Venezuela:
respuesta a stalinistas-nacionalistas
5
de agosto de 2017
Por Rolando Astarita
Como era de esperar, la nota “Socialismo de burócratas o
conciencia de clase” (aquí) ha suscitado
fuertes reacciones por parte de los defensores del régimen de Maduro.
Pues bien, dejando de
lado los insultos a mi persona, una de las críticas que me hicieron dice que
los hechos descritos en la nota – amenazas a los trabajadores, fraude
electoral, miseria y hambre generalizada- no son ciertos porque los informan
“los medios comunicacionales
hegemónicos” y la
derecha. Alternativamente , también dicen que esos hechos no
pueden ser ciertos porque la derecha los utiliza para atacar al socialismo. Por
último, y es lo más usual, se dice que soy funcional a la derecha. En esta nota
respondo estas críticas.
“X no es cierto porque X lo dicen los medios
hegemónicos y la derecha”
Este argumento es la negación de cualquier análisis crítico y de
la misma ciencia. Así, según este criterio, si en los 1930 The New York Times y The
Economist informaban
sobre los campos de concentración en Rusia, la izquierda debía afirmar que esos
campos no existían, por la simple razón de que The New York Times y The
Economist decían que
existían. De la misma forma, si hoy medios
occidentales informan que en Corea del Norte existen campos de concentración
donde se castiga a miles de disidentes, la izquierda debería decir que esto no
es así porque quienes informan sobre el asunto son de derecha. Y por esta vía
podríamos seguir con cualquier otra cosa. Por caso, si el Washington Post dice que la luna es redonda, algún
“revolucionario” dirá que debe de ser cuadrada.
Por supuesto, el enfoque del marxismo no tiene nada que ver con
esta tontería. El punto de partida del marxismo es materialista. O sea,
sostiene que existe una realidad objetiva – no es una construcción discursiva,
como acostumbra a pensar el posmodernismo – sobre la que podemos tener noticia
y evidencia empírica. Nótese que si esto no fuera así, no habría posibilidad de
ciencia, pero tampoco de crítica social. Para explicarlo al nivel más elemental
posible: Marx no hubiera podido escribir El
Capital sin los
escritos de la
Economía Política burguesa; sin los informes de los
inspectores laborales ingleses; sin el seguimiento de las noticias de los
diarios de la época; sin los reportes presentados en la legislatura inglesa; y
sin, incluso, el estudio de la economía vulgar. Jamás a Marx se le ocurrió
decir “todo eso no sirve porque lo produjo la derecha o la burguesía”.
Semejante posición lo hubiera llevado al solipsismo y al más estéril idealismo.
Pero por eso mismo no hubiera escrito una crítica del capitalismo; apenas
habría llegado a su rechazo abstracto, carente de contenido. Menos todavía
podía decir que esos hechos no eran ciertos porque los podía utilizar la
derecha para atacar a la izquierda.
Contra lo que dicen los subjetivistas, hay que entender que el
conocimiento es
social. Por eso los marxistas no partimos de cero. Somos hijos de
nuestro tiempo, vivimos en las condiciones sociales y materiales heredadas, y
partimos de la evidencia empírica. Esta última, además, no se da pura; siempre
es el resultado de la aprehensión del mundo social y natural que nos rodea.
Aprehensión que está condicionada socialmente, y no puede dejar de estarlo. Por
eso es un sinsentido pretender que los marxistas puedan hacer análisis de
cualquier situación, en un país o región, prescindiendo, entre otros, de los
informes “de los medios hegemónicos”
y de la propia derecha. Para explicarlo a un nivel que lo entienda cualquier
stalinista: si quiero escribir sobre la evolución del comercio mundial en los
últimos años, no me sirve la sociedad de fomento nac & pop de mi barrio
para recabar datos y hechos. Necesariamente (¿se entiende por qué enfatizo el
necesariamente?) deberé apelar a las estadísticas de la OMC, del Banco Mundial,
del FMI, etcétera. Luego habrá que pasar los filtros, pero los datos no pueden
surgir de mi cabeza (ni de la cabeza de Maduro, aunque se asesore con el
pajarito dios-Chávez).
Por lo tanto, no hay forma de desconocer informes, testimonios,
datos estadísticos, que son recogidos e informados por múltiples fuentes, incluidos los grandes medios de comunicación e instituciones oficiales.
Otra cosa, por supuesto, es cómo pensamos críticamente esos datos e informes. Y
en este punto se aplica lo que escribí sobre las elecciones a la Constituyente
venezolana: si en 2015 el gobierno obtuvo 5,6 millones de votos, y en 2017, con
una situación social mucho peor, se informan 8,1 millones de votos, este último
dato deberá ser, necesariamente (¿se entiende por qué necesariamente?) objeto
de análisis y evaluación crítica. Más en general, dadas ciertas hipótesis (no
hay tabula rasa de la mente) parto de los datos
existentes, y reflexiono sobre los mismos, así como comparo mis reflexiones con
las que han hecho otros analistas (o me pregunto por la ausencia de reflexión
de los que aceptan lo dado sin chistar). Y en base a ello, saco conclusiones
que, por supuesto, deberán ser sometidas a escrutinio social y pasar por nuevas
reflexiones críticas. Todo esto es lo opuesto de lo que recomiendan mis
críticos stalinistas y su pedido de “no usar ninguna información que provenga
de los grandes medios ”.
“Bajada de línea”
El tema de fondo, sin embargo, es que la alternativa que nos
ofrecen los stalinistas (y afines) lleva a un mundo cerrado y dogmático, en el
cual “la verdad solo baja desde la dirección revolucionaria y el que piense lo
contrario es un enemigo del pueblo”. En síntesis, la idea central es “bajar
línea”. Lo cual
justifica la censura, la manipulación y la mentira.
De ahí la función del
censor y del administrador de “la bajada de línea”. El objetivo es impedir que
la gente acceda libremente a tal o cual publicación o medio, y saque sus
conclusiones comparando y sopesando argumentos. Esto es intolerable para esta
gente. Por eso, el censor-administrador se ubica por encima de la sociedad para
decidir qué se puede leer y qué no se puede leer; qué se puede escuchar y qué
no se puede escuchar. Es el guardián, elegido por nadie, de la pureza
ideológica. Dada esta relación, los trabajadores de a pie constituyen “las
bases”, a las que se les “bajan” informes y discursos. Y eventualmente se “les
bajan” abiertas mentiras, como los datos de participación popular en una
elección manipulada. ¿Qué tiene esto de “construcción socialista”? Pues nada.
Sin embargo, a esta formalidad los intelectuales amanuenses “para todo uso” le
llaman “democracia popular”. Y el burócrata, como corresponde a su naturaleza,
sonríe satisfecho.
“No hay que hacerle el juego a la derecha”
Vinculado al argumento “si X lo dice la derecha, X no es
cierto”, está el argumento de máxima para el stalinista-nacionalista, a saber,
“no hay que hacerle el juego a la derecha”. Es una tradición de larga data. Si
Stalin provocaba un desastre humanitario con la colectivización forzosa, había
que callarse “para no hacerle el juego a la derecha”. Y decir que los millones
de muertos eran creación de la propaganda imperialista. De la misma forma, si
los Juicios de Moscú eran una farsa sangrienta, tampoco había que denunciarlos
“para no hacerle el juego a la derecha” (ni al contrarrevolucionario Trotsky).
Si en 1953 los soviéticos aplastaban a los trabajadores berlineses, había que
culpar, “en última instancia”, al imperialismo. Lo mismo cuando en 1968 los
tanques del Pacto de Varsovia entraban en Checoslovaquia. Generalidades que no
dejaban afuera a los singulares: si en respuesta a la invasión soviética el
estudiante Jan Palach se quemaba vivo, era “porque le pagó el imperialismo” (sic,
argumento de la época en el PC argentino). Y si Castro defendió hasta sus
últimos días la invasión a Checoslovaquia, miremos para otro lado, no vaya a
ser “que se aproveche la derecha”. O si en los 1970 Castro amparaba a la
dictadura militar argentina en los organismos internacionales, la línea oficial
era no hablar del asunto para “no hay que hacerle el juego a la derecha y
porque Videla es el ala progresista de la dictadura”.
Siempre el mismo bendito argumento, repetido ad nauseam por dirigentes, militantes e intelectuales
“compañeros de ruta”. Y así siguieron hasta el presente: si en Venezuela la
gente pasa hambre, mejor no decirlo “para no hacerle el juego a la derecha”. Si
en 100 días de protesta hay 120 muertos, la excusa es que “los muertos le hacen
el juego a la derecha”. Si la Fiscal general dice que los muertos los provocó
principalmente el Estado, habrá que decir que la Fiscal general también “le
hace el juego a la derecha”, o que ella misma es “el juego de la derecha”. Si
en la votación a la Constituyente hubo abstención masiva, tampoco se podrá
reconocer la abstención “porque otra cosa es hacerle el juego a la derecha”. Si
en un blog se habla de las consecuencias para el socialismo de estos métodos,
habrá que acusar al autor “de hacerle el juego a la derecha”, y tratar de
destruirlo con insultos. El criterio está tan extendido que incluso lo
encontramos en organizaciones trotskistas. Por caso, un partido trotskista de
Argentina hoy rechaza las acusaciones por corrupción a Lula “porque
desprestigian a la izquierda” (sic) y “le hacen el juego a la derecha”. Si el
día de mañana se probara que un dirigente de la izquierda es un violador,
siguiendo el criterio de este partido, habría que defender al violador por el
solo hecho de “no desprestigiar a la izquierda”.
El criterio stalinista singularizado en trayectorias personales
Lo que critico se ha
establecido como un criterio universal (en el universo stalinista); es una luz
que ilumina todo análisis y diagnóstico. Un universal que se particulariza en
trayectorias personales que se prolongan por años y décadas.
Para ejemplificarlo
en alguien que conozco, ex PC, intelectual “instruido en marxismo”: en 1968
defendía lo actuado por el bloque soviético en Checoslovaquia y aseguraba que
Palach era un “agente de la CIA”; en 1973 votaba a Perón (que venía con Isabel,
López Rega y la triple A )
“porque estamos con la liberación nacional”; en 1976 defendía la posición del
PC ante la dictadura (“el Partido se juega la vida de sus militantes”) y
justificaba la actitud de Castro ante los crímenes de Videla; en los 1980
disculpaba la represión en Cuba a los homosexuales (“es una costumbre de los
cubanos”). Cuando la caída del muro de Berlín (¡qué disgusto, por dios!) dijo
que había roto con todo tipo de burocracia. Pero al poco tiempo era partidario
de Chávez y ahora defiende la represión de Maduro “porque no le hago el juego a
la derecha”. En definitiva, este “revolucionario” segrega stalinismo con
espontánea naturalidad. Es casi un reflejo pavloviano, inherente a su
naturaleza social-política. Por eso, la idea de que “la liberación de los
trabajadores será obra de los trabajadores mismos” le suena bonita, pero para
los días de fiesta. En el fondo, para este personaje esas cosas de la vieja
literatura son “purismo” y “teoricismo abstracto”. Y así, en los próximos días
votará alegremente por CFK; y luego seguirá aplaudiendo cualquier nueva
brutalidad de Maduro, y despotricando contra “los agentes trotskistas
funcionales a EEUU y a la ultraderecha”. Reconozcamos al menos el mérito de la
consecuencia.
La pregunta clave: ¿qué resultado?
Los críticos
sostienen que mis criterios, además de ser, “naturalmente de derecha”, son
rígidos, puristas y poco prácticos para las realidades de la lucha y de la
situación latinoamericana. No niegan los datos que presento sobre Venezuela
(salvo decir que no hay que creerlos por quien los informa). Tampoco dicen, por
ejemplo, que la idea de que “la emancipación de los trabajadores será obra de
los trabajadores mismos” es equivocada por tal o cual razón. El debate razonado
los tiene sin cuidado. Su ataque, en consecuencia, es más simple y primitivo.
Como hicieron siempre los oportunistas, acusan a las ideas marxistas de ser
poco realistas, y a los planteos políticos de ser demasiado “teóricos”. “Hay
que hacer política efectiva, práctica”, rezongan. Como buenos nacionalistas,
precisan que se trata de “práctica adecuada a la realidad latinoamericana”.
Pues bien, esta política ha sido hegemónica en la izquierda
latinoamericana, y sigue siéndolo. Pero para los marxistas el criterio
evaluativo fundamental de la política socialista es preguntarnos en qué medida
contribuyó a elevar la conciencia y la organización independiente de la clase
obrera, frente al capital y a su Estado burgués. Por lo tanto son
pertinentes las preguntas: ¿Cuál es el balance del socialismo de burócratas “a
lo Venezuela”? ¿Cuál el balance del stalinismo nacionalista? ¿Qué balance se
saca en términos de conciencia de clase y organización de las masas explotadas?
¿Qué resultado en términos de autoconciencia, libertad y emponderamiento de clase? Los
“prácticos”, ¿pueden responder tan sencillas preguntas? Por si no la entienden,
lo formulo así: ¿por qué la clase obrera venezolana no tiene arte ni parte, en tanto clase, en la
actual crisis en curso? La política de ustedes fue hegemónica en la izquierda
de Venezuela. ¿Dónde
están los resultados? ¿Dónde está el poder de la clase obrera
venezolana en esta crisis? ¿Cuál es su manifestación de clase, independiente?
La realidad es que no
tienen nada para responder. Como hicieron históricamente los stalinistas y los
burócratas nacionalistas, llevaron a las masas trabajadoras al desánimo, la
desorganización y la
desmoralización. Y ahora, para salvar la ropa, con el mismo
cinismo que exhibieron siempre después de cada derrota, pretenden culpar al
marxismo y su “demasiada teoría”. ¿No les da vergüenza? ¿No tienen
límites en el cinismo?
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