La dificultad de una
política para la gente
20 de diciembre de 2016
Por Javier Echeverría
Zabalza (Rebelión)
Cuando hablamos de política nos solemos
referir habitualmente a la actividad relacionada con el gobierno de las
administraciones públicas de los estados. Pero política también es la actividad
que llevamos a cabo cualquier persona o grupo con la intención de contribuir a
la organización y gobierno de cualquier aspecto de la vida social. Se trata de
una actividad imprescindible para vivir en sociedad y se entiende que debe
estar enfocada al bien común. El problema es que los poderes reales
(financieros-económicos-políticos) tienen como objetivo sus propios intereses
particulares, que son contradictorios con el interés general.
En la base de la política están las ideas sobre qué hacer y cómo.
Pero las ideas están encarnadas en las personas, no son etéreas. Las ideas las
debatimos las personas, y a veces cambiamos o matizamos nuestras ideas en el
proceso de debate. Por otra parte, las ideas están muy relacionadas con los
intereses, tanto individuales como de grupo (clase, género, raza, sector…). En
base a las ideas e intereses, las personas nos juntamos en grupos (partidos,
sindicatos, asociaciones…) para defenderlos en la sociedad. Un conjunto
organizado de ideas e intereses referido a una sociedad concreta constituye un
proyecto socio-económico-ideológico-político. Lógicamente, la defensa coherente
de esos proyectos sólo la pueden hacer las personas que los comparten.
Sin embargo, hay una forma de hacer política
que separa proyectos, por un lado, y personas que los van a defender y poner en
práctica, por otro, de manera que estas personas no tienen por qué estar de
acuerdo con los proyectos, ideas o intereses que gestionan. Esta forma de
entender la política es muy común hoy en día. Se trata de la concepción de la
política como simple “administración”. Quienes se dedican a la política con ese
enfoque adoptan un rol de gestores o mercenarios: defienden las ideas,
intereses y proyectos de aquellos a quienes sirven. Esta forma de concebir la
política interesa a los poderes fácticos, ya que su objetivo es instaurar un
consenso social en base a sus proyectos e intereses.
Frente a esta forma de entender la política
está la de quienes la concebimos como una actividad encaminada a conseguir
cambios reales en beneficio de la mayoría social. Este otro enfoque está basado
en el tratamiento de los conflictos con los que nos encontramos diariamente de
una manera transformadora y favorable a la mayoría. La cadena de
transformación social responde a la siguiente cadena: sufrir, saber, querer, poder.
Es decir, para plantearnos un cambio necesitamos sufrir una determinada
situación, bien sea en carne propia o por empatía; tenemos que conocer las
causas de ese sufrimiento y las formas de superarlo; necesitamos voluntad para
afrontar esas causas y asumir las consecuencias que se pueden derivar del
enfrentamiento con quienes las han generado; y por último, tenemos que acumular
suficiente poder como para encarar con éxito los cambios que se necesitan. El
conflicto, abordado con este enfoque transformador, es la base de esta
concepción de la política.
Por otra parte, para defender los intereses, ideas y proyectos en
una democracia pluralista, utilizamos los discursos y la movilización social;
pero también se usan a veces maniobras, presiones, golpes de mano, insidias…,
aunque se salten las reglas del juego democrático. Normalmente, en los
discursos se utilizan argumentos supuestamente encaminados al bien común, los
cuales tratan de esconder muchas veces intereses particulares inconfesados:
siempre nos quieren hacer creer que sus ideas e intereses son los que más nos
benefician. Es lo que conocemos como manipulación. Y aquí es donde juegan un
papel fundamental los grandes medios de comunicación, actualmente en manos de
los poderes fácticos. Tratan de mostrarnos una realidad y unas motivaciones que
no se corresponden con el mundo real, para que no actuemos en contra de esos
poderes. Y, por otro lado, también debemos tener en cuenta las instituciones de
socialización (educación, televisión, consumo, determinado uso de nuevas
tecnologías…), que fomentan el individualismo, el aislamiento, la competencia,
la sumisión… y provocan una fuerte corriente en favor de la reproducción del
sistema y sus valores. La conclusión es que los poderes reales tienen todo tipo
de medios para imponer sus intereses, mientras que quienes propugnamos una
política para la gente sólo podemos contar con ella. Por tanto, si no ganamos
la mayoría social (hegemonía), no son posibles cambios sustanciales.
Otro elemento de complejidad es el problema de los fines y los
medios. Una política para la gente no se puede hacer con cualquier tipo de
medios. Implica, además del objetivo del bien común, una democracia profunda y
lo más transparente y participativa posible. Quienes hacen política para las
élites lo tienen mucho más fácil: su objetivo es la máxima acumulación de
riqueza en el menor tiempo posible y con cualquier tipo de medios. Por último,
y sin pretender ser exhaustivo, estaría la difícil valoración colectiva de la
correlación de fuerzas para abordar adecuadamente la tensión entre utopía y
posibilidad, de manera que se consiga el mayor cambio posible sin que se rompa la cuerda.
Ante tal complejidad, la mayoría de la gente
suele perder la confianza en la veracidad de los discursos, y desiste de tratar
de entender lo que pasa y de implicarse en cambiar la realidad. Una manera
de defenderse ante esto es aferrarse a algún tipo de brújula que le permita
orientarse y a la vez sentirse parte de un grupo. Normalmente eso suele hacerse
a través de la fidelidad y confianza con líderes y partidos. Por tanto, en amplios
sectores de población la política está muy simplificada: se reduce en gran
medida a la adhesión a un líder o partido; incluso aunque sus políticas les
perjudiquen. Buscarán justificaciones para seguir manteniendo esa fidelidad.
Sin embargo, hay momentos históricos en que las sacudidas que padecemos son tan
grandes que nos hace replantearnos las fidelidades. Vivimos uno de ellos.
A las élites les interesa que pensemos que sus políticas son las
que más se adecúan al bien común y que es malo que la gente haga política. Pero
saben que, en cuanto ese enfoque de la política cambie en amplios sectores, su
dominación correrá un grave riesgo. Por eso es tan importante ser cada vez más
conscientes e implicarnos cada vez más gente en el cambio social; sin desanimarnos
porque también veamos deficiencias en la política liberadora. La madurez
política también vendrá de la mano de la incorporación de más gente consciente
a la tarea del cambio sociopolítico.
Muy difícil. Pero no sólo es posible; además, es absolutamente
imprescindible si queremos detener la deriva fatal en la que nos encontramos.
Javier Echeverría Zabalza, miembro de Podemos
– Ahal Dugu
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