Decir
"fascismo" confunde y despolitiza
10 de noviembre de 2018
Por Raúl Zibechi (La Jornada)
La extrema derecha actual es hija del
extractivismo/cuarta guerra mundial, mientras el fascismo fue parido por el
capitalismo monopolista en competencia por los mercados mundiales, por el
colonialismo e imperialismo en su deriva racista, como señaló Hannah Arendt en Los
orígenes del totalitarismo.
Comprendo que en los debates apasionados contra
esa derecha machista y racista que crece exponencialmente, hablemos de fascistas o fachos y
utilicemos adjetivos similares. Muchos lo hacemos como forma de fustigarlos. Sin
embargo, el análisis sereno que expide el pensamiento crítico debería ir más al
fondo de la cuestión.
Una porción importante de tales analistas
desgajan el crecimiento de esta ultraderecha de la realidad económica, social y
cultural que vivimos, y atribuyen este proceso a la influencia de los medios, al
papel del imperialismo y a otras cuestiones generales que no consiguen explicar
el fenómeno y lo atribuyen o bien a causas exógenas o a fenómenos como las redes
sociales que no explican nada. La Revolución Francesa no fue consecuencia de la
expansión de la imprenta, ni la rusa fue hija de la electricidad o del cine,
aunque estos desarrollos tecnológicos tuvieron su influencia.
Por otro lado, el capitalismo no fue siempre
igual. No siempre pretendió eliminar a camadas enteras de la sociedad, como
aspira hacerlo en estos tiempos. Hubo periodos en los cuales las clases
dominantes buscaron integrar a lasclases peligrosas, y a esa política la
denominamos estados del bienestar. Ahora se trata de explicar porqué han pasado
de la integración a la segregación, para fantasear luego con el exterminio.
Para comprender el nazismo y el fascismo, Karl
Polanyi se remontó a la Inglaterra de los siglos XVIII y XIX, analizando en
detalle el cercamiento de los terrenos comunales (enclosures) en favor de
los terratenientes. Ese proceso fue clave para promover la modernización, liberando a
los campesinos de la tierra de la que fueron expulsados, sin más opción que
ofrecer sus brazos a la naciente industria.
Pero la proletarización del campesinado fue un
proceso traumático, que desarticuló la sociedad inglesa, como destaca Polanyi en La
gran transformación, publicado en 1944. Con datos económicos, sociológicos y
antropológicos, el autor concluye que el liberalismo económico y su mercado
autorregulado, destruyeron los cimientos materiales y espirituales de las
sociedades.
En sus propias palabras, la economía de mercado procedió a la demolición de las estructuras sociales para obtener mano de obra, y de las ruinas de la vida comunitaria nació la tentación fascista.
Las ultraderechas actuales tienen otra
genealogía, aunque es evidente que hay puntos en común. Quiero destacar algunos
aspectos que muestran las diferencias con el fascismo de los años 30 del siglo
pasado y señalan también la necesidad de hurgar en nuestras sociedades para
entender la deriva en curso.
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Uno, el extractivismo expulsa a la mitad de la población (según regiones más o menos) de una vida digna, incluyendo salud, educación, vivienda, agua y seguridades mínimas. Esa población a la intemperie, debe ser controlada con nuevos modos: masificación de cámaras de seguridad, militarización, feminicidios, bandas de narcotraficantes, milicias parapoliciales, entre las más conocidas formas legales e ilegales.
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Dos, el tipo de Estado que corresponde a este sistema de acumulación por despojo/cuarta guerra mundial, es el Estado policial, con sus correspondientes campos de concentración para los de abajo. Quien crea que exagero, que observe los entornos de la gran minería, de las megaobras de infraestructura y de los monocultivos, donde esto ya funciona. ¿Qué son las barriadas de las periferias urbanas, sin agua pero con abundancia de hombres armados, sino campos de concentración?
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Tres, este sistema desborda violencia estructural, machista y racista, por todos sus poros. Sugiero dos lecturas. El reportaje de Katrin Beenhold en The New York Times sobre los varones de extrema derecha en Alemania del este (goo.gl/Y98L51), donde la violencia machista tiene un claro motivo sistémico; y El laboratorio social de China en Xinjiang, en II Manifesto (goo.gl/bH9JTk), donde el poder ejerce un control capilar y diabólico sobre la población.
Los varones, desde Alemania hasta Brasil, no se vuelven feminicidas por su genética, sino porque perdieron muchas cosas, como consecuencia de un modo de acumulación que no reconoce fronteras. Entre lo que perdieron, está el mandato de masculinidad, que analiza Rita Segato. -
Cuatro, este sistema extractivo de guerra no puede ser desmontado paso a paso, ni desde adentro, porque sus instituciones no funcionan para la sociedad sino contra ella. No son las instituciones que conocimos durante el periodo del desarrollismo y el estado del bienestar que protegían a los ciudadanos. Las de ahora lo parasitan, en particular a quienes viven en la zona del no-ser: pobres y descartables, mujeres y jóvenes.
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