Re-inventar el camino
hacia el futuro
29 de febrero de 2016
Por Alberto Carral (Rebelión)
Se percibe el potente rugido en el interior
del volcán, pero aún no sabemos si lo estamos produciendo nosotros o son ellos.
Alberto Carral
México se encuentra atrapado en las turbulentas
aguas de lo que parece ser una acelerada y radical transformación de la vida en
el planeta. Los ingentes problemas acumulados durante décadas y las
extraordinarias advertencias que emergen en el horizonte, constituyen un
desafío sin precedentes para la humanidad. Tal parece que lo peor está aún por
venir, pero es precisamente esa abrumadora adversidad la que hace posible y
necesario el cambio radical. En esta compleja e incierta etapa en la que nos
estamos adentrando, es indispensable considerar el escenario más adverso para
poder construir una estrategia política que sea útil a quienes habitan y
trabajan en las comunidades rurales y en las concentraciones urbanas. Una estrategia
atractiva y esperanzadora porque entiende y atiende a lo que ahí sucede, justamente
donde la gente y sus familias viven la mayor parte de sus vidas. Ni fatalismo
ni optimismo estéril, sino una valoración objetiva y ponderada de este momento
paradigmático. De nada sirve ser complacientes en el análisis ¿Quién hubiera
imaginado hace sólo 25 ó 30 años que México se precipitaría en el aterrador
tobogán de degradación en el que ha caído? ¿Podemos asegurar que el resto del
mundo está lejos de encontrarse en escenarios tan extremos como el mexicano, el
haitiano, el irakí, el libio, el senegalés, el ucraniano o el sirio? Además del
formidable reto que nos plantea el cambio climático, en el mundo están
convergiendo múltiples crisis y conflictos cuya simultaneidad supone un riesgo
sin paralelo para la continuidad del sistema capitalista, tal y como lo
conocemos hasta ahora. Pero no sólo eso. Esta crisis multidimensional es de tal
magnitud, que pone en entredicho la existencia misma de nuestra civilización y
del conjunto de las especies del planeta.
Algunas de estas crisis ya están irrumpiendo.
El edificio económico-financiero se tambalea debido a la volatilidad de los
precios del petróleo y a la pérdida de centralidad del dólar en el sistema
global. El absurdo esquema de producción, distribución y consumo de alimentos
industrializados no sólo genera enormes volúmenes de gases de efecto
invernadero, sino que también contamina gravemente los suelos agrícolas y unos
recursos hídricos que de por sí cada vez son más escasos. Los océanos se han
convertido en tiraderos de basura y en objeto de sobrexplotación de las
especies que cobijan, pero lo más grave es que las aguas marinas se están
acidificando, los corales se están perdiendo, el nivel de las costas se está
elevando y la dinámica de las corrientes profundas está siendo alterada por el
embate del calentamiento global. Rehenes de una oleada de neocolonialismo, a lo
largo y ancho del orbe vastos territorios están siendo acaparados
aceleradamente por grandes corporativos y potencias imperiales, provocando con
ello migraciones masivas, el desgaste profundo de los recursos naturales y la
devastación de paisajes completos. A su vez, esta nociva combinación de
problemas tiende a retroalimentar otras crisis como la del poder hegemónico
estadounidense a escala global, la del modelo de naciones prevaleciente y la
del control político tradicional, ya sea en las llamadas democracias o en
países con sistemas verticales de decisión. Por si todo esto fuera poco, a
mediados de este siglo la cantidad de población a nivel mundial habrá llegado a
su punto más alto, y las ciudades del planeta tendrán que arreglárselas para
dar cabida a otros 3,200 millones de personas.
En lo que viene, haremos un breve recorrido por cinco de las
macro-tendencias que dominan la dinámica mundial: 1) la irrupción del
calentamiento global y el cambio climático que ha desatado, 2) el inminente
agotamiento del petróleo, 3) los obstáculos al proceso de acumulación de
capital, 4) la financiarización de la economía mundial, y 5) el escalamiento de
las tensiones y los conflictos interhegemónicos. En seguida, y también de
manera sucinta, situaremos los principales retos a los que se enfrenta México
en un escenario de virtual ocupación imperial. Finalmente, expondremos algunas
ideas, muy iniciales, que pretenden contribuir al debate de una estrategia
política para afrontar el largo y difícil período que parece estar despuntando.
Calentamiento global
y cambio climático
Sin duda, el cambio climático es el mayor
desafío a la continuidad de la civilización. Se origina en la irracionalidad del
funcionamiento capitalista, en particular en el consumo completamente
desmesurado de energía fósil —petróleo, gas natural y carbón— que ha tenido
lugar a partir de la revolución industrial. Con el incremento de un solo grado
en la temperatura de la atmósfera, provocado por la generación masiva de CO2 y
de otros gases de efecto invernadero (GEI), el funcionamiento del clima se ha
desquiciado en todos los rincones del mundo, con graves consecuencias para
nuestra vida cotidiana. Ahora son comunes y recurrentes los gigantescos
huracanes y las prolongadas sequías, como la que ha azotado al estado de
California durante los años recientes. Somos testigos de una muy llamativa
recurrencia de inundaciones y deslaves extremadamente destructivos, de
peligrosas pandemias y plagas hasta ahora desconocidas, de afectaciones en las
reservas y la distribución del agua potable, de severos daños a la producción
de alimentos, así como de ondas de calor nunca antes vistas, como la que golpeó
el norte de México el verano pasado. Presenciamos con asombro tormentas de
nieve descomunales, como Jonás,
que hace pocos días castigó a 85 millones de personas en Estados Unidos, o la
extraña tormenta Frank que en diciembre de 2015 elevó en más
de 30 grados centígrados la temperatura media del Ártico, provocando zozobra
entre los estudiosos que dan seguimiento a este tipo de fenómenos.
Pero lo que ya padecemos es poco, comparado
con lo que sucedería si el consumo de energía fósil no se detiene de manera
tajante en los próximos 5 años. A pesar de que el Protocolo de Kyoto de 1992
fue un acuerdo internacional vinculante que estableció que los principales
países generadores de GEI deberían reducir en 5 por ciento sus emisiones por
debajo del nivel de 1990, en el año 2010 estas ya habían aumentado de 38 a 50 giga toneladas
equivalentes de dióxido de carbono anuales [1].
Si esos importantes acuerdos no lograron detener el acelerado aumento de la
emisión de GEI, el decepcionante resultado de la reunión de la COP21 en París
en diciembre de 2015, en donde no se pactó ningún tipo de restricción real y
efectiva para detener dichas emisiones y, en la práctica, los
"compromisos" ahí asumidos no obligan a los gobiernos a nada, es
posible anticipar que la temperatura global continuará incrementándose en forma
descontrolada. Mencionemos sólo una de las posibles consecuencias que este
fenómeno podría acarrear: si los gobiernos del mundo no toman medidas efectivas
y radicales para evitar que se sigan quemando combustibles de manera
irracional, es altamente probable que el calentamiento global se acelere aún
más y que las temperaturas promedio del planeta se eleven por encima de los 2
grados —e incluso hasta los 4 o los 6 grados Celsius—, con impactos
catastróficos para todas las especies del planeta. Distintos expertos en la materia,
sostienen que esto podría llegar a suceder en un tiempo mucho más corto del
estimado hasta hace poco [2].
Sin duda, son asombrosos los avances tecnológicos que en el campo
de las energías renovables se han logrado en los años recientes. Impacta de
manera particular el hecho de que, en virtud de estos desarrollos, el costo de
la generación de electricidad por medio de energía eólica se redujo en un 61
por ciento entre 2009 y 2015, en tanto que el de la energía solar lo hizo en un
82 por ciento [3]. Estas
importantes conquistas inducen a no pocos analistas a pensar que, debido a
ello, ya no será necesario consumir los yacimientos de combustibles que aún se
encuentran sin explotar. Ojalá y tuviesen razón. El problema es que el sistema
capitalista está atado al consumo de energía fósil, y en particular de petróleo
y gas. Existe un tipo de unión indisoluble entre estas fuentes energéticas y
las finanzas globales, por lo que Wall
Street, la City, y las grandes compañías de la energía jamás compartirán la idea
de dejar bajo la superficie de la tierra esa fabulosa cantidad de combustibles,
registrados como activos en sus estados financieros. Alrededor de una
quinta parte de la riqueza del mundo se encuentra cristalizada de distintas
formas en el sistema energético, del cual depende la marcha de la economía
planetaria, por lo que es muy improbable que los dueños de las infraestructuras
y los complejos industriales que lo integran acepten de buena gana dejar de
amortizar y de recuperar sus inversiones, las cuales suman billones de dólares.
Es por estas razones que el llamado calentamiento global ha entrado en
una espiral ascendente, fuera del control de los humanos, que está produciendo
el derretimiento de los hielos y glaciares en las cadenas montañosas, la Antártida
y, de manera particularmente preocupante, en Groenlandia, Siberia y en todo el
círculo polar Ártico. Aunque de manera desigual alrededor del globo, el nivel de las
aguas marinas ha subido ya hasta en 25 centímetros en
algunos lugares [4]; no obstante,
si Groenlandia se derritiese por completo —algo que está sucediendo a un ritmo
tan inusitado que los científicos están sorprendidos por ello—, los océanos se
elevarían 7 metros
sobre su cota actual. Si este escenario llegara a materializarse, el impacto sería
demoledor. Por
lo menos 600 millones de personas se quedarían sin hogar y sin trabajo y se
verían forzados a desplazarse hacia el interior de los continentes. Por si esto
fuera poco, grandes reservas de agua potable se perderían y la agricultura
resultaría severamente afectada, con el consiguiente impacto en la producción
de alimentos y de materias primas. Uno de los efectos más catastróficos sería
la paralización del 80 por ciento del comercio mundial, debido a que los
puertos resultarían inutilizados por largo tiempo. Buena parte de los
cargamentos de hidrocarburos, alimentos y bienes de consumo del mundo no
podrían ser transportados.
Algunas estimaciones indican que dentro de
unos 30 años el petróleo del mundo se habrá agotado. Hay quienes piensan que
las fuentes alternas de energía suplirán sin mayor sobresalto la falta de
petróleo, pero es muy improbable que así suceda. La transición energética se
está dando a un ritmo tan lento, que es posible anticipar una larga etapa de
fuertes oscilaciones en el precio y en el abasto de esa materia prima. Sólo las
grandes potencias, que ahora mismo se disputan el control de las reservas
mundiales de energía fósil, estarán en condiciones de sortear de una mejor
manera las agudas restricciones que inevitablemente se presentarán en los años
por venir. Muchos países que no cuentan con tal riqueza o que —como México— la
pusieron en manos de intereses corporativos e imperiales, sufrirán las amargas
consecuencias de los muy elevados precios que resultarán de la escasez y, lo
peor de todo, del desabasto de combustibles y de otros miles de productos
derivados del petróleo, que irrumpirá conforme avance la crítica disminución de
la oferta del codiciado energético.
En buena medida, el capitalismo se desarrolló
gracias a la abundante energía barata, por lo que no es casual que cuando
Estados Unidos gasta más de 10% de su PIB en energía primaria el crecimiento se
detiene. Pero la fiesta está por terminar, debido a que las reservas crecen
pero el consumo lo hace en una proporción aún mayor. La burbuja especulativa
del petróleo y del gas de esquisto (shale) es un espejismo que ha sido
utilizado con fines geoestratégicos por la Casa Blanca , como
parte de la guerra económica en contra de Rusia, Irán y Venezuela. De hecho, el
aumento de la dependencia de este tipo de energía basada en la tecnología de la
fractura hidráulica podría incluso empeorar la tasa de declinación de la
producción en el largo plazo, ya que estos pozos no tienen meseta y se agotan
extremadamente rápido, aún antes de los primeros 5 años de vida. Así que es
altamente probable que se presente una disminución sostenida de la producción
convencional global antes del año 2030, y existe un riesgo significativo de que
se presente antes del 2020 [5].
La baja que se está experimentando en el precio del crudo es
absolutamente artificial y coyuntural y se explica por un exceso significativo
de oferta con relación a la demanda prevaleciente, generado por la entrada del shale de Estados Unidos al mercado en
los últimos 7 u 8 años y por la ralentización del crecimiento de la economía de
China. Más temprano que tarde, los castigados precios del petróleo ocasionarán
la desaparición de la sobre oferta, debido a que muchas empresas no lograrán
resistir precios inferiores a los 30 dólares con costos de la producción del shale que se ubican por encima de los 50
dólares por barril. Eso sin considerar la posibilidad de un acuerdo entre
productores para forzar un aumento de precios. En cualquier escenario, en virtud
de que la tasa de retorno energético (TRE) seguirá declinando en forma
sostenida, es inevitable que el precio del petróleo se elevará en los próximos
años, y lo hará hasta un punto en el que el mercado capitalista ya no estará en
condiciones de pagarlo, propiciando así severas turbulencias económicas y
geopolíticas [6].
Wim Dierckxsens pone sobre la mesa la
contradicción que está en la base de las turbulencias en el sistema-mundo. El
politólogo y demógrafo de origen holandés afirma que: “Bajo la racionalidad
económica y las relaciones sociales de producción existentes, ya no es posible
un mayor desarrollo de las fuerzas productivas…” Para intentar ‘sobrevivir’ a
la competencia, el capital se ve forzado a acortar la vida media útil del
capital fijo, es decir, los edificios y la maquinaria que utiliza, con el
propósito de obtener así la tecnología de punta del momento. “La tendencia
anterior —dice Wim Dierckxsens— ha dado un enorme impulso al capital productivo
en la posguerra así como a los inventos tecnológicos. Sin embargo, hacia fines
de los años sesenta y principios de los setenta la sustitución tecnológica ha
llegado al límite posible para aumentar la tasa de ganancia en Occidente. La
vida media útil del capital fijo se redujo tanto que el costo tecnológico por
transferir al producto (o servicio) ya no es compensado por la reducción en el
costo laboral al emplear esa nueva tecnología. La capacidad de reemplazo
tecnológico (el desarrollo de las fuerzas productivas) se torna un estorbo para
aumentar la tasa de ganancia, es decir, para la propia relación de producción
vigente” [7].
Este fenómeno, que se presentó con toda su
fuerza en Occidente a partir de la década de 1970, alcanzó a Japón hacia el
final de los años ochenta, hundiéndolo desde entonces en el estancamiento. En
la actualidad, esta tendencia se está apoderando también de la economía de
China, la última locomotora del capitalismo. Tanto en Occidente como en Japón,
y más recientemente en China [8],
el capital ha intentado impulsar un nuevo ciclo ascendente mediante un
gigantesco endeudamiento estatal, corporativo y familiar, pero sin conseguirlo.
A partir de las patentes y del control estricto de la propiedad intelectual, ha
buscado evitar reducciones adicionales a la vida media útil de la tecnología,
lo cual no ha significado un repunte de los beneficios porque, más temprano que
tarde, el uso de las nuevas tecnologías se generaliza.
Otro de los mecanismos utilizados por el
capital para intentar revertir la tendencia decreciente de la tasa de ganancia,
ha sido el abatimiento del costo de la fuerza de trabajo a través de la
reducción de los salarios directos e indirectos y mediante la sustitución de
mano de obra por robots. No obstante, el efecto de estas medidas ha sido
contraproducente, puesto que la disminución de la capacidad de consumo de los
trabajadores no ha hecho sino agudizar el estancamiento productivo,
convirtiéndolo en un fenómeno permanente a escala global. Se estima que la
capacidad ociosa promedio en el sector industrial a nivel mundial está en
niveles entre el 30 y el 40 por ciento del total [9].
En un escenario de estrechamiento de la demanda y de incremento de
los costos y del endeudamiento, los grandes corporativos intentan por todos los
medios a su alcance conservar
mercados y vender más, de ahí que presionen a los estados para derrumbar todas
las barreras al comercio y a la inversión, todas las regulaciones sanitarias y
ambientales. Una práctica común de los laboratorios y de la industria de los
alimentos, consiste en instrumentar estrategias para atar a los consumidores a
sus productos, incluso si ello significa enfermarlos y envenenarlos. Eso, y el
intento por frenar a las potencias emergentes, es lo que explica la
desesperación de las corporaciones multinacionales por imponer los nocivos y
criminales acuerdos de inversión y comercio, tales como la Asociación Transpacífica
(TPP), la
Asociación Trasatlántica de Comercio e Inversión (TTIP), y el
Tratado de Comercio de los Servicios (TISA), negociados en secreto con los
gobiernos a su servicio.
Cuando la esfera de la producción deja de ser
atractiva para los capitales individuales debido a los reducidos márgenes de
ganancia prevalecientes, estos fluyen —casi de manera natural— hacia la esfera
financiera, en la que se utilizan sofisticados instrumentos para generar muy
altas tasas de rentabilidad. Con esta migración de capital se profundiza el
estancamiento económico y se degrada aún más el mecanismo de generación de
ganancias sustentado en el cambio tecnológico, debido a que en el sector
financiero no se genera valor nuevo sino que únicamente se re-distribuye en
forma regresiva, alimentando así la concentración de capital-dinero en unas
pocas manos.
No obstante, dado que esos gigantescos
volúmenes de fondos sólo pueden crecer por medio de la rapiña, el capital
financiero ha intensificado aún más la expoliación de los trabajadores, la
destrucción de la naturaleza en busca de nuevas “riquezas” y, de manera
particularmente cruda, la especulación en gran escala, recurriendo para ello a
la generación de burbujas financieras como las inmobiliarias, las bursátiles,
la del acaparamiento de tierras, la del fracking,
etcétera. Pero no sólo eso. También ha inundado los mercados con diversos tipos
de derivados financieros que en la actualidad —de acuerdo con algunos analistas [10] —
suman hasta 1,500 billones de dólares, es decir, una cantidad 20 veces superior
al valor de la economía real de todo el mundo. Así, a pesar de esta plétora de
dinero, el aparato productivo global está estancado y los trabajadores del
planeta entero se están empobreciendo aceleradamente.
El fenómeno de la financiarización ha
producido la concentración del poder en un pequeño grupo plutocrático que
controla masas enormes de capital-dinero, así como la operatividad de los
grandes conglomerados y corporativos mundiales. Según investigaciones
recientes, son sólo 737 compañías las que controlan 80% de la red corporativa
transnacional, y un grupo de apenas 147 de ellas domina casi la mitad de esta
red global-núcleo de instituciones financieras estrechamente ligadas entre sí [11]. En un estudio recién publicado,
Oxfam asegura que sólo 62 personas poseen la misma riqueza que la mitad de la
población mundial [12]. Un dato
revelador e indignante es que únicamente 83 empresas del petróleo y 7 de la
energía y el cemento son las responsables por dos tercios de los gases de
efecto invernadero emitidos globalmente desde 1850 [13].
Sin duda existe un gran riesgo de que este
irracional modelo especulativo termine por provocar el estallamiento de una
crisis financiera, cuya dimensión podría superar con creces la ocurrida en
2008.
Enfrentamiento
geopolítico entre potencias
Las pugnas que se están produciendo en las
campañas electorales de la
Unión Americana , son sólo el reflejo de las formidables
tensiones que tienen lugar en la escena mundial, donde los grupos más
retrógrados de Wall Street,
vinculados a los intereses del complejo industrial-militar, están utilizando
todos los recursos a su alcance para imponerse al renovado protagonismo de
Rusia en la escena diplomática y militar, y al emergente liderazgo económico,
tecnológico y financiero de China a escala mundial, que se manifiesta en los
ostensibles y crecientes peligros a los que la humanidad se enfrenta, de manera
particularmente crítica en Oriente Medio y en el mar de China Meridional [14].
Después del resultado de las elecciones
primarias en Iowa, New Hampshire, Nevada y Carolina del Sur, en las que los
candidatos del establishment han
sufrido severos reveses, la cuerda se ha estirado al máximo. El hasta ahora
imparable ascenso de la figura del senador socialista democrático, Bernie
Sanders, cuyo discurso se ha centrado en la denuncia de la ilegitimidad del
poder de Wall Street y de las grandes corporaciones
multinacionales, sorprendió al mundo por haber logrado concitar el apoyo masivo
de una muy lastimada clase media y, sobre todo, de millones de jóvenes
tradicionalmente ajenos y desconfiados del teatro electoral estadounidense. De
este modo, la coyuntura electoral en curso en Estados Unidos tiene un
inquietante parecido con aquella que en 1968 culminó con el asesinato de Robert
Kennedy. Dado el pobre desempeño de Lindon B. Johnson en las primarias de New
Hampshire, sólo 4 días después el senador Kennedy decidió participar en la
carrera por la nominación del partido demócrata, lo que dos semanas más tarde
obligó al presidente a anunciar su retiro de la carrera por la reelección para
cederle el paso a Hubert Humphrey. Al llegar a las primarias del estado de
California el 4 de junio de aquel oscuro año, Kennedy —que hasta ese día
contaba ya con 393 delegados por 561 de Humphrey— se perfiló como el virtual
ganador de la candidatura demócrata, razón por la cual fue ejecutado esa misma
noche al terminar su discurso frente a sus seguidores en el Hotel Ambassador de Los Ángeles.
Como sabemos, sus asesinos estaban interesados
en continuar con la guerra de Vietnam —a la cual el candidato presidencial se
oponía— y, más importante aún, querían asegurarse de que el joven senador por
Nueva York no reactivara la Orden Ejecutiva
11110 dictada por su
malogrado hermano, John F. Kennedy, la cual atentaba contra el monopolio para
la emisión de dólares, que aún hoy detentan los bancos privados que controlan la Reserva Federal ,
al transferir parte de su poder al Departamento del Tesoro de los Estados
Unidos. De hecho, tres años después del asesinato de Robert Kennedy, el
presidente Richard Nixon ordenó la inconvertibilidad del dólar y el fin del
patrón oro, con el propósito de imponer el dominio de la divisa estadounidense
en todo el mundo, un hecho que marcó el inicio del caos financiero global que
permanece hasta nuestros días.
Este modelo se está desgastando muy
rápidamente. Pekín está desarrollando un sistema de medida de las cotizaciones
del oro en yuanes, y está preparando la introducción del patrón oro, lo cual
equivaldría a “asesinar” al dólar [15].
Pero no sólo eso. El gobierno chino ha promovido pactos y acuerdos que han cristalizado
en magnos proyectos y nuevas instituciones para el desarrollo, como la moderna Ruta de la Seda (Un cinturón una ruta), el Banco Asiático de Inversiones e
Infraestructura y el Banco de Desarrollo de los BRICS. Junto con otros
importantes países de Eurasia como Rusia, Irán y la India, ha sellado alianzas
militares para la seguridad mutua, como son la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) y laOrganización del Tratado de Seguridad Colectiva
(OTSC). Las tensiones producto de este magno reacomodo son crecientes en
Eurasia y África y poco a poco se extienden también a América Latina, dos
regiones a las que el sector más duro dentro de los círculos de poder en
Estados Unidos ha decidido “exportar” estrategias de destrucción de estados y
absorción de territorios, en modalidades que le han resultado muy exitosas y
convenientes en países como México, Libia o Irak [16].
Por su localización geoestratégica, sus cuantiosos y variados
recursos naturales y su renovado e imponente poderío militar para la guerra
convencional, Rusia ha hecho renacer los temores y la rivalidad de Occidente.
Los conflictos en Ucrania y Siria forman parte de una estrategia mucho más
vasta diseñada por el Pentágono, que tiene por objeto rodear a Rusia y a China,
aislar a India y neutralizar a Alemania a partir de franjas de
desestabilización en tres arcos: a) el que se extiende del Mar Báltico hasta el
Mar Negro, con vórtices visibles en Ucrania y Macedonia-Grecia, b) el más
grande y turbulento, que va de Pakistán a Libia y en el que están presentes
varios vórtices de distintas dimensiones: en Siria-Irak, en Afganistán-Pakistán
y en el propio país norafricano, y 3) el arco de contención de China en el
Pacífico Asiático, que se extiende desde Corea del Sur hasta Vietnam-Tailandia-Burma,
con focos de turbulencia muy importantes en las islas del Mar de China [17].
El régimen político surgido en 1982, a partir del quiebre
en la forma de inserción geopolítica de México en América y en el mundo, está
completamente agotado y no da para más. Su decadencia, decrepitud y degradación
han llegado a un límite que, sobre las mismas bases y condiciones, resulta
infranqueable.
La característica más visible del régimen que
se desmorona radica en su capacidad para imponer todas y cada una de las
políticas neoliberales dictadas desde Washington, sin enfrentar todavía una
amenaza que desde el campo del movimiento de masas tenga la fuerza necesaria
para detenerlas. Entre 1982 y 2015 el sistema pudo contener exitosamente la
resistencia popular, cuya columna vertebral fue la corriente cardenista
escindida del bloque histórico postrevolucionario, la cual puso en jaque la
continuidad del proceso contra-reformista en al menos tres momentos
destacables: 1988, 2006 y 2012. Este régimen ha sido capaz de mantener el
control, a pesar de contar con niveles exiguos de consenso y de tener que
recurrir a dosis cada vez más grandes de coerción. Sin embargo, su
descomposición ha llegado a un punto en el que los intentos de legitimación por
la vía electoral, parlamentaria o presidencialista apuntan a ser cada vez más
infructuosos.
Durante las últimas tres décadas, la singular
estrategia empleada en México por la élite del poder estadounidense abarca
todas las etapas de una ocupación exitosa [18].
Su objetivo fue modificar el papel que México jugaba en el área de seguridad de
Estados Unidos, para lograr de esta manera el control estratégico de su
territorio y de sus recursos. Sobre este asunto, Zbigniew Brzezinski —asesor de
seguridad nacional del presidente Carter (1977-1980) y cerebro geopolítico de
Obama en la actualidad— solía decir en los años setentas del siglo pasado: “No
permitiremos un Japón al sur de nuestra frontera”.
Con la dócil anuencia del vilipendiado Enrique
Peña Nieto, el imperio estadounidense —como punta de lanza de los intereses del
capital financiero especulativo— ha concluido en lo fundamental la fase de
desmantelamiento de la planta productiva local, así como la
ocupación-apropiación del territorio y los recursos contenidos en él, por la
vía del sometimiento económico-financiero, político-social,
comunicacional-cultural y policíaco-militar de México. En el transcurso de este
proceso, las muy escasas fuentes de legitimidad que mantuvieron vigente el
régimen político asociado a la imposición del neoliberalismo en México, se han
desgastado aceleradamente: los ejes del pacto constitucional que aún se
mantenían vivos —al menos en la letra de la Carta Magna —, fueron demolidos en los tres primeros años
del gobierno actual, con lo cual todo resquicio de esperanza ciudadana en la
conducción del PRI y sus partidos satélite fue abolido casi en forma
definitiva. Este es un asunto por demás delicado si tomamos en cuenta que las
contra reformas al campo impuestas durante el salinato en la década de 1990
dieron lugar al levantamiento zapatista en Chiapas.
Como hemos expuesto en otro momento [19], México representa la fuente por
excelencia de abastecimiento de suelo, recursos y energía social de Estados
Unidos. Juega el papel de hinterland para su desdoblamiento
político-militar, por ser el espacio “natural” para su expansión como súper
potencia mundial, por lo que desde los primeros años de la década de 1980
comenzó a ser moldeado y finalmente engullido por el vecino del Norte, como una
suerte de neo-protectorado. Sin embargo, el sistema de dominación parece
aproximarse inevitablemente a una implosión, aunque es imposible anticipar qué
tipo de régimen es el que surgirá de sus cenizas.
El tránsito de un esquema hegemónico unipolar
a otro multipolar con la presencia dominante de Estados Unidos, Rusia y China
es la macro tendencia que está determinando la dinámica
global. Son tres las posibles trayectorias que podría recorrer. Una, en la que
se imponen las posiciones negociadoras y el conflicto entre potencias se
atempera, así sea de manera relativa, lográndose un nuevo reparto del mundo sin
choques de gran calado. Otra, en la que impera una situación de igualdad de
fuerzas entre guerreristas y negociadores en Washington, Wall Street, la City y Bruselas, y se mantiene la
estrategia de cerco a Rusia y a China, con grandes turbulencias en un número
creciente de vórtices de conflicto. Y, una tercera, ominosa, en la que se
escalan los conflictos hasta un punto potencialmente catastrófico.
Cualquiera de los escenarios sería afectado
por las crisis convergentes que se vislumbran y por la pérdida de viabilidad
del sistema capitalista como modo de producción dominante. Son de esperarse
impactos sociales muy profundos debidos a las alteraciones climáticas, la
inestabilidad creciente en el mercado petrolero y la amenaza de un colapso
financiero de gran magnitud. Tales tendencias indeseables se retroalimentarán
con otras, como el estancamiento económico de largo plazo, el endeudamiento gubernamental
y corporativo, el alto nivel de capacidad ociosa en la industria, así como las
guerras cada vez más frecuentes, todo lo cual conspirará en contra de los
intereses de los trabajadores y los pueblos del mundo.
En esta tesitura, si el movimiento popular
pretende incidir con sus acciones en el curso de esas amenazantes tendencias
que, a no dudarlo, irrumpirán en México (como lo harán en muchos países del
globo), se verá obligado a construir una estrategia que contemple la dimensión
anticapitalista, la contra hegemónica y la civilizatoria. Pero
tendrá que apresurarse porque, en los hechos, el país se encuentra ya en una
transición hacia una modalidad distinta de régimen, que será producto del
desenlace de la tensión entre las necesidades de seguridad nacional de Estados
Unidos en su fase de decadencia como potencia dominante, por un lado, y la
resistencia popular frente al despojo, la explotación y la rapiña, por otro.
Este enfrentamiento tendrá lugar en un escenario cada vez más
conflictivo y plagado de peligros. En un plazo bastante corto, es probable que
el deterioro de la situación financiera y económica a escala global tenga un
impacto directo negativo sobre México, dado que la volatilidad del tipo de
cambio puede convertirse en recurrente debido a los efectos producidos por las
profundas transformaciones del sistema financiero internacional que debilitan
al dólar. Al menos durante 2016 y 2017, prevalecerán los bajos precios del
petróleo, lo que ya produjo una disminución del presupuesto público, superior a
los 130 mil millones de pesos adicionales durante este año, limitando aún más
la ya difícil situación para la educación, la salud, el campo y otros ámbitos
sociales.
De consolidarse la desaceleración económica
mundial, el impacto productivo en nuestro país puede llegar a ser considerable
en la manufactura y especialmente en la industria automotriz, que es el eje del
enclave exportador mexicano, con efectos también significativos en el empleo y
la entrada de divisas, ya que esa cadena de valor ocupa a más de 700 mil
trabajadores y genera 120 mil millones de dólares anuales por exportaciones.
Aquellas actividades que con grandes limitaciones están manteniendo a flote la
economía nacional, es decir, la exportación de petróleo y de hortalizas, el
turismo, las remesas de los mexicanos en Estados Unidos y el ensamble de
vehículos automotrices, sufrirán las restricciones económicas y financieras,
con lo cual, además de agudizarse las tensiones sociales y laborales, se
escalarán los conflictos y las pugnas inter-burocráticas y al interior del
bloque dominante, retroalimentando la espiral de violencia que azota al país.
Como en otros países de América Latina, en
México se endurecerá la ya de por sí descarnada ofensiva neoconservadora en
contra de las clases populares. Esta modalidad retrógrada de gestión
gubernamental exacerbará la crisis social y política que resultará del despojo
y el saqueo de recursos y territorios, y se sincronizará con la crisis
climática, la económico-financiera, la energética y la de violencia e
inseguridad, en una explosiva mezcla que podría traducirse en un ascenso de
masas capaz de rebasar los liderazgos actuales, el cual se manifestaría a
través de múltiples tipos de organización y de resistencia, incluso en la forma
de autodefensas armadas.
De este modo, las tendencias que se perfilan
en el corto y el mediano plazo son los siguientes:
a) Ninguna figura en el escenario político
tiene el peso suficiente para garantizar de antemano la continuidad del
régimen. Debido a esta carencia y a la crisis multidimensional que golpea con
fuerza en México, se crean las condiciones para la emergencia de una
candidatura al margen del sistema de control —ya sea representada por Andrés
Manuel López Obrador o por algún personaje surgido de la ciudadanía—, que
impide que el régimen imponga a su candidato en la presidencia, como sí lo hizo
en 1988, 2006 y 2012. Todas las opciones oficiales para romper el frente
opositor: candidatura "independiente", alianza PRI-Verde-PRD, o
alianza PRD-PAN, son insuficientes para detener la potente candidatura
rupturista, por lo que se abre la posibilidad de inaugurar un nuevo régimen con
características contra hegemónicas.
b) El ascenso de masas producto de las crisis
convergentes, obliga al régimen post-priísta, sostenido por Washington, a
practicar la imposición de un gobierno de facto —antes, durante o después de la
elección de 2018—, encubierto o no por rasgos seudo democráticos. Se inaugura
un nuevo tipo de régimen autoritario, plenamente funcional a los intereses estratégicos
de Estados Unidos en una etapa de gran volatilidad e incertidumbre que es
producto del reacomodo inter-hegemónico global de dimensiones históricas.
c) Con muchos esfuerzos de por medio, el
régimen actual logra imponer a su candidato a la presidencia, el cual establece
por la fuerza el orden post electoral y prepara las condiciones para inaugurar
—como en el escenario previo— un nuevo régimen autoritario.
Indicios para una
estrategia política
Pensar en la humanidad como una especie que
convive con otras especies, en un planeta finito y con recursos ahora muy
escasos y lastimados, parece ser un punto de partida obligado. Tenemos que poner
el acento en el hecho de que, de seguir por la misma ruta, nuestra civilización
no tiene ningún futuro. Debemos pensar en un tipo de economía organizada para
satisfacer las necesidades de las personas, pero también debemos entender que
las personas valen por lo que son y no por lo que tienen. Una economía cuyo eje
de funcionamiento esté anclado en el valor de uso, es decir, en el contenido
material concreto de la riqueza, y no en la magnitud de su valor de cambio. Una
economía donde la riqueza de la sociedad deje de presentarse como “un enorme
cúmulo de mercancías”, y la acumulación de capital como motivo único y final.
Porque esta crisis terminal de la forma actual de nuestra civilización sólo
puede ser superada con imaginación, volviendo los ojos a lo pequeño, a lo útil,
a lo cotidiano, a los valores éticos y sociales, no a los monetarios.
Sabemos que la irracionalidad del sistema que
nos subyuga es la razón principal por la cual estamos donde estamos, y también
sabemos que dicho sistema es irreformable. Por eso somos anticapitalistas. Sin
embargo, estamos ciertos que el sistema no se derrumbará por sí solo y que tampoco
lo hará de un día para el otro. Y, si acaso así llegase a suceder ¿qué sistema
lo reemplazaría? ¿Tal vez alguno aún peor? Es posible. De ahí que resulte
inaplazable la construcción del siguiente sistema desde hoy; así sea de manera
inconexa y descoordinada en un principio, extender y consolidar este proceso
que ya está floreciendo en una multitud de lugares alrededor del mundo. No se
parte de cero. Por todas partes comienzan a desplegarse resistencias y
movimientos que ya perfilan la edificación de un nuevo proyecto y prefiguran
los rasgos más generales de la sociedad por-venir.
Resistir no es suficiente, es indispensable neutralizar primero y
desmantelar después el vértice del poder global, por ser éste la fuente
principal de inestabilidad y violencia a escala planetaria. Hablar del capital
financiero es hablar de quienes mueven los hilos de la economía, la política y
la diplomacia globales. Son ellos los principales promotores de las guerras,
los responsables del empobrecimiento de miles de millones de seres humanos, y
los causantes de la devastación del mundo. Son ellos los verdaderos jefes del
crimen organizado y el narcotráfico, los paladines de la evasión de impuestos y
de los negocios turbios. Son quienes dominan la OCDE, el FMI, el BM, la OMC, el
BEI, el BID y demás instituciones financieras y comerciales multilaterales,
concebidas para someter naciones enteras. Son esos pocos billonarios quienes
ejercen el control absoluto sobre la Reserva Federal , los bancos centrales de la
mayoría de las naciones, la totalidad de los bancos comerciales, los bancos de
negocios, los fondos de inversión, así como las más grandes y poderosas
corporaciones multinacionales. Son quienes imponen “acuerdos” de inversión y de
intercambio, que son sumamente lesivos y ultrajantes para los pueblos. La
desarticulación de esta pequeña pero muy poderosa congregación criminal es,
ante todo, un asunto de sobrevivencia colectiva.
Transformar al Estado desde sus bases, de tal modo que la
sociedad organizada lo llene de contenido social y democrático, y edifique,
desde la legitimidad, una nueva legalidad, es un objetivo estratégico. Cuando
las instituciones parecen estar al servicio del crimen organizado se trastoca
el ejercicio del poder político, dado que los tres órdenes de gobierno son
profundamente influenciados por intereses espurios, ajenos al interés
colectivo. Es entonces que las comunidades se organizan para defender las
leyes, y para alcanzar su re-nacimiento ético y el rescate de su sistema de
valores a partir de otras formas de cohesión social que perfilan la
implantación de un nuevo sistema de justicia, y que generan las condiciones
para producir y trabajar en paz en beneficio de sus propios integrantes [20].
Para recuperar el Estado, es ineludible hacer
una valoración seria y profunda sobre la pertinencia de la participación en
elecciones bajo las reglas excluyentes actuales. El descrédito en el que ha
caído el sistema de partidos se debe, sobre todo, a que la derecha no tiene
nada que ofrecer sino violencia, corrupción y sometimiento a los grandes
poderes, y la izquierda es presa de sus incongruencias y de una trampa
electoral en la que no tiene posibilidades reales de ganar sin autodestruirse
como alternativa. A ello se suma que los proyectos que enarbolan son rabiosamente
neoconservadores los de unos, y tan desarrollistas y productivistas los de los
otros, que no tienen futuro alguno en un planeta al borde de la catástrofe
climática.
Es en este sentido que parece indispensable
recuperar la comunidad local sin perder la comunidad global. Enfocar las
mayores energías en el re-diseño y el desarrollo de los espacios geográficos en
los que la gente gestiona su vida diaria, para transformarlos en paisajes
armónicos e integrados. Imaginar formas de volver a la naturaleza, aun en la
más agreste de las metrópolis. Explorar ese punto intermedio entre lo natural
inhóspito y el espacio netamente artificial que reniega del mundo orgánico (Yi-Fu-Tuan).
En el campo, recuperar el control de los territorios que se encuentran en
manos de los grandes acaparadores de la minería, los recursos hídricos y la
industria petrolera y eléctrica, de los laboratorios, las farmacéuticas y las
multinacionales de la industria de los alimentos, de las empresas inmobiliarias
y turísticas, y de todas aquellas que han expropiado los bienes comunes a sus
legítimos posesionarios. Ello es ineludible en la medida que las comunidades
locales se verán orilladas —cada vez en forma más violenta— a encontrar el
sustento, ahí en los propios paisajes en los que habitan.
En las ciudades, explorar y ensayar formas individuales, familiares y
colectivas de gestión de la producción de bienes y servicios, que busquen
articularse en redes mercantiles alternas a las capitalistas. Concurrentemente,
como parte del proceso de recuperar la comunidad local sin perder la comunidad
global, la desconcentración y la re-distribución de la riqueza implica
sustituir paulatinamente las mega-infraestructuras industriales, comerciales,
urbanas y habitacionales, por espacios a escala humana concebidos y erigidos
por las propias comunidades que los pueblan. Si bien el fenómeno del
vaciamiento urbano y rural es algo cada vez más frecuente —el caso de Detroit y
de algunos pueblos agrícolas del estado de Washington es paradigmático—, no se
trata de abandonar esos emplazamientos y, menos aún, de desaparecer los
equipamientos que contienen. El propósito debe ser re-utilizarlos,
transformándolos en espacios convivenciales acondicionados para el trabajo, el
ocio y el disfrute colectivos, ámbitos en los que las personas y los grupos
sociales desplieguen la mayor parte de sus actividades cotidianas echando mano
de recursos y energías locales.
Una transformación radical de los paisajes
como la propuesta, implica actuar sobre las fuerzas que se yuxtaponen en su
interior, en tres ámbitos: a) El productivo, que es la clave para el
autoabastecimiento por la integración de cadenas de
producción-distribución-consumo, y que se fundamenta en el inventario de
potenciales de trabajo, en la tecnología y las finanzas, así como en los
sistemas de producción primaria y secundaria, el intercambio de valores de uso
y los servicios de apoyo. b) El medio ambiental, que involucra tanto lo natural
como lo artificial de la geografía del lugar, es decir, la arquitectura y los
espacios naturales y comunitarios, la cohesión territorial con base en las
infraestructuras y las vialidades, los flujos y la movilidad de cosas y
personas. c) El simbólico, que abarca los aspectos socio-culturales de las
comunidades, las actividades y costumbres que despliegan, las instituciones, el
conocimiento, el arte y las redes que crean.
Son las comunidades urbanas y rurales la base del sistema
emergente y de la nueva civilización que comienza a prefigurarse. Son espacios
en los que domina la cooperación y la solidaridad por encima del individualismo
y la
competencia. Constituyen la clave para desintegrar el antiguo estatus quo des-organizador de la vida, erradicar
los mecanismos de reproducción social que nos agobian y nos limitan, y demoler
el modo de producir que nos oprime. Su propagación es esencial para fortalecer
ese embrión que ya comienza a definirse a partir de manifestaciones muy
diversas, las cuales comparten un objetivo común: detener el avance de las
fuerzas destructivas del capitalismo. Estamos, pues, al borde de un cambio
histórico caracterizado por el fin de la globalización perversa y por el
re-nacimiento de una forma de convivencia que hace posible el sustento, sin que
al hacerlo se alteren los equilibrios inherentes a los paisajes en los que los
seres humanos cohabitan con las demás especies e intercambian energías con la naturaleza. Tal es
el secreto de la verdadera sustentabilidad: importar de otras cuencas sólo lo
indispensable y complementarse con recursos externos sólo cuando resulta imperativo
hacerlo.
Es así que las comunidades locales representan
el terreno más conveniente para la resistencia y la construcción del poder
contra hegemónico, y para enfrentar al capital a partir de transformaciones
profundas en todos los órdenes de la vida. Constituyen
el espacio propicio para comenzar a salirse del mercado capitalista y de sus
redes de control, lo cual es perfectamente factible hacerlo en los aspectos más
básicos de la existencia cotidiana como son la alimentación, la salud, la
educación, la información, el dinero y las finanzas, la manufactura ligera, el
arte y la cultura, la energía y el transporte. La clave está en la construcción
de redes de auto-abastecimiento.
En una economía de base local, es decir, en la
cual la planeación, la producción, la distribución y el consumo se organizan y
se resuelven localmente, el dispendio de fuerza de trabajo, materias primas,
componentes, maquinaria y equipo se reduce en forma prodigiosa.
·
Primero, porque se produce sólo lo socialmente necesario y no lo
dictado por la necesidad de maximizar ganancias.
·
Segundo, porque se cancela el derroche de recursos ocasionado por
el almacenamiento, el transporte y la distribución de la mayor parte de los
bienes y los servicios que actualmente se observa.
·
Tercero, porque no se queman energías fósiles —como el petróleo—
que son críticas en la fabricación de miles de productos indispensables para la
sociedad moderna.
·
Cuarto, debido a que disminuyen de manera sensible los volúmenes
de productos y personas que se trasladan por tierra, mar y aire, limitándose
con ello el daño al medio ambiente y el gasto absurdo de energía.
·
Quinto, porque al modificar de raíz la forma de
financiar-producir-transformar-comercializar-distribuir-consumir los alimentos
básicos, se combate una de las principales causas del calentamiento global,
debido a que puede bajar hasta en un cincuenta por ciento la generación de
gases de efecto invernadero (GEI) en el mundo.
·
Y, sexto, porque se abaten considerablemente los monumentales
gastos en los que por concepto de salud se incurre en la actualidad, y que son
debidos en gran medida a la contaminación ambiental y a las innumerables
enfermedades y padecimientos ocasionados por la industria de los alimentos
procesados.
Fuera de la lógica del mercado capitalista
estarían el capital, la mano de obra y la tierra. También lo
estarían la información y las ideas que, sin embargo, a través de la Internet,
sería una de las actividades más dinámicas y prolíficas. De este modo, la
verdadera economía del conocimiento se trasladaría de los espacios dominados
por las corporaciones multinacionales, a las universidades, escuelas y talleres
de oficios locales, en los que se experimentaría una auténtica explosión de
innovación debido a que el conocimiento de vanguardia podría ser aplicado sin
restricciones a la solución de las necesidades concretas de las comunidades.
Estamos hablando de comunidades autónomas que
imaginan sus futuros alternativos y diseñan colectivamente las estrategias para
llegar a ellos. En tal esquema, no existe un plan preconcebido al que hay que
ajustarse o someterse, lo cual en ningún sentido supone la inexistencia de la
planeación incluyente y democrática en escalas más amplias, como la regional y la global. De los ahorros
generados localmente, las comunidades aportan partes alícuotas de recursos para
hacer frente a la construcción de equipamientos sociales, productivos o
ambientales que trascienden su ámbito territorial, tales como hospitales y
clínicas, instituciones de educación y centros de investigación,
infraestructuras de transporte y comunicación, grandes obras hidráulicas y de
generación de energía, reservas de valor histórico y arqueológico, así como
parques ecológicos y áreas naturales protegidas. Es esta una posible ruta para
los miles de millones de excluidos que en la actualidad ya no son siquiera
sujetos de explotación o consumidores potenciales.
El financiamiento del gasto del gobierno y de
la realización de las obras y los proyectos definidos por la comunidad, puede
ser gestionado desde concejos populares, locales y municipales, a partir de una
modalidad de hacienda pública que se nutre del ahorro local. Por su parte, las
cajas de ahorro popular se constituyen en los instrumentos idóneos para el
desarrollo de monedas y de sistemas de crédito comunitarios.
Conjeturas para
México
El territorio de México es estratégico para
los Estados Unidos, por lo que liberarse de su influjo no representa, en ningún
sentido, una tarea sencilla. Resulta entonces fundamental para el movimiento
popular mexicano mirar hacia América Latina y hacia naciones y movimientos
amigos. Buscar una alianza política, económica, tecnológica y cultural con los
pueblos y los gobiernos democráticos latinoamericanos, pero también aproximarse
a los llamados BRICS y, en particular, valorar como algo decisivo la búsqueda
de vínculos mucho más estrechos con la comunidad hispana y con el poderoso
movimiento anti-sistémico que está emergiendo en el país del Norte.
Todo parece indicar que está dando inicio un
largo periodo de crisis, carencias y conflictos que será potencialmente muy
negativo para los intereses de los asalariados, las comunidades y los pueblos.
Es extremadamente difícil que, bajo estas condiciones, se logre una
transformación del país por la vía electoral. No obstante, mientras el poder no
las cancele como fuente de legitimidad, las elecciones seguirán siendo un
recurso muy valioso a nivel municipal —e incluso en el ámbito estatal en
algunos casos—, ya que representan una oportunidad para organizar a los trabajadores
en sus propios territorios.
Por ello es impostergable el debate sobre lo
que ya se perfila como el tránsito de un ciclo de lucha centrado en la
conquista del vértice de la pirámide del poder por la vía exclusivamente
electoral, a otra etapa que pone el acento en la construcción de poder social,
y que percibe a las elecciones como un instrumento subordinado a aquel objetivo
estratégico. El poder —como el futuro— no se conquista, se construye.
Internamente, es imprescindible abrir espacio
a muchos sectores que entre la apatía y la desilusión se han desentendido de la
política electoral: los jóvenes que demandan educación, trabajo y oportunidades
de desarrollo, un medio ambiente limpio, ciudades vivibles, seguridad y paz,
libertades básicas, transparencia, rendición de cuentas y medios de comunicación democráticos; los pueblos
indígenas cuyos derechos son pisoteados por caciques y sus recursos enajenados
por grandes empresas transnacionales; las comunidades y las organizaciones
productivas y sociales que resisten, mediante formas económicas alternativas,
la apropiación violenta de su patrimonio y sus territorios por parte de un
capitalismo salvaje e implacable; las víctimas de la ocupación y la represión y
los defensores de derechos humanos, que buscan paz y justicia en una situación
de violencia, promovida y ejecutada por el Estado de manera selectiva hacia los
sectores movilizados. Urge comprender a cabalidad esta nueva etapa histórica
caracterizada por la irrupción y la confluencia de innumerables movimientos
libertarios, dentro y fuera de nuestras fronteras nacionales, que buscan
denodadamente nuevas formas de relación recíproca y de interacción con la
naturaleza que den viabilidad a la especie humana sin acabar con la vida en el
planeta.
En la escala local es mucho lo que se puede
hacer. Mediante la producción casera de hortalizas, plantas medicinales, olor y
ornato, y con la crianza de animales en traspatio como pollos, puercos, cabras
y borregos, las familias y las comunidades comenzarían a apartarse de los
productos caros y malos que se venden en las grandes cadenas comerciales,
además de que estarían en condiciones de ahorrar una proporción significativa
de su ingreso monetario y de mejorar su salud mediante el consumo de alimentos
sanos. Ya consolidado un nuevo sistema de producción-consumo, sería posible
tejer una red comercial no capitalista a través del intercambio de excedentes
de alimentos, e incluso de productos agroindustriales sustentables fabricados
localmente. Este tipo de producción estaría soportada por dispositivos y redes
comunitarias para la captación, recolección y distribución de agua pluvial,
además de tecnologías agroecológicas para suprimir por completo el uso de
agroquímicos y fertilizantes.
Las redes de educación y de salud irían de la
mano de la red alimentaria, en virtud de que la enseñanza estaría dirigida
hacia las necesidades locales de autoabastecimiento y de reproducción social.
Las casas de oficios para jóvenes, los centros de salud autóctonos, con
curanderos y comadronas que echan mano del conocimiento milenario sobre la
medicina natural y alternativa, los centros comunitarios de maquinaria y
servicios de apoyo para la construcción de infraestructuras sociales y para la
producción (por ejemplo, hornos de pan y fábricas de tortillas para el uso
colectivo), son elementos que abonarían a mejorar la producción local de
alimentos, aportarían al cuidado de la salud, pero enfatizando en el aspecto
preventivo de la medicina y no en el curativo, y constituirían instancias para
reorientar la educación en beneficio de la gente.
La red del dinero podría ser sustituida
mediante cajas de ahorro popular bien administradas y vigiladas por la
comunidad, así como a través del impulso al trueque y a los bancos del tiempo.
Para desarrollar redes de información y comunicación alternativas, sería
posible echar mano de las radios comunitarias y de los sistemas de telefonía
celular ya desarrollados por comunidades indígenas de Oaxaca. El arte y la
cultura se socializarían de manera casi natural bajo un modelo de
autoabastecimiento, dado que se estimularía de manera amplia la identidad de
las comunidades. Por su parte, la innovación y la adaptación de tecnologías
existentes a las necesidades locales representarían una explosión de
conocimiento de grandes proporciones.
Es claro que una estrategia de
auto-abastecimiento como la que aquí sintetizamos, sólo sería posible mediante
procesos horizontales de auto-organización de masas, que estén dirigidos a
fortalecer las capacidades autonómicas de los municipios y las comunidades. Es
innegable que en aquellos lugares en los que la violencia sea la norma, será
inevitable y comprensible que el pueblo se auto defienda.
Con estas ideas pretendemos contribuir al debate de una
estrategia, cuyo propósito es encontrar los mejores caminos para que el futuro
de los trabajadores y las comunidades sea luminoso.
Notas
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