Pensamiento crítico,
fin de derecha e izquierda,
nostalgia y falta de
proyectos.
24 de
noviembre de 2018
Por Aram Aharonian (Rebelión)
Cuando en la región retornan el neofascismo, la xenofobia, la
misoginia, la homofobia, el racismo, de la mano de gobiernos de ultraderecha,
las fuerzas populares (¿progresistas, de izquierda?) debaten sobre el
pensamiento crítico y el fin de la antinomia izquierda-derecha, apelando a una
nostalgia inmovilizadora y acrítica, mostrando la falta de unidad y también de
proyectos.
Varias personalidades políticas e intelectuales participaron en la
puesta en escena del Foro Mundial del Pensamiento Crítico en Buenos Aires,
convocado por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) y en
vísperas a la Cumbre del G20.
La nostalgia es un permanente latiguillo de aquellos que añoran
las épocas pasadas, por creerlas mejor que las actuales, cargado de una
importante subjetividad y un llamado al inmovilismo. El texto original de Jorge
Manrique (siglo XV) en "Coplas sobre la muerte de mi padre", decía
“Cualquier tiempo pasado fue mejor”. Bastante después, Harold Pinter, el
escritor y activista político inglés ganador del Nobel de Literatura en 2005,
señalaba que “El
pasado es lo que recuerdas, lo que imaginas recordar, lo que te convences en
recordar, o lo que pretendes recordar”.
Algo así le pasó al doctor Juvenal Urbino, personaje de “El
amor en los tiempos del cólera”, de Gabriel García Márquez: “Era todavía
demasiado joven para saber que la memoria del corazón elimina los malos
recuerdos y magnifica los buenos, y que gracias a ese artificio logramos
sobrellevar el pasado, pero cuando volvió a ver desde la baranda del barco el
promontorio blanco del barrio colonial, los gallinazos inmóviles sobre los
tejados, las ropas de pobres tendidas a secar en los balcones, sólo entonces
comprendió hasta qué punto había sido una víctima fácil de las trampas
caritativas de la nostalgia”.
Dos expresidentas
Las ex presidentas Cristina Fernández de Kirchner, de Argentina, y
Dilma Rousseff, de Brasil, inauguraron el Foro Mundial del Pensamiento Crítico
en Buenos Aires.
“Como espacio progresista debemos acostumbrarnos a no presentarnos
como la contra, sino como el espacio político y social que excede la categoría
de izquierdas y derechas para ingresar decididamente en una nueva categoría de
pensamiento, que es la de pueblo”, dijo la argentina, quien resaltó que el
“neoliberalismo es una construcción política del capitalismo… exacerba el
individualismo y la
meritocracia. Si tienes trabajo es porque te lo ganaste, y si
no, es porque no tienes la
capacidad. Ya no es un problema de Estado, es un problema
tuyo”, afirmó Cristina Fernández.
Rousseff recordó que la extrema derecha estaba latente en la
sociedad brasileña, lo que hizo posible la victoria de Bolsonaro, y admitió que
en la transición democrática de Brasil no se juzgó el proceso de terrorismo de
Estado, lo que dejó grandes secuelas sociales, como 300 años de esclavitud.
Agregó que la dictadura siempre utilizó la violencia como método de control en
Brasil.
Tiene razón el argentino Atilio Borón cuando señala que las
amenazas de la ultraderecha conducen inexorablemente a un holocausto social y
ecológico de inéditas proporciones y es necesario construir una alternativa
política, que requiere el aporte imprescindible del pensamiento crítico que
permita trazar una hoja de ruta para evitar el derrumbe catastrófico de la vida
civilizada. De un nuevo pensamiento crítico, agregaríamos, anclado en las
realidades de un mundo y una región de pleno siglo 21.
Hoy, el primer deber del (llamémosle) progresismo, es hacer un
análisis concreto no solo de sus dolorosas realidades sino también de los
avances –que no fructificaron en la construcción de alternativa sólidas- y un
profundo trabajo de organización en el fragmentado y atomizado campo popular,
donde seguimos entusiasmados en ser cabezas de ratón (cada cual por su lado) y
no estar en la cola del león, lo que permitiría a enfrentar a la derecha
hiperorganizada (en Davos, en el Grupo de Bildelberg, en el G-7) y también
guionizada por la internacional capitalista de la Red Atlas.
A principios de este siglo y milenio, fueron los intelectuales y
dirigentes de movimientos sociales los que se alzaron contra el enemigo común,
el capitalismo depredador, y lograron imponer el imaginario colectivo de que
otro mundo era posible y necesario. Así nació el Foro Social Mundial, una
respuesta al fin de las ideologías y de la historia que nos contaban los think tanks de la banda de Davos.
Organización, unidad en la lucha, concientización y una estrategia
de construcción de poder popular que no debe reducirse al sólo momento
electoral, propusieron los oradores en el foro. No estoy seguro de que el foro
no fuera una nueva catarsis colectiva al estilo socialdemócrata, ni que los
panelistas hayan registrado los profundos cambios registrados en la
subjetividad de las clases y capas populares que empuja a algunos de sus
sectores a votar por sus verdugos.
La nostalgia y el fervor de la platea hizo que Cristina Fernández
recomendara “no gritemos ni insultemos porque perdemos tiempo para pensar lo
importante”. ¿Será retornar al gobierno o elaborar un proyecto de cambios
estructurales de la sociedad?
¿No hay derecha ni izquierda?
La supuesta extinción de la diferencia entre izquierda y derecha
fue planteada casi tres décadas atrás cuando Francis Fukuyama insistía en que
la historia había llegado a su fin, lo que conllevaba el fin de las ideologías,
de la lucha de clases y todos los proyectos de izquierda. La expresidenta
argentina Cristina Fernández también señaló que la distinción entre izquierda y
derecha era un anacronismo. En junio de 2015, aún en el gobierno, había
distinguido que “no hay ideologías, se trata (solo) de intereses
contrapuestos”.
La ideología es un conjunto de valores sociales, ideas, creencias,
sentimientos, representaciones e instituciones mediante el que la gente, de
forma colectiva, da sentido al mundo en el que vive.
El pensador (y vicepresidente) boliviano Álvaro García Linera
expresó que la vigencia de la dicotomía derecha-izquierda se certifica cuando
se observa que mientras los gobiernos progresistas y de izquierda del siglo
veintiuno sacaron de la pobreza a 72 millones de personas en América Latina los
de la derecha sumieron en ella a 22 millones; y que mientras los primeros
reducían la desigualdad, los segundos lo aumentaban.
En lo práctico las izquierdas tienen que hacer otras combinaciones
de gestión económica y en lo político tienen que construir otro relato, otra
manera orgánica de concentrar expectativas distintas a las que han prevalecido
en las últimas décadas. Necesitamos una profunda renovación de los lenguajes
que nos permita generar nuevas preguntas donde las antiguas no son suficientes
para proponer algo en el mundo.
Ahora hay un gran desorden, un caos de sentido y para sobrepasar
este momento necesitamos una gran dosis de creatividad, señaló García Linera,
quien se animó a hablar de las redes sociales. Lo que es interpelado con las
redes es un conjunto de componentes del sentido común neoliberal: el miedo, el
individualismo, la competencia, el gregarismo, el racismo y la salvación
externa, que está latente desde hace mucho tiempo y el momento progresista no
lo pudo anular, simplemente los fracturó temporalmente, señaló.
No se puede olvidar, tampoco, que los gobiernos progresistas de la
región impulsaron el empoderamiento de vastos sectores sociales anteriormente
privados de los derechos más elementales y la reafirmación de la soberanía
económica, política y militar, por contraposición a la profundización de la
subordinación económica, política y militar impulsada por los regímenes
derechistas.
El español Juan Carlos Monedero preguntó “¿si la izquierda está
muerta, dónde están los cadáveres de sus sujetos: los obreros, los campesinos,
los originarios, las mujeres, los jóvenes, los explotados? ¿Es que han
desaparecido? Mientras sobreviva el capitalismo y sus víctimas sigan creciendo
en proporción geométrica la izquierda estará más viva y será más necesaria que
nunca.(…) la distinción entre derecha e izquierda es más válida hoy que en
tiempos de la
Revolución Francesa ”, añadió.
Algunas reflexiones
Llevamos 526 años en resistencia, hemos resistido a todo, nos
hemos acostumbrado a su lógica y, cuando tuvimos gobiernos progresistas no
cambiamos la agenda y nos olvidamos de la construcción. La
construcción de nuevo pensamiento crítico, de nuevos cuadros políticos,
económicos, administrativos, la construcción de una nueva comunicación popular.
Quedamos anclados en el pasado, en la mera resistencia inmovilizadora.
Ante todo, debemos provocar el análisis de lo sucedido en nuestros
países en los últimos tres lustros, donde gobiernos surgidos de las
movilizaciones populares trataron de poner a los más humildes como sujetos de
política, para poder entender esta Argentina y esta América Latina que debemos
rediseñar en medio de una ofensiva fuerte, a fondo, de la derecha más
reaccionaria y dependiente.
En las últimas tres décadas del siglo se quiso imponer la teoría
de “los dos demonios” según la cual se trató de equiparar los actos de
violencia, genocidio y terrorismo perpetrados por las dictaduras y los gobierno
cívico-militares con las acciones de las organizaciones guerrilleras que
luchaban contra ellos. Más de cuatro décadas después escuchamos de boca de
supuestos intelectuales la teoría de que no existieron gobiernos progresistas
en nuestra región y que la lucha se dirime hoy entre dos derechas, una
modernizante o desarrollista (del siglo 21) y la otra oligárquica (del siglo
20).
Y siguiendo estos libretos que hablan de un “neoliberalismo
transgénico”, propagados desde ámbitos académicos progres y socialdemócratas
–con apoyo, generalmente, de fundaciones y ONG europeas–, es bien triste ver a
indígenas y trabajadores inducidos a votar para la oligarquía, para que desde
la “resistencia” se puedan refundar los movimientos de la izquierda y buscar
transiciones.
Existe una enorme frustración, tensiones y cansancio provocados
por personalidades pedantes y autoritarias (políticos, intelectuales) que
lanzan consignas en verborragias sin ideas, muestran su incoherencia disfrazada
de idealismo y hasta esbozan un macartismo estúpido y perverso contra algunos
movimientos sociales. Hay quienes buscan caminos para acceder al poder: su
meta.descarrilar para siempre las ideas de democracias participativas, dignidad
e inclusión social, soberanía e integración regional.
Otro dilema que surge al debate es si nuestros países debieran ir
por un fortalecimiento republicano o ayudar a su derrumbe. La democracia
representativa, la propiedad privada, la cultura eurocentrista, el sufragismo y
los partidos políticos son algunos de las “verdades reveladas” que organizan
nuestra vida institucional, nuestra democracia declamativa, que venimos
arrastrando desde las constituciones del siglo 19.
La profundidad de la crisis actual cuestiona a la modernidad y al
capitalismo, matrices sobre las cuales se han construido los valores que
sustentan esta civilización. Ya no se trata de reformarlas sino de cambiar los
paradigmas que hacen a su vigencia, existencia, constitución y organización
Muchos dirigentes populares, ilusionados por el espacio
institucional, emigraron de los movimientos –o fueron cooptados– para ocupar
espacios en el parlamento y en el gobierno, lo que quitó experiencia acumulada
a los movimientos y llevó a su práctica desaparición de las calles. En esa
relación gobierno-Estado-movimientos populares, el error principal, quizá, fue
de los movimientos. La realidad es que el Estado siguió siendo burgués y los
gobiernos atados en sus programas sociales y de distribución (no de
redistribución) de renta.
Hoy se sucede una dinámica de cambios impensable hace apenas dos
décadas, ya en lo tecnológico, ya en lo cultural.
No queremos perdernos nada, pero carecemos de un relato capaz de
articular los hechos, lo que nos produce la sensación de aceleración es que la
realidad se fragmenta en continuos presentes sin pasado ni futuro, donde nada
es importante porque no hay posibilidad de comparar, ni contexto. Las
realidades tecnológicas, políticas, económicas, sociales, culturales son muy
diferentes a las de dos décadas atrás, pero los desafíos siguen siendo los
mismos.
Hoy, mientras los europeos se nutren del pensamiento –la
experiencia y el accionar– latinoamericanos para intentar salir de su crisis
capitalista, a nuestros países siguen llegando “expertos” y “pensadores”.
Parece el retorno de las carabelas y los espejitos de colores, para
convencernos de que no debemos soñar con utopías, para encarrilarnos en la
teoría de “lo posible” (como hace 40 años), para que no nos veamos con nuestros
propios ojos, sino que lo hagamos con la visión colonizadora.
Súmele los pregonantes “nativos” del discurso del posmarxismo, que
pareciera una vulgar reducción europea de nuestros ricos y profundos procesos políticos
emancipatorios
La derecha no escatima esfuerzos para derrotar a su enemigo de
clase. Miente, manipula, tergiversa los hechos. Usa todo el arsenal de
herramientas disponibles: medios masivos de comunicación cartelizados,
manipulación en el uso de datos y perfiles recolectados por las llamadas redes
digitales en manos de seis grandes megaempresas, (convertidas en
megaintermediarios privados de una “democracia global de mercado ”los venden al
mejor postor, en especial a los Estados); especialistas en imagen y manejo de
masas, psicología publicitaria, iglesias fundamentalistas de corte
neoevangélico, en una guerra de quinta generación, de redes, dirigida a las
percepciones y no al raciocinio, cuya blanco es la psiquis y los nódulos
neurálgicos del ciudadano.
Junto a esta avanzada ideológica de la derecha, la izquierda
parece estar sin rumbo. La represión sufrida en décadas pasadas paralizó
grandemente al campo popular y la “pedagogía del terror” de la época de las
dictaduras cívico-militares hizo bien su trabajo. Hoy, con una desaforada
oligarquía financiera y guerrerista, el capitalismo cambia, ofrece nuevas
mercancías, usa las posibilidades tecnológicas de la inteligencia artificial,
del big data, de los
algoritmos, para imponer imaginarios colectivos.
Temor a aggiornarse
Quizá la peor atadura que pueda tener el progresismo es su propio
temor a autocriticarse, a quedarse en un conformismo intelectual y polpitico, a
seguir anclada a escenarios y discursos ya perimidos por la realidad. Y no
interpelar permanentemente a la
derecha. De una vez por todas, hay que abandonar la
denunciología y el lloriqueo, y adelantar propuestas sobre los temas actuales.
Más allá del tema de género, las propuestas deben incluir la
Reforma constitucional y la reestructuración del Estado, la problemática de
seguridad y defensa, la fase actual transnacional, global, virtual, concentrada
del capitalismo, la integración regional soberana y las herramientas de la
nueva gobernanza global, el neocolonialismo y la dependencia que propone el
FMI. Insistir en Latinoamérica y el Caribe como territorio de paz, las nuevas
forma de trabajo esclavo, la mercantilización del conocimiento y la educación.
De proyectar un cambio de las estructuras sociales. Y de pensar
otra comunicación y otra democracia, participativa, acorde a las necesidad de
una mayor organización popular.
Esto significa dos cosas: construir una agenda propia y no quedar
atrapado en ser reactivos a la agenda del enemigo. Para eso, debemos comenzar
por vernos con nuestros propios ojos y no con los ojos del enemigo, de los
neocolonizadores, de nuestros verdugos, para poder dar la batalla por los
sentidos.
Es mucho más difícil construir que resistir: hay que juntarse,
poner hombro con hombro, levantar paredes ladrillo a ladrillo (a veces se caen
y hay que volver a levantarlas). Sí, claro, la construcción se hace desde
abajo, porque lo único que se construye desde arriba, es un pozo.
Colofón: Chávez y Venezuela, malas palabras
No es de extrañar la desvenezolanización que ejerce la
socialdemocracia regional en el encuentro de Clacso sobre el pensamiento
crítico. Cuadros e intelectuales de gobiernos progresistas que nunca
combatieron estructuralmente al capitalismo y sucumbieron a pactos frontales
con la derecha intentan erigirse como faros modélicos de una izquierda que
necesita resurgir ante el avance del fascismo, el conservadurismo, el
neoliberalismo.
Pareciera que no se trata de cerrar filas, unirse, sino de marcar
las aguas. Oficialmente, la dirigencia socialdemócrata de Clacso trató de
evitar cualquier referencia –aún crítica- a Hugo Chávez y a la Revolución Bolivariana.
Las “recomendaciones” de los intelectuales europeos y la
estigmatización mediático-hegemónica hicieron su trabajo, convirtiendo a
Venezuela (tal como lo quiere Washington y la OEA) en los parias de la región.
Ya los intelectuales de Clacso no se pasean con remeras (franelas,
chombas) con la figura de Chávez. Ya alguien creará un logotipo para este nuevo
pensamiento transgénico, tan parecido en sus formas al de la derecha.
Aram Aharonian: Periodista y comunicólogo uruguayo.
Magíster en Integración. Fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración
Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de
Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la )
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