“Somos todos keynesianos”, ¿de nuevo? (2)
Por Rolando Astarita
Salvar al capitalismo y socializar la inversión
Los pasajes que hemos citado en la parte anterior de la
nota evidencian la aguda conciencia que tenía Keynes de la necesidad que el
Estado garantizara a los empresarios un clima político y social favorable a sus
negocios. Una preocupación que es congruente con el objetivo último de la Teoría
General (en adelante, TG): responder a las amenazas que
representaron para el dominio del capital la Revolución Rusa y
las convulsiones sociales que le siguieron. Keynes estaba profundamente
compenetrado de esta cuestión.
Su
objetivo era reformar al sistema capitalista, para salvarlo, y atenuar los
conflictos de clase.
En esta perspectiva, en la TG, en el último capítulo, aboga por
la progresiva disminución de las diferencias sociales mediante impuestos a las
herencias y la
riqueza. También sugiere que el Estado debería ejercer
influencia sobre la propensión a consumir a través de los impuestos, fijando la
tasa de interés y “quizás por otros medios ”
(p. 332). Sin embargo, la tasa de interés no sería suficiente para garantizar
la inversión óptima, y por eso afirma que “una socialización bastante completa
de las inversiones será el único medio de aproximarse a la ocupación plena” (ibid.,
pp. 332-333). Una propuesta anticipa en el capítulo 12. Esa eventual
socialización de la inversión sería congruente, además, con su idea de que se
estaba en transición hacia otra forma de sociedad (¿o capitalismo?) en la que
desaparecería el rentista. Por rentista entendía al inversor que vive de los
beneficios, sin cumplir rol productivo alguno. Keynes pensaba que los capitalistas
serían progresivamente reemplazados por administradores de empresas, quienes
cobrarían un salario por su función.
Sin embargo, también rechaza la estatización de los medios de producción: “… no se aboga francamente por
un sistema de socialismo de Estado” (ibid., p. 333). Como
alternativa a la administración estatal, era partidario de entidades
gubernamentales descentralizadas y cuerpos públicos semi-autónomos, que
deberían operar bajo los auspicios del Estado, como las universidades o el
Banco de Inglaterra. Pero no brinda ninguna indicación precisa de cómo
implementar esa política. Consustanciado con el liberalismo burgués, rechaza al
Estado “totalitario y homogéneo” que “parece resolver el problema de la
desocupación a expensas de la eficacia y la libertad” (ibid.
pp. 334-335). Aunque pensaba que la época del laissez
faire había pasado,
su objetivo último era la defensa del individualismo, “la mejor salvaguarda de
la libertad personal, si puede ser purgado de sus defectos y abusos” (ibid.,
p. 334). La intervención del Estado debía estar orientada a ese fin.
Con esta perspectiva, Keynes termina inclinándose por un
compromiso con la teoría económica establecida. Sostiene que es válida en tanto
admita que las fuerzas del mercado, por sí mismas, no llevan al pleno empleo y
uso de los recursos. Y si bien el Estado debía intervenir en la economía, “el
interés personal determinará lo que se produce, en qué proporción se combinarán
los factores de la producción con tal fin, y cómo se distribuirá entre ellos el
valor del producto final” (p. 333). Por eso, afirma que si se generan las
condiciones apropiadas, “el libre juego de las fuerzas económicas”
desarrollaría al máximo la potencialidad de la producción. Este
aspecto, el más conservador, del pensamiento de Keynes, por lo general es disimulado por
los poskeynesianos de izquierda. Pero constituyó un punto de apoyo
importante para lo que vendría después, la síntesis keynesiana – neoclásica.
También es significativo que Keynes haya aceptado, en principio, el modelo
IS-LM, elaborado por Hicks.
Desde un enfoque marxista, podemos decir que la TG encierra una
tensión imposible de desconocer. Es que la propuesta de socializar la inversión
y la (prevista) eliminación del aspecto rentístico del capitalismo, apuntan a un régimen que no es
capitalista. En igual sentido, el objetivo del pleno empleo entra
en conflicto con el rol disciplinador de la desocupación sobre la fuerza de
trabajo, y de contención de las demandas salariales. Una cuestión que en los
años 1940 plantearon los keynesianos Joan Robinson y Michal Kalecki (véase aquí). Pero por otra
parte, Keynes nunca cuestionó los fundamentos de la economía neoclásica; menos
todavía, los orígenes de la ganancia, el interés o la renta. Alababa los
beneficios del capital y los mercados libres, y prescribió la intervención
estatal como el precio necesario para la preservación del sistema.
El IS-LM
A poco de publicada la TG, sus ideas
centrales fueron adaptadas al modelo IS-LM, con el que todavía se enseña
Macroeconomía en las facultades de Economía. En este modelo, la inversión se
relaciona negativamente con la tasa de interés; el ahorro depende positivamente
del ingreso; y en equilibrio, el ahorro es igual a la inversión. Con
estas relaciones se determina la
curva IS , que da todas las combinaciones de tasa de interés e
ingreso a lo largo de las cuales el ahorro es igual a la inversión (o sea, el
mercado de bienes está en equilibrio). Por otra parte, se postula que la
demanda de dinero depende positivamente del ingreso y negativamente de la tasa
de interés; y que la oferta monetaria es exógena (determinada por el Banco
Central). Con estas relaciones se determina la curva LM. La curva
nos dice que para cada oferta monetaria dada existe una relación entre tasa de
interés e ingreso que mantiene al mercado monetario en equilibrio. La
intersección de las curvas IS y LM dan entonces el ingreso y la tasa de interés
de equilibrio de la economía.
De manera que en este modelo no se
considera el tiempo económico; tampoco hay lugar para la incertidumbre, ni para
los atesoramientos generalizados (que son típicos de las crisis capitalistas de
sobreproducción); el mercado de bienes y el aspecto monetario de la economía
están estrictamente separados (las curvas IS y LM son independientes); y la
eficiencia marginal del capital, que en la TG determinaba, junto a la tasa de
interés, la inversión, ha desaparecido. Todo esto configura un esquema
esencialmente walrasiano. El mismo John Hicks, el creador del modelo,
reconocería con los años que el IS-LM no representa el pensamiento de Keynes
(véase Hicks, 1980-1981).
Al IS-LM se le agrega luego la curva Phillips , que
establece que los salarios se relacionan inversamente con la desocupación. Por
lo tanto, los precios, que se determinan por un recargo sobre los salarios,
también se relacionan inversamente con la desocupación. Pero
además, se establece un rasgo “keynesiano”: los salarios nominales y los
precios son rígidos a la
baja. Así , la desocupación se explicará por la negativa de
los trabajadores (o de sus sindicatos) a aceptar bajas del salario. A esto se
le llamará “desocupación keynesiana”. Aunque Keynes dice, repetidas veces en la
TG que la principal causa de la desocupación no es la negativa de los
trabajadores a aceptar bajos salarios; en otros términos, que podía existir
desocupación de largo plazo con precios y salarios flexibles y mercados
competitivos. De hecho, sostener –como se dice en la Macroeconomía de
posguerra- que la desocupación se debe a la inflexibilidad a la baja de los
salarios, es repetir lo que ya decía el mainstream antes de la publicación de la TG. Además , esta tesis
dejó allanado el camino para que, en los años 1970, cuando la desocupación
comenzó a aumentar en los países capitalistas, los monetaristas argumentaran
que había que flexibilizar salarios (y condiciones laborales) para aumentar el
empleo.
De conjunto el IS-LM representa un esquema de equilibrio general
con imperfecciones. Otros aportes –por caso, la teoría de Tobin
sobre la inversión, el enfoque de demanda de dinero de carteras- acentuaron los
rasgos neoclásicos del keynesianismo de posguerra. Es la Macroeconomía de la
síntesis keynesiana-neoclásica. Los poskeynesianos llamaron a esta teoría keynesianismo bastardo,
o keynesianismo hidráulico.
En base a estas ideas, se sostiene entonces que si la economía
no está en el pleno empleo, un poco de estímulo monetario o fiscal corregirá la deficiencia. Por
eso la política del Estado es “la sintonía fina”, destinada a superar “las
rigideces” que obstaculizan el pleno uso de los recursos. Así, la esencia de la
política keynesiana pasaba por compensar las caídas del consumo y de la
inversión estimulando la demanda mediante gasto fiscal y políticas monetarias
expansivas. Como decía el manual de Economics de Samuelson (que fue clave en la
elaboración de la síntesis neoclásica keynesiana), las políticas fiscales
–junto a las monetarias- podían evitar las fluctuaciones cíclicas, una tasa de
inflación del 5% anual no era cosa de gran preocupación, y si fuera necesario
para sostener el empleo, era aceptable un nivel de deuda creciente. Estas ideas
orientaron las políticas “keynesianas” de los gobiernos capitalistas en la posguerra. Y , con
algunas modificaciones menores, hoy están de nuevo en ascenso.
Keynes y el keynesianismo bastardo
Las políticas económicas que elaboró el
consenso neoclásico de posguerra, sin embargo, tienen poco que ver con lo que
sostuvo Keynes. Una cuestión sobre la que han llamado la atención muchos
poskeynesianos. Por ejemplo, y refiriéndose a gobiernos de Brasil, Chile, Perú,
Bolivia, de las décadas de 1970 y 1980, Bresser Pereira y Dall’Aqua escriben:
“Este populismo económico comúnmente ha
sido legitimado por un cierto tipo de ‘keynesianismo’ que da énfasis exclusivo
a la demanda efectiva, revirtiendo la ley de Say y recomienda el uso
indiscriminado de política fiscal y déficit fiscal como medios
de estabilización cíclica. El ejemplo extremo de este enfoque es el intento de
legitimar aumentos salariales como una forma de promover el consumo y sostener
la demanda agregada” (Bresser Pereira y Dall’Aqua, 1991, p. 30).
En el mismo sentido, Meltzer (1981)
observó que en la TG no se aboga por políticas contracíclicas, y que el eje de
su propuesta pasa por estabilizar la inversión, y prevenir las fluctuaciones.
Por eso, agrega Meltzer, Keynes se oponía a influenciar el consumo a través de
cambios no planeados del gasto del gobierno y los impuestos. Lo cual era
coherente con su énfasis en el rol de las expectativas, ya que buscaba, ante
todo, reducir la inestabilidad.
En la misma línea de pensamiento, Kregel (1985) planteó que
Keynes no proponía déficits gubernamentales como parte de su política de pleno
empleo. Por el contrario, cuando fue funcionario del Tesoro, en la década de
1940, aconsejó separar los ítems del capital y de los gastos corrientes en
cuentas separadas. Los gastos públicos de inversión aparecerían en el
presupuesto de capital, y serían financiados con deuda o con el cobro de
servicios a los usuarios. En cuanto al presupuesto ordinario, si se mantenía el
pleno empleo, debería estar equilibrado en el largo plazo, de manera que la
deuda pública bajara en términos del ingreso nacional. Los déficits, siempre
según la visión de Keynes, eran el
resultado del fracaso de las políticas destinadas a sostener el pleno empleo,
más que un remedio al desempleo durante una recesión. De hecho, en la TG Keynes solo contempla
la posibilidad de déficit en el caso de que disminuyera el empleo y el gobierno
debiera incurrir entonces en mayores gastos. Kregel subraya también que el
objetivo era estabilizar
la inversión en el largo plazo, y que Keynes era escéptico acerca de la
eficacia de las medidas destinadas a estimular el consumo de corto plazo.
Seccareccia (1995), por su parte, señala que en los 1940 Keynes
propuso que el National Investment Board, que tenía como objetivo lograr el
pleno empleo, controlara entre dos tercios y tres cuartos del flujo de
inversión disponible. Así el NIB asumiría el rol de un banco público de
inversión. Pensaba también que en períodos de alto crecimiento los gobiernos
deberían tener superávit fiscal en el presupuesto corriente, y que estos
excedentes debían ser trasladados al presupuesto de capital, de manera de ir
reemplazando el peso muerto de la deuda por deuda productiva o semiproductiva.
Esto significa que la inversión pública sería productiva.
O sea, ponía el acento en la composición del gasto. Seccareccia observa
que las políticas “keynesianas” usuales, en cambio, hacen hincapié en el nivel
neto de la inversión pública, sin
importar su composición. Por otra parte, Keynes decía que el
gobierno debía utilizar los excedentes generados por la inversión no para
extinguir sus deudas, sino para expandir estratégicamente su capital. Así se
socializaría gradualmente una creciente porción de la economía.
Brown-Collier y Collier (1995) también
subrayan que la política de Keynes para promover el pleno empleo y reducir las
fluctuaciones era la socialización de la inversión:
“La escala de la inversión social dependería de la propensión al
ahorro, de la distribución del ingreso, del sistema de impuestos y de las
convenciones de los negocios. Keynes pensaba que la inversión social
probablemente oscilaría entre el 7,5% y el 20% del ingreso nacional neto. Es
importante señalar que Keynes no creía que tal inversión pública desplazaría (crowd
out) la inversión privada. El monto de la inversión social
necesaria estaría determinado por la insuficiencia de la inversión privada,
comparada con el monto de ahorro que estaría disponible a un nivel de output de
pleno empleo” (Brown-Collier y Collier, 1995, p. 343).
Brown-Collier y Collier citan asimismo la explícita oposición de
Keynes al gasto deficitario en el sentido de “recaudar menos impuestos que el
gasto corriente estatal que no es de capital como un medio de estimular el
consumo” (ibid.).
La única excepción era con referencia a las contribuciones de la seguridad
social. Consideraba que los déficits eran el resultado de la caída de los
ingresos debida a la caída de la actividad económica, y por lo tanto la mejor manera de
evitarlos era compensar las fluctuaciones de la inversión privada con cambios
diseñados en la inversión pública (véase ibid., p. 344).
Por otra parte señalemos que Keynes nunca propuso financiar los
déficits públicos con emisión monetaria, como acostumbran hacer algunos
gobiernos “keynesianos”. Incluso en el Breve
tratado sobre la reforma monetaria, escrito en 1923, había abogado
por la estabilidad de precios. Consideraba que era necesario para que los
contratos fueran predecibles, lo que ayudaría a la estabilidad económica.
Consecuencias políticas
Los keynesianos de izquierda también han
destacado las implicancias políticas de la identificación de la política
recomendada por Keynes con el keynesianismo que califican de “hidráulico”, o
“bastardo”. Es que los elevados déficits fiscales, el elevado endeudamiento y
la inflación, terminan convirtiéndose en un objetivo del ataque de los
partidarios de las políticas más abiertamente neoliberales, como las que se
implantaron en la mayoría de los países a partir de los años 1970. En palabras
de Seccareccia:
“Dado que este keynesianismo híbrido y ad hoc del período temprano de la posguerra
descansó en un modelo primitivo hidráulico de macroeconomía que retuvo la
mayoría de los supuestos subyacentes del modelo neoclásico, sus inconsistencias
internas hicieron de él un blanco fácil de los ataques monetaristas y de los
nuevos clásicos que iban a surgir en los 1970 y 1980” (p. 45).
En América Latina en particular, cuando la combinación
“keynesiana” de altos déficits fiscales, creciente endeudamiento o inflación,
se hace insostenible –y se manifiesta en caída de la inversión, fuga de
capitales, fuertes restricciones externas-, se
genera el consenso político para los bruscos giros hacia los programas de
“ajuste” o neoliberales.
Es claro, además, que muchos de los programas que han aplicado o
aplican gobiernos que se consideran a sí mismos de izquierda y keynesianos, no son más que versiones, más o
menos de derecha, del keynesianismo bastardo. Por eso también
muchas veces esos mismos gobiernos terminan aplicando los ajustes
“neoliberales” cuando la situación se hace insostenible. Naturalmente, la
distancia que media entre sus “recetas keynesianas” –del tipo, mantener la
demanda a base de déficit fiscal creciente-, y propuestas como socializar la
inversión, o provocar “la eutanasia del rentista”, es cuidadosamente
disimulada. Se puede decir por eso que algunos radicals de hoy son sólo viejos Samuelsons
devaluados. De alguna manera esta gente intuye que no es prudente explorar
determinados límites del sistema.
Textos citados:
Bresser Pereira, L. y F. Dall’Acqua (1991): “Economic populism versus Keynes: Reinterpreting budget deficits inLatin America ”, Journal of Post Keynesian Economics,
vol. 14, pp. 29-38.
Brown-Collier, E. K. y B. E. Collier (1995): “What Keynes Really Said about Déficit Spending”, Journal of Post Keynesian Economics, vol. 17, pp. 341-355.
Hicks, J. (1980-1981): “IS-LM: An explanation”, Journal of Post Keynesian Economics, vol. 3, pp. 139-154.
Keynes, J. M. (1986): Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, México, FCE.
Kregel, J. A. (1985): “Budget Deficits, Stabilization Policy and Liquidity Preference: Keynes’s Post-War Policy Proposals”, en F. Vicarelli (ed.), Keynes’s Relevance Today, Londres, Macmillan, pp. 28-50.
Meltzer, A. H. (1981): “Keynes’s General Theory: A Different Perspective”, Journal of Economic Literature, vol. 19, pp. 34-64.
Seccareccia, M. (1995), “Keynesianism and Public Investment: A Left-Keynesian Perspective on the Role of Government and Expenditures and Debt”, Studies in Political Economy, vol. 46, pp. 43-78.
Bresser Pereira, L. y F. Dall’Acqua (1991): “Economic populism versus Keynes: Reinterpreting budget deficits in
Brown-Collier, E. K. y B. E. Collier (1995): “What Keynes Really Said about Déficit Spending”, Journal of Post Keynesian Economics, vol. 17, pp. 341-355.
Hicks, J. (1980-1981): “IS-LM: An explanation”, Journal of Post Keynesian Economics, vol. 3, pp. 139-154.
Keynes, J. M. (1986): Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, México, FCE.
Kregel, J. A. (1985): “Budget Deficits, Stabilization Policy and Liquidity Preference: Keynes’s Post-War Policy Proposals”, en F. Vicarelli (ed.), Keynes’s Relevance Today, Londres, Macmillan, pp. 28-50.
Meltzer, A. H. (1981): “Keynes’s General Theory: A Different Perspective”, Journal of Economic Literature, vol. 19, pp. 34-64.
Seccareccia, M. (1995), “Keynesianism and Public Investment: A Left-Keynesian Perspective on the Role of Government and Expenditures and Debt”, Studies in Political Economy, vol. 46, pp. 43-78.
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