Deportación, parálisis
y miedo
29 de noviembre de 2016
Por Higinio Polo (Rebelión)
Hace tiempo que en toda Europa suenan las alarmas, y que, en
muchos países de la Unión, amplios sectores sociales observan las actitudes
xenófobas, racistas e intolerantes propias de la extrema derecha, a veces, con
indiferencia (como si no fuera un asunto que les afectase) y, a menudo, con
simpatía, asumiendo el discurso fascista que señala al extranjero, al
refugiado, al pobre, como una amenaza, como un enemigo, como alguien que merece
la humillación y el castigo, la cárcel o la deportación.
La crisis
económica, con el recetario neoliberal y la política de austeridad y
eliminación de derechos laborales y cívicos que han impulsado la mayoría de
gobiernos europeos; los nuevos nacionalismos y movimientos de extrema derecha,
y la ciega subordinación de Un somero examen de la situación en Europa constata el reforzamiento de la extrema derecha: desde Francia, donde el Frente Nacional se ha convertido en el principal partido del país, hasta Alemania, donde la aparición de Pegida y de AfD (que ha obtenido buenos resultados en las recientes elecciones regionales alemanas, sobre todo en Sajonia-Anhalt), los dos países que forman el eje de la Unión, pasando por la mayor parte del continente. La extrema derecha holandesa se ha convertido en la principal fuerza política del país. En Hungría, la deriva del gobierno de Orban, con sus propuestas abiertamente xenófobas, le lleva a afirmar que quienes llegan a sus fronteras huyendo de la guerra no son refugiados, sino una amenaza para los húngaros. La pendiente hacia la extrema derecha ha llevado incluso a
En Polonia, el nuevo gobierno de Beata Szydło (con Kaczyński en la trastienda), cabalga también el nacionalismo y el rechazo a los extranjeros, además de intentar borrar de la historia del país el recuerdo de los dignos brigadistas internacionales que combatieron al fascismo en España. La imposición del feroz ajuste en Grecia, con la rendición de Syriza y Tsipras, mantiene un fuerte partido fascista, Amanecer Dorado. Incluso en Francia, la contaminación de las tóxicas ideas de la extrema derecha ha llevado a Hollande a impulsar una ley que anule la nacionalidad francesa en algunos casos de terrorismo; propuesta que, en origen, lanzó el Frente Nacional de Le Pen. Por su parte, el gobierno danés ha aprobado la confiscación de bienes a los refugiados para que sean ellos mismos quienes paguen los gastos que Dinamarca tenga atendiéndolos. Es un robo legal, una vergüenza, una ignominia que empieza a recordar el robo de los objetos de valor a los deportados protagonizado por los nazis en el infierno de la guerra de Hitler. Todos esos gobernantes, como Orban, mantienen que la oleada de refugiados sólo traerá delincuencia y terrorismo a Europa, y otros, como el gobierno británico, se niegan a aceptar refugiados, al tiempo que la sesgada política informativa de grandes
Organizaciones como el Partido Popular danés, el Frente Nacional francés, el Partido del Progreso noruego, el Partido Popular suizo,
La parálisis de la Unión Europea viene de lejos, y su silencio ante
el atropello a los derechos democráticos en los nuevos miembros del Este de
Europa, ha sido acompañado por la inoperancia para combatir los brotes
fascistas y xenófobos en el conjunto de la Unión. Sin olvidar que
sus países miembros aceptaron que la CIA norteamericana, con la connivencia de
gobiernos e instituciones europeas, organizase centros clandestinos de
detención, y a veces de tortura, en Europa: en Lituania, Rumania, Italia,
España, entre otros países, los sicarios de la CIA encerraron e interrogaron
brutalmente a personas detenidas en distintos países, que fueron trasladadas
ilegalmente en el marco de la “lucha contra el terrorismo”.
En las urnas y en las calles, la extrema derecha es cada vez más
visible, y, muchas veces, pasa a la acción. Las agresiones contra refugiados en
Alemania, las inquietantes y vergonzosas escenas de la policía de algunos
países reprimiendo violentamente a quienes huyen de las guerras y la
devastación causada en Oriente Medio (en Siria, en Iraq, en Afganistán, en
Libia, en Yemen) por Estados Unidos, con el apoyo europeo, forman parte de ese
degradado paisaje moral donde se debate una agónica Unión Europea. Aquel hombre
que orinaba sobre una mendiga en el puente de Sant’Angelo de Roma; los seguidores futbolísticos
que humillaron a otros mendigos en Barcelona, o los entusiastas partidarios de
un equipo de fútbol holandés que se divertían lanzando monedas en la Plaza Mayor de Madrid
a mujeres que pedían limosna, riéndose de su pobreza, en un gesto de tan feroz
inhumanidad, debe llevar a preguntarse dónde estamos, que está ocurriendo.
Porque, aunque esas escenas se olvidan con rapidez, revelan que el odio y la
indiferencia ante el sufrimiento ajeno han arraigado en Europa: esos seguidores
del equipo de fútbol holandés que humillaron a las mendigas de la plaza Mayor de Madrid,
en una situación idónea y con el poder en sus manos, se comportarían como los esbirros
nazis de las SS.
Ahora,
Europa, atenazada por el miedo, ha optado por un vergonzoso acuerdo con Turquía
para la deportación de los refugiados, que ha llevado a Amnistía Internacional
a denunciar que el convenio entre Bruselas y Ankara “es una violación histórica
de los derechos humanos”. Ese acuerdo con Turquía es similar al suscrito con
Marruecos, y ya empieza a tener consecuencias: las patrullas costeras turcas
han agredido con palos a precarias embarcaciones de refugiados que intentan
llegar a las islas griegas, y la propia actitud del gobierno de Erdogan no
llama, precisamente, a la tranquilidad: su exaltado nacionalismo reprime
ferozmente a la población kurda del Este del país; bombardea a los kurdos
sirios; es cómplice del incendio y la guerra en Siria, donde arma y financia a
grupos terroristas; e influye en el conflicto entre Armenia y Azerbeiján por
Nagorno Karabaj, atizando las reclamaciones azeríes.Algunos analistas advierten de que tal vez diez millones de refugiados intentarán llegar a Europa a lo largo del año 2016, y aunque otros observadores rebajan la cifra, las perspectivas alarman a los responsables de
Ese es panorama que ha dejado la conjunción de la crisis
económica, las guerras imperialistas norteamericanas en Oriente Medio y el
acoso a las organizaciones de izquierda y sindicatos obreros en todo el
continente: a la destrucción de derechos sociales y obreros dirigida por
gobiernos de derecha y gabinetes socialdemócratas; a la imposición de enormes
sacrificios a la población, que ha visto aumentar la explotación y ha visto
reducidos sus salarios; a la precarización del trabajo y la ruptura de los mecanismos
de solidaridad; a la destrucción o el debilitamiento de las organizaciones
obreras y de izquierda (sustituidas, a veces, por partidos que han adoptado el
neoliberalismo: el ejemplo italiano con el Partido Democrático de Renzi no es
el único) gracias a una permanente deslegitimación impulsada desde todos los
resortes del poder económico, y, también, a la aparición de nuevos partidos de
confuso discurso que huyen de las tradiciones de la izquierda y que suponen,
más que la recuperación de la iniciativa, la manifestación del desconcierto, se
añade el horizonte de un escenario político dominado por la derecha y la
extrema derecha, como ha ocurrido en las recientes elecciones polacas, donde
las hipótesis de gobierno se repartían entre la derecha de la Plataforma
ciudadana de Tusk y la
extrema derecha del partido Ley
y Justicia (PiS) de Duda y
Kaczyński. Algo similar podría ocurrir en Francia, donde la pérdida de espacio
social por la izquierda abre la hipótesis de un enfrentamiento entre la derecha
de Fillon y la extrema derecha de Le Pen para las elecciones presidenciales de
2017. Ese reforzamiento de la extrema derecha y de los partidos fascistas,
contrasta con la debilidad de la izquierda europea, inmersa en la dispersión,
la ilegalización (el Partido Comunista de Ucrania ha sido prohibido), y con la
construcción de instrumentos formalmente opositores que ni siquiera se atreven
a romper de forma clara con el neoliberalismo y con las ataduras militares de
Europa: la tácita aceptación de la OTAN por Podemos es un ejemplo.
Europa se llena de xenofobia, de centros de detención ilegales, de
policías y aduaneros, de cámaras de vigilancia, de ataques a centros de
acogida, de alambradas. Europa no quiere refugiados de las guerras, mientras la
extrema derecha y el fascismo cabalgan sobre el odio al “diferente”, al pobre.
Miles de personas que huían de las guerras imperiales de Oriente Medio han
muerto ahogadas, forzadas a peligrosas travesías, y seguirán muriendo mientras
Europa no habilite vías legales y seguras. Las escenas de los refugiados
viviendo entre el fango de los campos fronterizos griegos, los niños perdidos,
las miradas de indefensión, la inhumana respuesta de Europa al sufrimiento
ajeno.
Mientras el populismo y el nacionalismo vuelven a recorrer el
continente, el fascismo reaparece como un indicio que no debe trivializarse
porque el fanatismo asociado a tantos exaltados xenófobos y, a veces,
seguidores del fútbol podría derivar rápidamente en grupos abiertamente
violentos, fascistas: ya ocurrió en Yugoslavia en los años noventa, donde los
primeros enfrentamientos que dieron paso a la guerra civil fueron
protagonizados por los extremistas más fanáticos de los equipos de fútbol.
Cuando la movilización de la extrema derecha europea presiona a los gobiernos y
marca la agenda política, la izquierda se debate confusa, temerosa. Organiza la
solidaridad y el combate a la xenofobia, pero la respuesta se revela débil,
incapaz, por ahora, de cambiar el escenario. La vieja receta fascista de
levantar alambradas de espino en las fronteras ha sido adoptada por muchos
países europeos. La
inhumana Francia de Daladier y Bonnet que encerró a decenas
de miles de republicanos españoles, que habían combatido al fascismo, entre
campos de arena y cercas de reclusos en las playas de Argelès-sur-Mer,
Saint-Cyprien y Gurs, es la Europa de hoy que detiene y encierra a tantos refugiados
en los campos griegos, para deportarlos después, en el momento en que parece
sucumbir a la parálisis y al miedo, y Estados Unidos sigue arrojando dinamita
al voraz incendio de Oriente Medio.
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