martes, 31 de julio de 2018

II. Analicemos cómo el modelo K estaba con problemas crecientes.

Economía argentina, coyuntura y largo plazo (II)

19 de agosto de 2012

La acumulación del capital en la tradición clásica
En la nota anterior hemos planteado que la clave del desarrollo capitalista pasa por la reinversión del excedente. Esta importante idea fue formulada por primera vez por los fisiócratas. Quesnay definía el excedente como la diferencia entre la producción y lo necesario para mantener la capacidad productiva (incluyendo en ésta el consumo del trabajador). Se equivocaba al sostener que sólo la actividad agrícola generaba ese excedente, pero lo destacable es que concibió un proceso dinámico, cuyo eje es la reinversión, decidida por la clase social que se apropia del excedente. Luego, en Smith y Ricardo, serán los trabajadores contratados por el capital los que producen el valor, y por lo tanto, las ganancias y las rentas. Se trata de un enfoque opuesto al neoclásico, con su énfasis en la asignación eficiente de recursos “dados”. En el sistema clásico, lo importante es ampliar el trabajo productivo, para generar ganancia que se invierte para generar más ganancia. Se trata de un proceso circular, o en espiral, que rige el desarrollo de las fuerzas productivas.
También en Marx se mantiene esta idea. Sintéticamente, en Marx, para que haya reproducción ampliada del capital, es necesario que el capitalista decida acumular, reinvertir la plusvalía, no sólo para acrecentar el capital variable (como sucede en Ricardo), sino también el capital constante, esto es, los medios de producción. “El empleo de plusvalor como capital, o la reconversión de plusvalor en capital, es lo que se denomina acumulación de capital” (Marx, 1999, t. 1, p. 713). Por eso, una vez dada la masa de plusvalor, “la magnitud de la acumulación depende… de cómo se divida el plusvalor entre el fondo de acumulación y el de consumo, entre el capital y el rédito” (idem, 730). La plusvalía que se gasta como rédito, esto es, para el consumo o diversos gastos del capital, no permite ampliar la capacidad productiva. De aquí la importancia de distinguir entre trabajadores productivos e improductivos. Los trabajadores improductivos son pagados con plusvalía, y no generan plusvalía. En El Capital Marx apuntaba que el gasto en empleados domésticos, en Inglaterra, era gasto improductivo. Lo mismo se aplica al trabajo estatal. Si el Estado contrata trabajadores para enterrar y desenterrar botellas, esto puede estimular el consumo, y por esa vía contribuir a sostener la demanda. Sin embargo, esos trabajadores son pagados con plusvalía que no se reinvierte productivamente (para una discusión, ver aquí). Por lo tanto, en la medida en que el nivel de empleo se sostenga por esta vía, el crecimiento encontrará dificultades crecientes. Podemos decir que en un país atrasado, esto es doblemente válido. Y esto ocurrirá aun en el caso de empresas estatales. Por ejemplo, si una empresa estatal contrata personal para que trabaje como puntero político, ese gasto es improductivo; aunque el gasto de ese puntero contribuya a mantener la demanda. Y en el mediano o largo plazo, ese tipo de gasto sólo se sostiene si crece el trabajo productivo.
En síntesis, en la teoría clásica, y más explícitamente en Marx, la clave del desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas pasa por cuánto trabajo se emplea productivamente, y por cuánto de la plusvalía se reinvierte para ampliar el trabajo productivo, o se gasta como rédito. Si consideramos el desarrollo de un país en particular, debemos agregar cuánto de la plusvalía atraviesa las fronteras para colocarse en otro país. Lo importante es que todo el valor histórico del capitalismo se relaciona con estas cuestiones: “Sólo en cuanto capital personificado el capitalista tiene un valor histórico…”. En consecuencia, los factores que influyen en la decisión de invertir -en primer lugar, la ganancia, y la seguridad de su continuidad- son decisivos en el análisis del desarrollo capitalista. La búsqueda de ganancias, y la competencia, obligan a cada capitalista “a expandir constantemente su capital para conservarlo” (ídem, 731). Por eso, “como fanático de la valorización del valor, el capitalista constriñe implacablemente a la humanidad a producir por producir, y por consiguiente a desarrollar las fuerzas productivas sociales y a crear las condiciones materiales de producción que son las únicas capaces de constituir la base real de una forma social superior…”.
Destaquemos que el dinamismo técnico deriva de esta mecánica. El desarrollo de las fuerzas productivas no consiste sólo en aumento cuantitativo (más trabajadores y más medios de producción), sino en el avance tecnológico: la producción de más bienes por menos unidad de tiempo (innovaciones de proceso); y de bienes que satisfagan mejor las necesidades humanas (innovaciones de productos). Esta dinámica, a su vez, lleva a las crisis de sobreproducción. Al acumular, aumenta la masa de capital constante invertida por obrero, se eleva la productividad, se abaratan los medios de producción y de consumo, y finalmente se debilita la tasa de rentabilidad. Lo cual explica por qué la crisis típica del desarrollo capitalista no es por carencia, sino por “exceso”, por sobreproducción, por sobrecapacidad y sobreacumulación (ver aquí).
Apuntemos también que mucho de este enfoque fue mantenido por los neoricardianos (Garegnani, Pasinetti), hasta el día de hoy. También por los keynesianos de Cambridge (como Kaldor), o los autores tradicionales de desarrollo (como Lewis), aunque en estos casos, sin la tesis del trabajo productivo, ni referencia alguna a la explotación. En Kaldor, por ejemplo, el dinamismo técnico depende de la capacidad para absorber el cambio técnico, y éste depende de la tasa de acumulación. Estas ideas están en el centro de las polémicas de los autores más progresistas del pensamiento burgués, con los neoclásicos. La causa del retraso de los países subdesarrollados no es la pobreza de recursos, o la escasez de ahorro, sino al contrario, la pobreza de recursos y la escasez de ahorro es el reflejo de la debilidad de la acumulación (ver, por ejemplo, Kaldor 1963).
La salida del excedente en el pensamiento de izquierda
Aunque a primera vista parezca que nos hemos alejado del tema que nos ocupa, estamos en el meollo de la cuestión. Desde el punto de vista del desarrollo capitalista, la raíz de los problemas en la economía argentina reside en que una parte sustancial del plusvalor no se reinvierte productivamente. En parte se utiliza en gastos improductivos (incluidos gastos estatales), o construcción inmobiliaria. Y otra se coloca en el exterior, ya sea porque las multinacionales no reinvierten sus ganancias, o porque la burguesía argentina saca los capitales. Los teóricos de la dependencia, y en general los autores de izquierda, tradicionalmente explicaron el atraso de los países coloniales y semicoloniales por la extracción del excedente que realizaban las potencias y sus empresas, aliadas a las oligarquías locales. 

Pero hoy, en Argentina, la remesa de utilidades por parte de las grandes transnacionales es solo una parte del problema, porque existe una enorme masa de riqueza, propiedad de la clase capitalista criolla, que está acumulada en el exterior (algunos la ubican en 160.000 millones de dólares, pero puede ser superior); esto es, no se reinvirtió, ni se reinvierte, para ampliar las capacidades productivas. En este punto, el esquema explicativo “imperio-colonia” hace agua, ya que esa transferencia del excedente fue un acto libre de los capitalistas argentinos. Para ilustrarlo con un ejemplo, cuando los Kirchner colocaron varios cientos de millones de dólares, provenientes de la privatización de YPF, en los circuitos financieros internacionales, lo hicieron respondiendo a una lógica de clase, no por imposición del FMI, o de poderes coloniales. Lo decidieron así porque consideraban que el marco social, o el horizonte político, no era adecuado para realizar inversiones productivas en la provincia de Santa Cruz. Algo similar puede decirse acerca de la forma en que los políticos blanquean el dinero de la corrupción: lo invierten, con criterio rentístico, en propiedad inmobiliaria, urbana o rural, o en dólares y activos financieros en el exterior. Esta debilidad de la acumulación de capital explica entonces por qué el problema económico en Argentina se manifiesta como carencia, como falta (de energía, de transporte, de producción con valor agregado, etc.) y no como “exceso”. El hecho de que la intelectualidad K- izquierdista pase por alto, o disimule, la salida del excedente, demuestra la distancia que la separa de lo que ha sido la tradición del pensamiento crítico de la izquierda latinoamericana, y de las expresiones más progresistas de la tradición económica.

La inversión en Argentina
Afirmar que la salida del excedente debilitó la acumulación, y por lo tanto las bases del desarrollo capitalista, no es sinónimo de negar que hubo inversión en la última década. Es importante aclarar este punto, porque muchas veces se puede caer en una discusión falsa. Cuando sostenemos que existe un desarrollo deformado y con fundamentos débiles, y que la salida del excedente es causa y expresión de ello, no estamos diciendo que no hubo en absoluto inversión. En los 2000 los niveles de inversión se recuperaron con respecto a la gran crisis de 2001-2, e incluso fueron un poco superiores a los promedios de los años noventa. Pero la inversión no cambió cualitativamente con respecto a los 90. En el siguiente gráfico vemos la inversión (incluye construcción e inversión en equipos) en términos del PBI.
Aquí, la participación de la construcción en el PBI. La construcción residencial no aumenta la capacidad productiva del país; en términos marxistas, es gasto de renta, esto es, de bienes de consumo.
La relatividad del cambio en los 2000 con respecto a la década menemista está determinada por el hecho de que en los años 90 hubo inversión productiva. Hay que mantener una perspectiva de largo plazo para entender dónde estamos parados. La imagen de una oposición absoluta entre el “modelo parasitario financiero” de los 90 y el “productivo e inclusivo” desde el 2003, no resiste el análisis. La realidad es que entre 1990 y el primer trimestre de 1998 la inversión bruta interna fija aumentó un 190%; la inversión en construcción 117,2%; la realizada en equipo durable de producción aumentó casi el 330%. En ese período el PBI aumentó 50,4% y la relación IBIF/PBI pasó de un mínimo de 13,2% en 1990 al máximo de 25,6% en el tercer trimestre de 1998. Entre 1990 y 1998 la inversión en equipos y maquinaria (bienes de capital) importados creció en casi 14 veces, pasando de ser el 8,7% de la IBIF al 41% en el primer trimestre de 1998. Todos los datos los tomo de Kulfas y Hecker (1998), una fuente que debería ser insospechada de estar bajo las influencias del grupo Clarín y del “establishment destituyente”; Matías Kulfas actualmente es gerente general del Banco Central y preside AEDA, una institución defensora de las políticas oficiales. En la década menemista no solo se destruyeron empresas, también se modernizó el stock de capital, y aumentó la productividad. El apoyo de la burguesía argentina a las políticas de Menem-Cavallo encuentra su explicación última en estas evoluciones. Por eso también Kulfas y Hecker consideraban positivas las privatizaciones. Pero aunque en los 90 aumentó la inversión con relación a los 80 (que fueron de estancamiento), no cambió estructuralmente la economía argentina. Algo similar ocurre en los 2000: aumentó la inversión con respecto a los 90, aunque tampoco se modificaron de manera sustancial el rasgo que define a un capitalismo atrasado y dependiente: el desarrollo desigual y desarticulado, y sustentado en escasa tecnología. Precisemos todavía que la inversión de los 90 jugó un rol no desdeñable en la recuperación a partir de 2002. El gobierno de Duhalde, y luego Kirchner, heredaron un aparato productivo modernizado con relación a los 80.
Textos citados
Kaldor, N. (1963): Ensayos sobre desarrollo económico, México, CEMLA.
Kulfas, M. y E. Hecker (1998): “La inversión extranjera en la Argentina de los años ’90. Tendencias y perspectivas”, Estudios de la Economía Real, Nº 10, octubre, Centro de Estudios para la Producción.
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.

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Economía argentina, coyuntura y largo plazo (II)

Fuente: https://rolandoastarita.blog/2012/08/19/economia-argentina-coyuntura-y-largo-plazo-ii/

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