casi de manera natural— hacia la esfera financiera, en la que se utilizan sofisticados instrumentos para generar muy altas tasas de rentabilidad. Con esta migración de capital se profundiza el estancamiento económico y se degrada aún más el mecanismo de generación de ganancias sustentado en el cambio tecnológico, debido a que en el sector financiero no se genera valor nuevo sino que únicamente se re-distribuye en forma regresiva, alimentando así la concentración de capital-dinero en unas pocas manos.
No obstante, dado que esos gigantescos volúmenes de fondos sólo pueden crecer por medio de la rapiña, el capital financiero ha intensificado aún más la expoliación de los trabajadores, la destrucción de la naturaleza en busca de nuevas “riquezas” y, de manera particularmente cruda, la especulación en gran escala, recurriendo para ello a la generación de burbujas financieras como las inmobiliarias, las bursátiles, la del acaparamiento de tierras, la del fracking, etcétera. Pero no sólo eso. También ha inundado los mercados con diversos tipos de derivados financieros que en la actualidad —de acuerdo con algunos analistas [10] — suman hasta 1,500 billones de dólares, es decir, una cantidad 20 veces superior al valor de la economía real de todo el mundo. Así, a pesar de esta plétora de dinero, el aparato productivo global está estancado y los trabajadores del planeta entero se están empobreciendo aceleradamente.
El fenómeno de la financiarización ha producido la concentración del poder en un pequeño grupo plutocrático que controla masas enormes de capital-dinero, así como la operatividad de los grandes conglomerados y corporativos mundiales. Según investigaciones recientes, son sólo 737 compañías las que controlan 80% de la red corporativa transnacional, y un grupo de apenas 147 de ellas domina casi la mitad de esta red global-núcleo de instituciones financieras estrechamente ligadas entre sí [11]. En un estudio recién publicado, Oxfam asegura que sólo 62 personas poseen la misma riqueza que la mitad de la población mundial [12]. Un dato revelador e indignante es que únicamente 83 empresas del petróleo y 7 de la energía y el cemento son las responsables por dos tercios de los gases de efecto invernadero emitidos globalmente desde 1850 [13].
Sin duda existe un gran riesgo de que este irracional modelo especulativo termine por provocar el estallamiento de una crisis financiera, cuya dimensión podría superar con creces la ocurrida en 2008.

Enfrentamiento geopolítico entre potencias  
Las pugnas que se están produciendo en las campañas electorales de la Unión Americana, son sólo el reflejo de las formidables tensiones que tienen lugar en la escena mundial, donde los grupos más retrógrados de Wall Street, vinculados a los intereses del complejo industrial-militar, están utilizando todos los recursos a su alcance para imponerse al renovado protagonismo de Rusia en la escena diplomática y militar, y al emergente liderazgo económico, tecnológico y financiero de China a escala mundial, que se manifiesta en los ostensibles y crecientes peligros a los que la humanidad se enfrenta, de manera particularmente crítica en Oriente Medio y en el mar de China Meridional [14].
Después del resultado de las elecciones primarias en Iowa, New Hampshire, Nevada y Carolina del Sur, en las que los candidatos del establishment han sufrido severos reveses, la cuerda se ha estirado al máximo. El hasta ahora imparable ascenso de la figura del senador socialista democrático, Bernie Sanders, cuyo discurso se ha centrado en la denuncia de la ilegitimidad del poder de Wall Street y de las grandes corporaciones multinacionales, sorprendió al mundo por haber logrado concitar el apoyo masivo de una muy lastimada clase media y, sobre todo, de millones de jóvenes tradicionalmente ajenos y desconfiados del teatro electoral estadounidense. De este modo, la coyuntura electoral en curso en Estados Unidos tiene un inquietante parecido con aquella que en 1968 culminó con el asesinato de Robert Kennedy. Dado el pobre desempeño de Lindon B. Johnson en las primarias de New Hampshire, sólo 4 días después el senador Kennedy decidió participar en la carrera por la nominación del partido demócrata, lo que dos semanas más tarde obligó al presidente a anunciar su retiro de la carrera por la reelección para cederle el paso a Hubert Humphrey. Al llegar a las primarias del estado de California el 4 de junio de aquel oscuro año, Kennedy —que hasta ese día contaba ya con 393 delegados por 561 de Humphrey— se perfiló como el virtual ganador de la candidatura demócrata, razón por la cual fue ejecutado esa misma noche al terminar su discurso frente a sus seguidores en el Hotel Ambassador de Los Ángeles.

Como sabemos, sus asesinos estaban interesados en continuar con la guerra de Vietnam —a la cual el candidato presidencial se oponía— y, más importante aún, querían asegurarse de que el joven senador por Nueva York no reactivara la Orden Ejecutiva 11110 dictada por su malogrado hermano, John F. Kennedy, la cual atentaba contra el monopolio para la emisión de dólares, que aún hoy detentan los bancos privados que controlan la Reserva Federal, al transferir parte de su poder al Departamento del Tesoro de los Estados Unidos. De hecho, tres años después del asesinato de Robert Kennedy, el presidente Richard Nixon ordenó la inconvertibilidad del dólar y el fin del patrón oro, con el propósito de imponer el dominio de la divisa estadounidense en todo el mundo, un hecho que marcó el inicio del caos financiero global que permanece hasta nuestros días.
Este modelo se está desgastando muy rápidamente. Pekín está desarrollando un sistema de medida de las cotizaciones del oro en yuanes, y está preparando la introducción del patrón oro, lo cual equivaldría a “asesinar” al dólar [15]. Pero no sólo eso. El gobierno chino ha promovido pactos y acuerdos que han cristalizado en magnos proyectos y nuevas instituciones para el desarrollo, como la moderna Ruta de la Seda (Un cinturón una ruta), el Banco Asiático de Inversiones e Infraestructura y el Banco de Desarrollo de los BRICS. Junto con otros importantes países de Eurasia como Rusia, Irán y la India, ha sellado alianzas militares para la seguridad mutua, como son la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) y laOrganización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC). Las tensiones producto de este magno reacomodo son crecientes en Eurasia y África y poco a poco se extienden también a América Latina, dos regiones a las que el sector más duro dentro de los círculos de poder en Estados Unidos ha decidido “exportar” estrategias de destrucción de estados y absorción de territorios, en modalidades que le han resultado muy exitosas y convenientes en países como México, Libia o Irak [16].

Por su localización geoestratégica, sus cuantiosos y variados recursos naturales y su renovado e imponente poderío militar para la guerra convencional, Rusia ha hecho renacer los temores y la rivalidad de Occidente. Los conflictos en Ucrania y Siria forman parte de una estrategia mucho más vasta diseñada por el Pentágono, que tiene por objeto rodear a Rusia y a China, aislar a India y neutralizar a Alemania a partir de franjas de desestabilización en tres arcos: a) el que se extiende del Mar Báltico hasta el Mar Negro, con vórtices visibles en Ucrania y Macedonia-Grecia, b) el más grande y turbulento, que va de Pakistán a Libia y en el que están presentes varios vórtices de distintas dimensiones: en Siria-Irak, en Afganistán-Pakistán y en el propio país norafricano, y 3) el arco de contención de China en el Pacífico Asiático, que se extiende desde Corea del Sur hasta Vietnam-Tailandia-Burma, con focos de turbulencia muy importantes en las islas del Mar de China [17].

El régimen político surgido en 1982, a partir del quiebre en la forma de inserción geopolítica de México en América y en el mundo, está completamente agotado y no da para más. Su decadencia, decrepitud y degradación han llegado a un límite que, sobre las mismas bases y condiciones, resulta infranqueable.
La característica más visible del régimen que se desmorona radica en su capacidad para imponer todas y cada una de las políticas neoliberales dictadas desde Washington, sin enfrentar todavía una amenaza que desde el campo del movimiento de masas tenga la fuerza necesaria para detenerlas. Entre 1982 y 2015 el sistema pudo contener exitosamente la resistencia popular, cuya columna vertebral fue la corriente cardenista escindida del bloque histórico postrevolucionario, la cual puso en jaque la continuidad del proceso contra-reformista en al menos tres momentos destacables: 1988, 2006 y 2012. Este régimen ha sido capaz de mantener el control, a pesar de contar con niveles exiguos de consenso y de tener que recurrir a dosis cada vez más grandes de coerción. Sin embargo, su descomposición ha llegado a un punto en el que los intentos de legitimación por la vía electoral, parlamentaria o presidencialista apuntan a ser cada vez más infructuosos.
Durante las últimas tres décadas, la singular estrategia empleada en México por la élite del poder estadounidense abarca todas las etapas de una ocupación exitosa [18]. Su objetivo fue modificar el papel que México jugaba en el área de seguridad de Estados Unidos, para lograr de esta manera el control estratégico de su territorio y de sus recursos. Sobre este asunto, Zbigniew Brzezinski —asesor de seguridad nacional del presidente Carter (1977-1980) y cerebro geopolítico de Obama en la actualidad— solía decir en los años setentas del siglo pasado: “No permitiremos un Japón al sur de nuestra frontera”.
Con la dócil anuencia del vilipendiado Enrique Peña Nieto, el imperio estadounidense —como punta de lanza de los intereses del capital financiero especulativo— ha concluido en lo fundamental la fase de desmantelamiento de la planta productiva local, así como la ocupación-apropiación del territorio y los recursos contenidos en él, por la vía del sometimiento económico-financiero, político-social, comunicacional-cultural y policíaco-militar de México. En el transcurso de este proceso, las muy escasas fuentes de legitimidad que mantuvieron vigente el régimen político asociado a la imposición del neoliberalismo en México, se han desgastado aceleradamente: los ejes del pacto constitucional que aún se mantenían vivos —al menos en la letra de la Carta Magna —, fueron demolidos en los tres primeros años del gobierno actual, con lo cual todo resquicio de esperanza ciudadana en la conducción del PRI y sus partidos satélite fue abolido casi en forma definitiva. Este es un asunto por demás delicado si tomamos en cuenta que las contra reformas al campo impuestas durante el salinato en la década de 1990 dieron lugar al levantamiento zapatista en Chiapas.

Como hemos expuesto en otro momento [19], México representa la fuente por excelencia de abastecimiento de suelo, recursos y energía social de Estados Unidos. Juega el papel de hinterland para su desdoblamiento político-militar, por ser el espacio “natural” para su expansión como súper potencia mundial, por lo que desde los primeros años de la década de 1980 comenzó a ser moldeado y finalmente engullido por el vecino del Norte, como una suerte de neo-protectorado. Sin embargo, el sistema de dominación parece aproximarse inevitablemente a una implosión, aunque es imposible anticipar qué tipo de régimen es el que surgirá de sus cenizas.

Escenarios probables  
El tránsito de un esquema hegemónico unipolar a otro multipolar con la presencia dominante de Estados Unidos, Rusia y China es la macro tendencia que está determinando la dinámica global. Son tres las posibles trayectorias que podría recorrer. Una, en la que se imponen las posiciones negociadoras y el conflicto entre potencias se atempera, así sea de manera relativa, lográndose un nuevo reparto del mundo sin choques de gran calado. Otra, en la que impera una situación de igualdad de fuerzas entre guerreristas y negociadores en Washington, Wall Street, la City y Bruselas, y se mantiene la estrategia de cerco a Rusia y a China, con grandes turbulencias en un número creciente de vórtices de conflicto. Y, una tercera, ominosa, en la que se escalan los conflictos hasta un punto potencialmente catastrófico.
Cualquiera de los escenarios sería afectado por las crisis convergentes que se vislumbran y por la pérdida de viabilidad del sistema capitalista como modo de producción dominante. Son de esperarse impactos sociales muy profundos debidos a las alteraciones climáticas, la inestabilidad creciente en el mercado petrolero y la amenaza de un colapso financiero de gran magnitud. Tales tendencias indeseables se retroalimentarán con otras, como el estancamiento económico de largo plazo, el endeudamiento gubernamental y corporativo, el alto nivel de capacidad ociosa en la industria, así como las guerras cada vez más frecuentes, todo lo cual conspirará en contra de los intereses de los trabajadores y los pueblos del mundo.
En esta tesitura, si el movimiento popular pretende incidir con sus acciones en el curso de esas amenazantes tendencias que, a no dudarlo, irrumpirán en México (como lo harán en muchos países del globo), se verá obligado a construir una estrategia que contemple la dimensión anticapitalista, la contra hegemónica y la civilizatoria. Pero tendrá que apresurarse porque, en los hechos, el país se encuentra ya en una transición hacia una modalidad distinta de régimen, que será producto del desenlace de la tensión entre las necesidades de seguridad nacional de Estados Unidos en su fase de decadencia como potencia dominante, por un lado, y la resistencia popular frente al despojo, la explotación y la rapiña, por otro.

Este enfrentamiento tendrá lugar en un escenario cada vez más conflictivo y plagado de peligros. En un plazo bastante corto, es probable que el deterioro de la situación financiera y económica a escala global tenga un impacto directo negativo sobre México, dado que la volatilidad del tipo de cambio puede convertirse en recurrente debido a los efectos producidos por las profundas transformaciones del sistema financiero internacional que debilitan al dólar. Al menos durante 2016 y 2017, prevalecerán los bajos precios del petróleo, lo que ya produjo una disminución del presupuesto público, superior a los 130 mil millones de pesos adicionales durante este año, limitando aún más la ya difícil situación para la educación, la salud, el campo y otros ámbitos sociales.

De consolidarse la desaceleración económica mundial, el impacto productivo en nuestro país puede llegar a ser considerable en la manufactura y especialmente en la industria automotriz, que es el eje del enclave exportador mexicano, con efectos también significativos en el empleo y la entrada de divisas, ya que esa cadena de valor ocupa a más de 700 mil trabajadores y genera 120 mil millones de dólares anuales por exportaciones. Aquellas actividades que con grandes limitaciones están manteniendo a flote la economía nacional, es decir, la exportación de petróleo y de hortalizas, el turismo, las remesas de los mexicanos en Estados Unidos y el ensamble de vehículos automotrices, sufrirán las restricciones económicas y financieras, con lo cual, además de agudizarse las tensiones sociales y laborales, se escalarán los conflictos y las pugnas inter-burocráticas y al interior del bloque dominante, retroalimentando la espiral de violencia que azota al país.
Como en otros países de América Latina, en México se endurecerá la ya de por sí descarnada ofensiva neoconservadora en contra de las clases populares. Esta modalidad retrógrada de gestión gubernamental exacerbará la crisis social y política que resultará del despojo y el saqueo de recursos y territorios, y se sincronizará con la crisis climática, la económico-financiera, la energética y la de violencia e inseguridad, en una explosiva mezcla que podría traducirse en un ascenso de masas capaz de rebasar los liderazgos actuales, el cual se manifestaría a través de múltiples tipos de organización y de resistencia, incluso en la forma de autodefensas armadas.
De este modo, las tendencias que se perfilan en el corto y el mediano plazo son los siguientes:
a) Ninguna figura en el escenario político tiene el peso suficiente para garantizar de antemano la continuidad del régimen. Debido a esta carencia y a la crisis multidimensional que golpea con fuerza en México, se crean las condiciones para la emergencia de una candidatura al margen del sistema de control —ya sea representada por Andrés Manuel López Obrador o por algún personaje surgido de la ciudadanía—, que impide que el régimen imponga a su candidato en la presidencia, como sí lo hizo en 1988, 2006 y 2012. Todas las opciones oficiales para romper el frente opositor: candidatura "independiente", alianza PRI-Verde-PRD, o alianza PRD-PAN, son insuficientes para detener la potente candidatura rupturista, por lo que se abre la posibilidad de inaugurar un nuevo régimen con características contra hegemónicas.
b) El ascenso de masas producto de las crisis convergentes, obliga al régimen post-priísta, sostenido por Washington, a practicar la imposición de un gobierno de facto —antes, durante o después de la elección de 2018—, encubierto o no por rasgos seudo democráticos. Se inaugura un nuevo tipo de régimen autoritario, plenamente funcional a los intereses estratégicos de Estados Unidos en una etapa de gran volatilidad e incertidumbre que es producto del reacomodo inter-hegemónico global de dimensiones históricas.
c) Con muchos esfuerzos de por medio, el régimen actual logra imponer a su candidato a la presidencia, el cual establece por la fuerza el orden post electoral y prepara las condiciones para inaugurar —como en el escenario previo— un nuevo régimen autoritario.

Indicios para una estrategia política  
Pensar en la humanidad como una especie que convive con otras especies, en un planeta finito y con recursos ahora muy escasos y lastimados, parece ser un punto de partida obligado. Tenemos que poner el acento en el hecho de que, de seguir por la misma ruta, nuestra civilización no tiene ningún futuro. Debemos pensar en un tipo de economía organizada para satisfacer las necesidades de las personas, pero también debemos entender que las personas valen por lo que son y no por lo que tienen. Una economía cuyo eje de funcionamiento esté anclado en el valor de uso, es decir, en el contenido material concreto de la riqueza, y no en la magnitud de su valor de cambio. Una economía donde la riqueza de la sociedad deje de presentarse como “un enorme cúmulo de mercancías”, y la acumulación de capital como motivo único y final. Porque esta crisis terminal de la forma actual de nuestra civilización sólo puede ser superada con imaginación, volviendo los ojos a lo pequeño, a lo útil, a lo cotidiano, a los valores éticos y sociales, no a los monetarios.
Sabemos que la irracionalidad del sistema que nos subyuga es la razón principal por la cual estamos donde estamos, y también sabemos que dicho sistema es irreformable. Por eso somos anticapitalistas. Sin embargo, estamos ciertos que el sistema no se derrumbará por sí solo y que tampoco lo hará de un día para el otro. Y, si acaso así llegase a suceder ¿qué sistema lo reemplazaría? ¿Tal vez alguno aún peor? Es posible. De ahí que resulte inaplazable la construcción del siguiente sistema desde hoy; así sea de manera inconexa y descoordinada en un principio, extender y consolidar este proceso que ya está floreciendo en una multitud de lugares alrededor del mundo. No se parte de cero. Por todas partes comienzan a desplegarse resistencias y movimientos que ya perfilan la edificación de un nuevo proyecto y prefiguran los rasgos más generales de la sociedad por-venir.

Resistir no es suficiente, es indispensable neutralizar primero y desmantelar después el vértice del poder global, por ser éste la fuente principal de inestabilidad y violencia a escala planetaria. Hablar del capital financiero es hablar de quienes mueven los hilos de la economía, la política y la diplomacia globales. Son ellos los principales promotores de las guerras, los responsables del empobrecimiento de miles de millones de seres humanos, y los causantes de la devastación del mundo. Son ellos los verdaderos jefes del crimen organizado y el narcotráfico, los paladines de la evasión de impuestos y de los negocios turbios. Son quienes dominan la OCDE, el FMI, el BM, la OMC, el BEI, el BID y demás instituciones financieras y comerciales multilaterales, concebidas para someter naciones enteras. Son esos pocos billonarios quienes ejercen el control absoluto sobre la Reserva Federal, los bancos centrales de la mayoría de las naciones, la totalidad de los bancos comerciales, los bancos de negocios, los fondos de inversión, así como las más grandes y poderosas corporaciones multinacionales. Son quienes imponen “acuerdos” de inversión y de intercambio, que son sumamente lesivos y ultrajantes para los pueblos. La desarticulación de esta pequeña pero muy poderosa congregación criminal es, ante todo, un asunto de sobrevivencia colectiva.

Transformar al Estado desde sus bases, de tal modo que la sociedad organizada lo llene de contenido social y democrático, y edifique, desde la legitimidad, una nueva legalidad, es un objetivo estratégico. Cuando las instituciones parecen estar al servicio del crimen organizado se trastoca el ejercicio del poder político, dado que los tres órdenes de gobierno son profundamente influenciados por intereses espurios, ajenos al interés colectivo. Es entonces que las comunidades se organizan para defender las leyes, y para alcanzar su re-nacimiento ético y el rescate de su sistema de valores a partir de otras formas de cohesión social que perfilan la implantación de un nuevo sistema de justicia, y que generan las condiciones para producir y trabajar en paz en beneficio de sus propios integrantes [20].

Para recuperar el Estado, es ineludible hacer una valoración seria y profunda sobre la pertinencia de la participación en elecciones bajo las reglas excluyentes actuales. El descrédito en el que ha caído el sistema de partidos se debe, sobre todo, a que la derecha no tiene nada que ofrecer sino violencia, corrupción y sometimiento a los grandes poderes, y la izquierda es presa de sus incongruencias y de una trampa electoral en la que no tiene posibilidades reales de ganar sin autodestruirse como alternativa. A ello se suma que los proyectos que enarbolan son rabiosamente neoconservadores los de unos, y tan desarrollistas y productivistas los de los otros, que no tienen futuro alguno en un planeta al borde de la catástrofe climática.
Es en este sentido que parece indispensable recuperar la comunidad local sin perder la comunidad global. Enfocar las mayores energías en el re-diseño y el desarrollo de los espacios geográficos en los que la gente gestiona su vida diaria, para transformarlos en paisajes armónicos e integrados. Imaginar formas de volver a la naturaleza, aun en la más agreste de las metrópolis. Explorar ese punto intermedio entre lo natural inhóspito y el espacio netamente artificial que reniega del mundo orgánico (Yi-Fu-Tuan).

En el campo, recuperar el control de los territorios que se encuentran en manos de los grandes acaparadores de la minería, los recursos hídricos y la industria petrolera y eléctrica, de los laboratorios, las farmacéuticas y las multinacionales de la industria de los alimentos, de las empresas inmobiliarias y turísticas, y de todas aquellas que han expropiado los bienes comunes a sus legítimos posesionarios. Ello es ineludible en la medida que las comunidades locales se verán orilladas —cada vez en forma más violenta— a encontrar el sustento, ahí en los propios paisajes en los que habitan.
En las ciudades, explorar y ensayar formas individuales, familiares y colectivas de gestión de la producción de bienes y servicios, que busquen articularse en redes mercantiles alternas a las capitalistas. Concurrentemente, como parte del proceso de recuperar la comunidad local sin perder la comunidad global, la desconcentración y la re-distribución de la riqueza implica sustituir paulatinamente las mega-infraestructuras industriales, comerciales, urbanas y habitacionales, por espacios a escala humana concebidos y erigidos por las propias comunidades que los pueblan. Si bien el fenómeno del vaciamiento urbano y rural es algo cada vez más frecuente —el caso de Detroit y de algunos pueblos agrícolas del estado de Washington es paradigmático—, no se trata de abandonar esos emplazamientos y, menos aún, de desaparecer los equipamientos que contienen. El propósito debe ser re-utilizarlos, transformándolos en espacios convivenciales acondicionados para el trabajo, el ocio y el disfrute colectivos, ámbitos en los que las personas y los grupos sociales desplieguen la mayor parte de sus actividades cotidianas echando mano de recursos y energías locales.

Una transformación radical de los paisajes como la propuesta, implica actuar sobre las fuerzas que se yuxtaponen en su interior, en tres ámbitos: a) El productivo, que es la clave para el autoabastecimiento por la integración de cadenas de producción-distribución-consumo, y que se fundamenta en el inventario de potenciales de trabajo, en la tecnología y las finanzas, así como en los sistemas de producción primaria y secundaria, el intercambio de valores de uso y los servicios de apoyo. b) El medio ambiental, que involucra tanto lo natural como lo artificial de la geografía del lugar, es decir, la arquitectura y los espacios naturales y comunitarios, la cohesión territorial con base en las infraestructuras y las vialidades, los flujos y la movilidad de cosas y personas. c) El simbólico, que abarca los aspectos socio-culturales de las comunidades, las actividades y costumbres que despliegan, las instituciones, el conocimiento, el arte y las redes que crean.

Son las comunidades urbanas y rurales la base del sistema emergente y de la nueva civilización que comienza a prefigurarse. Son espacios en los que domina la cooperación y la solidaridad por encima del individualismo y la competencia. Constituyen la clave para desintegrar el antiguo estatus quo des-organizador de la vida, erradicar los mecanismos de reproducción social que nos agobian y nos limitan, y demoler el modo de producir que nos oprime. Su propagación es esencial para fortalecer ese embrión que ya comienza a definirse a partir de manifestaciones muy diversas, las cuales comparten un objetivo común: detener el avance de las fuerzas destructivas del capitalismo. Estamos, pues, al borde de un cambio histórico caracterizado por el fin de la globalización perversa y por el re-nacimiento de una forma de convivencia que hace posible el sustento, sin que al hacerlo se alteren los equilibrios inherentes a los paisajes en los que los seres humanos cohabitan con las demás especies e intercambian energías con la naturaleza. Tal es el secreto de la verdadera sustentabilidad: importar de otras cuencas sólo lo indispensable y complementarse con recursos externos sólo cuando resulta imperativo hacerlo.

Es así que las comunidades locales representan el terreno más conveniente para la resistencia y la construcción del poder contra hegemónico, y para enfrentar al capital a partir de transformaciones profundas en todos los órdenes de la vida. Constituyen el espacio propicio para comenzar a salirse del mercado capitalista y de sus redes de control, lo cual es perfectamente factible hacerlo en los aspectos más básicos de la existencia cotidiana como son la alimentación, la salud, la educación, la información, el dinero y las finanzas, la manufactura ligera, el arte y la cultura, la energía y el transporte. La clave está en la construcción de redes de auto-abastecimiento.
En una economía de base local, es decir, en la cual la planeación, la producción, la distribución y el consumo se organizan y se resuelven localmente, el dispendio de fuerza de trabajo, materias primas, componentes, maquinaria y equipo se reduce en forma prodigiosa.
·         Primero, porque se produce sólo lo socialmente necesario y no lo dictado por la necesidad de maximizar ganancias.
·         Segundo, porque se cancela el derroche de recursos ocasionado por el almacenamiento, el transporte y la distribución de la mayor parte de los bienes y los servicios que actualmente se observa.
·         Tercero, porque no se queman energías fósiles —como el petróleo— que son críticas en la fabricación de miles de productos indispensables para la sociedad moderna.
·         Cuarto, debido a que disminuyen de manera sensible los volúmenes de productos y personas que se trasladan por tierra, mar y aire, limitándose con ello el daño al medio ambiente y el gasto absurdo de energía.
·         Quinto, porque al modificar de raíz la forma de financiar-producir-transformar-comercializar-distribuir-consumir los alimentos básicos, se combate una de las principales causas del calentamiento global, debido a que puede bajar hasta en un cincuenta por ciento la generación de gases de efecto invernadero (GEI) en el mundo.
·         Y, sexto, porque se abaten considerablemente los monumentales gastos en los que por concepto de salud se incurre en la actualidad, y que son debidos en gran medida a la contaminación ambiental y a las innumerables enfermedades y padecimientos ocasionados por la industria de los alimentos procesados.

Fuera de la lógica del mercado capitalista estarían el capital, la mano de obra y la tierra. También lo estarían la información y las ideas que, sin embargo, a través de la Internet, sería una de las actividades más dinámicas y prolíficas. De este modo, la verdadera economía del conocimiento se trasladaría de los espacios dominados por las corporaciones multinacionales, a las universidades, escuelas y talleres de oficios locales, en los que se experimentaría una auténtica explosión de innovación debido a que el conocimiento de vanguardia podría ser aplicado sin restricciones a la solución de las necesidades concretas de las comunidades.
Estamos hablando de comunidades autónomas que imaginan sus futuros alternativos y diseñan colectivamente las estrategias para llegar a ellos. En tal esquema, no existe un plan preconcebido al que hay que ajustarse o someterse, lo cual en ningún sentido supone la inexistencia de la planeación incluyente y democrática en escalas más amplias, como la regional y la global. De los ahorros generados localmente, las comunidades aportan partes alícuotas de recursos para hacer frente a la construcción de equipamientos sociales, productivos o ambientales que trascienden su ámbito territorial, tales como hospitales y clínicas, instituciones de educación y centros de investigación, infraestructuras de transporte y comunicación, grandes obras hidráulicas y de generación de energía, reservas de valor histórico y arqueológico, así como parques ecológicos y áreas naturales protegidas. Es esta una posible ruta para los miles de millones de excluidos que en la actualidad ya no son siquiera sujetos de explotación o consumidores potenciales.

El financiamiento del gasto del gobierno y de la realización de las obras y los proyectos definidos por la comunidad, puede ser gestionado desde concejos populares, locales y municipales, a partir de una modalidad de hacienda pública que se nutre del ahorro local. Por su parte, las cajas de ahorro popular se constituyen en los instrumentos idóneos para el desarrollo de monedas y de sistemas de crédito comunitarios.

Conjeturas para México  
El territorio de México es estratégico para los Estados Unidos, por lo que liberarse de su influjo no representa, en ningún sentido, una tarea sencilla. Resulta entonces fundamental para el movimiento popular mexicano mirar hacia América Latina y hacia naciones y movimientos amigos. Buscar una alianza política, económica, tecnológica y cultural con los pueblos y los gobiernos democráticos latinoamericanos, pero también aproximarse a los llamados BRICS y, en particular, valorar como algo decisivo la búsqueda de vínculos mucho más estrechos con la comunidad hispana y con el poderoso movimiento anti-sistémico que está emergiendo en el país del Norte.
Todo parece indicar que está dando inicio un largo periodo de crisis, carencias y conflictos que será potencialmente muy negativo para los intereses de los asalariados, las comunidades y los pueblos. Es extremadamente difícil que, bajo estas condiciones, se logre una transformación del país por la vía electoral. No obstante, mientras el poder no las cancele como fuente de legitimidad, las elecciones seguirán siendo un recurso muy valioso a nivel municipal —e incluso en el ámbito estatal en algunos casos—, ya que representan una oportunidad para organizar a los trabajadores en sus propios territorios.
Por ello es impostergable el debate sobre lo que ya se perfila como el tránsito de un ciclo de lucha centrado en la conquista del vértice de la pirámide del poder por la vía exclusivamente electoral, a otra etapa que pone el acento en la construcción de poder social, y que percibe a las elecciones como un instrumento subordinado a aquel objetivo estratégico. El poder —como el futuro— no se conquista, se construye.
Internamente, es imprescindible abrir espacio a muchos sectores que entre la apatía y la desilusión se han desentendido de la política electoral: los jóvenes que demandan educación, trabajo y oportunidades de desarrollo, un medio ambiente limpio, ciudades vivibles, seguridad y paz, libertades básicas, transparencia, rendición de cuentas y medios de comunicación democráticos; los pueblos indígenas cuyos derechos son pisoteados por caciques y sus recursos enajenados por grandes empresas transnacionales; las comunidades y las organizaciones productivas y sociales que resisten, mediante formas económicas alternativas, la apropiación violenta de su patrimonio y sus territorios por parte de un capitalismo salvaje e implacable; las víctimas de la ocupación y la represión y los defensores de derechos humanos, que buscan paz y justicia en una situación de violencia, promovida y ejecutada por el Estado de manera selectiva hacia los sectores movilizados. Urge comprender a cabalidad esta nueva etapa histórica caracterizada por la irrupción y la confluencia de innumerables movimientos libertarios, dentro y fuera de nuestras fronteras nacionales, que buscan denodadamente nuevas formas de relación recíproca y de interacción con la naturaleza que den viabilidad a la especie humana sin acabar con la vida en el planeta.
En la escala local es mucho lo que se puede hacer. Mediante la producción casera de hortalizas, plantas medicinales, olor y ornato, y con la crianza de animales en traspatio como pollos, puercos, cabras y borregos, las familias y las comunidades comenzarían a apartarse de los productos caros y malos que se venden en las grandes cadenas comerciales, además de que estarían en condiciones de ahorrar una proporción significativa de su ingreso monetario y de mejorar su salud mediante el consumo de alimentos sanos. Ya consolidado un nuevo sistema de producción-consumo, sería posible tejer una red comercial no capitalista a través del intercambio de excedentes de alimentos, e incluso de productos agroindustriales sustentables fabricados localmente. Este tipo de producción estaría soportada por dispositivos y redes comunitarias para la captación, recolección y distribución de agua pluvial, además de tecnologías agroecológicas para suprimir por completo el uso de agroquímicos y fertilizantes.
Las redes de educación y de salud irían de la mano de la red alimentaria, en virtud de que la enseñanza estaría dirigida hacia las necesidades locales de autoabastecimiento y de reproducción social. Las casas de oficios para jóvenes, los centros de salud autóctonos, con curanderos y comadronas que echan mano del conocimiento milenario sobre la medicina natural y alternativa, los centros comunitarios de maquinaria y servicios de apoyo para la construcción de infraestructuras sociales y para la producción (por ejemplo, hornos de pan y fábricas de tortillas para el uso colectivo), son elementos que abonarían a mejorar la producción local de alimentos, aportarían al cuidado de la salud, pero enfatizando en el aspecto preventivo de la medicina y no en el curativo, y constituirían instancias para reorientar la educación en beneficio de la gente.
La red del dinero podría ser sustituida mediante cajas de ahorro popular bien administradas y vigiladas por la comunidad, así como a través del impulso al trueque y a los bancos del tiempo. Para desarrollar redes de información y comunicación alternativas, sería posible echar mano de las radios comunitarias y de los sistemas de telefonía celular ya desarrollados por comunidades indígenas de Oaxaca. El arte y la cultura se socializarían de manera casi natural bajo un modelo de autoabastecimiento, dado que se estimularía de manera amplia la identidad de las comunidades. Por su parte, la innovación y la adaptación de tecnologías existentes a las necesidades locales representarían una explosión de conocimiento de grandes proporciones.
Es claro que una estrategia de auto-abastecimiento como la que aquí sintetizamos, sólo sería posible mediante procesos horizontales de auto-organización de masas, que estén dirigidos a fortalecer las capacidades autonómicas de los municipios y las comunidades. Es innegable que en aquellos lugares en los que la violencia sea la norma, será inevitable y comprensible que el pueblo se auto defienda.
Con estas ideas pretendemos contribuir al debate de una estrategia, cuyo propósito es encontrar los mejores caminos para que el futuro de los trabajadores y las comunidades sea luminoso.
Notas

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